Sin embargo, no pudo evitar decirle:

– Tenemos que hablar de lo que ocurrió.

Ella lo miró con los ojos llenos de preocupación.

– ¿A qué te refieres?

– A nosotros. A que hayamos estado juntos.

– Oh. Yo me siento bien al respecto.

Estaba tan calmada…

– Yo no. Deberías haberme dicho que eras virgen.

Claire sonrió.

– Oh, Wyatt, no te preocupes. Fue estupendo. Me sentía demasiado azorada como para decírtelo. Probablemente debería haberlo mencionado, pero aunque no lo hice, todo salió bien. Fuiste muy considerado -dijo. Después frunció el ceño-. ¿Te referías a eso, o a otra cosa? ¿Quieres decir que no te habrías acostado conmigo de haberlo sabido?

Estaban solos en la sala de espera, pero el hecho de tener privatizad no hacía que la conversación fuera más fácil.

– No lo sé.

Ella se apoyó en el respaldo de la silla.

– Entonces tomé la decisión correcta.

– ¿Quitándome a mí la oportunidad de elegir?

– No sé si debería reírme o golpearte con una silla. ¿Me estás diciendo que no respeté tus derechos, o algo así?

– Hay consecuencias que deberíamos haber previsto.

– No sé de qué estás hablando.

– Eso es lo que quiero decir. No tienes experiencia.

– Antes no te quejabas.

– No estoy diciendo nada sobre tu actuación -gruñó él-. Estoy hablando de los métodos anticonceptivos. No usas ninguno, ¿verdad?

Wyatt esperó a que su expresión se volviera de agobio y arrepentimiento. En vez de eso, Claire abrió mucho los ojos y sonrió.

– ¿Puede que esté embarazada? -susurró-. ¿Puede que vayamos a tener un bebé? No lo había pensado. ¿Sería posible? No creo que pueda tener tanta suerte.

Wyatt no daba crédito a su respuesta. ¿Estaba contenta por aquella posibilidad?

Ella se lanzó a sus brazos y se rió.

– Oh, Wyatt, ¿no te parece asombroso? Un niño. Siempre he querido tener hijos. ¿Puede suceder de verdad en mi primera vez? Sí, claro, supongo que sí. Vaya.

Él la agarró y la apartó.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó-. No es una buena noticia.

La sonrisa de Claire se desvaneció.

– ¿Por qué no? Es un bebé. Eso sería un milagro. Claro que hay un asunto de logística, pero nos las arreglaremos. Es estupendo.

– No lo entiendes. Para mí no es una buena noticia. No quiero tener más hijos. No mantengo relaciones serias, ¿no lo recuerdas? Si te crees que vas a atraparme como hizo Shanna, te vas a llevar una desilusión.

– ¿Eso es lo que piensas de mí? Yo no soy así. No tengo interés en atraparte a ti, ni a ningún otro hombre. Estaría muy cómoda siendo madre soltera.

– ¿Y qué sabes tú de criar a un niño?

– Lo mismo que tú cuando nació Amy. Aprenderé.

– ¿Con tus giras?

– Contrataré a una niñera.

– Yo no voy a pagar eso.

– Nadie te lo está pidiendo -respondió Claire, con una mirada fulminante-. Siento que te hayas disgustado, Wyatt, pero yo no. Siempre he querido tener hijos, y para mí, esto es un milagro. Te prometo que pase lo que pase, no será una molestia para ti. Si necesito ayuda, contrataré personal. Y no necesito pedirte dinero. Puedo pagar perfectamente todo lo que necesito.

– Ojalá -murmuró él.

– No lo entiendes, ¿verdad? Para ti sólo soy una mujer que toca el piano. Quizá te sorprenda, pero soy muy buena en mi profesión. Entre los conciertos y las ventas de los CD, el año pasado gané más de dos millones de dólares. Fue un buen año, pero no el mejor de los que he tenido. El dinero no es ningún problema para mí. Siento que te disguste la posibilidad de que esté embarazada, pero a mí no.

Y dicho eso, se dio la vuelta y se marchó.

Wyatt se quedó en la sala de espera preguntándose si era posible haber estropeado más las cosas. Si había una manera equivocada de abordar el tema y una manera desastrosa, él había usado la última.

No debería haberla atacado de aquel modo. ¿Qué posibilidades había de que estuviera embarazada? Había sido un idiota, y lo sabía. Había reaccionado así por lo que le había ocurrido con Shanna…, pero Claire no se parecía en nada a su ex mujer.

