Claire descartó el cumplido con un gesto de la mano.
– Cada año toco menos. Sólo hago giras cuando me interesan de verdad, y cuando puedo programarlas. Con tres hijos, es difícil. Ya no siento la misma pulsión por tocar. La música siempre formará parte de mi vida, pero no del mismo modo. Oh, estoy enseñando a tocar a Eric y a Robby una vez a la semana. Si quieres que Gabe venga también, a mí me encantaría.
– Pues claro -dijo Jesse-. ¿Qué madre no querría que la famosa Claire Keyes dé clases a su hijo?
Claire se echó a reír.
– No esperes mucho. Tocamos más de lo que aprendemos, pero quiero que aprendan a apreciar la música y que les guste. Si les interesa, aprenderán la técnica más tarde.
– Tú eres la experta. Sólo tienes que decirme cuándo, y lo traeré -dijo Jesse, e hizo una pausa-. Suponiendo que a Nicole le parezca bien.
– Jesse, no seas así.
– ¿Cómo? ¿Que no sea realista? Admítelo. Ella no quiere que me vayan bien las cosas, Claire. Lamenta que yo haya vuelto.
– No es verdad. Tiene mucho que asimilar. Acuérdate de que no le dijimos nada.
Ésa había sido una condición de Jesse, que Claire no le dijera a Nicole que iba a volver.
– Quizá fuera un error, y debería haberte permitido que se lo contaras. Aunque, seguramente, las cosas no habrían sido distintas. Todavía está enfadada conmigo por algo que no sucedió.
– Lo superará. Dale tiempo.
– No estoy segura. Le he dicho una y otra vez que no ocurrió nada, y no me cree. Han pasado cinco años, y sigue enfadada.
– No lo intentaste con mucho ahínco.
– ¿Cómo?
– Hace cinco años no fuiste muy convincente. Sólo decías que no había pasado nada.
– Es que no pasó nada.
– Pensábamos que querías decir que Nicole no debería estar enfadada por que Drew y tú no habíais llegado lo suficientemente lejos como para tener relaciones sexuales.
– ¿Qué? -Jesse no podía creerlo-. Lo que quería decir era que no había pasado nada, no que nos habían interrumpido y que ése era el motivo de que no hubiera sucedido nada.
¿Y por qué iban a pensar otra cosa? ¿Por qué…?
Se frotó la sien. Nicole había pensado lo peor de ella porque estaba acostumbrada a que su hermana pequeña fuera un desastre. Porque era más fácil pensar siempre lo malo.
– Y todo esto por unas palabras… -murmuró. Vidas cambiadas para siempre, oportunidades perdidas por la semántica.
– Las palabras tienen importancia. Nicole se quedó destrozada. No sé si hubiera escuchado algo de lo que tú hubieras podido decir.
Claire tenía razón. Sin embargo, si hubiera conseguido que Nicole la entendiera, quizá ahora se llevarían mejor.
– No pasó nada -repitió Jesse-. Drew y yo nunca tuvimos nada que ver, ni nos acostamos juntos, ni nunca quisimos acostarnos. Bueno, puede ser que él quisiera aquella última noche, pero no sé de dónde salió eso. Yo estaba enamorada de Matt, y le era fiel. Drew sólo era un amigo. ¿Está claro?
Claire le acarició la mano.
– Yo te creo.
– Estupendo. Cuando tengas ocasión, díselo a Nicole.
– Dale tiempo.
Jesse asintió. Tampoco podía hacer mucho más.
Claire sonrió.
– Has cambiado. Eres una adulta.
– Una victoria que me ha costado mucho.
– Una victoria impresionante.
– Quiero hacer muchas cosas -dijo Jesse-. Quiero conseguir muchas cosas. Volver aquí es sólo el comienzo. Reconciliarme con Nicole es parte de eso, pero al final, la decisión es suya.
– Estoy de acuerdo. Haz lo que puedas, y no te preocupes demasiado.
– No creo que sea posible. Te agradezco mucho que te hayas mantenido en contacto conmigo.
– No tenía la misma carga emocional que Nicole hacia ti.
Porque no habían crecido juntas. Todavía eran casi unas extrañas que por casualidad, eran hermanas.
– Lo conseguiré. Soy fuerte. Creo que siempre lo he sido, pero no lo sabía.
– Ahora ya lo sabes -dijo Claire-. ¿No es eso lo más importante?
Jesse se sentó en su coche y sacó el teléfono móvil. Marcó un número familiar y, a los pocos segundos, oyó una voz grave.
– ¿Diga?
– Hola, Bill.
