Lo llevó al interior de la casa. Hawk tuvo la sensación de que no iban a hablar mucho de Amy.
Cuando llegaron al salón, Claire le señaló varias fotografías que había sobre el piano, y dijo:
– ¿Cómo os conocisteis Nicole y tú?
– En la pastelería -respondió él. Así era como la había conocido, pensó, y su buen humor se esfumó.
– Pareces un buen tipo, lo cual es estupendo. Pero Nicole es especial. No quiero que nadie le haga daño.
Lo cual significaba que Claire no sabía nada de su trato. ¿Era aquella preocupación una de las razones por las que Nicole le había hecho la oferta?
– No voy a hacerle daño.
Claire asintió.
– No creo que sea tu intención, pero acaba de salir de un matrimonio difícil.
– Sé lo de Drew.
– ¿Te lo ha contado?
– Me ha hablado de Drew, y de lo que sucedió.
– Oh. De acuerdo. Entonces ya sabes por qué estoy preocupada. Wyatt se siente muy mal. Piensa que nunca debería haberlos presentado. Pero Drew es su hermano, así que era inevitable.
– ¿Wyatt y Drew son hermanos? -Nicole no le había contado aquella parte de la historia.
– Hermanastros. Drew es un desastre.
Hawk se abstrajo de la conversación. De repente, tenía la necesidad de dar un puñetazo a algo, o a alguien. Wyatt se le apareció en la mente. No porque hubiera hecho nada específico. Drew también podía llevarse una paliza. Él disfrutaría con eso.
Había algo que no iba bien. Algo que…
Hawk soltó un juramento entre dientes. Aquella sensación molesta e incómoda que notaba en las entrañas tenía un nombre: celos. ¿Qué demonios ocurría? Nicole no debería importarle lo suficiente como para estar celoso. ¿Y de qué, además? Nicole estaba con él. Más o menos.
No estaban saliendo de verdad. Sólo tenían un trato. Un trato que debería funcionar bien para él. De todos modos, no le gustaba lo bien que la conocía Wyatt, ni que Drew se hubiera casado con ella. Y peor todavía, no sabía cómo deshacerse de aquel sentimiento.
Once
El domingo por la mañana Nicole se despertó temprano al oír el sonido de unas voces. Rodó por la cama y miró el despertador. Apenas eran las siete. Se incorporó y escuchó, preguntándose por qué Raoul había puesto la televisión a aquellas horas de la mañana, y a un volumen tan alto. Era un adolescente con las hormonas en ebullición y, además, deportista. El sueño era algo muy valioso para él.
Se levantó y se puso la bata. Cuando llegó a la puerta de su habitación, las voces se volvieron más reconocibles. Era casi como si…
– Oh, no -murmuró.
Abrió rápidamente, de par en par. Raoul estaba junto a las escaleras, bloqueando el acceso al rellano. Nicole no veía al hombre que estaba intentando pasar, pero tenía una idea aproximada de de quién se trataba. Sheila se hallaba junto a Raoul, siete kilos de embarazo ladrando con toda su furia.
– Sabía que cometía un error no cambiando la cerradura -dijo ella, acercándose a la barandilla y mirando al que muy pronto iba a ser su ex marido-. Esta ya no es tu casa, Drew. Vete.
– No me voy a ir hasta que hablemos. Aunque ahora ya sé por qué me has estado evitando. Así que éste es tu nuevo novio… ¿Un niño? ¿Es lo mejor que has podido encontrar, Nicole?
– ¿Lo conoces? -preguntó Raoul.
– Estábamos casados.
– Estamos casados -corrigió Drew.
– Separados, divorciándonos. Se ha terminado.
Raoul asintió, y después volvió a mirar a Drew.
– Tienes que marcharte.
– No, de eso nada -protestó Drew mirando a Nicole-. ¿Es divertido con un niño? ¿Le estás enseñando las cosas que sabes?
Aquel golpe la tomó por sorpresa, y sintió que se sonrojaba. Sin embargo, antes de poder pensar en una respuesta, Raoul agarró a Drew y lo sujetó por el cuello, manteniéndolo inmóvil.
– ¿Es que tu madre no te enseñó modales? -gruñó-. No vas a hablarle a Nicole así.
Drew movió los brazos contra su atacante, y jadeó.
– ¡Nicole!
– Se merece que la respetes y la aprecies -siguió Raoul en tono de enfado-. Eso tienes que aprenderlo.
Nicole estaba disfrutando del espectáculo, pero Drew se estaba quedando muy pálido. Lo último que necesitaba Raoul era una querella por agresión.
