– Estás exagerando. Aprovéchate de ella, eso te proporcionará algo de placer.

– Menos del que tú te imaginas.

Llegaron a casa. Después de aparcar, Wyatt tomó a Nicole en brazos para llevarla dentro. Claire ya había abierto la puerta, y los siguió al interior.

Él subió las escaleras y entró al dormitorio de Nicole. Alguien, seguramente Claire, había descorrido las cortinas. Cuando él dejó a Nicole sobre la cama, ella respiró hondo y sonrió.

– Gracias.

Se había quedado pálida. Wyatt sabía que debía de tener dolores fuertes.

– ¿Cuándo puedes tomar algo para el dolor?

– Hasta dentro de un rato no. Me pusieron una inyección en el hospital. Estaré bien.

No tenía cara de estar bien.

La ayudó a quitarse la chaqueta y las zapatillas y a acostarse. Después de taparla, se sentó a su lado en la cama.

– Sólo será durante unos días -le dijo-. Yo vendré por las noches, pero necesitas ayuda durante el día.

Ella cerró los ojos.

– No será tan malo -le dijo él.

– Te odio.

– ¿Eso es un «sí»?

Nicole suspiró.

– Sí.

Wyatt se puso en pie. Claire estaba vacilando en la entrada de la habitación. Él pasó por delante de ella y esperó hasta que lo siguió al pasillo y después al piso de abajo. Cuando estuvieron en la cocina, se volvió hacia ella.

– Has dicho que has venido aquí a cuidar de tu hermana -le dijo.

– Sí. Obviamente. ¿A qué otra cosa iba a venir?

– Muy bien. Entonces, eso es lo que vas a hacer. Ayudar. Nicole tiene muchos dolores. Tendrá que curarse, y tu trabajo es hacerle la vida más fácil. No se te vayas por ahí a visitar clubs, ni a salir con tus amigos. Tienes que estar aquí y ser responsable. Esto es un compromiso muy serio. Yo vendré a ver a Nicole todas las noches y te prometo que si lo estropeas, lo lamentarás.

Claire lo miró como si fuera un marciano.

– No sé de qué estás hablando.

– ¿Es que no me he expresado con claridad?

– ¿Piensas eso de mí, realmente? -Claire cabeceó-. No importa. Una parte de mí quiere preguntarte lo que Nicole te ha contado de mí, pero en realidad no quiero saberlo. ¿Para qué? Yo soy mala y ella es buena, y así ha sido siempre.

Hizo una pausa y tragó saliva. Wyatt tuvo la impresión de que estaba conteniendo las lágrimas. Se dijo que no era más que una actuación maestra; se negó a dejarse atrapar por la interpretación.

Sin embargo, Claire no lloró. Respiró profundamente un par de veces y lo miró.

– Tú no me conoces. A pesar de lo que Nicole te haya contado, no sabes nada sobre mí. Yo podría decir lo mismo de ella, lo cual es triste. Somos hermanas, mellizas. Detesto que nos hayamos distanciado de esta manera. Detesto cómo son las cosas. Yo no…

Claire se quedó callada y apretó los labios.

– Lo siento. A ti esto no te importa.

Él la observó sin decir nada.

Ella irguió los hombros y alzó la barbilla.

– He venido a ayudar. No tengo interés en ir a bares, nunca lo he tenido. No tengo amigos aquí en Seattle, así que no te preocupes por las distracciones. Quiero cuidar a Nicole y recuperar mi relación con ella, nada más. Eso es lo que tengo que decir, tú puedes creerlo o no. Lo cierto es que no voy a ir a ninguna parte, al menos hasta que Nicole esté bien.

Habló con dignidad y calma, y estuvo a punto de convencerlo, pero Nicole siempre le había dicho que Claire manipulaba a la gente con la misma facilidad con la que tocaba el piano.

Sin embargo, no le quedaba más remedio que fiarse. No podía dejar el trabajo, y tenía que cuidar de su hija.

– Estaré cerca. Vigilando.

– Juzgando. Es diferente.

Él se encogió de hombros. No le importaba si la había ofendido.

Se sacó una tarjeta del bolsillo de la camisa.

– Ahí tienes mi número de móvil. Si hay algún problema, llámame.

– No habrá ningún problema.

Wyatt le entregó la tarjeta en vez de dejarla en la encimera, y entonces se dio cuenta del error que había cometido, en cuanto sus dedos se rozaron.

La descarga fue tan intensa y tan pura que Wyatt pensó que la cocina iba a estallar. Soltó un juramento en voz baja y fulminó a Claire con la mirada, culpándola de la inesperada química que había entre ellos. Ella miró la tarjeta, y después lo miró a él.

