Ella sabía que Raoul estaba allí, a su lado. Por algún motivo, no se sentía cómoda negándose delante de él. Quizá fuera porque sabía que el chico no tenía a nadie de su lado. Pero si accedía, sabía que se sentiría como si la hubieran manipulado para hacer algo que no quería hacer. Peor todavía, Hawk se imaginaría que sólo había ido allí para poder pasar un rato con él.
¿Por qué todo tenía que ser una complicación?
– Esperaré en el aparcamiento -dijo ella, entre dientes.
– Les diré a los chicos que te busquen. Saben adonde vamos. Te veré allí.
– No, si puedo evitarlo -murmuró ella.
La Casa de la Pizza de Joe era uno de esos restaurantes de barrio con muchas mesas, una máquina de discos y olor delicioso a ajo fresco, pimientos y salsa de tomate.
Nicole no había cenado antes del ir al partido, pero no se había dado cuenta de que estaba muerta de hambre hasta que entró en el local y percibió el olor. De repente estaba hambrienta, y desesperada por conseguir aquella receta.
Los cuatro chicos a los que había llevado en su coche le dieron las gracias amablemente y se fueron con sus amigos en cuanto llegaron. Ella no conocía a nadie, aparte de Hawk, y no quería sentarse con él. Lo mejor sería que se fuera, aunque antes, quizá pudiera pedir una pizza para llevar.
Ya estaba esperando en el mostrador, apoyada en el bastón, cuando algo grande y cálido se posó en su espalda, a la altura de la cintura. Nunca había sentido su contacto, pero lo reconoció. Lo reconoció y se derritió por dentro. ¿Cómo era posible que su cuerpo reaccionara con tanta intensidad a un hombre? ¿Qué combinación de química y humor cósmico le daban ganas de volverse, agarrar a Hawk y exigirle que le demostrara todas las cosas que Barbara había dicho de él?
Con cuidado, se apartó. Sin embargo, él no captó la indirecta y la tomó de la mano.
Así de fácil. Palma contra palma, dedos entrelazados. Como si fuera su propietario. Como si estuvieran juntos. Peor, ni siquiera la estaba mirando. Estaba hablando con uno de los padres.
Ella tuvo ganas de soltarse y de decirle que dejara de tocarla. Quería decirle que no estaban juntos, que nunca podrían estar juntos, y preguntarle qué demonios pensaba. Quería ver si el asiento trasero de su coche era lo suficientemente grande para los dos.
El padre se alejó y Hawk se volvió hacia ella.
– No tienes que pedir -le dijo-. Sabían que íbamos a venir. Llamé cuando terminó el partido. Puedes pedir cerveza, pero preferiría que no lo hicieras. No me gusta que nadie beba alcohol delante de los chicos en noche de partido. Seguramente es una tontería, pero es así.
Tenía los ojos oscuros, y parecía que podían absorber toda la luz del local. Ella tuvo la extrañísima sensación de que podría perderse en aquellos ojos, lo cual demostraba que había pasado de tener hambre a sufrir alucinaciones por la falta de azúcar.
– Me has tomado de la mano.
Él sonrió.
– Es lo máximo que puedo hacer en público, pero cuando estemos solos subiré el calor.
Ella dio un tiró y se zafó.
– No sé de qué estás hablando, pero voy a ser clara. Tú y yo nunca vamos a…
– Eh, entrenador, ¿ha pedido ensaladas? -preguntó una de las animadoras-. Ya sabe que algunas no queremos pizza.
– He pedido ensaladas, sí -dijo él en tono de cansancio. Se volvió hacia Nicole y la tomó de la mano otra vez-. ¿Qué les pasa a las mujeres con el peso? Sí, es verdad, llevar diez o quince kilos de más en el cuerpo es malo. Pero las mujeres de hoy en día están obsesionadas con la mínima célula de grasa, y las adolescentes son las peores.
– Es animadora. ¿Qué esperabas?
– Que sea feliz por estar sana y ser atlética, y que se deje de ensaladas.
– ¿Tu hija no se preocupa por la línea?
Hawk arqueó una ceja.
– Has estado hablando de mí.
– A propósito no. Las madres están más que dispuestas a charlar sobre ti. Estoy segura de que a ti te encanta su interés y haces todo lo posible por avivar las llamas.
Fue como si él no hubiera oído nada de lo que ella decía.
– Has hecho preguntas.
– ¿Es que no me has oído? Yo no he preguntado nada, no fue necesario: me ofrecieron la información.
La sonrisa de Hawk fue lenta, sexy, de confianza en sí mismo.
