Sólo se llevaban diez años. Nicole no necesitaba que nadie la ayudara a sentirse más vieja. La situación actual de su vida era suficiente para dejarla agotada.

– Tú naciste para ayudar a crecer a los demás -dijo él.

– Una salida bastante mediocre. Yo siempre espero de ti lo mejor.

– Lo sé.

Se sonrieron el uno al otro.

Nicole había conocido a Raoul cinco años atrás, el mismo día que a Hawk. Raoul era estudiante de último curso de instituto y salía con la hija de Hawk. Vivía en la calle. Todo había sucedido semanas después de que Jesse se marchara. Le había ofrecido a Raoul un lugar donde vivir y, desde entonces, eran familia. En muchos sentidos, Raoul había sido un sustituto de Jesse, pero él no había arruinado su vida.

Aunque Jesse tampoco había arruinado la suya. Durante los últimos cinco años la había mejorado.

– ¿Qué sucede? -le preguntó él.

– Nada. Todo. Jesse ha vuelto.

Raoul no se sorprendió, y Nicole pensó que probablemente Hawk ya se lo había contado.

– ¿Y?

– Y no sé qué hacer.

Comenzó a contarle todo lo referente a la llegada inesperada de su hermana. Las palabras brotaron más y más deprisa: la confusión, el plan de negocio de Jesse, el incendio, y cómo ella misma, Nicole, se había convertido en una bruja.

– Es mi hermana, la quiero. ¿Por qué estoy haciendo esto?

– Porque tienes miedo de sufrir otra vez.

– ¿Cómo?

– Ella te hizo mucho daño al irse. ¿Y si se marcha de nuevo? Así que te proteges a ti misma. Tú siempre has sido generosa, Nicole, por eso puedes querer tanto a los demás. Pero tienes miedo.

¿Era sólo eso? ¿Tan fácil? ¿Miedo a que Jesse la rechazara de nuevo?

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

– ¿Cuándo te hiciste tan listo?

– Hace unos dieciocho meses. Era jueves.

Ella se echó a reír de nuevo, lo que la ayudó a controlar las lágrimas.

– Echo de menos tenerte por aquí. Y ahora te vas a Dallas. ¿Cómo lo llevas?

– Ya sabes cuánto me pagan.

– ¿Me estás diciendo que se te puede comprar?

Él sonrió.

– Por supuesto.

– Estoy muy orgullosa de ti, Raoul.

Él le apretó la mano.

Ella se enjugó las lágrimas.

– Bueno, ya está bien de problemas. ¿Estás saliendo con alguien? Porque la última chica a la que trajiste era demasiado estirada para mi gusto. ¿Es que no puedes encontrar una chica maja?

– A ti ninguna te parece lo suficientemente buena para mí.

– En eso tienes razón. Pero siempre podemos esperar el milagro.


Matt llegó aquella noche a pasar un rato con su hijo, y Jesse se mantuvo en un segundo plano mientras Gabe descubría la emoción de manejar el coche teledirigido que le había llevado su padre de regalo.

Tenía las ruedas grandes y un mando sólido y resistente. Gabe hizo que el coche se desplazara hacia detrás y hacia delante, y después se echó a reír, cuando lo hizo inclinarse en un giro y el coche recuperó el equilibrio automáticamente.

– Muy buena elección -murmuró Jesse mientras Gabe perseguía su juguete por el pasillo.

– He buscado en Internet -reconoció Matt-, y éste era el mejor valorado.

A ella no le sorprendió que se hubiera tomado el tiempo de buscar el juguete perfecto antes de comprarlo. El Matt a quien ella había conocido era una persona minuciosa y detallista. Cuando estaban juntos, él cuidaba de ella.

Un poco más tarde, Matt ayudó a Gabe a prepararse para ir a dormir. Supervisó el ritual de lavarse los dientes, y después lo acostó y le leyó un cuento. Jesse se sentó en un rincón, observándolos a los dos juntos, sintiendo tristeza por todo lo que habían perdido Matt y Gabe.

Porque ella no había engañado sólo al hombre al que quería, sino también a su hijo.

Cuando Gabe se quedó dormido, Matt y ella salieron de la habitación. Cerró la puerta y después lo condujo hasta la sala de estar.

– Se acuesta muy pronto -dijo Matt, después de mirar la hora.

– Necesita dormir mucho. Estaba durmiendo siestas hasta su último cumpleaños.

Matt asintió sin decir nada. Ella tuvo la sensación de que pensaba que debería saberlo.

– ¿Hasta qué hora va a estar fuera mi madre?

– Han salido a cenar, y después iban a la última sesión del cine -informó Jesse.