– Qué raro ha sido -dijo.

Había una confusión genuina en su voz, y sorpresa en sus ojos, como si ella lo hubiera sentido también pero no supiera lo que significaba.

«Sí, claro», pensó él. Estaba manipulándolo. Que siguiera así, a él no le importaba. No le importaba nada cómo reaccionaba al tocarla. No iba a hacer nada respecto a aquellas sensaciones, no se dejaba controlar por sus hormonas. Era un hombre racional que pensaba con la cabeza, no cedía sin más a los impulsos.

Sin embargo, cuando ella sonrió y dijo: «Gracias por cuidar de ella», poniéndole una mano sobre el brazo, él quiso ceñirla contra su cuerpo y besarla hasta que le pidiera clemencia. La imagen fue tan poderosa que se le quedó la boca seca y se le aceleró el pulso. Humillante.

Salió de la cocina a zancadas, sin decir adiós, jurándose que mantendría las distancias con Claire. Lo que menos necesitaba en su vida era otra mujer inútil que lo volviera loco y estropeara todo lo que tocaba.


Claire miró la ropa que había dejado sobre la cama y suspiró. Parecía que hacer las maletas no era una habilidad instintiva. Había tenido mucho cuidado con todo, pero allí estaba su ropa, completamente arrugada.

En circunstancias normales, la ayudante de Lisa se llevaría aquella ropa y se la devolvería perfectamente planchada. Y si ella no estaba cerca, llamaba al servicio de lavandería del hotel. Sin embargo, aquello no era un hotel.

Observó una blusa de seda y se preguntó si podía plancharse. Con otro suspiro, se acordó de que no sabía planchar, y si quería practicar, quizá no fuera lo mejor hacerlo con una blusa de diseñador.

– ¿Soy totalmente inútil, o esto es un incidente aislado? -se preguntó en voz alta. Era mejor saber la verdad que fingir. Su objetivo era cambiar, adaptarse al mundo real.

Oyó un sonido que provenía del pasillo y, sin soltar la blusa, corrió hacia la habitación de Nicole y se la encontró saliendo del baño. Estaba doblada por la cintura, con un brazo en el estómago. Estaba pálida y tenía la boca fruncida de dolor.

– Tenías que haberme avisado -dijo Claire, mientras acudía rápidamente a su lado-. Estoy aquí para ayudarte.

– Si se te ocurre cómo puedes hacer pis por mí, soy todo oídos. De lo contrario, apártate.

Claire hizo caso omiso de aquel comentario y se acercó a la cama, donde rápidamente, apartó las mantas. Nicole no le hizo caso y muy despacio, con cuidado, se tendió. Claire intentó taparla.

– Si me tapas, te juro que te mataré. Hoy no, pero pronto, cuando menos te lo esperes.

Claire se apartó de la cama.

Cuando Nicole se hubo acomodado, cerró los ojos. Después de un segundo, volvió a abrirlos.

– ¿Es que vas a quedarte ahí?

– ¿Necesitas algo? ¿Más agua? ¿Trocitos de hielo? Te ayudarán a mantenerte hidratada sin provocarte náuseas.

– ¿Cómo lo sabes?

– He estado leyendo algunos artículos en Internet.

– Vaya, eres toda una enfermera.

Claire agarró con fuerza la blusa.

– No decían nada sobre que una operación le vuelva a uno sarcástico, así que supongo que es un rasgo únicamente tuyo.

– Lo llevo con orgullo, como si fuera una medalla al mérito -dijo Nicole, que se movió e hizo un gesto de dolor-. ¿Qué estás haciendo aquí, Claire?

– Jesse me llamó hace unos días y me dijo lo de la operación. Me advirtió que ibas a necesitar mi ayuda. También dijo que sentía que todavía estuviéramos distanciadas, y que tú querías que fuéramos una familia.

Lo dijo sin temblar, sin que su voz delatara el sufrimiento. Sin embargo, estaba allí, escondido. Porque acercarse a su hermana era lo que quería.

– ¿Y la creíste? -Nicole movió la cabeza-. ¿De verdad? Después de todo este tiempo, ¿crees que voy a cambiar de opinión sobre ti?

– Tu opinión sobre quién crees que soy -replicó Claire-. Tú no me conoces de verdad.

– Una de las bendiciones de mi existencia.

Claire hizo como si no la oía.

– Ahora estoy aquí, y es evidente que necesitas ayuda. No veo a ningún otro candidato, así que parece que estamos atrapadas.

Nicole se puso tensa.

– Podría llamar a mis amigos.

– Pero no lo vas a hacer. Odias deber favores a los demás.

