Claire lo dudaba.
– ¿Y antes del espectáculo?
– Vine por si acaso necesitabas apoyo moral.
Una forma de decir que pensaba que hubiera podido necesitar que la rescatara.
Sonrió.
– Gracias por venir.
Wyatt se puso en pie, sujetándola por la muñeca.
– Los dejaste boquiabiertos en cuanto te sentaste al piano.
Ella miró a su alrededor.
– Casi.
– ¿Cómo te has sentido teniéndolos en tu poder?
– Bien -admitió Claire.
Él la miró a los ojos.
– Amy va a dormir en casa de Nicole. ¿Quieres venir a tomar una copa a la mía?
La estaba invitando a algo más que a una copa. Claire se tensó ligeramente al pensar en que él pudiera acariciarla de nuevo. Besarla, abrazarla. Quería experimentar aquellas sensaciones asombrosas otra vez. Quería sentirlo dentro, conectado a ella.
– Me gustaría -respondió.
Le quitó el vaso de la mano y lo dejó en la mesa.
– Entonces vamos.
Cuando entraban en la casa, Claire intentó encontrar el modo de decirle a Wyatt que no tenía interés en tomar una copa ni en charlar. Lo que realmente quería era que él le arrancara la ropa y se diera un festín con ella. Quería que la tomara del mejor modo posible.
No sabía cómo abordar semejante conversación, así que se resignó a pasar una velada larga y frustrante hasta que llegaran a la mejor parte.
Sin embargo, en vez de llevarla a la cocina o al salón, Wyatt la tomó de la mano y comenzó a subir las escaleras. Cuando llegaron a su habitación, se giró hacia ella, la abrazó y comenzó a besarla.
Claire pensó en decir, en broma, que tenía mucha sed, pero, ¿de qué iba a servir? No había ningún lugar en el que quisiera estar, salvo en sus brazos. Y preferiblemente, desnuda.
Él le acarició los labios con la lengua, y ella los separó. Mientras hacía más profundo el beso, Wyatt le tiró de la camisa y se la sacó de los vaqueros, y comenzó a desabotonársela. Al mismo tiempo, ella hizo lo mismo, lo cual provocó más tropiezos que avances. Cuando le dio un golpe con el codo, Claire se apartó.
– Esto es peligroso -dijo.
Wyatt sonrió.
– Vamos a hacer una cosa: te echo una carrera.
– ¿Qué?
En vez de responder, él se abrió la camisa por completo y se la quitó.
– Vas perdiendo -dijo.
Claire soltó un gritito.
– ¡Yo tengo más ropa que tú!
– Excusas.
Ella se sacó la blusa por la cabeza y se quitó las sandalias de sendas patadas. Se desabrochó el sujetador y se quitó los vaqueros y las braguitas de una vez, apartándolos. Después se irguió y se encontró con que Wyatt seguía vestido.
– ¡Eh!
La sonrisa de Wyatt se desvaneció cuando el deseo sustituyó a la diversión.
– Demonios, eres preciosa.
La agarró y la estrechó contra sí. Ella se lo permitió de buena gana; quería sentir sus manos en la piel. Lo quería todo: las caricias, los roces, la intensidad, mientras él la llevaba al paraíso y de vuelta.
Cayeron en la cama. Wyatt se inclinó sobre ella y la besó. Mientras sus lenguas se tocaban y jugaban, le deslizó los dedos por el abdomen, hacia el vientre, y ella separó los muslos.
Él se deslizó entre sus piernas e, inmediatamente, encontró el lugar más especial de su cuerpo. Se lo acarició ligeramente, obligándola a retorcerse para conseguir más. Más fuerte, pensó Claire. Más rápido.
Pero pronto descubrió que Wyatt tenía sus propios planes. En vez de escuchar sus mandatos físicos, siguió besándola. Descendió y tomó sus pezones con la boca, lo cual resultó muy agradable. Claire debía admitir que la mezcla de la succión en los pechos y sus caricias entre los muslos funcionaba muy bien.
Las descargas de sensaciones le atravesaron el cuerpo. Se acaloró, y su respiración se aceleró por segundos. Reconoció la tensión cada vez mayor, la pulsión de sus músculos, y se hundió en la cama para disfrutar del viaje.
Entonces Wyatt se detuvo. Ella abrió los ojos y lo miró. Él le acarició la nariz.
– Quiero probar algo. Relájate y deja que yo me ocupe de todo.
Una cualidad excelente en un hombre, pensó ella mientras Wyatt se levantaba y se quitaba el resto de la ropa. Antes de volver a tumbarse en la cama, sacó un preservativo del cajón de la mesilla.
