– No me gusta que uses la lógica contra mí.

– Lo siento. Es lo único que tengo -dijo, y la miró fijamente-. Estoy muy enfadado por lo de Gabe. Sé que me dijiste que estabas embarazada, pero sabías que yo no te creí. Y ya nunca intentaste ponerte en contacto conmigo otra vez. No te molestaste en avisarme cuando nació. ¿Qué pasa con eso?

¿Y ahora era ella la mala? Jesse se puso en pie de nuevo.

– ¿Y qué pasa con todas las cosas que me dijiste? ¿No me dijiste que no te importaba que el niño fuera tuyo?

Él se levantó.

– Me equivoqué, pero tú también. Sabías que Gabe era mío. Tendrías que haberlo intentado más veces.

– Y tú no me habrías escuchado.

– Nunca podremos saber lo que habría hecho.

Ella lo miró durante un largo instante. Se había quedado avergonzada.

– Matt -susurró, luchando por contener las lágrimas-. Lo siento. Me hiciste tanto daño…

– Lo sé. Lo siento. No sabes cuánto me arrepiento de lo que dije.

Matt la observó. Dios, era muy guapa. Eso no había cambiado, o sí: había mejorado con el tiempo. Era la mujer más sexy que él había conocido en su vida.

Se acercó a ella, y al sentir su vulnerabilidad, fue casi como si pensara de verdad todo lo que había dicho. Aunque no iba a permitirse olvidar lo que ella había hecho.

– Me estás confundiendo -admitió Jesse.

Él le acarició el labio inferior con el pulgar.

– Es parte de mi encanto.

– Siempre fuiste encantador.

– Sólo era un bicho raro, y un loco de los ordenadores que vivía con su madre.

Jesse sonrió.

– Yo nunca te vi así.

Eso era cierto, pensó Matt, al recordar lo fácilmente que lo había ayudado. Jesse lo había cambiado todo y, mientras lo hacía, él se había enamorado de ella. Se había quedado asombrado cuando Jesse había admitido que sentía algo por él. Todavía recordaba aquella sensación de victoria. Había conseguido a la chica, a la única chica que le importaba.

Pero ya no era el mismo tonto de antes. Ya nadie le importaba. Él no se lo permitía.

Y sólo para asegurarse de que no olvidaba, besó a Jesse. La acarició con los labios para comprobar hasta dónde le permitiría llegar. La abrazó y la estrechó contra sí, y le acarició la espalda y las caderas mientras hacía más profundo aquel beso.

A los pocos segundos, estaba excitado y sólo podía pensar en hacer el amor allí mismo, en su despacho. Notaba su boca caliente contra la de él, dócil, generosa. Se dio cuenta de que quería algo más que sexo, de que quería más que hacer el amor. Quería hacerla suya y marcarla, y que ella perdiera el control entre sus brazos. Quería oír aquel suspiro entrecortado de satisfacción perfecta.

La necesidad se hizo insoportable. Deseaba a Jesse como siempre la había deseado, en cuerpo y alma. Para siempre. En aquel momento, supo que podría olvidar su promesa de venganza si…

Se separaron. Matt quería pensar que había sido él quien había interrumpido el beso, pero no estaba seguro. Quizá hubiera sido ella, que se había dado cuenta del peligro de aquel deseo fuera de control. Jesse comenzó a hablar, pero después negó con la cabeza y se dio la vuelta. Unos segundos después se había marchado.

Cuando él se quedó a solas, continuó de pie en el centro del despacho, con la respiración acelerada y el cuerpo ardiendo, como cinco años atrás.

La partida se había puesto interesante. Había una nueva dimensión en aquel juego, una dimensión peligrosa. Se había dado cuenta de que Jesse todavía tenía poder sobre él; iba a tener que ser muy cuidadoso y asegurarse de que no lo averiguara y lo usara nunca contra él.

Lo que no podía admitir, ni siquiera ante sí mismo, era que ya no se trataba de un juego. Quizá fuera otra cosa completamente distinta.

Capítulo Diez

Cinco años atrás…

El vestíbulo del hotel parecía sacado de una película antigua. Al ver la madera oscura que había por todas partes, las antigüedades y el aire de elegancia de aquel espacio, Jesse lamentó no haberse puesto otra cosa que unos vaqueros y un jersey. Se sentía como si hubiera debido llevar vestido y zapatos de tacón. También se sentía demasiado joven, asustada y fuera de lugar.

«No seas tonta», pensó. Estaba bien. Matt y ella habían ido a pasar el fin de semana a Portland. Iban a hacer el amor. Eso no era nuevo para ella, lo había hecho muchas veces.

Sin embargo, con Matt todo era distinto. Todo era nuevo y emocionante, y también le daba un poco de miedo, pero de un modo bueno. Por lo menos, ella esperaba que fuera bueno.

Cuando Matt terminó de registrarlos en recepción, tomaron el precioso ascensor antiguo y subieron hasta el piso décimo. Él abrió la puerta y se hizo a un lado para cederle el paso.

Al entrar, Jesse frunció el ceño. No había cama. Sólo un sofá, un par de butacas y la vista del río.

Giró lentamente, observando los muebles, la elegancia. Entonces vio una puerta abierta, y se dirigió hacia ella.

Allí estaba la cama. Jesse observó el dosel tallado, el armario a juego y las preciosas sábanas. El baño tenía bañera para dos, o quizá para cinco, y el suelo era de mármol. Había también un vestidor con luces automáticas que se encendían en cuanto alguien abría la puerta.

A Jesse se le formó un nudo en la garganta. Estaba claro que Matt se había tomado muchas molestias para encontrar un hotel como aquél, para hacer la reserva. Pero era demasiado.

Él se acercó por detrás y le puso las manos sobre los hombros.

– ¿Estás bien?

Ella asintió.

– No tengas miedo. Hay una segunda habitación. No he dado nada por sentado.

Jesse se volvió y lo miró.

– ¿Cómo?

– Hay una segunda habitación. ¿Quieres verla?

– Estamos juntos. En un hotel. ¿Por qué has pedido una segunda habitación?

Él frunció el ceño.

– Sólo hablamos de salir durante el fin de semana. No quería dar por sentado que estabas preparada para que fuéramos amantes.

Sin embargo, él conocía su pasado. Ella se lo había contado. No todo, pero sí lo suficiente. Y, aun así, él la trataba como a… como a… Ni siquiera se le ocurría la palabra.

Matt sonrió.

– Jess, no voy a presionarte. Quiero que estemos juntos, quiero disfrutar del fin de semana, pero si necesitas un poco de espacio, no pasa nada.

Era perfecto, pensó Jesse, sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Era bueno y amable, listo y divertido. La trataba como a una princesa. La cuidaba sin intentar cambiarla. Pensaba bien de ella.

– Estoy asustada -admitió-. Antes nunca me había asustado.

– No tienes por qué asustarte de nada.

Ella miró sus ojos oscuros y supo que él estaba completamente equivocado. Estaba asustada porque había muchas cosas en juego.

La verdad se abrió paso en aquel momento, como un fogonazo cegador. Se había enamorado de él; lo quería. Y eso era lo que más la aterrorizaba. Los otros tipos de su vida no importaban. Si ella estropeaba las cosas con alguno de ellos, había otros cinco para ocupar su lugar. Pero con Matt no era así. Sólo estaba él, y si lo perdía, nunca lo recuperaría.

Dejándose llevar por el impulso, se acercó a él, se puso de puntillas y lo besó. Él le devolvió el beso. Su boca era cálida y firme, pero también delicada, como si no quisiera hacerle daño. Como si se preocupara por ella. Después, la abrazó y la ciñó contra sí.

Ella se abandonó a su abrazo. Quería sentir su cuerpo contra el de ella. Separó los labios y él deslizó la lengua en su boca mientras le acariciaba la espalda. Cuando, poco a poco, descendió hasta sus nalgas y se las acarició, ella se arqueó contra él, y con el vientre rozó la dureza de su excitación. Él gruñó.

Hizo que se retirara y le tomó la barbilla con una mano.

– Te deseo, Jesse.

Tenía los ojos oscuros llenos de pasión. Aquellas palabras hicieron que ella sintiera un escalofrío.

– Yo también te deseo -susurró.

Él la tomó de la mano y la llevó hasta el dormitorio. Después de abrir el embozo de la cama, le besó la palma, y ella respiró profundamente.

– Me estoy volviendo loca de preocupación.

– ¿Por qué?

– Por si te decepciono.

Matt sonrió.

– Eso no va a ser ningún problema.

– No puedes saberlo.

– Deja de pensar -dijo él justo antes de besarla de nuevo.

Jesse se abandonó a las sensaciones que le producía el contacto de los labios de ambos. Cuando su cerebro le ofreció otros motivos por los que tener miedo, apartó aquellas ideas de su cabeza. Era mejor disfrutar lo que pudiera y dejar que la crisis sucediera sola.

Ladeó la cabeza y separó los labios. Él entró en su boca, excitándola con cada caricia de su lengua.

