Nicole estaba en el obrador, llenado una caja de magdalenas glaseadas para servir un pedido de urgencia. Una madre desesperada acababa de llamar: su marido se había sentado por error encima de la caja que contenía los pasteles para la fiesta de cumpleaños de su hijo de tres años.

Fue colocando con primor las magdalenas de chocolate con glaseado de fresa. Dentro de unos minutos aparecería por la puerta la madre en cuestión, y se sentiría aliviada al comprobar que, al menos, esa parte del día estaba resuelta. No le iban a dar el premio Nobel por ello, pensó Nicole, pero ayudaría a alguien a sentirse mejor.

Maggie entró por la puerta de la tienda y se acercó a ella.

– Ha venido alguien a verte -le dijo.

– ¿Alguien a quien quiero ver yo? -preguntó Nicole con un nudo en el estómago. No había mucha gente que entrara por la parte trasera de la pastelería.

– Probablemente no.

Nicole se preparó para otra pelea con Jesse. Su hermana estaba decidida a conseguir el dinero de su mitad del negocio. Ella no quería dárselo, para que Jesse no pudiera acabar de destruir su futuro. Legalmente, no tenía por qué hacer nada hasta que Jesse cumpliera veinticinco años, y había decidido resistirse hasta que su hermana llegara a esa edad.

Jesse estaba en su despacho. Nicole se quedó mirándola unos segundos con ira y tristeza a la vez, y con arrepentimiento y resignación. Pese a lo que pensara Jesse, siempre la había querido, y había querido lo mejor para ella. Sólo se llevaban seis años. Deberían haber estado más unidas.

Sabía que probablemente, ella tenía gran parte de la culpa de lo que había salido mal. Era demasiado pequeña cuando se había quedado a cargo de Jesse, pero así habían sucedido las cosas.

Jesse se dio la vuelta y la vio.

– No es lo que tú piensas -dijo-. No he venido por la pastelería.

– De acuerdo. ¿Necesitas dinero?

Jesse puso los ojos en blanco.

– No. No necesito nada. Esa información debería mantenerte callada durante treinta segundos, por lo menos.

Nicole abrió la boca, y después la cerró. Estaba muy cansada de pelearse con Jesse, y de sufrir.

– Me marcho -anunció Jesse antes de que Nicole pudiera preguntarle para qué había ido allí-. No puedo cambiar nada aquí. No puedo arreglar las cosas contigo. No quiero seguir siendo la mala de la película, así que me voy.

– Huyendo -respondió Nicole, furiosa por el hecho de que su hermana estuviera dispuesta a marcharse-. Ignorando tus responsabilidades, como siempre.

– ¿Qué responsabilidades? -preguntó Jesse-. Tú no me quieres en tu casa, y tampoco quisiste nunca que trabajara aquí.

– Eso no es cierto. Claro que quiero que trabajes aquí. Deberíamos ser socias.

– Tu definición de socias es que yo haga exactamente lo que tú dices. No quiero pasarme la vida espolvoreando azúcar en los donuts.

– Entonces ¿qué vas a hacer?

Jesse se dio la vuelta.

– No lo sé.

Perfecto. Muy bien.

– Deja que lo adivine: estás huyendo para encontrarte a ti misma. Bueno, ¿pues sabes una cosa? Tus problemas se van a ir contigo. Se meterán en tu maleta y saldrán cuando la deshagas. No puedes escapar de las consecuencias, Jesse. Lo mejor que puedes hacer es quedarte y resolverlos aquí.

– No. Ya es hora de que me vaya. Siempre te estás quejando de que nunca voy a crecer. Tal vez así me vea obligada a hacerlo. Lo conseguiré por mí misma, o fracasaré por mí misma.

Nicole tuvo ganas de gritar.

– No puedes irte. Estás embarazada, ¿cómo vas a mantenerte?

– Ese no es tu problema.

– Pero sí va a ser mi problema cuando vuelvas, y las dos sabemos que vas a volver.

Jesse la observó durante un momento.

– Tú crees que lo sabes todo de mí. Crees que sabes quién soy, pero estás equivocada. No sabes nada. Ya estoy harta de pelearme contigo, Nicole. No puedo decepcionarte más, me duele demasiado. Tú no lo creerás, pero es cierto. Nunca quise que las cosas fueran así. Por favor, no intentes encontrarme.

Dicho aquello, se dio la vuelta y se marchó.

Nicole la observó mientras se iba. Una parte de ella quería salir corriendo detrás de su hermana y pedirle que se quedara. Otra parte se preguntaba si pasar unos meses sola conseguiría que Jesse creciera. No dudaba que iba a volver, sin duda; asustada, desesperada y sin un centavo. Por no mencionar embarazada. Y ella la acogería en su casa, porque eso era lo que hacía la gente. Pero entre ahora y ese momento, quizá Jesse pudiera aprender unas cuantas lecciones.

