Capítulo Cinco

Matt se puso en pie.

– No me gusta mucho el yogur -dijo-. ¿Te apetecen unas patatas fritas?

– Claro -dijo Jesse, y observó cómo Matt se alejaba hacia el mostrador para pedir.

Era tan distinto, pensó con tristeza. Ojalá pudieran estar más cómodos juntos. Eso llevaría tiempo, ella lo sabía. La mayor parte de las cosas buenas requerían tiempo. Sin embargo, eso no era lo que quería, ni la distancia, ni las conversaciones tensas. Quería que estuvieran cómodos juntos…, una familia.

Ojalá. No estaba segura de que eso pudiera suceder. Había pasado demasiado tiempo. Le hacía daño pensar lo unidos que habían estado Matt y ella, y lo mucho que se había perdido.

Él volvió con tres raciones de patatas fritas en una bandeja.

– Eso es mucha comida -murmuró Jesse. Gabe no iba a poder comerse ni la mitad de su ración, y ella no debía. Las patatas fritas iban directamente a sus muslos.

– Come lo que quieras, y deja lo demás -le dijo Matt.

Gabe se acercó y miró las patatas fritas. Jesse sonrió.

– Sí, puedes comer unas pocas.

El niño también sonrió y tomó una patata. Las patatas fritas no eran una comida muy habitual en casa. Tanto salir fuera a comer y tanta comida rápida se le iba a subir a la cabeza.

– ¿Has vivido en Spokane durante todo este tiempo? -le preguntó Matt.

– Sí. Se me acabaron el dinero y la gasolina casi al mismo tiempo. Cuando empecé a trabajar allí, no vi la necesidad de mudarme.

Matt asintió.

– ¿Has ido a ver a tu hermana ya?

– Sí. Fui a su casa después de visitarte a ti.

– ¿Y cómo fue?

– No muy bien. Tiene muchas cosas en la cabeza en este momento. Sus gemelas tienen pocos meses, y eso es muy duro. Voy a empezar a trabajar en la pastelería para ayudar. Además, he creado una receta para brownies que creo que le va a gustar mucho. Tengo que hacer unos cuantos para que pueda probarlos.

Eso no tenía por qué interesarle demasiado a Matt. Así que quizá pudiera hablar sobre algo que fuera más relevante para él, por mucho que le doliera mencionar el pasado.

– Quería decírtelo -murmuró Jesse, consciente de que Gabe seguía a su lado, comiendo patatas fritas-. No sabía cómo. Tú estabas tan enfadado cuando me fui, y yo me sentía tan herida… Me sentía culpable.

– ¿Por lo de Drew? -preguntó Matt, con un brillo de ira en la mirada.

Ella se puso rígida.

– No. No ocurrió nada entre nosotros, ya te lo dije -Jesse miró a su hijo-. Ya hablaremos en otro momento de eso.

– Está bien, pero hablaremos de ello -dijo Matt, y cambió de tema-. Te debo un dinero por la manutención del niño.

– No, claro que no.

– Gabe es hijo mío. Es mi responsabilidad.

– No se trata de eso. No he vuelto por dinero. He vuelto para que Gabe y tú os conozcáis.

No parecía que Matt la creyera, pero no dijo nada. ¿Eso era bueno o malo? ¿Era demasiado tarde como para que forjara vínculos con su hijo? Jesse quería creer que no.

Gabe se apoyó en ella y suspiró.

– ¿Estás cansado, hijo mío? -le preguntó mientras le acariciaba la cabeza-. Has tenido una mañana muy animada.

Gabe miró a Matt.

– He estado jugando en el jardín con mi abuela, y después me ha leído un cuento. Estoy aprendiendo el abecedario. Voy por la cu.

Matt se puso muy tenso.

– ¿Tu abuela?

Jesse soltó un juramento en voz baja. Ella tenía intención de contárselo.

– Sí -dijo Gabe-. Mi abuela Paula.

Jesse rodeó a su hijo con un brazo.

– Fuimos a verla a ella también. Es la única abuela que tiene Gabe, y quería que se conocieran. Se emocionó mucho y nos invitó a quedarnos en su casa.

– No puedes. No puedes quedarte allí.

– ¿Por qué no? Hay mucho sitio, y ella es estupenda con Gabe. Quiero que él conozca a toda su familia.

– No vas a sacarle nada. Aunque finja que le importa el niño, tiene el dinero bien guardado.

A Jesse le ardieron las mejillas y se puso en pie.

– ¿Es que piensas que todo esto es por dinero? Hay cosas más importantes.

– La gente que cree eso es la que no tiene dinero. Supongo que tú eres una de ellos.