– Gracias por cuidarme -dijo a Raoul-, pero tienes que soltarlo. Esperadme en la cocina.
– ¿Es obligatorio que lo suelte? -preguntó Raoul.
– Sí. No es una pelea justa.
Raoul soltó a Drew. Éste se tambaleó hacia atrás, intentando tomar aire mientras se agarraba a la barandilla.
– Desgraciada -le dijo a Nicole, con la voz ronca.
– Me parece que no vamos a hablar.
– No, espera -dijo él, frotándose la garganta-. Quiero hablar.
– Entonces nos veremos abajo. Y no intentes nada. Raoul no hace siempre lo que le digo.
No había ningún motivo para amenazarlo; aun así se sintió bien diciendo aquellas palabras. Probablemente, era infantil por su parte, pensó mientras volvía al dormitorio, pero de todos modos era divertido.
Se lavó la cara y los dientes y se vistió rápidamente. Después bajó a la cocina. Se acercó a Raoul:
– Tengo que hablar con él sin que lo estés fulminando con la mirada. Por favor, saca a Sheila a dar un paseo.
– No confío en él.
– Yo tampoco, pero estoy segura de que puedo arreglármelas si se pone agresivo. Tengo la rodilla mucho mejor.
Se ganó una sonrisa de Raoul.
– Estaré por aquí cerca, y me llevo el móvil.
– Bien. Si hay algún problema, te llamaré.
Raoul tomó la correa de Sheila y salió de la cocina. Nicole esperó hasta que oyó cerrarse la puerta principal, y después se volvió hacia Drew.
– ¿En qué demonios estabas pensando para meterte a escondidas otra vez aquí? ¿Es que no aprendiste la lección la última vez?
En aquella ocasión, Claire lo había mantenido a raya con unas cuantas llaves de defensa personal y un zapato de tacón alto. Drew todavía tenía la cicatriz.
– Quería hablar contigo.
– Pues utiliza el teléfono.
– ¿Quién es ese tipo?
– Nadie que te interese.
– ¿Te estás acostando con él?
– Está en el instituto. Drew, aunque eso no es asunto tuyo. Necesitaba un lugar en el que vivir, así que yo le dije que viniera aquí. Tú eres el que tiene relaciones inapropiadas, no yo. No necesito perseguir a alguien más joven que yo para sentirme mejor conmigo misma.
Drew dio un paso hacia ella.
– No quiero más peleas. Esto ya ha durado suficiente. ¿Cuándo me vas a dejar volver?
No podía estar hablando en serio.
– No estoy jugando a nada -dijo ella-. No estoy fingiendo un enfado, Drew. Nuestro matrimonio ha terminado. Fue un error desde el principio.
– No digas eso.
– Es la verdad. No sé por qué sigues persiguiéndome, pero no deberías hacerlo. Nunca estuvimos bien juntos.
En aquel preciso instante, se abrió la puerta y apareció Hawk, grande, fuerte y muy atractivo, con unos pantalones de correr y una camiseta. Hizo caso omiso de Drew, se acercó a Nicole y le dio un beso en los labios.
– Se me ha ocurrido pasar a saludar -dijo, y miró a Drew-. ¿Quién es tu amigo?
– Mi ex marido -dijo ella automáticamente, preguntándose qué demonios estaba haciendo Hawk allí. ¿Por qué había aparecido de repente? Entonces, lo entendió. Raoul debía de haberlo llamado.
Hawk estaba preocupado por ella. Saber eso le provocó una sensación de calidez en el estómago.
Se volvió hacia Drew.
– Te presento a Hawk.
Hawk sonrió.
– Soy su novio.
Drew se enfadó.
– Todavía estamos casados.
– Ya he presentado la demanda de divorcio -le recordó Nicole-. Hemos llegado a un acuerdo. En este momento sólo estamos esperando a que el divorcio sea definitivo. Eso no es estar casados.
– No voy a perderte.
– No te queda más remedio, Drew. Se ha terminado.
Parecía que él iba a echarse a llorar.
– Pero esto no es lo que yo quiero.
Ella casi sintió lástima por él, cuando recordó que se había acostado con su hermana pequeña.
– Debería haber cambiado la cerradura la última vez que entraste. Esta vez lo voy a hacer de verdad. Si vuelves a aparecer por aquí, pediré una orden de alejamiento. Ya es hora de olvidar y seguir adelante, Drew. Es hora de crecer.
Nicole pensó que él iba a discutir, o a dar más argumentos. En vez de eso, Drew se fue, dando un portazo. Ella miró a Hawk.
– Te ha llamado Raoul.