Matt la besó una y otra vez, lentamente, hasta que ella comenzó a relajarse. No iban a hacer las cosas deprisa. Bien. Porque, a pesar de su pasado, para ella todo aquello era extrañamente nuevo y poco familiar.

Él entrelazó los dedos en su pelo y se lo apartó del cuello para poder besarla. El roce erótico de sus labios en la garganta hizo que se Jesse se estremeciera ligeramente.

El deseo comenzó a apoderarse de su cuerpo, al principio despacio, después creciendo cada vez más. Matt movió las manos por su espalda, las bajó hasta sus caderas y las detuvo allí mientras seguía besándola. A cada toque de su lengua, el deseo de Jesse se intensificaba un grado más. Cuando él le mordisqueó el lóbulo de la oreja, ella tembló. La sensación fluyó allí donde él le acariciaba los pechos. Ella sentía los pezones endurecidos, doloridos, en el sostén, y tuvo ganas de arrancarse la ropa y quedarse desnuda.

Por fin, él se alejó tan sólo lo suficiente como para quitarse el jersey. Al mismo tiempo, ella se deshizo de los zapatos. Matt volvió a posar las manos en sus caderas, y a Jesse se le cortó el aliento de impaciencia. Se estaba desesperando.

Él se inclinó y presionó los labios contra su hombro desnudo. Le lamió la piel, y ella jadeó. Lentamente, más lentamente de lo que hubiera debido, las manos fueron ascendiendo por su cuerpo, acercándose a sus pechos. Al mismo tiempo, él le besaba la clavícula, y luego el cuello. Entonces, atrapó sus curvas con aquellas manos grandes y comenzó a explorarla. Jesse dejó caer la cabeza hacia atrás y se concentró tan sólo en sus caricias, en cómo los dedos se movían por su piel. Luego él le pasó los pulgares por los pezones, y ella estuvo a punto de gritar. Se quedó inmóvil.

Matt retrocedió ligeramente y se desabotonó la camisa, y después se la quitó. Ella miró su pecho desnudo, los músculos bien definidos y el vello oscuro. Entonces él la estrechó contra sí.

Ella le pasó los brazos por el cuello y se dejó envolver por su fuerza. Se aferró a él. Quería ser capaz de meterse en su interior y no salir nunca más.

Era un momento perfecto, y todavía no habían hecho nada. Quizá fuera porque sabía que Matt quería estar con ella. Aquello no era sólo una forma fácil de obtener sexo. Ella era única para él, y eso no le había sucedido nunca.

Él llevó las manos hacia su espalda, y ella sintió un ligero tirón en su sostén, y después, la prenda se soltó. Matt le bajó un tirante, y el sujetador cayó al suelo.

Jesse se quedó desnuda hasta la cintura. Él la miró como si fuera muy bella, y se inclinó para tomar su pezón izquierdo en la boca. Succionó y lamió, enviándole descargas de sensaciones por todo el cuerpo. Ella tuvo que agarrarse a sus hombros para mantenerse en pie. El deseo se arremolinó en su vientre, y cuando él comenzó a jugar con su otro pecho, pensó que iba a llegar al orgasmo en aquel mismo instante.

Era como si Matt supiera exactamente lo que tenía que hacer, cómo podía darle placer. La acarició hasta que ella no pudo contener un gemido.

– Matt, por favor -susurró.

Él se irguió y sonrió. Deslizó la mano entre sus cuerpos, le desabrochó los pantalones vaqueros y le quitó una por una todas las prendas. Cuando la tuvo desnuda ante sí, la empujó suavemente hacia la cama.

Jesse se sentó en el colchón.

– Túmbate -le dijo Matt.

Ella vaciló. Si se tumbaba quedaría en una posición muy vulnerable. Sin embargo, quería hacer lo que él le había pedido. Lentamente, se recostó sobre las sábanas. Él se arrodilló en el suelo.

– Eres preciosa -murmuró mientras le regaba de besos la pierna, desde la espinilla hasta la rodilla-. Tu piel, tu pelo, tu sonrisa. Tu forma de decir mi nombre.

Matt besó, lamió y mordisqueó abriéndose camino por sus muslos, acercándose más y más a la parte más hambrienta del cuerpo de Jesse. Ella se movió con inquietud, separó las piernas, deseó lo que iba a ocurrir. Sintió la caricia de la respiración de Matt, y después, la lengua sobre el punto más sensible de su ser. No pudo contener un gemido.

Él lamió lentamente y exploró. Al mismo tiempo, movió las manos por su cuerpo hasta que le acarició los pechos con un ritmo perfecto. Jesse cerró los ojos y se abandonó a aquella cascada de sensaciones, al deseo líquido que avanzaba, pulsación a pulsación, por ella.