Jesse aparcó frente al YMCA de Bothell, donde había dejado a Gabe al cuidado de dos de las voluntarias del centro, con varios niños más. Al verla, Gabe corrió hacia ella con una gran sonrisa.
– Mamá, mamá, he hecho amigos nuevos.
Ella se inclinó y lo tomó en brazos.
– ¿De veras? Eso es estupendo.
– Me lo he pasado muy bien y quiero venir otra vez.
– Bueno, pues tendremos que asegurarnos de que suceda, ¿no?
Él asintió vigorosamente.
Después de rellenar el papeleo y despedirse del personal, Jesse se dirigió al coche con Gabe parloteando a su lado. No dejaba de pensar en algo que estaba intentando ignorar, pero que cada vez se hacía más presente en su cabeza.
Cuando Gabe estuvo colocado en su sillita, y ella se sentó al volante, le dijo:
– Creo que quiero que conozcas a una persona.
A Gabe se le iluminó la cara.
– ¿A papá?
– Eh…, todavía no. Es tu abuela.
Gabe abrió los ojos como platos.
– ¿Tengo una abuela?
– Sí. Es la mamá de tu papá -dijo Jesse.
Gabe sabía lo básico sobre los abuelos, sobre todo, que él no tenía. Bueno, salvo Paula.
Sólo había un problema: la madre de Matt siempre la había odiado, se dijo Jesse.
Sin embargo, había pasado mucho tiempo. Quizá Paula hubiera cambiado. De lo contrario, sería una visita muy breve.
Jesse condujo hasta Woodinville, a la preciosa casa que Matt le había comprado a su madre años atrás, después de ganar los primeros millones de dólares por la licencia de los juegos. Se detuvo frente a la casa y paró el motor.
– ¡Date prisa! -le pidió Gabe mientras ella le quitaba el cinturón de seguridad de su silla-. ¡Date prisa!
Corrió por delante de ella y, cuando llegó a la puerta de la casa, se puso de puntillas para tocar el timbre. Jesse tomó su bolso, cerró la puerta del coche y se apresuró a seguirlo, pero demasiado tarde. La puerta se abrió antes de que ella pudiera llegar.
Paula estaba allí, un poco envejecida, pero no muy distinta. Seguía teniendo el pelo oscuro, como el de su hijo. Tenía también unas cuantas arrugas más en la cara, y había engordado un poco, pero por lo demás, seguía tal y como Jesse la recordaba.
– Hola -le dijo Gabe con una sonrisa-. Eres mi abuela.
Paula se quedó rígida, mirando al niño, y después miró a Jesse.
– Hola -dijo Jesse. Era consciente de que debía haber manejado la situación de otra forma, pero ya era demasiado tarde-. Debería haberte llamado antes de venir. Llegamos a Seattle ayer.
– Soy Gabe -dijo el niño-. Tú eres mi abuela.
A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.
– ¿Estabas embarazada?
Jesse asintió. No sabía qué iba a suceder. Se preparó para oír unos cuantos gritos, o acusaciones desagradables. Sin embargo, Paula se limitó a sonreír a Gabe como si fuera un tesoro que nunca hubiera esperado encontrarse.
– Nunca he tenido un nieto. Es muy emocionante. ¿Te gustaría entrar?
Gabe asintió y entró en la casa. Jesse lo siguió, más despacio.
La casa estaba tal y como ella la recordaba. Había estado allí pocas veces, pero cada una de las visitas había sido lo suficientemente difícil como para que no se le olvidara.
Los colores eran claros y los muebles confortables. Las horas incómodas que había pasado allí no tenían nada que ver con la casa, sino con Paula.
– Por aquí -dijo Paula-. ¿Sabes? Es curioso, pero he hecho galletas esta mañana. Normalmente no las hago, pero esta mañana estaba de humor -dijo, y sonrió a Gabe de nuevo, con una expresión de asombro y alegría-. ¿Te gustan las galletas de chocolate?
Él asintió.
– Son mis preferidas.
– Las mías también. Aunque también me gustan mucho las de mantequilla de cacahuete.
– También son mis preferidas -dijo Gabe, tan encantador como siempre-. Eres guapa. ¿A que mi abuela es guapa, mamá?
Jesse asintió.
Parecía que Paula no podía creer lo que estaba ocurriendo.
– ¿Puedo darte un abrazo? -le preguntó a Gabe.
Gabe sonrió y extendió los brazos. Paula se puso de rodillas y lo abrazó. Cerró los ojos y, su expresión se volvió tan melancólica que Jesse tuvo que apartar la mirada. Era de esperar. Las dos personas que debían haberla acogido mejor se habían comportado de una manera cautelosa y poco amigable. La persona que siempre la había odiado estaba entusiasmada por su vuelta. La vida era perversa.