Así que la dejó ir, y se dijo que era lo mejor, aunque tuviera que luchar contra el nudo frío que se le estaba formando en el estómago.


Después del partido de fútbol, Nicole se dirigió hacia el aparcamiento con el resto del público. Se sentía mejor que antes, pero no podía sacudirse la nube negra en la que llevaba envuelta todo el día.

Se quedó junto a su coche, sabiendo que Hawk le enviaría a unos cuantos chicos para que los llevara a la pizzería. Sin embargo, fue él quien apareció a los pocos minutos. Al ver su expresión preocupada y su palidez, Hawk le acarició la mejilla.

– ¿Qué tal estás?

– Bien. He tenido un mal día.

– ¿Quieres hablar de ello?

– No.

Él le puso la mano bajo la barbilla e hizo que lo mirara.

– ¿Quieres hablar de ello? -repitió.

Nicole suspiró. Le gustaba que él la acariciara.

– Quizá. Es un asunto familiar.

– Yo soy un tipo muy familiar.

– Es mi hermana pequeña, Jesse. Ha venido hoy a la pastelería y me ha dicho que se va de la ciudad. Está cansada de decepcionarme, así que se va. Dios la libre de intentar cambiar su comportamiento, eso no es posible. Quiere marcharse, y yo no sabía si convencerla de que no lo hiciera. En parte, creo que necesita aprender la lección, y quizá la aprenda teniendo que valerse por sí misma.

– ¿Cuántos años tiene?

– Veintidós.

– Ya no es una niña.

– En realidad sí. Nunca se ha responsabilizado de sus actos. Y ahora está embarazada -dijo Nicole. Respiró profundamente y miró a Hawk-. Ella es el motivo por el que nos hemos divorciado Drew y yo, aunque debería haber roto con él mucho antes. Es un imbécil, lo encontré en la cama con Jesse.

Hawk abrió unos ojos como platos, y soltó un juramento entre dientes.

– Lo siento.

– Yo también. Fue un golpe muy duro. Drew ha intentado convencerme de que él no tuvo la culpa, pero yo sé que todo había terminado entre nosotros. Me sentí peor por la traición de Jesse que por la suya.

– Se supone que deberías poder confiar en la familia.

– Me enfadé tanto, y me sentí tan herida… -admitió ella-. Yo fui la que insistió en que Jesse viviera con nosotros después de casarnos. ¡No iba a echar a mi hermana pequeña! Supongo que tendría que haberlo pensado mejor.

– Hiciste lo correcto.

– No lo sé. De todos modos, ahora las cosas se han complicado. Jesse está embarazada, y quizá el niño sea de Drew.

– ¿Lo sabe él?

– No tengo ni idea, y yo no voy a ser la que se lo diga. Ése es problema de Jesse -dijo, y se apoyó en Hawk. Él la abrazó-. Me preocupa que esté sola y embarazada. Después de todo lo que ha hecho, y de cómo se ha comportado, me sigo preocupando.

– Porque eres una buena hermana.

– O una completa idiota. No estoy muy segura.

– No es verdad. ¿Vas a dejar que se vaya?

– Por ahora sí. Sé que volverá. No logrará ganarse la vida, y menos con el bebé. Pero quizá el hecho de pasar unos meses en el mundo real la ayude a crecer -cerró los ojos e inhaló el olor de Hawk-. Lo cierto es que no quiero que se vaya. No puedo evitar preocuparme. Es una locura, porque me parece que debería alegrarme de que la realidad le dé una bofetada.

– Eso es porque la quieres.

– Lo sé, pero a veces la odio.

– Comprensible. Pero la quieres más de lo que la odias. Es tu hermana.

Nicole asintió. Era raro pensar que siempre había querido tener una familia propia cuando ni siquiera podía gestionar la que ya tenía.

Él le besó la cabeza.

– ¿Puedo hacer algo para ayudarte?

– El sexo estaría bien.

Hawk se rió.

– Es cierto, pero los aparcamientos nunca han sido mi estilo. ¿Qué te parece un poco de pizza?

– No es comparable, pero lo acepto.

– ¿Algo más?

– Podrías venir a cenar conmigo, con mi hermana y su prometido.

– Hecho.

Ella se apartó y lo miró con asombro.

– ¿De verdad?

Él la besó.

– De acuerdo.