– Te estoy conquistando. Lo sé.
– ¿Sabes? Si pudiéramos aprovechar tu ego, resolveríamos la crisis energética.
Justo en aquel momento comenzaron a salir las pizzas. Todos los chicos se sentaron en las mesas, y Hawk llevó a Nicole, de la mano, hasta una de las más grandes, en un rincón, que aparentemente estaba reservada para él.
Ambos se sentaron, y ella se dio cuenta de que tenía que acercarse más y más a Hawk para hacerles sitio a varios de los jugadores y a sus novias. Pese a sus esfuerzos por mantenerse a una distancia de cuatro centímetros de él, terminaron tocándose desde la cadera hasta la rodilla. Ella intentó encontrar un buen lugar para su bastón, pero no había sitio.
– Déjame -le dijo Hawk. Lo sacó de debajo de la mesa y lo puso detrás de los asientos-. ¿Qué te pasó en la rodilla?
– Me caí y me la rompí.
– ¿Estás mejorando?
– Es un proceso lento.
– A mí también me operaron de la rodilla -le dijo él-. Podemos comparar cicatrices.
Una frase sencilla, pero en sus labios, aquellas palabras sonaron excitantes.
– Quizá en otra ocasión -murmuró Nicole mientras los camareros dejaban tres enormes pizzas sobre la mesa.
– Entrenador, ¿qué opina de la última jugada del primer cuarto? -preguntó uno de los chicos-. Ese bloqueo salió de ninguna parte.
– Pero lo manejaste bien -dijo Hawk-. Buen juego de piernas. Parece que los entrenamientos extra están dando fruto.
El chico, que medía más de un metro ochenta de estatura y era todo músculos, sonrió encantado.
Nicole tomó una porción de pizza mientras los muchachos bombardeaban con preguntas a Hawk. Los jugadores no sólo querían hablar del partido, querían asegurarse de que su entrenador sabía que habían trabajado mucho y bien.
Probablemente era una dinámica saludable, que facilitaba que unos adolescentes inmaduros se transformaran en ciudadanos responsables y productivos. Debería estar escuchando atentamente y tomando notas, pero lo único en lo que podía pensar era en que Hawk y ella estaban en contacto, y en que sentía su piel cálida contra la de ella.
– Tierra llamando a Tierra -murmuró-. Concéntrate en la realidad.
Hawk la miró.
– ¿Has dicho algo?
– Yo no.
La charla sobre fútbol continuó durante un rato. A medida que la pizza desaparecía, la conversación languideció. Los chicos se fueron alejando, hasta que Hawk y ella se quedaron solos en la mesa. Ella se echó a un lado para poner distancia entre los dos.
– Gracias por venir -dijo Hawk.
– De nada. No estoy muy segura de cómo ha sucedido. Estaba ocupándome de mis asuntos y, de repente, he aparecido aquí.
Tomó su servilleta de papel y comenzó a doblarla. Cualquier cosa menos mirar a Hawk.
– Tú «querías» estar aquí -dijo él.
Lo cual podía ser cierto, pero ella no iba a admitirlo.
– Eso tú no lo sabes.
– Sí lo sé.
Hora de cambiar de tema.
– Tu hija es encantadora.
El orgullo resplandeció en los ojos oscuros de Hawk.
– Brittany ha resultado ser estupenda. Quisiera llevarme todo el mérito, pero la mayoría es de su madre.
– Debías de ser muy joven cuando nació.
– Dieciocho.
– No sería fácil.
Él se encogió de hombros.
– Nos las arreglamos. Hubo algunas noches muy largas, horribles. La familia de Serena no quiso tener nada que ver con nosotros cuando decidimos casarnos y tener el bebé. Mi madre nos apoyó, pero estaba enferma y no tenía dinero. Lo hicimos solos.
– Tuvisteis suerte.
– Quizá.
– ¿Cuánto llevan saliendo Raoul y ella?
– Unos meses. A pesar de lo que ocurrió en la pastelería, es un gran chico.
– Lo sé.
– Le confío a mi hija -dijo él. Después titubeó-. Estoy intentando confiar en él ¿Qué puedo decir? Es mi niña. De todos los muchachos a los que conozco, es el que yo elegiría para ella -explicó, y miró fijamente a Nicole-. ¿Tú confías en mí?
– No.
– Deberías -dijo Hawk-. Soy digno de confianza.
– Ni por dinero.
Nicole parecía muy seria al decirlo, pensó Hawk mientras reprimía una sonrisa. Le gustaba eso de ella. Le gustaba cómo se movía su pelo largo y rubio, y que siempre estuviera a punto de fulminarlo con la mirada. Le gustaba poder ponerla nerviosa.