A Claire se le encogió el estómago. Protección. Era lo que usaría cualquier persona sensata. Sin embargo, le recordaba a cómo había sido la vez anterior, cuando él no había usado el preservativo, y también a que existía una posibilidad de que estuviera embarazada.
Se apartó aquello de la cabeza. No era el momento de meditar sobre aquello; él se estaba arrodillando entre sus piernas. Wyatt se apoyó con las manos en el colchón y se deslizó en su cuerpo, llenándola hasta el final. Fue increíblemente íntimo.
Sin embargo, en vez de moverse hacia delante y hacia atrás, él se irguió y, aunque seguía dentro de ella, metió la mano entre sus cuerpos y comenzó a acariciarla.
Encontró su centro con los dedos y se lo frotó. Dibujó círculos y lo presionó con un ritmo constante que rápidamente, hizo que a Claire se le cortara la respiración. Contrajo los músculos de la vagina y consiguió que él gruñera.
– ¿Sientes eso? -le preguntó.
– Oh, sí.
Bien. A Claire le gustaba ser capaz de hacer que él sintiera lo que ella estaba experimentando. Entonces la tensión aumentó, y cada vez era más difícil pensar en otra cosa diferente de lo bien que se sentía. Cerró los ojos y se abandonó al momento. Era diferente que la acariciara estando dentro de ella. Se notaba más llena, más sensible. Movió las caderas mientras lo apretaba, atrapándolo. Él volvió a gruñir.
Wyatt siguió acariciándola, consiguiendo que se estremeciera y que se tensara, y que tuviera la necesidad de acercarse a él.
Movió las caderas y él respondió retirándose ligeramente y volviendo a penetrar hasta el fondo. Más, pensó ella frenéticamente. Más y más. Movió la cabeza de lado a lado, y tomó aire repentinamente cuando todo en su interior quedó paralizado.
Hubo un latido único, y después, se deshizo en el clímax. Él continuó tocándola, entrando y saliendo de su cuerpo, llevándola en una marea que ella no podía controlar. Claire susurró su nombre mientras sus músculos se contraían una y otra vez.
Después, él no la acarició más con los dedos. Se arrodilló y comenzó a moverse con fuerza, dentro y fuera de su cuerpo. Claire no sabía qué esperar… pero se quedó anonadada cuando aquellas embestidas prolongaron su orgasmo un poco más. Llegó al éxtasis una y otra vez, temblando al ritmo de sus acometidas, segura de que aquello iba a matarla, pero también de que era un buen modo de morir.
Todavía estaba en lo más alto del placer cuando él se estremeció y se quedó inmóvil. Se desplomó a su lado, arrastrándola consigo. Se quedaron quietos, en un enredo de brazos y piernas, jadeando, abrazándose como si no quisieran separarse nunca.
El amanecer comenzó un poco antes de las seis. Claire lo supo porque Wyatt y ella ya estaban en la cocina, haciendo café. Ella llevaba una de sus camisas suaves y cálidas de algodón, y nada más. Se sentía sexy y más satisfecha de lo que había estado en toda su vida.
Se apoyó contra el mostrador mientras él ponía en marcha la máquina. Después, Wyatt le puso las manos en las caderas y la ciñó contra sí.
– Siempre eres preciosa -murmuró mientras la besaba-. Incluso a primera hora de la mañana.
– Gracias -dijo Claire, aunque sabía que no era cierto. Pero si él lo creía así, ella no iba a quejarse.
– Debes tener cuidado cuando vuelvas a Nueva -le dijo Wyatt al oído.
– ¿Volver?
– En algún momento tendrás que volver.
Ella nunca lo había pensado tan concretamente.
– Supongo que sí. Mi apartamento está allí. Y mi carrera profesional.
Su vida estaba allí hasta hacía poco. Ahora ya no estaba tan segura.
– Tendrás que aprender a protegerte. Tendrás citas, y cuando los hombres con los que salgas sepan de tu éxito financiero, quizá quieran aprovecharse de ti. Tienes que estar alerta.
– No sé si voy a tener citas -dijo ella.
– ¿Qué hombre se te va a resistir?
Buena respuesta, pero de todos modos…
– ¿Y por qué iba a elegir yo a alguien así?
– A algunos hombres se les da muy bien disimular que son unos canallas.
– Tú nunca querrías mi dinero.
– No. Pero no estoy hablando de mí, estoy hablando del siguiente tipo.
