Él siguió mirándola, y después caminó hacia la puerta.

– No lo entiendes, ¿verdad, Jesse? No me importa. Ya no significas nada para mí. No creo que ese niño sea mío, y aunque lo fuera, no quiero tener un hijo contigo. No quiero tener nada que ver contigo, no quiero volver a verte, pase lo que pase.

– Matt, por favor.

Él abrió la puerta y miró hacia fuera.

– Vete.

Jesse salió de la casa y bajó las escaleras hacia el coche. Se sentó al volante y lloró hasta que se le quedaron los ojos secos. Se sentía vacía, sin nada.

Lo cual era la triste verdad de su vida. Nadie de los que quería deseaba tener que ver con ella. Nadie estaba dispuesto a darle una oportunidad.


Nicole miró a Raoul, que estaba metiendo sus cosas en casa. Ella observó las bolsas de basura negras y tomó nota de que debía comprarle un par de maletas decentes la próxima vez que saliera. Nadie debería llevar lo que tenía en bolsas de basura.

– Las habitaciones están arriba -informó-. Te voy a instalar en la habitación de invitados.

– Gracias por hacer esto -dijo Raoul.

– De nada -contestó ella, y lo precedió escaleras arriba-. Mira, el baño está ahí. Hay toallas fuera, y tienes más en el cajón de abajo. Ahí está la televisión. No me importa lo que veas, pero te agradecería que bajaras el volumen a partir de las nueve. He puesto un teléfono en la mesilla. Me levanto muy temprano, así que nada de llamadas tarde, ¿eh?

Él asintió, con aspecto de sentirse incómodo.

– Esto es raro -le dijo ella-. No nos conocemos bien y, para colmo, soy tu jefa. Así que los dos estamos incómodos. Pero cada vez será más fácil.

– Lo sé -respondió Raoul, y se metió las manos en los bolsillos-. Dime lo que tengo que hacer, no pasa nada. Te haré caso.

Era bueno saberlo. Si su hermana la hubiera escuchado, las cosas habrían sido mucho más fáciles.

– Entonces ¿puedo ser mandona? -preguntó, intentando relajar algo de la tensión.

– Claro.

Nicole sonrió.

– Vamos abajo otra vez. Puedes decirme qué comida te gusta, y hacer sugerencias.

En la cocina, ella apuntó sus peticiones de cereales y refrescos.

– ¿Comes en el instituto? -quiso saber.

– Sí.

– Muy bien. Avísame si algún día no vas a cenar en casa. Oh, y si se te está acabando algo, apúntalo aquí y yo lo compraré -y le mostró dónde tenía la lista.

– No tienes que ser tan agradable -dijo Raoul.

– No puedes vivir en ese edificio, Raoul. Nadie debería vivir así.

Lo miró a los ojos. Él tenía una expresión a la vez esperanzada y avergonzada. Nicole quería decirle que aquello no era culpa suya. Que le habían fallado muchos; su familia, la sociedad, y mucha gente más.

– Puede que esta situación origine momentos embarazosos -dijo ella-. A lo mejor hay habladurías. Me refiero al hecho de que vivamos juntos.

De repente, la expresión de Raoul cambió, y pareció mucho más mayor de lo que era en realidad.

– ¿Porque estoy viviendo con una mujer guapa que es soltera?

Suave, pensó ella, conteniendo la sonrisa. Muy suave. Dentro de un par de años, iba a hacerle sudar tinta a Hawk.

– Algo así.

– No me importa lo que diga la gente. Brittany sabe que la quiero, y que nunca le haría daño.

Nicole sintió envidia de la animadora. Era una pena que Drew no fuera tan leal. Eso habría resuelto muchos problemas.

– Bueno, pues creo que ya lo hemos hablado todo. Tendrás que aparcar en la calle, porque no hay sitio en mi garaje, pero no te preocupes, este barrio es muy tranquilo. ¿Tienes seguro?

La mirada de asombro de Raoul le dijo lo que necesitaba saber.

– Ya es lo suficientemente malo no tener seguro cuando eres menor de edad. Ahora que eres adulto, es mucho peor. Consigue uno. Yo te adelantaré el dinero, ya me lo devolverás.

Él se irguió.

– No es necesario.

– Sí lo es. Si tienes un accidente, estarás fastidiado para el resto de tu vida. ¿Es que quieres tener que hacerte cargo de las facturas médicas de otra persona? Acepta el dinero, dame las gracias y devuélvemelo cuando seas un jugador de fútbol famoso, ¿de acuerdo?

– Sí, señora -dijo él, pero estaba parpadeando rápidamente, y se dio la vuelta.