Quince minutos después, Gabe se había comido una galleta y se había bebido un vaso de leche. También había puesto a Paula al día sobre su viaje desde Spokane y le había explicado que iba a conocer a su papá muy pronto.
– ¿Matt no lo ha visto todavía? -preguntó Paula.
Jesse negó con la cabeza, y después miró hacia el salón.
– Gabe, ¿te gustaría ver la televisión un ratito?
Gabe asintió y se marchó hacia el sofá. Paula encontró un canal para niños, y después, las dos mujeres volvieron a la cocina, desde donde podían ver a Gabe sin que el niño las oyera.
– No lo sabía -le dijo Paula en cuanto se sentaron. Se inclinó hacia Jesse y le acarició la mano-. Te juro que no sabía que estabas embarazada. Sólo sabía lo ocurrido por tu hermana. Ella me lo contó a mí, y yo se lo conté a Matt.
– Lo sé. No te preocupes. Hubo complicaciones. Pero ha pasado mucho tiempo, y quiero que sepas que yo quería a Matt. Nunca le hubiera hecho daño.
– Te creo -dijo Paula, y la sorprendió-. Él se quedó destrozado cuando te marchaste.
– ¿De veras? -preguntó Jesse. Era agradable saber que él la había echado de menos, aunque fuera brevemente-. Le dije que estaba embarazada, pero no creía que él fuera el padre. Le dije que no había habido nadie más, pero no me creyó.
Paula se movió con incomodidad en la silla.
– Fue culpa mía. Todo. Él se enfadó por lo que yo dije. Lo había tenido cerca de mí durante demasiado tiempo. Era una de esas madres horribles, pegajosas. Él se enfadó contigo, y nunca me lo perdonó. Dejamos de hablarnos cuando te marchaste. Y seguimos prácticamente igual. Apenas lo veo.
– Lo siento -dijo Jesse-. Tú eres su madre. Eso no debería cambiar por nada.
– Pues él lo ha pasado por alto -respondió Paula-. Bueno, háblame de ti. ¿Qué has hecho durante estos años?
– He estado viviendo en Spokane. Allí es donde llegué con el dinero que tenía. Conseguí trabajo en un bar. Tuve suerte. Bill, el dueño del bar, cuidó de mí. Me encontró un sitio para vivir, y organizó mi horario para que pudiera cuidar de Gabe -explicó Jesse, y sonrió al pensar en su jefe y amigo-. Él es quien me dio el empujón definitivo para venir aquí. Bueno, él, y Gabe también. Tu nieto quería conocer a su padre, y yo no podía seguir diciéndole que no.
– Eh, Bill y tú sois… -Paula dejó sin terminar la frase.
– ¿Pareja? Oh, no. Sólo somos amigos. Bill dice que soy demasiado joven para él. Tiene sesenta años, como todos sus amigos. Ha sido mi familia mientras he estado fuera. Fue muy duro para mí estar lejos de casa. Spokane no está demasiado lejos, pero a mí me parecía otro mundo. No podía creer que Nicole me hubiera dejado marchar así.
Jesse tomó la taza de café que le había dado Paula, pero no bebió.
– Nicole y yo siempre estuvimos solas. Ella era mi hermana mayor, la mandona. Claire, su hermana melliza, se marchó el mismo año en que yo nací, así que no llegué a conocerla, aparte de lo poco que me contó Nicole, o de lo que leía en las revistas.
– ¿Toca el piano?
– Sí. Es bastante famosa, pero yo no la conozco bien, aparte de algunos correos electrónicos y algunas cartas. Ha estado en contacto conmigo durante estos años. Es la que me contó que Nicole se había casado, y todo lo demás.
– ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?
– No lo sé. Unas semanas. Soy copropietaria de la pastelería Keyes, pero no voy a pedirle nada a Nicole. Voy a trabajar allí y le daré una receta de brownies que he preparado. Llevo trabajando en ella varios meses. Por fin la he perfeccionado y… -Jesse frunció los labios-. Perdona, estoy hablándote de mi vida cuando debería estar contándote cosas sobre Gabe. Es que no he tenido a nadie con quien hablar durante mucho tiempo.
– Yo tampoco -contestó Paula-. ¿Dónde te alojas?
– En un motel. Voy a alquilar un piso amueblado por la zona de la universidad. En verano es más barato.
– Pero entonces tendrás que conducir mucho -dijo Paula-. Podrías quedarte aquí, conmigo.
Jesse no sabía qué decir. Aquélla era una invitación completamente inesperada.
– ¿Estás segura?