– Tienes razón. No tengo tantos millones como tú, y no los necesito. Gabe y yo nos las arreglamos perfectamente.

– Eso es mentira, y lo sabes. Todo esto lo haces para conseguir una parte de todo lo que yo tengo. Admítelo, Jesse. Al menos, así podremos empezar desde un punto en el que todo esté claro, en el que haya sinceridad.

Jesse no daba crédito a lo que él le estaba diciendo. ¿De veras creía eso de ella?

¿O el problema no era ella, específicamente? ¿Era todo el mundo?

– Tú no tienes ningún interés en que yo sea sincera -le dijo-. Tú crees lo que quieres creer porque es más fácil. No puedo impedírtelo, así que no voy a intentarlo, pero me gustaría saber por qué has cambiado tanto. Antes no eras así.

Él se levantó también y la miró fijamente mientras esbozaba una sonrisa burlona.

– Tú me has convertido en lo que soy, Jesse. Deberías estar orgullosa.


Jesse se detuvo en el semáforo en rojo e intentó mantenerse despierta. Todavía estaba disgustada por la conversación que había mantenido el día anterior con Matt. No había dormido mucho, y se había levantado muy pronto para hacer los brownies.

Ni siquiera inhalar el aroma delicioso que desprendía el bizcocho conseguía que se sintiera mejor. Estaba cansada, derrotada. Intentaba convencerse de que debía olvidar a Matt, pero no podía. Parecía que una parte de ella esperaba, tontamente, que todavía quedara algún lazo entre ellos.

Con un suspiro, aparcó frente a la casa de su hermana. Tomó la caja en la que había metido los brownies, caminó hasta la entrada y llamó a la puerta.

Pocos segundos después, abrió un hombre alto, atlético, impresionante.

– Hola -dijo con una sonrisa-. Soy Hawk. Tú debes de ser Jesse. Pasa. No me dejan quedarme a la degustación. Nicole dice que no tengo el paladar lo suficientemente sutil, pero esos brownies huelen muy bien, así que no dejes que se los coman todos.

– No te preocupes, he traído tres docenas -dijo Jesse. Hawk le había caído bien al instante.

Él la llevó a la cocina, que estaba mucho más ordenada que durante su anterior visita. Nicole estaba junto a la encimera, sirviendo café. Se volvió cuando Jesse entraba.

– Buenos días -dijo, aunque no parecía que estuviera muy contenta por tener visita-. ¿Has traído los brownies?

– Sí -respondió Jesse, y depositó la caja sobre la encimera.

En aquel momento entró otra mujer en la habitación. Era alta, y tan rubia como Nicole, con rasgos similares.

Claire, pensó Jesse, y tuvo una sensación extraña al ver a su otra hermana, a la que nunca había llegado a conocer, en realidad.

Claire y Nicole eran mellizas, seis años mayores que ella. Cuando tenían tres años, Claire se había sentado al piano en casa de unos amigos de sus padres y había empezado a tocar perfectamente, aunque nunca había tomado una clase. Cuando Jesse nació, a Claire la habían enviado ya a Nueva York a estudiar, y después, de gira por todo el mundo, mientras Jesse y Nicole se quedaban atrapadas en Seattle, intentando hacerse adultas sin demasiada supervisión. Nicole siempre había odiado a Claire por marcharse, aunque Claire no hubiera podido decidir nada al respecto, mientras que Jesse se limitaba a envidiar sus viajes.

Jesse seguía sin conocer bien a Claire, pero era con ella con quien se había mantenido en contacto desde que se había marchado.

– Has vuelto -le dijo Claire, a modo de saludo-. ¿Sigue Seattle tal y como lo recordabas?

– Más o menos. Hay muchas casas nuevas.

– Hay un mercado de trabajo muy fuerte, y atrae a la gente -dijo Claire mientras tomaba la taza de café que le ofrecía Nicole. Jesse hizo lo mismo.

Hubo un momento embarazoso de silencio. Aunque aquella gente era su familia, eran extraños, por un motivo o por otro. Y sus dos hermanas mayores pensaban lo peor de ella.

Hawk se acercó a Nicole y le puso las manos sobre los hombros. Le susurró algo al oído y la besó. Después se volvió hacia Jesse y Claire.

– Bien, señoras, las dejaré para que hagan la degustación -dijo-. Nicole, acuérdate de lo que te he dicho.

Nicole se echó a reír.

– No nos los vamos a comer todos. Te dejaremos muchos.

Hawk y ella compartieron una de aquellas miradas íntimas de las parejas que se conocían y estaban seguras de su amor, y después, él se marchó.