– Bueno. Creo que eso es todo.

Él carraspeó.

– No tienes por qué hacer todo esto.

– No tengo por qué, pero quiero hacerlo.

– No te arrepentirás.

Nicole sonrió.

– Ten cuidado con esas promesas, Raoul. Puedo llegar a ser increíblemente difícil y exigente.

Él se echó a reír.

– Lo tendré en cuenta.

– Ve a instalarte, y después hablaremos de lo que vamos a cenar esta noche.

– Encantado.


La cena llegó en forma de comida para llevar, entregada por Brittany y Hawk. Raoul se iluminó al ver a su novia entrar en la habitación, y Nicole se preocupó porque tuvo la sensación de que ella también resplandecía al ver a Hawk.

Este se acercó a ella y le dio un ligero beso en los labios.

– ¿Cómo va? -le preguntó él.

– Se está instalando. Hasta el momento, no ha dejado la tapa del inodoro levantada, así que no he tenido que matarlo.

– ¿Eso es algo definitivo para ti?

– Puede serlo.

– Me alegro de saberlo.

– Hemos traído comida china -dijo Brittany mientras entraba con una bolsa grande en la cocina-. Hay una tonelada de comida, para que pueda haber sobras.

– Es la mejor parte de la comida china -dijo Nicole.

– Ya lo sé -dijo Brittany, y dejó la bolsa sobre la mesa-. Me alegro de que dejes que Raoul se quede aquí. Estará mucho mejor que en ese edificio abandonado. Hacía frío y viento en verano, así que yo no creía que pudiera quedarse allí en invierno.

Brittany se quedó callada de repente, como si se hubiera dado cuenta de lo que había dicho, y se tapó la boca con la mano.

Hawk dio un paso hacia ella.

– ¿Sabías que habían echado a Raoul de su casa de acogida y que estaba viviendo en la calle?

– Más o menos, y no estaba viviendo en la calle.

– Algo muy parecido.

– Entrenador… -dijo Raoul, pero Nicole lo tomó del brazo y negó con la cabeza.

Tenía la sensación de que era mejor que el chico se mantuviera aparte. Brittany parecía del tipo de niñas que sabía cómo engatusar a su padre para salirse con la suya. Nicole no creía que Hawk pudiera estar enfadado con ella durante mucho tiempo.

– No quería decírtelo porque sabía que ibas a disgustarte -dijo Brittany-. Además, si te enterabas, tendrías que decírselo a alguien, y no sabíamos dónde podía terminar Raoul. Nos pareció mejor que se quedara allí hasta que cumpliera dieciocho años y fuera mayor de edad. Papá, siento haberte disgustado.

Nicole esperó a que Hawk se diera cuenta de que su hija se estaba disculpando porque la hubieran pillado y no por haber mentido. Al ver que él asentía y le daba un abrazo, ella intentó averiguar si él no se había dado cuenta, o si, sencillamente, no quería resolver aquel asunto con su hija en aquel momento.

– No guardes secretos -dijo a Brittany.

– No lo volveré a hacer, papá.

Nicole pensó en todas las mentiras que le había dicho Jesse. ¿Acaso Hawk no se preocupaba por su hija? Aparte de la promesa de no ocultar cosas, Raoul llevaba viviendo por lo menos semanas en aquel edificio abandonado, y Brittany había ido a visitarlo. Lo cual significaba que habían estado solos durante horas. El sexo era la consecuencia más probable.

Quizá a Hawk no le importara, o quizá Brittany usara métodos anticonceptivos. Aunque no siempre funcionaban.

Bueno, cada problema en su momento, pensó Nicole.

– ¿Por qué no ponéis la mesa entre los dos? -propuso Hawk a los adolescentes-. Después de cenar podríamos ver una película.

Los chicos obedecieron y salieron de la cocina. En cuanto se quedaron solos, Hawk la abrazó.

– Esto va a ser un problema -murmuró antes de besarla.

Ella se abandonó a la calidez de su boca, a su contacto.

– Tienes un chico -dijo él entre besos-. Yo tengo una chica. Era demasiado bonito el sueño de que fueras mi gatita.

Ella se echó a reír, y le acarició el pecho.

– Vamos a tener que idear algo.

Él arqueó una ceja.

– ¿Quieres repetir lo de la última vez?

– Por supuesto.

Hawk sonrió.

– Yo también.

Él volvió a besarla, y estaba a punto de tenderla sobre la encimera cuando oyó la risa de Brittany.

Soltó un gruñido y apoyó la frente en la de ella.

– ¿No podemos mandarlos al cine?