– Ven a ver las habitaciones y decide después.
Asombrada, Jesse siguió a Paula al piso de arriba. Había dos habitaciones al fondo del pasillo, y entre ellas, un baño compartido. Las dos estaban preparadas para invitados, con camas dobles y colores muy bonitos, bien iluminadas, limpias y amplias, tan distintas del apartamento sucio y viejo que tendría que alquilar…
– Paula, esto es muy generoso -murmuró.
– Son tuyas durante todo el tiempo que quieras -dijo la madre de Matt-. Me he perdido cuatro años de la vida de mi nieto porque era una mujer asustada, sola, aterrorizada ante la posibilidad de perder lo poco que tenía. Y al final lo perdí, y lo he lamentado mucho. Quédate aquí, por favor. Deja que tenga la oportunidad de conoceros a Gabe y a ti. Te compensaré por lo mal que me porté hace cinco años. No te lo merecías, Jesse. Es lo mínimo que puedo hacer.
Era una oferta irresistible, y Jesse no iba a rechazarla.
– Gracias -le dijo, sintiéndose bien acogida y segura por primera vez desde que había llegado a Seattle-. Eres muy amable. A Gabe y a mí nos encantaría quedarnos.
– Muy bien. ¿Por qué no vuelves a tu hotel a buscar vuestro equipaje mientras yo voy al supermercado? Oh, tendrás que decirme lo que os gusta de comer. He echado de menos cocinar para más de una persona.
¿Un lugar bonito donde alojarse y alguien que iba a hacer la comida? Era como un rincón en el cielo, pensó Jesse. Y Paula era un ángel inesperado.
Capítulo Cuatro
Matt estaba frente al gran ventanal mientras hablaba. Todavía estaba furioso. Sentía la rabia quemándole por dentro, aunque hacía todo lo posible por mantener el control del tono de voz. Aunque en realidad, no podía engañar a su abogado.
– No es el mejor momento para tomar decisiones -le dijo Heath-. Espera unos días, un par de semanas. Las cosas no van a cambiar en ese tiempo, y tú tendrás tiempo de calmarte.
– ¿Es que tú no estarías enfadado en mi lugar?
– Yo estaría más que enfadado -admitió Heath-. Es imperdonable que no te dijera que estaba embarazada y se marchara. Podemos demandarla.
Eso no iba a suceder, pensó Matt con tristeza. Sobre todo, porque Jesse sí le había dicho que estaba embarazada, pero él no la había creído. O, más bien, no había creído que el niño fuera suyo.
No quería pensar en el pasado. Se había convertido en un hombre distinto, más controlado, más capaz, no alguien que se dejara llevar por sus emociones. Había aprendido una lección muy difícil, y no iba a cometer los mismos errores. Que él fuera el padre del niño no alteraba el hecho de que ella se había acostado con otro hombre.
– Quiero destruirla -dijo en voz baja-. Comienza con una investigación minuciosa. Quiero saber todo lo que ha hecho durante estos últimos cinco años. Dónde ha vivido, con quién se ha acostado, con quién ha hablado. Todo. Antes tenía muchos amantes, así que eso no habrá cambiado. Y puede que haya otras cosas.
Heath asintió.
– Averiguaremos lo que haya que saber y lo usaremos contra ella. Hay muchos modos de hacer que su vida sea incómoda: acuerdo en la toma de todas las decisiones, o la prohibición de salir de Seattle. La medida más importante sería pedir la custodia del niño.
Quitarle el niño. Matt pensó en cómo reaccionaría Jesse.
– Hazlo -dijo. Heath carraspeó.
– ¿Te das cuenta de que si ganas te quedarías con el crío?
– Ya me ocuparé de eso cuando suceda -dijo.
Si necesitaba ayuda, contrataría personal. Las niñeras y los internados existían por un motivo.
– Hazlo -repitió-. Prepara la demanda, pero no se la hagas llegar hasta que yo te lo diga. Quiero ver cómo va a acabar todo esto.
Había otras opciones que debía explorar. Era paciente. No tenía por qué apresurar las cosas. Podía esperar y averiguar cuál era la mejor forma de jugar la partida. La mejor forma de hacerle daño y de ganar.
Jesse sacó los brownies del horno y miró la bandeja. Parecían perfectos, como los de las otras tres hornadas que había hecho aquella mañana, pero quizá debiera probar una vez más.
– ¿Un poco obsesionada? -se preguntó, sabiendo que tenía que hacerlo lo mejor que pudiera. O Nicole admitía que los brownies eran fabulosos, o no, y había muy pocas cosas que ella pudiera hacer para cambiar el resultado. Lo único que podía hacer era mantenerse tranquila, racional.
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