Nicole no hubiera pensado que el dolor podía empeorar, pero así era. Si él la quisiera de verdad, habría hablado con ella. En aquel momento, todos la estaban mirando. Se ruborizó. Quería que se la tragara la tierra.

Tomó su bolso, se puso en pie y salió del estado. Fue directamente a su coche y se marchó.

Veintiuno

Nicole volvió a casa después de lo que le había parecido un día interminable de trabajo en la pastelería, y se encontró con que apenas podía moverse dentro de su casa. Estaba llena de jugadores de fútbol enormes. Eran amables, comían cinco veces más de su número y se mostraban extrañamente protectores con ella.

En el tiempo que tardó en recorrer la distancia desde la puerta de la cocina hasta el salón, le habían quitado la bolsa que llevaba en las manos, le habían preguntado dos veces cómo se encontraba y le habían ofrecido echar gasolina al coche.

– Estoy muy bien -aseguró a todos.

– Sí, señora -dijo un chico llamado Kenny-. Estaremos callados. Ni se dará cuenta de que estamos aquí.

Había unos diez. Sí se iba a dar cuenta.

– Hay galletas en la despensa -dijo-. Y una caja grande de tacos congelados en el congelador. Están muy buenos al microondas. Tomad los que queráis.

Gracias a Dios por Cósico, pensó Nicole mientras subía las escaleras. Antes de que Raoul se mudara a vivir con ella, nunca había comprendido la necesidad de comprar para cuatrocientos. Ahora lo entendía.

Cerró la puerta de su cuarto y se acercó a la cama. Sabía por qué estaban allí los chicos. Era miércoles, y habían ido a casa todas las tardes de aquella semana. Se quedarían hasta que Raoul volviera de trabajar en la pastelería. Por algún motivo, él creía que no debía estar sola en casa. Era muy tierno, en cierto modo. Raoul estaba intentando cuidar de ella.

Iba a ser un hombre extraordinario, pensó. Algún día, encontraría a alguien igualmente fantástico y tendrían un matrimonio que los demás envidiarían, incluida ella. Porque su vida sentimental estaba flotando en el inodoro.

Quería a Hawk lo suficiente como para estar furiosa con él, y a la vez sentirse mal por él. Aquel gesto suyo había sido una idiotez. ¿Por qué iba a querer ella casarse con él, cuando ni siquiera habían hablado del bebé, ni de lo que sentían el uno por el otro? Era indignante.

Por otro lado, él había sufrido una humillación pública. Era un hombre con un gran ego. Quizá demasiado grande. Tal vez no se recuperara de lo que había sucedido.

Era mejor saberlo pronto, se dijo Nicole. Si él no podía gestionar la realidad de una relación, ella tenía que saberlo.

Un par de horas después, alguien llamó a la puerta de su habitación.

– Ya estoy en casa -dijo Raoul-. Los chicos se han ido.

Nicole se levantó y se acercó a abrirle la puerta.

– No puedes seguir haciendo eso. Tus amigos necesitan seguir con su vida, y yo soy perfectamente capaz de cuidarme.

Él le hizo caso omiso, y le tendió un sobre grande y grueso con el sello de la Universidad de Washington en una esquina.

– Me han hecho una buena oferta -explicó-. Querrán que viva en el campus el primer año, pero de todos modos estaré cerca y podré venir siempre que me necesites.

Sólo tenía dieciocho años. No era su hijo, sólo era una persona a la que ella había acogido en su casa. Sin embargo, Raoul era leal y responsable, y quería asegurarse de que ella estaba atendida.

– No sé si darte un golpe o un abrazo -dijo poniéndose en jarras-. De todos modos, tú no vas a alterar tus sueños sólo porque yo esté embarazada.

– Yo voy a jugar al fútbol allí, que es lo importante. Tienen un buen equipo. Es una oferta que tengo que considerar.

– No vas a elegir universidad guiándote por el hecho de que yo esté embarazada. Yo soy la adulta aquí. Y estaré perfectamente.

– Quiero estar seguro.

– Raoul, yo nací para cuidar del mundo. Lo acepto. Tienes que examinar bien todas las ofertas y decidir teniendo en cuenta lo que es mejor para ti. Piensa que yo no existo.

– No puedo. Tú me has apoyado.

– Hablaremos de esto un poco más tarde, ¿de acuerdo?

Raoul asintió.

Nicole se sentía más conmovida de lo que había estado en su vida, pero también estaba muy dolida, y no quería que él lo supiera. Aunque sabía que Raoul hablaba con el corazón y que ella siempre recordaría aquel momento, también entendía el motivo por el que estaba preocupado. No creía que Hawk fuera a cambiar de opinión. Y ella tenía el presentimiento de que Raoul estaba en lo cierto.


A Claire le había crecido el vientre desde la última vez que Hawk la había visto, en aquella cena en su casa. Desde que Serena había tenido a Brittany, él no había prestado demasiada atención a los cambios que experimentaba una embarazada, y eso había sido mucho tiempo antes. En aquel momento, se dio cuenta de que quería preguntarle a Claire cómo se encontraba, y cuándo iba a tener a su hijo. No era normal.

Sin embargo, no había nada normal en su vida últimamente. Echaba de menos a Nicole más de lo que nunca había echado de menos a alguien. También estaba enfadado y humillado por cómo lo había rechazado públicamente.

Había tardado un par de días en calmarse y en intentar ver las cosas desde su punto de vista. Sin embargo, la vergüenza aún le quemaba.

– No sé qué hacer -dijo a Claire mientras ésta lo guiaba hacia el salón.

– Por eso he accedido a verte -respondió la hermana de Nicole. Le hizo una seña para que se acomodara en el sofá, y ella ocupó una de las butacas que había enfrente-. Me he enterado de lo que ocurrió el viernes en el partido. ¿Es que eso te pareció buena idea?

– Es evidente que sí, o no lo habría hecho. Quería que ella supiera que la cosa va en serio.

Claire se lo quedó mirando durante un momento.

– Nicole me contó que saliste corriendo cuando ella te dijo que estaba embarazada -comentó Claire, y no parecía que le hiciera mucha gracia.

Hawk reprimió el impulso de retorcerse en el asiento.

– No me lo esperaba. Necesitaba tiempo para asimilarlo.

– Decirle a una mujer que la quieres y luego salir huyendo no es exactamente la demostración que una desearía.

– Era una noticia muy fuerte… sin previo aviso… No sabía que iba a enamorarme de Nicole. Yo quería a Serena y, cuando murió, me imaginé que ya nunca más me enamoraría. Salí con algunas mujeres, pero nunca tuve nada serio. No veía la necesidad. Nadie me ha conquistado como ha hecho Nicole.

Recordó su primer encuentro, y prosiguió:

– Es tan dura en apariencia… Es respondona y lista. Y tiene el corazón más grande del mundo. Es buena y generosa, y me planta cara cuando piensa que estoy equivocado. Dios, estoy enamorado de ella.

Apoyó los brazos en los muslos y continuó:

– Pero no sé cómo decírselo. No sé cómo arreglar las cosas. Tuve este gesto, que me parecía muy romántico, y me estalló en la cara.

La expresión de Claire se suavizó.

– Hawk, siento decírtelo, pero no tuvo nada de romántico. No tenía nada que ver con las necesidades de Nicole, sino con tu ego. No sólo querías pedirle que se casara contigo, sino ser una estrella. Ese no es modo de ganarse a una mujer, y menos a Nicole.

– Ahora ya lo sé -murmuró él-. ¿Cuál es el modo?

– Dile lo que me has dicho a mí. Dile por qué la quieres. Dile que es especial, y que nunca has conocido a nadie como ella. Dile que la quieres más que a nadie en el mundo.

Él iba a responder que no podía quererla de esa manera. Que Brittany siempre ocuparía un lugar especial en su corazón. Sin embargo, lo que sentía por su hija no tenía nada que ver con sus sentimientos por Nicole. Eran dos relaciones totalmente distintas.

– No quiero perderla -dijo lentamente-. No puedo.

– No deberías. Creo que ella te necesita a ti tanto como tú a ella. Lo que tienes que hacer es admitirlo.

Hawk le dio las gracias y se marchó. Quería ver a Nicole, pero se fue a casa y entró en su despacho, donde hizo una lista de todas las posibles maneras de conquistar a Nicole.


Brittany pasó por su casa después del colegio, el miércoles.

– No puedo quedarme mucho -advirtió a Nicole al entrar, con una sonrisa-. Todavía estoy castigada, lo cual es un fastidio total. Verdaderamente, a mi padre no le gustó nada lo del carné de identidad falso. Creo que es porque es más fácil pensar en eso que en el hecho de que yo tenga relaciones sexuales con Raoul. ¿Es algo típico de los padres?

Nicole estaba muy sorprendida por aquella visita.

– Eh… sí, seguro que sí.

Brittany le mostró la cesta que llevaba en las manos.

– Esto es para ti. Es una especie de disculpa por todo -dijo con un suspiro-. Me estoy disculpando mucho últimamente, y cada vez se me da mejor. No sé si eso es una mejoría o no. Supongo que tengo que llegar a un punto en el que no deba disculparme más. Ah, y mi padre me llevó a comprar estas cosas. No me escapé. De hecho, fue más o menos idea suya.

Nicole no sabía qué pensar. Seguía sin tener noticias de Hawk, y eso le hacía mucho daño. Si su propuesta de matrimonio hubiera sido real, ¿no se habría puesto en contacto con ella? Aunque había sido ella la que lo había rechazado, y quizá tuviera que salir de ella…

Brittany dejó la cesta en el sofá.

– Bueno, ábrela.

Nicole se sentó y tiró de los lazos que sujetaban el plástico de colores.

Dentro había un par de libros sobre el embarazo, un osito de peluche, un arrullo, toallitas de bebé, un libro de nombres, un vale regalo por diez horas de servicios de niñera de Brittany, un patito de goma y un sonajero.

Eran regalos pequeños, regalos bobos, pero era un detalle precioso…

– Es muy amable por tu parte -dijo reprimiendo una oleada de emoción-. Muchas gracias.

– De nada -respondió Brittany con una sonrisa-. Me ha gustado mucho comprar cosas para el bebé. Mi padre me contó muchas cosas de cuando yo era pequeña, y fue estupendo. Él también está muy contento con la idea de tener más hijos. Me lo ha dicho.

La adolescente vaciló, pero después continuó hablando.

– Sé que mis padres se querían mucho, y para mí es duro pensar que mi padre se va a casar otra vez. Pero él es muy bueno, y se merece a alguien especial. Alguien como tú, Nicole.

Aquello era estupendo de oír, pero ¿el mensaje era de Brittany o de Hawk? Y si era de Hawk, ¿por qué había enviado a su hija a dárselo?

– Gracias -le dijo Nicole-. Significa mucho para mí.

– Estamos cambiando las cosas en casa. Pintando, y comprando algunos muebles nuevos. Papá me ha pedido que guarde muchas fotos. Yo me voy a quedar con ellas para recordar a mi madre. Es un poco duro, pero también es bueno, ¿sabes? Hacer cambios. Papá dice que ya es hora de que avancemos.

– Me alegro -dijo Nicole, con la esperanza de que el movimiento fuera hacia ella. ¿Era eso lo que quería Hawk que pensara? Y si lo era, ¿por qué no se lo estaba diciendo él mismo?


El jueves por la tarde, llegaron flores a la pastelería. Preciosas lilas con rosas blancas. La tarjeta decía: «No puedo dejar de pensar en ti».

Nicole acarició los pétalos perfectos y, por primera vez desde el viernes anterior, se relajó. No lo había alejado al rechazar su propuesta de aquel modo. Eso estaba bien. ¿Entendía Hawk por qué no había sido suficiente? ¿La quería de verdad?

Miró el teléfono. Quería llamarlo y preguntárselo, pero no estaba lista para hablar con él. No, hasta que estuviera segura.

A las once la llamó un agente inmobiliario.

– ¿Señorita Keyes? Soy Geralyn Wilder. Tengo un material que me gustaría enviarle.

Nicole se quedó perpleja.

– Mire, creo que se ha confundido. Yo no estoy buscando casa.

– El señor Eric Hawkins fue muy claro. Me dijo que buscara la casa perfecta para una familia. Una que estuviera cerca de su negocio y del instituto, con muchos dormitorios y un jardín grande. Tengo unas cuantas viviendas seleccionadas y me gustaría mostrárselas. ¿Podríamos vernos mañana por la mañana?

– Supongo que sí -respondió Nicole, que no estaba segura de cómo asimilar aquella información. Una casa perfecta para una familia era algo que sonaba muy bien.

Se posó una mano en el pecho y pensó que quizá, sólo quizá, podía albergar esperanzas.

A la una le llegó una caja de bombones, seguida de un hombre de baja estatura con el pelo cortado al rape.

– Señorita Keyes, soy Don Addison. ¿Podemos hablar en privado?

Nicole estaba muy nerviosa mientras lo llevaba a su despacho. Él cerró la puerta.

– Soy detective privado. El señor Hawkins me contrató hace un par de días para que buscara a su hermana. Me contó que se ha mudado. Como es mayor de edad, está en su derecho de hacerlo, pero los miembros de una familia se preocupan los unos por los otros. La he encontrado.