Además, era muy rica, pensó Wyatt, descontento con la noticia. Él se consideraba un tipo con confianza en sí mismo, que no necesitaba impresionar a las mujeres. Sí, tenía un negocio próspero y el dinero no era ninguna preocupación para él, pero, demonios, ¿de verdad había ganado ella dos millones de dólares el año anterior?


– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Claire.

Nicole sonrió.

– Más o menos bien. Me alegro de que me opere un cirujano ortopédico, y no el mismo que me operó la otra vez. Iba a pensar que hago estas cosas porque me gusta venir a verlo.

Claire estaba sentada en una silla, junto a la cama de su hermana, en el hospital.

– ¿Y eso sería malo? Un médico. Nuestros padres estarían muy orgullosos.

Nicole se echó a reír, y después se puso una mano en la barriga.

– No. No seas graciosa. Me duele.

Claire no quería oír eso.

– ¿Estás segura de que te encuentras bien? ¿No se te abrió la herida al caerte?

Nicole sonrió de nuevo.

– Eso sí que es una imagen reconfortante para mí. No, no se me abrió la herida. Estoy dolorida porque la piel está tirante. Tuve un poco de supuración, pero nada grave.

– Habría preferido ser yo.

Nicole sonrió todavía más.

– Yo también.

Se miraron la una a la otra.

– Lo siento -dijo Claire.

– No te disculpes. Las dos nos peleamos. Las dos estábamos reaccionando. No tenía que haberte gritado por lo de Jesse. Tenías razón, también es tu hermana. Tenía que haberte dicho que iba a meterla en la cárcel antes de hacerlo, aunque estuviera tan enfadada con ella.

– Pero tú también tienes razón en lo de las consecuencias. No lo pensé. Cuando Jesse me llamó, reaccioné apresuradamente.

– Me alegro de que estés aquí con todo lo que está pasando con Jesse -dijo Nicole-. Alguien tiene que ser la voz de la razón.

– Estoy muy lejos de ser eso -dijo Claire-, pero quiero ayudar -añadió, y le tomó la mano a Nicole-. Siento haber dicho que te haces la víctima. No es cierto. Has hecho muchas cosas por ti misma, sin apoyo de nadie. Lo respeto mucho.

Nicole parpadeó varias veces.

– No quiero hacerme la víctima. Lo que pasa es que tengo la sensación de que siempre hay una sorpresa esperando a la vuelta de la esquina, y rara vez es buena.

Eso hizo que Claire recordara otras sorpresas.

– ¿Qué? -preguntó Nicole-. Estás pensando en algo. Lo sé.

Claire asintió.

– He tenido una pelea con Wyatt. La otra noche, cuando me fui de casa, estuve con él.

– Me lo había imaginado.

– No se ha puesto muy contento con lo de mi virginidad.

– ¿Se lo dijiste antes o después?

– Después.

Nicole se encogió.

– ¿Y se asustó?

– Bastante. No es para tanto, pero a él le ha dado un ataque de nervios.

Nicole se echó a reír.

– Nunca lo he visto con un ataque de nervios. Tiene que haber sido divertido.

– Supongo que sí. Creo que en un primer momento, no le pareció para tanto, pero ahora tiene muchas dudas.

Hizo una pausa al recordar lo que él había dicho, lo que ella no había tenido en cuenta: que cabía la posibilidad de que estuviera embarazada.

– No utilizamos anticonceptivos. Ahora, él está muy preocupado por si me he quedado embarazada.

Nicole se quedó boquiabierta.

– Oh, vaya. ¿No utilizó preservativo? ¿Lo dices en serio? Voy a tener que hablar con él cuando salga de aquí. Ya está mal que se haya acostado con mi hermana, pero ¿sin usar preservativo, además? Eso es inaceptable.

Nicole se mostraba protectora con ella. ¿Quién lo hubiera pensado? Claire sonrió.

– Para mí, un bebé sería algo fantástico.

– ¿Estás segura?

– Sí. Pero para Wyatt no. Está bastante enfadado. Me dijo que él no iba a hacerse responsable, y que no iba a poder atraparlo en un matrimonio.

Todavía se sentía dolida al recordarlo. Ella nunca haría nada parecido.

– Los hombres se asustan mucho de esas cosas. Sobre todo, si ya les ha ocurrido antes.

– Puede ser. No lo sé. Pero lo cierto es que estoy muy emocionada con la posibilidad de un embarazo. Siempre he querido tener hijos. Discutimos sobre ello. Fue un desastre.

– Siento que sea tan tonto.

– Yo también.

Nicole le apretó la mano.

– ¿De verdad quieres estar embarazada?