– Como tú también has dicho, no me conoces de verdad.

– Pero me lo imagino.

Ella también odiaba deber favores.

– No finjas que tenemos algo en común -le espetó Nicole-. Tú no eres nadie para mí. Muy bien, si crees que puedes ayudar, ayuda. No me importa. Lo bueno es que no creo que seas capaz de hacer nada, aparte de esperar a que te sirvan, así que mis expectativas son bajas.

Aquello no era lo que había imaginado, pensó Claire con tristeza. Esperaba que podrían entenderse. Nicole y ella eran mellizas, estaban conectadas desde su nacimiento. ¿Acaso todo el tiempo que habían pasado separadas y los malentendidos habían terminado con aquel vínculo?

Ella estaba allí para averiguarlo.

– Seguro que querrás descansar -dijo-. Te dejo tranquila.

– Ojalá.

Claire hizo como si no hubiera oído el comentario y se giró hacia la puerta. Entonces se detuvo.

– ¿Tienes algún servicio de limpieza?

– ¿Para la casa? No. Limpio yo.

– No, me refería a… No importa.

Nicole miró la blusa.

– ¿Te referías a una tintorería?

Claire negó con la cabeza.

– No importa.

– Sí, claro. Deja que adivine. Una princesa del piano como tú no puede ocuparse de su ropa. Te diría cómo funciona la lavadora, pero no iba a servir de nada, ¿verdad? Demasiada seda y cachemir, seguro. Pobre, pobre Claire. Nunca has tenido unos vaqueros. Debes de llorar todas las noches hasta que te quedas dormida.

Claire hizo lo posible por evitar los dardos envenenados que le estaba lanzando su hermana.

– No voy a disculparme por mi vida. Es diferente de la tuya, pero no menos valiosa. Has cambiado, Nicole. Recuerdo que antes siempre estabas enfadada, pero no que fueras mala. ¿Cuándo te volviste así?

– Sal de aquí.

Claire asintió.

– Estaré en mi habitación si me necesitas.

– Eso no va a suceder. Prefiero morirme de hambre antes que verte.

– No, claro que no.

Sin hacer caso del ardor que sentía en los ojos, y de la sensación de pérdida que la abrumaba, Claire volvió a su cuarto, decidida a arreglar todo lo que se había estropeado.


La alarma sonó a las cuatro menos cuarto de la mañana. Claire la apagó y miró la luz roja que parpadeaba. ¿En qué estaba pensando? ¿Quién se levantaba a aquellas horas?

La gente que trabajaba en una panadería, claro. Ella era una de las hermanas Keyes. Tenía una obligación hacia el negocio familiar. Como Nicole no estaba en condiciones de supervisar las cosas y Jesse había desaparecido por razones que todavía no estaban claras, debía ocuparse de la panadería.

Se levantó y se vistió. La ropa estaba un poco menos arrugada después de haber pasado un rato en un baño lleno de vapor de agua. Se lavó la cara, se peinó y bajó las escaleras. Quince minutos después había llegado a la panadería y había aparcado en la parte trasera, junto a los demás empleados.

Las luces ya estaban encendidas. Claire entró por la puerta trasera.

Aquel espacio era cálido y brillante, y olía a azúcar y canela. Había aparatos por todas las encimeras y las paredes. Los formidables hornos irradiaban muchísimo calor. Había freidoras gigantes y mezcladoras enormes, montones de harina y azúcar y algo que olía al chocolate más rico del mundo.

Claire se detuvo e inhaló aquellos aromas deliciosos. La noche anterior sólo había conseguido hacer algo de sopa, aunque Nicole no tenía apetito. Sin embargo, después de tres días de dieta líquida, Claire estaba hambrienta.

Un hombre de mediana edad, vestido de blanco, la vio y frunció el ceño.

– Eh, tú. Sal de aquí. No abrimos hasta las seis.

Ella le dedicó su mejor sonrisa.

– Hola. Soy Claire Keyes, la hermana de Nicole. He venido por su operación, para cuidarla.

– ¿Hermana? Ella no tiene… -el hombre frunció el ceño-. ¿Eres la que toca el piano? ¿La altanera?

– Sí, toco el piano -dijo Claire, preguntándose qué había estado diciendo Nicole a la gente sobre ella-, pero no soy altanera. Nicole, eh… me ha pedido que viniera a ayudar, porque todavía no puede levantarse.

– No te creo. Tú no le caes bien.

Algo que parecía que había compartido con todo el mundo. Claire se había sentido culpable por sentir, pero ya no. Encontraría la manera de encajar, y la panadería era el lugar más obvio por donde podía empezar.