– Cuando esto se resuelva, lo superaréis.
Nicole negó con la cabeza.
– Además, sigue enamorado de su difunta esposa. Murió hace años, y la casa sigue exactamente igual, como ella la dejó. Sus cosas están por todas partes. Es como si hubiera ido a comprar leche y fuera a volver en cualquier momento. No digo que él se comporte como si ella no hubiera existido, pero debería haber algunos cambios después de tanto tiempo.
– La gente se enfrenta a la pena de diferentes maneras.
Nicole apretó la mandíbula.
– Deja de contemporizar y ponte de mi lado.
– Hawk es un cabeza de guisante.
Nicole se echó a reír.
– Ooh, ahora va a salir corriendo de miedo. Le has llamado cabeza de guisante.
– Lo he aprendido de Amy.
La mención de la hija de Wyatt le recordó a Brittany, y Nicole perdió el bueno humor.
– Nada de eso me importa -admitió-. Lo que me mata es la actitud de Hawk. No puede ver la verdad, o no quiere. Yo estaría dispuesta a aceptar los problemas si él también los viera, pero ése no es su estilo.
– Lo quieres. Vas a tener que buscar una solución.
– Supongo.
– Nicole, enamorarse es algo estupendo.
– No lo es tanto cuando el tipo en cuestión no está interesado.
– ¿Es eso lo que piensas?
– No lo sé. Creo que le gusto. Quiere acostarse conmigo.
– Por algo se empieza.
– No estoy segura -respondió Nicole con un suspiro-. Hawk no me quiere. Le gusto, pero no soy Serena.
– ¿Y crees que está buscando una sustituía para ella?
– No creo que quiera tener ninguna relación sentimental seria. Para él ya lo ha tenido todo. Una esposa, un hijo, una gran carrera profesional… No le interesa tener más hijos, y no quiere involucrarse en una relación duradera.
– Tal vez cambie de opinión.
– Tal vez -dijo Nicole, aunque no albergaba demasiadas esperanzas.
– No debes perder la esperanza.
Nicole negó con la cabeza.
– Tú eres la que no puede perder la esperanza. A mí se me da muy bien.
– ¿Es que vas a salir corriendo?
– Voy a ver cómo sale todo esto. Es lo único que puedo hacer.
Nicole tuvo un día muy inquieto. No podía dejar de preguntarse lo que estaría sucediendo con Raoul y Brittany, y no podía dejar de suspirar por que Hawk la llamara y le dijera que ya no estaba enfadado con ella. Lo echaba mucho de menos.
También echaba de menos a Raoul, lo cual era extraño. El chico sólo llevaba un mes viviendo con ella. Incluso Sheila estaba alicaída.
En vez de permitirse sentir lástima de sí misma, decidió distraerse limpiando cuartos de baño. Tomó los productos de limpieza y comenzó por el de Raoul. Hizo que brillara la bañera y la mampara, y después comenzó a ordenar la encimera. Había una caja de preservativos abierta justo detrás del dispensador de vasos de plástico. Nicole la tomó y la agitó.
– Deberían haberlos usado todas las veces -murmuró. Eso habría ahorrado a todos muchos problemas.
Por supuesto, los preservativos no eran seguros al cien por cien, así que quizá los hubieran usado todas las veces.
Nicole se quedó mirando la caja. Los preservativos fallaban. Hawk y ella los usaban. Salvo alguna vez. Aunque nunca en el momento peligroso del mes. Estaba segura de ello.
El teléfono sonó en aquel momento.
Nicole dio un respingo y corrió hacia su habitación.
– ¿Diga?
– Soy Raoul.
Sintió un alivio instantáneo, dulce.
– ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Habéis intentado casaros? ¿Es que no has pensado que si usáis un carné de identidad falso el matrimonio es ilegal? ¿Cuándo vas a volver a casa?
Hubo una ligera pausa, y después él dijo:
– Son muchas preguntas.
– Contéstalas en orden. No. Empieza diciéndome si estás bien.
– Estoy bien, los dos estamos bien. No estamos casados. Ni lo hemos intentado -dijo, e hizo otra pausa-, no hay bebé.
Nicole se sentó de golpe en la cama.
– ¿Seguro?
– Sí. Ha tenido el período. Brittany no está embarazada.
«Gracias a Dios», pensó Nicole.
– ¿Estás bien? ¿Y ella?
– Estamos bien, sí. Brittany se disgustó un poco al principio, pero ahora está mejor. Yo… -Raoul carraspeó-. Estuve pensando en lo que me dijiste, sobre que algo pudiera salir mal. Que yo podía lesionarme la rodilla… Me asusté. Me alegro de que no vayamos a tener un hijo. ¿Es malo?
– Claro que no. Todavía estás en el instituto. ¿Por qué ibas a querer encargarte de semejante responsabilidad?
– Sigo queriendo tener una familia.
Un lugar propio, pensó ella, al notar la melancolía de su voz.
– Yo soy tu familia -dijo Nicole-. Te echo de menos. Y Sheila también. Esta es tu casa, Raoul.
– ¿Todavía?
– ¿Piensas que no porque te marchaste por la noche sin avisarme, dejándome sólo una nota insignificante?
– Lo siento mucho. Quería decírtelo, pero Brittany tenía miedo de que nos lo impidieras.
– Es una chica lista -dijo Nicole. Mimada, pero lista-. Esta sigue siendo tu casa. Aunque vamos a tener una conversación muy larga sobre las normas. Habrá algunas nuevas. ¿Cuándo vuelves a casa?
– Hoy. Brittany está al teléfono con su padre. Parece que se están reconciliando. Va a volver a vivir a su casa.
Eso era un alivio.
– Allí estará más contenta. Tened cuidado en la carretera.
– Lo tendré.
– Bien.
– Lo habría hecho -dijo Raoul-. Habría cuidado de ella y del niño.
– Lo sé.
– Ahora me alegro de no tener que hacerlo.
– Yo también.
– Gracias, Nicole. Has sido estupenda. No podría haber pasado por todo esto sin ti.
Ella se sintió conmovida. Tener a Raoul era como tener una versión mejor de Jesse en casa.
– Date prisa -le dijo.
– Sí. Hasta luego.
Nicole colgó. Era un buen final para algo que podía haber sido un desastre. Colgó el teléfono y salió al pasillo. En la estantería superior del armario de la ropa blanca estaba la prueba de embarazo que había dejado Brittany. Todavía quedaban dos tests dentro.
Nicole pensó en los preservativos y en cómo había sido su suerte últimamente, y se llevó la caja a su baño.
Diez minutos más tarde miró fijamente la barra de plástico. Todavía había un bebé, pensó, incapaz de dar crédito a la noticia. Solo que no era el que creía todo el mundo.
Diecinueve
Hawk permaneció junto al garaje mientras su hija metía el coche, embargado por una mezcla de alivio e ira. Quería abrazar a Brittany para demostrarse a sí mismo que ella estaba bien, pero después quería encerrarla en su habitación durante los próximos ciento cincuenta años. Le había dado el mayor susto de su vida.
Ella bajó del coche y caminó hacia él con una expresión de cautela, como si no estuviera segura de cómo debía comportarse, dependiendo de lo furioso que estuviera él.
– Oh, papá, me alegro mucho de verte -dijo-. Te he echado de menos, papá, muchísimo…
Así que había decidido ser la hija cariñosa. Él aceptó su abrazo, le dio unos golpecitos en la espalda y la hizo entrar en casa. Cuando estuvieron en la cocina, ella se acercó a la nevera y sacó una lata de refresco.
– Me sentía muy mal por preocuparte -dijo mientras la abría-. Debería haberte llamado antes. Raoul y yo no habíamos planeado marcharnos. Surgió de repente. Estábamos hablando, y de repente nos pusimos a hacer el equipaje… y nos marchamos sin pensar.
Brittany hizo una pausa y pestañeó.
– Fue muy inmaduro por mi parte.
– Entonces ¿la decisión de escaparos fue repentina? -preguntó Hawk.
Ella dio un sorbito a la lata.
– Sí.
– Y por casualidad, tenías un carné de identidad falso en el bolsillo.
Ella abrió unos ojos como platos.
– Eh… no. Estaba por ahí.
– Un carné de identidad falso con tu nombre y tu fotografía.
– No sé de dónde salió.
– Tú o Raoul tuvisteis que conseguirlo. Supongo que fue Raoul. Tú nunca harías algo así, ¿a que no?
Ella abrió los ojos todavía más.
– No, papá -dijo, con una sonrisa temblorosa.
– Es ilegal. La policía lo sabe. Voy a tener que avisar a Nicole de que irán a arrestarlo. Vaya. Y ahora que íbamos a entrar en las finales. Si Raoul tiene que perderse los partidos porque está en la cárcel, no vamos a ganar. Además es su último año. Si no juega, las universidades se olvidarán de él, pero se lo ha buscado. Lo ha fastidiado todo, y ahora tendrá que afrontar las consecuencias.
Brittany se desmoronó. Dejó la lata sobre la mesa e intentó abrazar a su padre.
– Papá, no. No digas eso. Raoul no puede ir a la cárcel.
– Lo siento, Brittany, pero tiene que aprender la lección.
– No. Eso no es justo…
Brittany comenzó a llorar, pero él no se ablandó. Salió de la cocina, y ella lo siguió y lo agarró del brazo.
– Fui yo -dijo entre sollozos-. Fui yo la que conseguí el carné de identidad falso. Fue idea mía, para que pudiéramos casarnos. Raoul no quería hacerlo. Él es muy bueno, papá. Te adora. Nunca haría nada que pudiera perjudicarnos a ti o a mí.
Hawk hizo todo lo posible por no recordar que Raoul se había acostado con su hija. Aunque él consideraba que eso era traspasar los límites, Raoul y Brittany no lo verían así.
– Me mentiste -dijo en voz baja.
– Lo sé. Lo sé. Lo siento muchísimo. Pensé que… Quería casarme, quería empezar mi vida con Raoul. Quería que fuéramos felices y tuviéramos una familia, como mamá y tú.
Él le pasó un brazo por los hombros a su hija y la llevó al salón. Cuando estuvo sentada en el sofá, él se sentó en la mesa de centro, frente a ella, y la tomó de la mano.
– Yo quería a tu madre más que a nada en el mundo -dijo lentamente-. Todavía me acuerdo de la primera vez que la vi. Se estaba riendo, y el sonido de su risa me atravesó. Supe que ella era la única, y que siempre estaríamos juntos, y que me casaría con ella. Ella también lo supo.
Brittany se enjugó las lágrimas.
– Como Raoul y yo.
Él pasó por alto el comentario.
– Nos conocimos y nos enamoramos. Hicimos planes. Luego ella se quedó embarazada.
– Conozco esa parte.
– No, no la conoces. Sabes lo que nosotros te contamos. Tu madre y yo temíamos que, si sabías la verdad, pensarías que no te deseábamos, que no te queríamos. No sé si fue la mejor decisión, pero fue lo que decidimos: contarte sólo lo bueno de la historia, Brittany. Pero ahora tengo que contarte más cosas.
– ¿Qué?
– Tu madre lloró todas las noches durante seis meses porque sus padres le dieron la espalda. Después de casarnos, apenas podíamos vernos. Vivíamos en mi habitación, en casa de mi madre, y los dos teníamos dos trabajos para poder ahorrar todo lo posible, porque cuando yo fuera a la Universidad de Oklahoma y comenzara a jugar al fútbol, no tendría tiempo de trabajar.
Brittany se movió en el asiento.
– Pero eso sólo fue así durante unas semanas. Después estuvisteis juntos.
– Entonces yo estaba en los entrenamientos, o en clase. Tu madre estaba sola en una ciudad ajena, en la que no conocía a nadie. Le dieron un trabajo de recepcionista, pero era la chica más joven de allí. No tenía nada en común con las demás mujeres que eran solteras, y salían de copas. Ella volvía a una casa vacía y tenía que esperar a que yo llegara. Se pasó cuatro años esperando.
– Pero me tenía a mí.
– Sí, tenía un bebé. Así que estaba sola y era responsable de una niña. No tenía amigas, nadie que fuera de visita. Su madre no le dirigió la palabra durante un año entero.
– Pero, ¿y los ex alumnos? Me dijiste que os ayudaron.
– Y lo hicieron. Nos llevaban comida, y a veces te cuidaban. Nos dieron los nombres de los mejores médicos, y a veces nos ayudaban con las facturas. Ellos hicieron que fuera posible, pero nunca fue fácil. Algunas veces, tu madre y yo discutíamos tanto que te hacíamos llorar. Hubo semanas en las que nos odiamos, y si hubiéramos tenido dinero, nos habríamos divorciado cien veces.
A Brittany se le llenaron los ojos de lágrimas.
– Papá, no.
Él le apretó la mano.
– Lo resolvimos. Nos dimos cuenta de que nos queríamos, y de que tendríamos que seguir intentándolo. Entonces, conseguí firmar un contrato para jugar en la Liga Nacional, y pudimos volver aquí. La vida se hizo más fácil. Tú empezaste a ir al colegio, y Serena y yo pudimos pasar un poco de tiempo juntos. Lo conseguimos, pero por poco.
– Pensaba que había sido distinto. Pensaba que había sido como un cuento de hadas.
– Lo sé. Tal vez yo cometí el error de hacértelo ver así.
Nicole tenía razón. Serena y él habían preparado el camino hacia aquel desastre. Prácticamente, habían ilustrado un manual sobre cómo destrozar una vida.
– No voy a tener un hijo -susurró Brittany-. Antes estaba triste, pero quizá sea lo mejor. Supongo que debería empezar a usar anticonceptivos, papá.
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