– Sí. No quería dejarte a solas con ese tipo. ¿Es de verdad tu ex marido?
Nicole asintió.
– No es mi momento de mayor orgullo.
– No quiero que aparezca así.
Ella sonrió.
– Me gusta cuando te pones tan machote.
Él no le devolvió la sonrisa.
– Lo digo en serio, Nicole. No puedes permitir que ese tipo ande rondando por la casa. Es una rata y no creo que haga nada, pero no debería tener la llave.
– Lo sé. Voy a cambiar la cerradura enseguida.
Él miró el reloj.
– Tengo que ir a desayunar con uno de mis jugadores y sus padres. Ya tienen noticias de los reclutadores, y voy a hablar con ellos para aconsejarles sobre cómo deben llevar el asunto.
Hawk la abrazó y le dio un beso. Nicole se apoyó en él y disfrutó del contacto de sus labios. El cosquilleo comenzó inmediatamente.
Cuando la soltó, Nicole dijo:
– Gracias por venir a rescatarme.
– Cuando quiera. Nadie se mete con mi chica.
Aquellas palabras no significaban nada. Tenían un trato, sólo eso. Sin embargo, eso no impidió que se le acelerara un poco el corazón y que se preguntara cómo serían las cosas si fuera verdad.
Cuando Nicole llegó a casa después de trabajar, se encontró a siete adolescentes muy altos sentados en las escaleras de la entrada de su casa. Raoul no estaba con ellos; estaría en el entrenamiento de fútbol hasta las cinco. Entonces ¿quiénes eran?
– ¿Puedo ayudaros en algo? -les preguntó Nicole después de aparcar en el garaje y dar la vuelta a la casa.
Los chicos se pusieron en pie.
– Sí, señora. Me llamo Billy. El entrenador Hawk nos pidió que pasáramos por aquí después de clase. Que echáramos un vistazo para asegurarnos de que todo iba bien.
Tres de ellos tenían balones de baloncesto. Por su altura, se imaginó cuál era su deporte.
– Pero Hawk no es el entrenador de baloncesto -dijo ella.
– Sí, señora. Pero nos cae bien, y estamos encantados de echarle una mano.
Nicole estaba perpleja. No podía creer que Hawk hubiera hecho aquello. Buscarle guardaespaldas. ¡Su vida no era tan arriesgada, al menos para su integridad física!
– ¿Y qué se supone que tenéis que hacer? -preguntó, intentando averiguar si aquello le resultaba divertido o molesto.
– Esperarla, mirar por la casa y quedarnos aquí hasta que llegue Raoul.
– Pero si no me conocéis.
Billy frunció el ceño.
– Bueno, eso no importa.
Ella tuvo la sensación de que no iban a marcharse hasta que hubieran cumplido su misión. Probablemente, sería más fácil aceptar su presencia que luchar contra ella.
– Está bien -dijo, y abrió la puerta-. Mirad. Supongo que tendréis hambre, así que voy a la cocina a sacar algo de comer.
Billy sonrió.
– Gracias. Se lo agradecemos.
Cinco minutos después, habían echado un vistazo por toda la casa y se habían reunido en el salón. Todos se presentaron, pero sus nombres eran un borrón. Nicole sacó patatas fritas, refrescos y galletas, y después fue a su despacho y llamó al instituto. Unos minutos más tarde, Hawk respondió al teléfono.
– Estoy en mitad del entrenamiento.
– Entonces ¿por qué respondes mi llamada?
– He pensado que a lo mejor tenía que aplacarte un poco.
– ¿Porque quizá me sintiera molesta debido a tu suposición prepotente de que necesito que me protejan del hombre con quien estuve casada? Me has mandado jugadores de baloncesto.
– Son más altos que los de béisbol. Y Drew es del tipo de hombre que se asusta de la estatura.
Posiblemente, pero eso no era lo importante.
– No tenías derecho a hacer esto.
– Se metió en tu casa sin permiso.
– Tenía una llave. Y yo voy a cambiar la cerradura.
– Pero todavía no la has cambiado, y los chicos sólo se van a quedar hasta que llegue Raoul. ¿No puedes ser paciente hasta ese momento?
– No sé si debería abrazarte o darte un golpe.
– ¿Por qué no me atas y te aprovechas de mí?
Eso hizo sonreír a Nicole.
– Me estás haciendo enfadar, Hawk. Esto no es parte del trato.
– Ahora sí. No me gusta que ese tipo haya aparecido cuando sabía que ibas a estar dormida. Quería tener ventaja, y eso no está permitido.
– No necesito que me proteja ningún hombre.
– Yo necesito saber que estás a salvo.
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