– Conocí a Wyatt hace años -explicó Nicole mientras caminaban hacia la puerta de la casa-. Entró un día en la pastelería, para hacer un pedido, y comenzamos a charlar.

A Hawk no le gustó cómo sonaba eso.

– Salisteis juntos.

Ella se echó a reír.

– Lo intentamos. En teoría, éramos perfectos el uno para el otro. Así que salimos un par de veces, pero fue un desastre. Estábamos destinados a ser amigos. Después, cuando Claire se vino a vivir a Seattle hace unos meses, Wyatt y ella se enamoraron. Lo cual está muy bien. Él necesita tener a alguien en su vida.

Nicole llamó al timbre.

– Wyatt tiene una hija de un matrimonio anterior. Amy. Hoy ha ido a dormir a casa de una amiga. La conocerás la próxima vez. Es un encanto, y yo la adoro.

La puerta se abrió antes de que él pudiera hacer más preguntas.

– Hola. Estamos haciendo una barbacoa, lo que quizá no sea buena idea. Los hombres y el fuego tienden a sacar lo peor del otro. Soy Claire -dijo, tendiendo la mano-. Tú debes de ser Hawk.

– Encantado de conocerte.

– Lo mismo digo.

Claire miró a su hermana y arqueó las cejas. Hawk no supo con seguridad qué significaba eso.

Los tres entraron en la casa y la atravesaron hasta el jardín posterior. Era grande y tenía un porche de madera. Había una barbacoa de obra, grande, de acero inoxidable. Hawk tenía una mucho más grande, pero casi no la usaba. El verano era la época en que más trabajo tenía.

– Hawk, te presento a Wyatt -dijo Nicole.

Los dos se estrecharon las manos y Wyatt le ofreció una cerveza. Las mujeres volvieron a la casa.

– ¿Te gustan las chuletas? -preguntó Wyatt, señalando un paquete envuelto que había junto a la barbacoa.

– Claro. Uno no puede equivocarse con una chuleta.

– Bien. Claire me ha contado que eres entrenador de fútbol americano de un instituto.

– Sí, llevo cinco años en ese trabajo.

– ¿Y te gusta?

– Más de lo que pensaba. El fútbol es mucho más que ganar. Me gusta ver cómo crecen los chicos, y como se adentran en el mundo real.

Wyatt lo observó con fijeza, como si estuviera evaluándolo. Hawk no pestañeó. No temía lo que su anfitrión pudiera averiguar. Él no tenía nada que ocultar.

– Te veía jugar cuando eras profesional -dijo Wyatt finalmente-. Llegaste a lo más alto.

– A mi mujer le diagnosticaron cáncer. No le quedaba mucho tiempo, y mi hija sólo tenía doce años. No podía seguir jugando durante aquellas últimas semanas. Después de que ella muriera, me quedé al cuidado de la niña. Ahora está en el último año de instituto.

– ¿Y te arrepientes?

– No.

Las mujeres volvieron. Hawk vio que Nicole se acercaba a él, y sintió que algo se removía en su interior. Le gustaba verla moverse. Ella no era consciente de su belleza, ni de su atractivo.

– Tenemos ensalada y pan de ajo, y Claire ha preparado una tarta de postre -dijo Nicole-. Está constantemente intentando encontrar su pastelera interior.

– La he encontrado -dijo Claire-. La tarta os va a dejar impresionados.

Nicole sonrió.

– Claire toca el piano.

– Ya lo había oído -dijo Hawk. Le gustaba ver cómo bromeaban las hermanas.

– Te diré que soy una solista muy famosa, muy caprichosa y muy solicitada. Tienes suerte de que te permita comer en la misma mesa que yo.

– Cuando llegó a Seattle, ni siquiera sabía poner la lavadora -dijo Nicole.

Claire pestañeó.

– Tengo que proteger mis manos. No puedo rebajarme al trabajo doméstico.

– Deja de meterte con ella -advirtió Wyatt a Nicole-. No es la única que tiene un pasado que esconder.

Hawk miró a Nicole.

– ¿Tú tienes secretos?

– No. Te lo he contado todo.

Claire la miró con la cabeza ladeada.

– ¿Estás segura? Cuando yo tenía cuatro años, y tenía que practicar al piano varias horas al, día, Nicole se sentaba fuera del estudio y daba cacharrazos con dos cazuelas. Era su forma de acompañarme y de impedir que me sintiera sola, todo a la vez.

Nicole se retorció.

– Bueno, quizá eso no lo había mencionado.

Claire se echó a reír.

– Dejaré de torturarte ahora. Ven, Hawk. Amy, la hija de Wyatt, no está hoy, pero tenemos fotografías. Tienes que verlas y escuchar mientras te hablo de ella.