Nicole y Claire se sentaron a la mesa. Jesse se unió a ellas y abrió la caja.

– Tengo tres clases de brownies -dijo Jesse-. De chocolate, de chocolate con nueces y de chocolate con mantequilla de cacahuete.

– ¿Y son recetas tuyas? -preguntó Nicole.

Jesse tuvo que reprimir el impulso de dar una respuesta airada.

– Sí. Las he desarrollado yo. Tengo anotaciones del proceso, para poder comprobar su evolución.

Detestaba tener que dar explicaciones, que Nicole no confiara en ella, pero así era su hermana. Nicole nunca le perdonaría que hubiera vendido por Internet la famosa tarta de chocolate Keyes, cinco años atrás.

Nicole tomó un brownie de cada clase. Claire hizo lo mismo y se rió.

– No soy ninguna experta -dijo-. ¿Será suficiente si digo que me gustan?

– Para mí sí -dijo Jesse, y contuvo la respiración mientras Nicole mordía el bizcocho.

Nicole masticó y tragó sin decir nada. Se levantó y llenó un vaso de agua, tomó un sorbo, volvió a la mesa y probó de nuevo.

Comió despacio, con atención. Degustó cada uno de los brownies tres veces antes de terminar su vaso de agua. Después se volvió hacia Claire.

– ¿Qué te parecen? -le preguntó.

– Son increíbles. Son dulces y ricos, pero sin llegar a ser empalagosos. Normalmente, a mí no me gusta demasiado la combinación de chocolate y mantequilla de cacahuete, pero incluso esos son deliciosos.

Jesse no se relajó. A Nicole no iba a importarle lo que pensara Claire.

Nicole apartó los brownies.

– Son buenos. Los vendería en la pastelería.

Jesse exhaló.

– ¿Los tres sabores?

Nicole asintió.

El alivio fue instantáneo y dulce.

– Estupendo. ¿Y ahora qué?

Claire se levantó.

– Os dejaré para que habléis de negocios. Estaré en el jardín, con los niños -dijo, y le dio una palmadita a Jesse en el hombro al pasar.

Nicole se apoyó en el respaldo de la silla.

– ¿Qué quieres? El otro día me dijiste que quieres recuperar tu sitio. ¿Es cierto?

– Sí. Quiero trabajar para ti durante seis meses -dijo Jesse, pensándolo mientras hablaba-. Después de eso, hablaremos sobre si nos convertimos en socias. Durante esos seis meses, tendrás la receta de los brownies. Si las cosas no marchan bien, me los llevaré.

– ¿Para venderlos en otro sitio? No. Si te vas, los brownies se quedan, pero te pagaré las recetas.

A Jesse no le gustó aquella idea, pero entendía la preocupación de Nicole. No quería vender algo durante seis meses en la pastelería, para luego dejar de hacerlo y perder clientes.

Antes de que pudiera responder, Nicole dijo:

– También puedo comprarte tu parte del negocio. Ahora tienes más de veinticinco años. Puedo pedir un préstamo y darte el dinero por la mitad de la pastelería.

– No. Quiero que esto funcione -le dijo a su hermana-. Por eso estoy aquí.

– Me cuesta creer eso -admitió Nicole-, pero eres diferente. Es obvio.

– No me importa lo que tenga que hacer en la pastelería. Tú siempre necesitas ayuda extra. Yo te la daré. No quiero decir que tenga que estar a cargo de las cosas, tú sigues siendo la jefa.

– Una idea interesante. Desde que tuve a las gemelas me está resultando difícil ir mucho a la pastelería. Precisamente, necesito a alguien que la dirija. ¿Tienes experiencia en la dirección?

– He estado llevando un bar.

Nicole abrió unos ojos como platos.

– Estás de broma.

– No. Fui ascendiendo desde el puesto de camarera. Atendía las mesas y dirigía el local unas cuantas noches a la semana. He gestionado a los empleados y me las he visto con los clientes borrachos. Supongo que la gente que entre a tomar café y a comprar bollería y pasteles será más fácil. Además, tengo un graduado en empresariales.

– ¿Fuiste a la universidad?

– Por las mañanas. Trabajaba por la noche y hacía los deberes cuando podía.

– ¿Y Gabe?

– También lo he criado.

– Has estado muy ocupada.

Jesse asintió. Sintió un poco de orgullo, y también de satisfacción, al ver que su hermana estaba impresionada. Pese a lo que creyera Nicole, a ella le importaba lo que pensara su hermana. Por eso estaba dispuesta a acabar con aquel momento de conexión, diciendo: