– ¿Tienes un segundo para hablar?
– Claro. ¿Es una conversación corriente o debería cerrar la puerta?
– Quizá prefieras cerrarla.
Hubo un momento de silencio, seguido de una risa suave.
– De acuerdo. Nunca me habría imaginado que te iba lo del sexo por teléfono. Admito que yo nunca lo he hecho, pero aprendo rápidamente.
Ella agarró con tanta fuerza el teléfono móvil, que le dolieron los dedos.
– Tengo que hacerte una pregunta. ¿Lo que me has insinuado es cierto? Me refiero a lo de que quieres acostarte conmigo. ¿O es todo un juego?
– Nicole, ¿qué ocurre?
– Sólo responde la pregunta.
– Por supuesto que estoy interesado.
Gracias a Dios. Ella inspiró profundamente.
– Entonces te propongo un trato: seré tu gatita. Estaré disponible cuando quieras.
– Esa es una gran oferta.
– Pero tiene una contrapartida.
– Casi no me importa, lo que sea.
Había llegado la parte difícil.
– Quiero que te comportes como si fueras mi novio, como si estuvieras totalmente enamorado. Quiero que nos vean en público a menudo. Serás fiel y no coquetearás con ninguna otra mujer. Yo alardearé de ti ante todos mis amigos, y dentro de pocas semanas, te dejaré plantado, también públicamente.
– ¿Por qué?
– Tengo que demostrar algo.
– ¿Tiene algo que ver con tu ex marido?
– Un poco.
– ¿Sigues enamorada de él?
– No.
– ¿Estás segura?
– Sí. Me ha engañado y estoy enfadada, pero no estoy sufriendo por él. Quiere que volvamos. Yo no. Lo que ocurre es que estoy cansada de cómo se comporta todo el mundo. La lástima es lo peor. Las miradas. Quiero demostrarles a todos que estoy perfectamente.
Era lo más parecido a la verdad que podía decir sin echarse a llorar.
– Yo no tengo relaciones serias -le advirtió él-. Soy fiel, pero no tengo relaciones duraderas.
– Yo tampoco.
Un momento, ¿eso significaba que él estaba diciendo que sí?
– Tendré que decirle a Brittany que no vamos en serio. No quiero que se preocupe.
– Con tal de que no le cuentes los detalles del trato, me parece bien.
– No hay problema. Yo no hablo de mi vida sexual con mi hija, y no quiero que sepa que he tenido que hacer un trato para poder acostarme contigo.
A ella se le aceleró el corazón.
– Entonces ¿aceptas?
– Sí. ¿Cuándo te vas a convertir en…? Espera, ¿cómo lo has llamado? En mi «gatita».
El alivio tenía un sabor dulce.
– Cuando quieras.
– Puedo estar en tu casa dentro veinte minutos.
– Te estaré esperando.
– ¿Puedes esperarme desnuda?
– Si es importante para ti…
– Sí, muy importante.
Seis
Nicole volvió a casa apresuradamente y subió a su habitación. Desnuda. Hawk había dicho bien claro que quería que lo esperara desnuda. Sabía que no podía recibirlo en el piso de abajo sin llevar nada, pero sacó del armario un vestido de tirantes y se lo puso sin el sujetador, sólo con las braguitas. Después de mirarse al espejo para asegurarse de que estaba bien, comenzó a bajar las escaleras. Justo en aquel momento, sonó el timbre de la puerta.
Hasta aquel momento no había tenido tiempo de sentir pánico. Todo había sido muy rápido. Mientras caminaba hacia la puerta, el terror la atenazó. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Iba a acostarse con un hombre al que apenas conocía? Nunca había hecho nada semejante.
Abrió la puerta. Hawk estaba en el porche, un metro ochenta y cinco centímetros de hombre despampanante. Tenía una expresión peligrosa, atractiva, y un aire de expectación contenida que estuvo a punto de conseguir que se desmayara.
– Hola -dijo él, y sonrió-. He tenido que hacer una parada técnica.
Le mostró una bolsita de una farmacia cercana.
Ella la miró con asombro.
– ¿Has parado a hacer un recado de camino hacia aquí?
– No haces esto muy a menudo, ¿verdad?
– ¿El qué?
– Lo de la gatita.
Nicole se ruborizó.
– No. ¿Por qué?
– No he ido a hacer ningún recado. He comprado preservativos.
Ella tragó saliva.
– Eh…, buena idea.
Después se apartó para que él pudiera entrar, y Hawk pasó al salón.
– ¿Dudas?
– Y una necesidad acuciante de vomitar.
– ¿Quieres que hablemos de ello?