– Hola, Jess. ¿Cómo estás?
– Bien. Más o menos.
Él se rió.
– Todavía sigues intentando decidir.
– Oh, sí. Nada es como yo había pensado.
– ¿Mejor o peor?
– Ambas cosas.
– Suele pasar.
Ella le hizo un resumen de cómo habían sido las cosas en Seattle.
– Voy a quedarme seis meses, trabajando en la pastelería. Quería decírtelo para que puedas sustituirme.
– No puedo sustituirte, pero contrataré a alguien que cubra tu puesto.
Jesse se echó a reír.
– Eres encantador.
– Eso es lo que decía mi madre.
– La pena es que todo ese encanto se pierda.
– Tú lo aprecias.
– Ya sabes lo que quiero decir. Vamos, Bill, hace seis años que murió Ellie. Tienes que pensar en salir con otras mujeres, en encontrar a alguien. Deberías ser feliz.
– Lo mismo te digo.
– Las circunstancias son distintas -respondió Jesse. La persona a la que ella no podía olvidar estaba con vida.
– No tan diferente, hija. Y ahora, déjame en paz.
– Por el momento.
– Voy a ir a visitarte. Os echo de menos a Gabe y a ti, más de lo que debería.
– Nos encantaría -dijo ella, y le dio la dirección y el número de teléfono de Paula.
– Me dejaré caer por allí durante las próximas semanas.
– Muy bien.
– Ahora, ve a buscar a alguien -le ordenó él.
– Lo mismo te digo, Bill -repitió ella.
Él se rió y se despidió.
Jesse colgó el teléfono y pensó en lo que le había dicho su amigo. Que tenía que encontrar a alguien.
Quizá fuera posible en el futuro, pero no en aquel momento. Antes tenía que resolverlo todo con Matt. Tenía que poner fin a aquella situación, asegurarse de que no seguía enamorada de él. Sólo entonces podría dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro.
Capítulo Siete
Cinco años atrás…
Jesse se paró delante de la casa durante un segundo, antes de acercarse a la puerta y llamar con los nudillos, suavemente. Tendría que haberle dicho a Matt que se vieran en otro sitio, pero él había sugerido su casa y ella había accedido antes de pensarlo bien.
Un instante después se abrió la puerta y apareció una Paula Fenner muy enfadada.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó con la voz aguda-. ¿Es que no sabes qué hora es?
Jesse abrió la boca, pero después la cerró, sin saber qué decir.
– Ha salido con otra -continuó Paula-. Con otra chica. No está contigo. ¿Es que no tienes orgullo?
Jesse no entendía por qué la odiaba tanto la madre de Matt, apenas la conocía. Y ella ni siquiera estaba saliendo con su hijo, sólo lo estaba ayudando. Parecía que Paula no veía nada de eso. Por algún motivo, pensaba que Jesse era una amenaza, y la atacaba cada vez que estaban en la misma habitación.
– Siento haberla molestado -dijo Jesse, y se alejó-. Buenas noches.
Paula la fulminó con la mirada, sin moverse de la entrada, hasta que ella subió a su coche. Entonces cerró de un portazo.
Jesse suspiró.
Ojalá la madre de Matt no fuera tan reacia a hablar con ella, porque tenía muchas cosas que decirle. Que estaba aferrándose demasiado a su hijo, y que con esa dependencia sólo iba a conseguir que Matt se alejara de ella. Jesse se daba cuenta cada vez que Matt hablaba de su madre. Paula lo estaba volviendo loco y, si no tenía cuidado, iba a perder a su hijo completamente.
– No es mi problema -murmuró Jesse mientras un coche se detenía junto al suyo.
Matt salió del vehículo y se aproximó a su puerta.
– Gracias por quedar conmigo -dijo él-. ¿Quieres pasar?
Ella miró hacia la casa y negó con la cabeza.
– Tu madre todavía está levantada, y no se ha quedado exactamente entusiasmada al verme.
Matt hizo un gesto de resignación.
– Está empeorando. Vamos. Conozco una cafetería que está abierta toda la noche. ¿Quieres que conduzca yo?
– Te sigo.
Sería más fácil tener su propio coche para marcharse al final de la reunión.
Mientras arrancaba el motor, Jesse intentó no pensar en lo que habría estado haciendo Matt durante las últimas horas, y con quién. Después de todo, lo que ella quería era que él consiguiera citas. Su objetivo había sido sacar a la superficie el potencial oculto de Matt, y sus lecciones estaban dando resultado. Había tenido tres citas aquella semana.