Era la primera vez que Paula y Bill salían juntos. Jesse estaba encantada por ellos, pero Matt no estaba tan emocionado.

– ¿Estarás bien aquí sola?

Ella asintió. Estar sola con Gabe no era nada nuevo. Así había sido durante años.

Sintió una punzada de culpabilidad y de odio hacia sí misma. Miró a Matt, lamentando que las cosas no hubieran sido diferentes.

– Lo siento -dijo rápidamente, con ganas de sacarlo todo de golpe-. Siento muchísimo haberte tenido alejado de Gabe. Tenías razón. Sabía que no me creías, y no pude superarlo. No hice más que esperar que fueras a buscarme, que me dijeras que te habías equivocado o, por lo menos, que estabas dispuesto a escucharme. Nunca pensé las cosas desde tu perspectiva. Debería haberte dado la oportunidad de conocerlo. Tendría que haberte llamado cuando nació. Lo siento.

Matt se quedó mirándola fijamente, juzgándola.

– No puedo recuperar ese tiempo.

Fue como si le diera una puñalada.

– Lo sé.

– No tenías derecho.

Ojalá ella pudiera volver al pasado y deshacer sus errores.

De repente, él la agarró y la abrazó.

– Demonios, Jesse, ¿qué voy a hacer contigo?

Antes de que ella pudiera averiguar a qué se refería, él la estaba besando.

Fue un beso cálido, tentador, una reacción inesperada a su conversación. Él la estrechó contra sí como si nunca fuera a soltarla, y ella lo abrazó también. Entonces Matt le acarició la cara.

– Te deseo, Jess -susurró.

Palabras mágicas, pensó ella mientras notaba cómo le hervía la sangre. Palabras que había esperado durante mucho tiempo. Sin decir una palabra, tomó a Matt de la mano y lo llevó a su habitación.

Después de hacer el amor, se abrazaron el uno al otro y permanecieron unidos. Quizá el pasado no pudiera cambiarse, pero el presente sí, pensó ella mientras la esperanza le llenaba el pecho y hacía que creyera en todas las posibilidades del mundo. Porque su corazón sólo había pertenecido a un hombre, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por recuperarlo.

Capítulo Diecisiete

A la mañana siguiente, Jesse entró flotando al obrador. Después de lo que había sucedido la noche anterior, se sentía tan bien que debía de estar resplandeciente. Tenía la esperanza de que Matt y ella pudieran encontrar la manera de estar juntos. Era un poco difícil, pero se había dado cuenta de que todavía quedaban sentimientos y conexión. Y ella estaba dispuesta a ser paciente.

Sin embargo, tenía que dirigir una panadería, pensó mientras se obligaba a concentrarse. Debía revisar los pedidos que habían llegado durante la noche. Los brownies recién hechos estaban en bandejas, sobre las mesas que había alineadas en la parte delantera del local. Sid y Jasper tenían las segundas tandas en el horno. Todo iba perfectamente. Eran casi las ocho de la mañana cuando apareció Nicole, con una expresión tan seria que el buen humor de Jesse comenzó a disiparse.

No, pensó mientras se ponía en pie y miraba a su hermana. No iba a permitir que Nicole le estropeara aquella mañana tan excelente.

– Quiero dejarlo claro -dijo-: No voy a pelearme contigo. No puedes decir ni hacer nada que me enfade.

Nicole asintió. Después se echó a llorar, y Jesse se quedó muy sorprendida.

– ¿Es eso lo que piensas de mí? -le preguntó su hermana-. ¿Que sólo quiero pelearme contigo? Es por mi culpa. Lo siento.

Aquella confesión inesperada hizo que Jesse se acercara a su hermana y la abrazara.

– No, no pienso eso. Claro que no. Lo siento. Ha sido una reacción apresurada.

– Porque nos hemos peleado mucho -dijo Nicole mientras le devolvía el abrazo. Después se apartó y se enjugó las lágrimas-. No pasa nada. Me merezco lo que has dicho, y seguramente más. Me quedé conmocionada con tu regreso, y estaba empezando a asimilarlo cuando se incendió la pastelería.

– No te preocupes. No pasa nada -dijo Jesse. Se sentía muy mal.

– Sí, sí pasa. He estado pensando mucho en lo que me dijiste y no me gusta la verdad, aunque no puedo rehuirla. La realidad es que quería que tú fueras la culpable de lo que ocurrió con Drew. Necesitaba culparte para no tener que aceptar que la culpa era suya y mía. Eso estuvo muy mal por mi parte y lo siento muchísimo.

– Nicole, no te culpes.