¿Le quedaba otro remedio? Cerró los ojos con fuerza, y después lo miró.
– No tengo demasiada experiencia. Antes de casarme no tuve muchas aventuras -ninguna. La palabra era ninguna-. No sé si voy a estar a la altura.
Hawk se acercó a ella.
– ¿Y eso es todo?
– ¿No te parece suficiente?
Él dejó la bolsa sobre la mesa de centro y le tomó la cara con ambas manos.
– Yo estuve casado doce años. Serena es la única mujer con la que había estado. Desde entonces sólo ha habido un par.
– ¿De cientos?
Él se rió.
– Menos de diez.
– Eso no es posible.
Hawk se inclinó y la besó ligeramente.
– Tengo muchas ofertas, pero soy quisquilloso. Conozco mi reputación, pero la mayor parte de las cosas que se dicen son habladurías. Admito que tú eres la primera mujer con la que he tenido que negociar, eso sí.
¿Le estaba diciendo la verdad? Eso esperaba Nicole. Hacía que se sintiera mucho mejor, pero…
– No te hagas ilusiones. Tengo demasiada presión en estos momentos. Esto no va a ser milagroso ni nada por el estilo.
– Claro que sí.
La abrazó y la estrechó contra sí. Nicole se aferró a él mientras se besaban. La boca de Hawk era cálida y firme, aunque no exigente. Ella separó los labios rápidamente, y lo acogió.
Los cosquilleos comenzaron en cuanto sus lenguas se tocaron. La recorrieron de pies a cabeza y la hicieron temblar. Nicole se sintió a la vez débil y poderosa. Y lo que era más excitante todavía, se dio cuenta de que deseaba aquello más de lo que habría creído posible.
Se apretaron el uno contra el otro, de hombro a muslo. Estaban tan cerca que ella notó el momento exacto en el que él se endureció. Su erección la presionaba en el vientre, hacía que deseara frotarse contra él. Nicole dibujó círculos con la lengua, contra la de Hawk, y después cerró los labios a su alrededor y succionó. Su pene se flexionó contra ella.
Fue como si alguien hubiera apretado un interruptor. Quizá fuera el hecho de saber que aquel hombre la deseaba. Quizá fuera la montaña rusa emocional en la que había estado durante los últimos dos meses. Quizá fuera la química. Fuera cual fuera el motivo, se dio cuenta de que ardía de necesidad, de impaciencia. La pasión se apoderó de ella, le cortó la respiración y la hizo atrevida.
Cuando él se echó ligeramente hacia atrás y comenzó a besarle las mejillas y la mandíbula, Nicole tiró de su camiseta y se la sacó de la cintura de los pantalones. Deslizó las manos por debajo y sintió la piel caliente y los músculos de sus costados.
Él le lamió el cuello y Nicole se estremeció. Ella exploró su pecho y le pasó las yemas de los dedos por las tetillas, y él se puso rígido.
El ambiente estaba cargado de tensión sexual. Se besaron, se acariciaron. Él le pasó las manos por la espalda y bajó hasta sus nalgas, y las apretó. Ella le agarró la camiseta con ambas manos.
– Quítate esto -ordenó.
Él obedeció con un rápido tirón, y se quedó desnudo de cintura para arriba.
Era más perfecto de lo que había imaginado. Puro músculo, esculpido de una manera que Nicole no había visto nunca fuera de una revista.
– Eres asombroso.
– Y ahora, ¿quién está buscando un milagro?
Ella sonrió. Lo miró y percibió la necesidad de sus ojos. Era deseo sexual… por ella. Posiblemente, la mejor cualidad de aquel hombre.
Hawk agarró con suavidad el tirante de su vestido y se lo bajó por el hombro, y después se inclinó y le besó el hombro. Le mordisqueó la piel, y Nicole notó que todo su cuerpo se tensaba. Cuando él encontró la cremallera del costado del vestido, la bajó sin esfuerzo, y ella supo que no había vuelta atrás. ¿Y por qué iba a querer volverse atrás? Tener relaciones sexuales con Hawk iba a ser una experiencia asombrosa.
Él le quitó el vestido, y ella se quedó desnuda, salvo por las braguitas. Antes de que tuviera tiempo de sentirse azorada, él le tomó ambos pechos con las manos y la besó.
Mientras se estrechaban el uno contra el otro, mientras él exploraba sus curvas y jugueteaba con sus pezones, la estaba empujando suavemente hacia atrás. Nicole notó el sofá y, siguiendo la silenciosa indicación de Hawk, se dejó caer en él.