Era exactamente el hombre que querían todas las mujeres: divertido, listo, considerado, guapo y rico. Los cambios habían sido sencillos: un nuevo guardarropa, interés en los asuntos de actualidad, prácticas sobre cómo pedirle salir a una chica, y normas de etiqueta básicas durante una cita. Todo eso lo había transformado. Sólo había un pequeñísimo problema…
Se había enamorado de él.
Suspiró. No estaba dispuesta a admitirlo ante nadie, y apenas podía creérselo, pero así era. Le gustaba Matt. Le había gustado cuando era un bicho raro, y le gustaba también ahora. Él hacía que se sintiera segura, y aquél era un estado anímico muy raro en ella.
Sin embargo, su trabajo era ayudarle a que se convirtiera en lo que era capaz de ser, no tener una aventura con él. Como en esa ocasión. Matt le había pedido que quedaran para hablar de la cita que acababa de tener.
Se volvieron a encontrar en el aparcamiento de la cafetería y entraron al local. Cuando estuvieron sentados a una mesa tranquila de un rincón, Jesse le dijo:
– Bueno, cuéntamelo todo. ¿Cómo ha ido?
– Bien -dijo Matt-. Kasey es lista y muy guapa. Le gustan demasiado sus perros, pero no es un gran problema.
– ¿Qué significa que le gustan demasiado? -preguntó Jesse, intentando no sonreír-. ¿Les pone trajes a juego?
– No, pero les deja dormir con ella.
– Seguro que los echa de la habitación cuando aparece un chico guapo.
Matt sonrió.
– No sé… Fluffy y Bobo son sus mejores amigos.
– ¿Bobo? -preguntó Jesse con un resoplido-. Bueno, sí, quizá los perros sean un problema. Por lo demás, ¿qué tal fue?
– Bien. Le gusta la música, y a mí también. Aunque no le van demasiado los ordenadores.
– Sobresaliente -dijo ella-. ¿Y ha habido chispa?
Matt se rió.
– Ya nadie dice eso, Jesse.
– Yo sí.
El camarero les llevó la carta. Matt pidió directamente dos cafés y dos tartas de moras, que era la especialidad de la cafetería.
– No has respondido a mi pregunta -insistió Jesse cuando estuvieron a solas de nuevo.
– La besé, si es eso lo que quieres saber.
– ¿Y?
Matt se encogió de hombros.
– Estuvo bien. No ha habido mucha química. Soy un chico, y ella es muy guapa, así que claro, el beso estuvo bien, pero hay grados, ¿sabes? Puede ser agradable, y puede ser del tipo «tengo que acostarme contigo aquí mismo, ahora». Con ella fue agradable.
– Quizá la siguiente sea mejor -dijo ella.
– Quizá -respondió Matt-. Te has acordado de apagar el móvil. No has tenido llamadas de Ted, ni de Butch, ni de Spike.
– Nunca he salido con nadie llamado Butch.
– ¿Y Spike?
Ella se rió.
– Una vez.
– Lo sabía.
Jesse tocó su bolso.
– No tengo llamadas.
Durante las dos semanas anteriores no había contestado las llamadas. Sabía cuál era el motivo: estaba sentado frente a ella.
La camarera les llevó los cafés y las tartas, y se marchó. Matt tomó su tenedor.
– Creo que quiero otra cosa -dijo vacilante.
– ¿Te refieres a otra tarta?
– No. A las citas. Está bien, pero es siempre la misma conversación, para que nos conozcamos, y tengo que recordar si he contado esa historia o no. Quiero una segunda cita.
– Quieres tener una relación -dijo Jesse, intentando dejar la tristeza para más tarde-. Eso tiene sentido. Pídele a alguien que salga contigo otra vez. Si sale bien, pídeselo una vez más. Así es como las citas se convierten en una relación.
– No he conocido a nadie que me interese tanto. No hay nadie con quien me sienta cómodo, ¿no te parece estúpido? Tú nunca tienes relaciones.
– Pero eso no es algo para sentirse orgulloso. Tú sabes lo que quieres. Eso sí es bueno.
Ojalá la quisiera a ella.
Hora de cambiar de tema.
– ¿Has estado buscando apartamento?
– He visto algunos.
– Tienes que conseguir una casa propia. Nunca vas a tener relaciones sexuales si no tienes casa.
Él sonrió.
– ¿Y quién dice que no?
En su pregunta había un tono de confianza muy sexy. Jesse sintió la punzada aguda de los celos en el estómago.
– Bueno, no vas a tener «demasiadas» relaciones sexuales -dijo entonces, intentando que su voz sonara normal-. Necesitas tu propio apartamento.
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