– Estás muy guapa esta noche.
Ella pestañeó.
– ¿Por qué dices eso?
– Porque es cierto. Deberíamos salir.
Nicole frunció los labios.
– No.
– ¿Por qué no? Te gusto.
– Me asombra que necesites tener citas -dijo Nicole-. ¿No te hace compañía tu ego?
– No me da calor por las noches.
– Quizá con una muñeca hinchable caliente…
– Preferiría tenerte a ti.
Ella murmuró algo entre dientes y después se levantó.
– Tengo que irme a casa.
Hawk le tendió el bastón.
– Te acompaño fuera.
– No es necesario.
Nicole tomó el bastón y comenzó a caminar. Probablemente pensaba que, como tenía que pagar la pizza, él iba a quedarse rezagado y ella podría escapar. No sabía que Bill le enviaba la factura.
Cuando estuvieron fuera, Hawk aminoró el paso para ponerse a su lado. El aparcamiento estaba casi vacío.
– ¿No hay que llevar a casa a ningún chico? -preguntó Nicole.
– Los padres vienen a recoger a los que no conducen, o vuelven a casa con algún amigo. No tienes responsabilidades, Nicole. ¿Quieres pensar bien lo de esa cita?
– No.
Estaban junto a su coche, un Lexus 400 Hybrid. Un coche de chica, pensó él con una sonrisa. Mono y curvilíneo, con carácter. Como ella.
Le acarició la mejilla con los dedos, ligeramente. Ella tomó aire con brusquedad, y él supo que no era tan fría como fingía.
– ¿No quieres saltarte los preliminares y que nos vayamos directamente a la cama? -preguntó.
Ella alzó el bastón.
– ¿Y si te doy con esto?
– No me va el masoquismo. ¿Y a ti? ¿Debería ofrecerte una buena tunda?
Incluso a la luz tenue del aparcamiento, vio que ella se ruborizaba.
– No -tartamudeó Nicole-. No puedo creer que hayas dicho eso.
– Sólo estoy intentando averiguar lo que te gusta, y cómo puedo proporcionártelo.
– Crees que eres muy desenvuelto, pero no es verdad.
– Claro que sí.
– Vete.
– No lo dices en serio.
– Sí.
– Demuéstramelo. Esta es tu oportunidad. Voy a besarte. Te lo advierto para que tengas tiempo suficiente de entrar en tu coche y marcharte. Incluso contaré hasta diez, si tú quieres. Para darte ventaja.
Entonces volvió a acariciarle la mejilla y le pasó el dedo pulgar por el labio inferior.
– No me cuesta nada admitir que me atraes mucho -murmuró-. Y me gusta.
En los ojos de Nicole se reflejó la indecisión. Él notaba la batalla que se estaba librando en su interior. Orgullo contra necesidad. Y sabía qué bando quería que ganara.
Cuatro
Nicole era consciente de que lo más sensato era meterse en su coche. En vez de hacerlo, le puso la mano en el hombro a Hawk y preguntó:
– ¿Es que no vas a dejar de hablar?
– Ahora mismo -respondió él, justo antes de besarla.
Su boca acarició la de Nicole con ternura, con un roce erótico que a ella le cortó la respiración. Hawk no sólo besaba: invitaba, jugaba, excitaba y prometía, todo con un ligero y casto susurro de piel contra piel.
El cerebro de Nicole gritó, suspiró, y después dejó de funcionar. El calor invadió su cuerpo y la dejó débil y temblorosa. Entonces, él le puso una mano en la cintura, inclinó la cabeza y presionó con más firmeza contra su boca.
El momento fue asombroso. Surgieron chispas de deseo que explotaban y aterrizaban sobre ella, y que casi le quemaban la ropa. Sin darse cuenta, se inclinó hacia delante hasta que sus cuerpos casi se tocaron. Casi… pero no.
Entonces él le lamió el labio inferior, y ella abrió la boca y estuvo a punto de jadear de placer al sentir la punta de su lengua en la de ella. Hawk la besó profunda, minuciosamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo y fuera a usarlo para satisfacerla.
Exploró y acarició, se retiró y volvió a hundirse en su boca. Mantuvo una mano en su cintura, y la otra la posó en su cadera. Lentamente, la movió hacia abajo, hacia su trasero, y tomó la curva con la mano para apretársela suavemente. Ella se arqueó instintivamente contra él, y los muslos de ambos se tocaron, y sus senos se unieron a los músculos duros como rocas del pecho de Hawk.
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