– Mañana tienen clase.

– No creo que pueda esperar hasta el fin de semana.

Nicole sonrió.

– ¿Cómo tienes el horario? ¿Tienes algo de tiempo libre esta semana?

– Con una recompensa como tú, lo buscaré.

Nueve

Nicole entró en casa y se la encontró llena de adolescentes. Había varias chicas sentadas en el sofá y unos chicos en el suelo. Había libros abiertos, apuntes esparcidos, patatas fritas, refrescos, un par de bolsas de galletas y rumor de conversaciones.

Ella se detuvo en seco, sin saber qué pensar de la invasión. Raoul se había mudado a su casa, así que tenía sentido que sus amigos pasaran por allí a verlo. Le resultaba extraño, porque Jesse nunca había llevado a sus amigas.

– Hola -dijeron algunos de los chicos.

– ¿Ha traído magdalenas glaseadas? -preguntó un adolescente.

Nicole sonrió.

– No, pero mañana traeré.

– Muchas gracias.

Raoul se puso en pie rápidamente y la siguió hasta la cocina.

– ¿Debería haberte preguntado si podía invitarlos?

– No, no te preocupes. Pero rigen las mismas normas. Y nadie puede bajar al sótano ni subir a las habitaciones. Ni siquiera Brittany.

Él sonrió.

– ¿Qué es lo que te preocupa?

– Ya sabes exactamente lo que me preocupa. No va a suceder. Nadie va a tener relaciones sexuales en esta casa.

Él arqueó las cejas, y Nicole suspiró.

– Ni siquiera yo. ¿Está claro?

– Sí, señora -dijo Raoul, sonriendo mientras hablaba. Después, la sonrisa se le borró de los labios-. Gracias por acogerme, Nicole.

Ella se encogió de hombros.

– Nos entenderemos. Vamos, vuelve con tus amigos. Diles que lo dejen todo recogido, o me enfadaré de verdad. Y hazme caso, eso no les gustaría.

Él sonrió de nuevo.

– Eres la mejor.

– Ya lo sé.

Tomó una lata de refresco y subió a su habitación. Al pasar por delante de la habitación de Jesse, se quedó pensando en lo difíciles que habían sido las cosas siempre entre ellas dos. ¿Cómo era posible que su hermana pequeña hubiera llegado a odiarla tanto como para engañarla con Drew? Al fin y al cabo, eran familia. ¿Acaso eso no contaba para nada?

Parecía que no, pensó Nicole mientras contenía las lágrimas. Y, aunque ella quisiera tanto a Jesse, tenía la sensación de que nunca iba a poder perdonarla. No por lo que había hecho, sino porque era evidente que no le importaba nada, que no se había preocupado de a quién hacía daño.

– Ya es suficiente -murmuró Nicole, y se dio la vuelta.

Había terminado de sufrir y de preocuparse por algo que no tenía arreglo. Mientras seguía caminando por el pasillo, oyó unas carcajadas en el piso de abajo. Era un sonido agradable, y se notó más animada. Siempre debería haber risas en una casa.


Cuando se cerró la puerta por octava vez, Nicole bajó al salón. Se preparó para encontrarse un desastre, pero todo estaba muy limpio. Había que pasar la aspiradora por la alfombra, pero aparte de eso, los envoltorios, las latas y otros restos habían desaparecido.

Impresionante. Fue hacia la cocina para darle las gracias a Raoul. Estaba resultando ser un chico de lo más…

Se detuvo en seco al ver que él había envuelto una pechuga de pollo hervida en una bolsa para sándwiches y que se la metía al bolsillo del pantalón.

Nicole se quedó muy sorprendida.

– ¿Raoul? -preguntó suavemente, para no asustarlo.

Él se volvió con una cara de culpabilidad tan evidente que Nicole supo que no se estaba llevando el pollo por si tenía hambre más tarde.

– ¿Qué? -preguntó.

– Nada -dijo él.

– Tienes pollo metido en el bolsillo. ¿Qué sucede? -interrogó a Raoul, intentando pensar en las posibles respuestas de aquella pregunta-. Hay otro chico, ¿verdad?

Juró en silencio. Un adolescente mayor de edad era una cosa, pero ¿otro chico? No tenía sitio en casa sin vaciar la habitación de Jesse y, a pesar de todo, no estaba lista para eso.

– No. No es eso -respondió Raoul rápidamente.

– Entonces ¿qué es?

Raoul agachó la cabeza.

– Hay una perra callejera que… bueno, le he estado dando de comer.

Nicole ni siquiera se sorprendió. Una perra. Claro, ella era un imán de responsabilidades.