¿Del siguiente tipo? ¿Porque ellos dos ya no iban a volver a salir?
Él sonrió.
– Yo soy el tipo al que has conocido mientras estabas de vacaciones. Vivo en Seattle, tengo una hija. Tú vives en Nueva York y viajas por todo el mundo.
¿Qué quería decir con aquello? ¿Que no tenían nada en común, que lo suyo nunca funcionaría?
Claire sintió una punzada de dolor en el pecho.
– Quiero lo mejor para ti -dijo él-. No quiero que sufras, ni que te arrepientas de nada.
Era demasiado tarde para eso. Claire ya estaba sufriendo. Wyatt había sido sincero con ella desde el primer momento, y ahora estaba intentando hacer lo correcto y cuidarla. A él no se le ocurría que ella quería más. Quería a alguien a quien le importara lo suficiente como para pedirle que se quedara, por muy difícil que fuera organizar todo lo demás. Alguien que la quisiera… como ella lo quería a él.
Dieciocho
Nicole hizo todo lo posible por no pasarse la mañana de mal humor, pero era difícil. Se había cansado de estar atrapada en casa, cansada de quedarse siempre atrás. La noche anterior, Claire se había ido a superar sus miedos para poder volver a su vida emocionante en Nueva York. Además, estaba teniendo una aventura maravillosa con Wyatt. A Nicole no le molestaba concretamente que Claire se estuviera acostando con Wyatt, pero ella iba a divorciarse muy pronto, y seguramente no volvería a confiarle su corazón a ningún hombre en una larga temporada y, por lo tanto, no iba a tener relaciones sexuales jamás. No era de las que se acostaban con un hombre así como así, aunque tampoco había muchos haciendo cola.
Lo único que le quedaba de los tres meses anteriores de su vida era un ex marido infiel, una hermana pequeña traidora y ladrona y dos cicatrices feas.
Se hundió en el sofá y pensó que no todo era tan malo. Se había reconciliado con Claire.
– Ahora que me cae bien, se vuelve a Nueva York -murmuró, cada vez más malhumorada-. Y yo me quedaré sola otra vez…
Odiaba sentirse así. Decidió poner la televisión para distraerse, pero cuando iba a tomar el mando, alguien llamó a la puerta.
Nicole se puso en pie con ayuda de las muletas y fue hasta allí. La abrió, y en el umbral se encontró a Jesse.
La primera emoción que sintió Nicole fue alivio, seguido de una oleada de amor. Llevaba semanas sin ver a Jesse y, pese a todo lo que había ocurrido entre ellas, estaba preocupada.
Nicole tuvo bien cuidado de no dejar traslucir ninguna de aquellas emociones.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Me enteré de tu operación -dijo Jesse-. Quería ver cómo estás.
El afecto inicial se diluyó en seguida. De repente, en la cabeza de Nicole se amontonaron todas las traiciones de Jesse; tuvo ganas de arremeter contra ella. No le importaba que su hermana pequeña tuviera cara de tristeza, de arrepentimiento y de cansancio. Quería venganza.
También quería hablar con Jesse. Demonios.
– Estoy bien -dijo Nicole al fin-. Convaleciente.
– ¿Puedo pasar?
En vez de responder verbalmente, Nicole se apartó de la puerta. Entró en el salón, deseando que las cosas volvieran a ser como antes y, al mismo tiempo, sabiendo que algunas heridas tardaban más de unas semanas en curarse.
Se sentó en el sofá. Jesse se quedó de pie. Miró a su alrededor.
– Todo sigue igual.
Nicole se encogió de hombros. No quería hablar de decoración.
– A lo mejor podemos hablar.
– ¿Sobre qué?
Jesse respiró profundamente. Alzó la cabeza.
– Lo siento -dijo-. Yo lo siento muchísimo, y tú no estás facilitando las cosas.
Nicole apagó la chispa de esperanza que había surgido en su interior.
– Facilitar las cosas no es mi trabajo.
Jesse miró hacia arriba con exasperación.
– ¿Cuándo vas a dejar de aprovechar todas las ocasiones para darme una lección moral estúpida?
– Cuando dejes de necesitarlas. Vamos, Jesse, convénceme.
– Siento haberte hecho daño. Siento que te disgustaras.
La esperanza murió del todo, y de ella nació la ira.
– ¿Y qué te parece si me dices que sientes haberme robado? ¿O es mucho pedir que asumas tu responsabilidad?
– Es una receta familiar. Aunque a ti no te guste, yo sigo siendo parte de esta familia. La mitad del obrador es mío. Tenía derecho a usarla.
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