Claire sonrió.

– Sí.

– Entonces, espero que te suceda. Eh, seré tía.

Otro lazo de unión, pensó Claire. Otro vínculo. Deseaba que su vida estuviera entrelazada con aquellos a los que quería.

– Si estoy embarazada, tendré que trabajar con mi salud emocional. Quiero ser una buena madre.

– Tu salud emocional no tiene nada de malo.

– Tú dijiste que yo era una inútil -le recordó Claire-. No te lo estoy reprochando, porque es cierto que no sabía existir en el mundo real.

– Es cierto. No sabías. Pero de todos modos, llegaste hasta aquí. Condujiste por una autopista para llegar hasta mi casa. Aprendiste a cocinar y a poner la lavadora. Se te da muy bien el trabajo en la panadería y cuidas de una niña. Has hecho todo eso en pocas semanas y sin la ayuda de nadie. Claire, creo que eres la persona más fuerte que conozco.

Claire no supo qué decir. Sintió una presión en el pecho, pero no tenía nada que ver con el pánico, y sí con el afecto que la estaba embargando.

Nicole continuó:

– Incluso ahora me estás cuidando. Nadie me cuida nunca.

– Es tan asombroso que me estés alabando -dijo Claire, con una carcajada que casi fue un sollozo-. Quiero cuidar de ti.

– Lo sé. Eres una buena persona. Una hermana estupenda, y… -Nicole se encogió de hombros-. Bueno, allá va. Prepárate. Te quiero.

– Yo también te quiero -le dijo Claire, inclinándose hacia ella para que pudieran abrazarse-. No puedo creer que lo hayas dicho por fin.

– Yo tampoco.

Dieciséis

– Prefiero este diseño -dijo Alicer Grinwell con firmeza-. De pizarra.

Wyatt contó hasta diez. La señora Grinwell estaba haciendo la tercera casa con él en diez años. También le había enviado a más de una docena de clientes ricos. Por desgracia, era una de esas personas que tenían más dinero que sentido común. Para ella, el pasatiempo de su vida era construir y decorar casas bellas. Y su marido apoyaba sus actividades.

Sin embargo, había una complicación en lo que debería ser un trabajo de ensueño: aquella cliente cambiaba de opinión constantemente. Cada casa costaba el doble de tiempo y el triple de dinero de lo normal. A la señora Grinwell no le importaba.

– Quiero que sea así -dijo a Wyatt, mostrándole la fotografía de una revista en la que aparecía la chimenea de una casa de diseño de Bellingham. Wyatt tuvo que admitir que era un trabajo precioso, pero los albañiles le habían dicho que no sabían si podrían conseguirlo. Eso significaba que tendría que contratar a la persona que hizo la chimenea de la fotografía y pagarle que se desplazara hasta allí y trabajara en la casa de la señora Grinwell.

No era el coste; su cliente lo cubriría. Era el tiempo y el esfuerzo, y el hecho de que todavía estaba enfadado consigo mismo por cómo había manejado las cosas con Claire, y enfadado con ella por no darse cuenta del desastre que supondría que estuviera embarazada.

– Muy bien -dijo con firmeza-. No sé cuánto nos retrasará esto, pero me pondré en contacto con usted en cuanto tenga los detalles.

La señora Grinwell sonrió.

– Siempre es un placer trabajar con usted, señor Knight. Aprecio mucho su actitud tan positiva.

– Gracias.

Hablaron de unos cuantos detalles más y después su clienta se marchó. Mientras caminaba hacia su coche, él se quedó mirándola y preguntándose qué pensaría ella si un día le preguntara cómo era ser rico.

Probablemente, no sabría qué responder y, en realidad, él no estaba seguro de que le importara. Tenía su propio negocio, y estaba cómodo. Mantenía su casa, mantenía a su hija y le daba empleo a un par de docenas de hombres. Contribuía.

Al contrario que Claire, él no había ganado personalmente más de dos millones de dólares el año anterior.

El dinero de Claire, sin embargo, era la última de sus preocupaciones. Pero todavía le molestaba, y no entendía por qué. Él siempre había creído que era un hombre contento de sí mismo. Respetaba a las mujeres, y el éxito de los demás no alteraba su opinión sobre sí mismo. Entonces ¿qué ocurría?

¿Era porque habían salido? ¿Esperaba ganar más que cualquiera de las mujeres con las que salía, era tan retrasado emocionalmente? ¿O acaso se trataba de algo más sutil? De ser cierto, tenía un problema, porque su fuerte no era ponerse en contacto con su yo más profundo.