Él se puso de rodillas y atrapó su pezón derecho entre los labios. Con los dedos le acarició el izquierdo, frotándolo, dibujando círculos. Con la lengua rozó, succionó y lamió, y durante todo el tiempo, le provocaba sensaciones de deseo líquido por todo el cuerpo.
Ella no era capaz de pensar en nada, y eso sí era un milagro. Cerró los ojos y se abandonó al placer que él le estaba proporcionando. Hawk se irguió lo suficiente como para besarla en la boca y mientras le quitó las braguitas y la dejó completamente desnuda. Qué hombre tan inteligente.
Pasó los dedos por sus muslos y después se echó hacia atrás ligeramente.
– ¿Te duele?
¿Dolerle? Estaba húmeda, inflamada, temblorosa y preparada para los fuegos artificiales. ¿Qué podía dolerle?
– La rodilla -aclaró él.
– Está perfectamente. Ni siquiera me acordaba de que la tenía.
Él sonrió.
– Bien. Entonces hacer esto no será ningún problema.
Se inclinó hacia abajo y le besó la rodilla.
– Eso es estupendo.
– ¿Y esto? -preguntó él, subiendo un poco.
– También estupendo.
Él siguió subiendo, más y más, hacia el centro de su cuerpo, pero sin tocarlo.
– ¿Mejor?
Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza en los cojines.
– Sí.
Él la separó con los dedos y le dio un beso con la boca abierta, en el punto más sensible de su cuerpo.
– Perfecto -susurró Nicole.
Con los labios y la lengua, la exploró y volvió a aquel lugar especial. Lamió y succionó, y con cada movimiento, hizo que se sintiera más y más tensa. Ella se retorció en el asiento, buscando más. Deseando llegar al clímax. Quizá hubiera empezado con aquello para proteger su orgullo, pero de repente, lo único que tenía importancia era cómo ardía su cuerpo, y la necesidad que se estaba acumulando en su interior.
Él comenzó a moverse un poco más deprisa. A Nicole le costaba respirar, y todas las células de su cuerpo se centraron en aquel lugar y en lo que él estaba haciendo. Una y otra vez, él lamió, apretó con un poco más de fuerza. Ella quería gritar, quería suplicar, quería…
El orgasmo la tomó por sorpresa. Se hizo añicos al sentir un placer perfecto, mientras las oleadas de gozo la invadían. Se abandonó a las sensaciones, gimiendo al tiempo que su cuerpo se contraía una y otra vez.
Hawk continuó acariciándola, pero con menos presión cada vez. Obtuvo hasta el último ápice de placer para ella, hasta que se quedó lánguida.
Nicole podría haber seguido así durante horas, con los ojos cerrados, reviviendo el orgasmo más asombroso que había tenido nunca, pero una maldición entre dientes de Hawk captó su atención. Abrió los ojos y lo vio quitándose los pantalones a toda prisa, liberándose de las zapatillas. Sus movimientos eran frenéticos, casi desesperados. Él vio que ella lo estaba mirando.
– ¿En qué estabas pensando para tener semejante orgasmo? ¿Cómo voy a contenerme si gimes así, crees que ahora voy a durar más de cinco segundos? Casi pierdo el control con los pantalones puestos. No soy un adolescente. Se supone que sé dominarme.
Era uno de aquellos momentos perfectos de la vida. Él la deseaba. Desesperadamente. Nicole lo veía en su rostro y en sus movimientos tirantes.
Hawk se quitó el resto de la ropa y se quedó allí de pie, desnudo, abriendo la caja de preservativos. Continuó murmurando, pero ella no le prestó atención. Estaba demasiado ocupada mirando su enorme erección, y preguntándose si iba a hacerla gemir de nuevo o iba a hacerla gritar.
Él se colocó la protección y se arrodilló en el suelo.
– No puedo esperar mucho más -dijo.
– No pasa nada -respondió Nicole, y lo guió hacia el interior de su cuerpo.
Él la llenó por completo. Ella tuvo que adaptarse a su cuerpo, y estaba más que dispuesta a hacerlo. Hawk empujó una vez, y emitió un gruñido.
– Tengo que hacerlo ya. Iré más lentamente la próxima vez.
Ella sonrió.
– Adelante.
Entonces, él la agarró por las caderas y embistió. Nicole cerró los ojos y disfrutó de sus movimientos, del ritmo constante y de cómo él entraba y salía de ella. Su cuerpo comenzó a tensarse de nuevo. Separó más las piernas para atraparlo.
Él colocó una mano entre los dos y la acarició. Fue suficiente para enviarla de nuevo a lo más alto, sin previo aviso, súbitamente.
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