– ¿Por qué no? Yo lo hice. Te eché. Tú eres mi hermana pequeña, y te quiero, y te sacrifiqué porque estaba herida y enfadada, y no quería ver la verdad. Dejé que te marcharas cuando estabas embarazada. ¿Cómo pude hacerlo?

– Tú no me echaste. Me marché por mí misma, y es lo mejor que pude hacer.

Nicole la miró con los ojos hinchados.

– Tuviste un bebé sola. ¿Cómo es posible que lo consiguieras? Yo estaba muy asustada cuando tuve a Eric, y eso que Hawk estaba conmigo.

– Tenía amigos.

– Deberías haber tenido a tu familia. Lo siento. Me he estado protegiendo porque temía volver a perderte, pero eso también ha estado muy mal. Eres maravillosa y asombrosa, y te mereces mi apoyo. Yo sé por qué no pude dártelo.

– Porque te viste obligada a criar a tu hermana pequeña desde que tenías doce años. Tú no pudiste ser una niña.

Nicole la abrazó.

– No tienes que ser tan comprensiva. Tengo un discurso preparado.

Se aferraron la una a la otra.

– Estoy muy orgullosa de ti -le susurró Nicole-. Mira lo que has hecho. Tienes unas ideas buenísimas, y has salvado el negocio. Yo me habría limitado a cerrar. Toda esta gente está trabajando gracias a ti. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.

Unas palabras muy sencillas, pensó Jesse, pero muy poderosas.

– Te quiero -le dijo a su hermana.

– Yo también te quiero -aseguró Nicole. Después se irguió-. Por eso voy a darte esto.

Jesse miró lo que le había entregado su hermana. Era un cheque por valor de ciento cincuenta mil dólares. Se le cortó el aliento.

– ¿Qué es esto?

– La mitad del dinero del seguro. Y habrá más. Nos lo están dando a medida que lo necesitemos. La mitad del negocio es tuyo, así que tómalo. Puedes empezar un nuevo negocio, o dar la entrada para una casa, lo que quieras. Es suficiente para hacer realidad un sueño.

Jesse le devolvió el cheque a su hermana.

– No lo quiero -dijo. Nicole la miró con desconcierto.

– ¿Por qué no?

– Porque si me quedo con este dinero, no podremos reconstruir la pastelería.

– No lo entiendo.

Jesse sonrió.

– Todo esto es temporal. Yo quiero una tienda de verdad. El incendio nos da la oportunidad de modernizar el equipo, de rediseñar los espacios del obrador y de la tienda. Tengo unas cuantas ideas.

Nicole se echó a reír.

– ¿Así, tan fácil?

– Yo también me apellido Keyes. Llevo el negocio en la sangre. Pero tenemos que hablar de unas cuantas cosas. También tengo algunas ideas sobre cambios en los procesos de producción.

Nicole sonrió.

– Por supuesto que las tienes.


Jesse todavía estaba despierta cuando Paula llegó a casa después de otra cita con Bill. Tan sólo con ver su rostro ruborizado y sus ojos brillantes, dijo:

– Esto se está poniendo serio. ¿Debería preocuparme por ti?

Paula bajó la cabeza.

– No seas tonta. Bill es un hombre muy agradable. Sólo nos estamos divirtiendo un poco.

– Vaya, pues a mí me parece que es algo más que diversión -bromeó Jesse-. Te estás acordando de practicar el sexo seguro, ¿no?

– Haré como si no te he oído -dijo Paula mientras dejaba el bolso en la encimera de la cocina-. Me gusta mucho Bill.

– Y tú le gustas a él -aseguró Jesse.

Sin embargo, tenía el presentimiento de que era algo más que eso para Bill y Paula. Parecía que se habían enamorado.

– Él vive en Spokane -dijo Paula-. Eso es un problema, pero bueno, por ahora no tenemos que preocuparnos. Es sólo… interesante.

– Algunas veces, lo interesante es estupendo.

– Ya lo sé -dijo Paula, y se sentó en uno de los taburetes del mostrador-. ¿Cómo van los pedidos en el obrador?

– Tenemos más de los que podemos atender, pero estamos al día con el programa. Nicole y yo hemos llegado por fin a un entendimiento -respondió Jesse, y le contó a Paula la conversación que había tenido el día anterior con su hermana-. No me di cuenta de que tenía un nudo enorme en el estómago hasta que se deshizo. He echado mucho de menos a Nicole. Seguro que seguiremos peleándonos, porque siempre lo hemos hecho, pero ahora es distinto. Es como si hubiéramos solucionado los problemas. Eso me gusta.