De repente, Felice dio media vuelta, dando la espalda a su pareja, y dirigió una mirada provocativa, con los labios entreabiertos, a Brian. Dos balanceos más y sus ojos espiaron a Brian. La silla de éste estaba medio vuelta hacia la pista, y una breve mirada bastó a Theresa para darse cuenta de que llevaba algún tiempo observando a Felice.

Sin perder un solo compás, la mujer consiguió de algún modo centrar toda su atención en Brian. Sus caderas evocaban el giro de un sacacorchos; fruncía los labios formando un puchero y sus manos de uñas rojas y brillantes transmitían mensajes incitantes. Theresa desvió de nuevo la mirada hacia Brian y vio cómo sus ojos descendían desde el rostro de Felice hasta sus senos y de éstos a las caderas, quedándose fijos en éstas.

Un momento más tarde, Felice giró hábilmente y se puso de cara a su pareja, luego se perdió entre la multitud, como diciendo: «si quieres más, chico, ven a por ello.»

Brian se volvió hacia Theresa y la pescó mirándole. Ella desvió rápidamente la vista hacia su ropa, sintiendo que se ruborizaba y que estaba fuera de lugar. Las multitudes jóvenes y animadas no eran para ella. Jeff encajaba allí, puede que hasta Brian, pero ella no.

Justo en aquel momento cambió la música. El teclista tocó la característica introducción de The Rose… lenta, melancólica, romántica.

Por el rabillo del ojo, Theresa captó un destello rojo encendido disparado hacia Brian, pero antes de que hiciera diana, aquél se levantó de un salto, cogió a Theresa de la mano y la llevó hacia la pista de baile. Apenas habían dejado sus sillas cuando fueron interceptados por Felice y su pareja, que regresaban a la mesa.

La belleza morena tenía un aspecto atractivo, acalorada y jadeante por el esfuerzo hecho, cuando detuvo a Brian poniéndole una mano en el pecho.

– Pensaba que este baile sería mío.

– Lo siento, Felice. Es nuestra canción, ¿no es así, Theresa?

Demasiado aturdida para responder, Theresa se dejó llevar entre la multitud hacia la pista, donde se vio balanceada entre los brazos de Brian.

– ¿Lo es? -preguntó ella con sonrisa maliciosa.

– Ahora sí.

La propia sonrisa conspiradora de él alivió el desconcierto que sentía desde que le vio observando a Felice.

– Se me ocurre que en menos de dos semanas hemos reunido suficientes canciones nuestras para dar un concierto.

– Imagínate la mezcla que sería. El Nocturno de Chopin y Dulces Recuerdos de Newbury.

– Y The Rose -añadió Theresa.

– Y sin olvidar «Oh, yo tenía una gallinita que no me ponía un huevo…»

Los dos soltaron una carcajada al unísono. La de Brian era un sonido melodioso que hizo estremecerse a su pareja. Algo maravilloso había sucedido. Mientras bromeaban, sus pies habían estado deslizándose inconscientemente al ritmo de la música. La musicalidad natural de Theresa se había impuesto. Distraída por Felice y la conversación, Theresa había olvidado llevar su timidez a la pista. Seguía los expertos pasos de Brian con libertad jubilosa. Era un bailarín increíble. Moverse a su ritmo fluido no precisaba esfuerzo alguno, aunque Brian mantenía una distancia respetable entre sus cuerpos.

¿Cuándo habían muerto sus risas? Los ojos verdes de Brian no habían abandonado los de Theresa, sino que contemplaban su cara alzada mientras bailaban en silencio.

– Brian -dijo suavemente-, no me importa que bailes con Felice.

– Yo no quiero bailar con Felice.

– Vi que la mirabas.

– Eso es algo difícil de evitar.

Brian frunció el ceño por un instante, en ademán irritado.

– Mira -prosiguió-, Felice es como las innumerables chicas que hay siempre al pie del escenario para intentar ligar con los músicos, cualquiera que sea el grupo que toque esa noche. Las hay a cientos, pero eso no es lo que quiero esta noche, ¿de acuerdo? No cuando tengo algo mucho mejor.

Al pronunciar sus últimas palabras, Brian cerró su abrazo apretándola con fuerza. Ahora Theresa se hallaba en esa situación sobre la que se había preguntado a menudo con temor y fascinación a la vez. Sus senos estaban suavemente aplastados contra el pecho de Brian y sus muslos sentían los rítmicos empujones de los pasos del mismo. Sobre su cintura descansaba una mano firme y segura, mientras las suyas palpaban un hombro fuerte y musculoso y una mano extendida y fría respectivamente. Brian apoyaba la barbilla sobre su sien.

«Estoy bailando estrechada por un hombre. Y es delicioso». Theresa se sentía liberada, quizás porque, a pesar del hecho de que sus cuerpos se rozaban, la presión de Brian era sólo la necesaria para guiarla. Las caderas del joven permanecían a una distancia discreta, mientras que las otras zonas donde sus cuerpos se tocaban parecían vivas y cálidas.

Brian tarareaba la canción dulcemente, y las suaves vibraciones de su voz temblaban en su pecho y se filtraban en los senos de Theresa. Olía a limpio, a una fragancia sutil y masculina, y Theresa pensó: «miradme, todo el mundo. Estoy enamorándome de Brian Scanlon, y es absolutamente maravilloso.»

La canción terminó y Brian se apartó un poco, reteniéndola todavía suavemente. Su sonrisa era tan placentera como las sensaciones que Theresa acababa de experimentar. La de ella era asustadiza.

– Bailas muy bien, Theresa.

– Tú también.

El grupo comenzó sin pausa alguna otra canción lenta, y se hizo patente que bailarían otra vez. Brian la llevó contra su cuerpo, esta vez hundiendo la cabeza un poco más, mientras Theresa levantó la suya un poco más también. Y, de algún modo, fue portentoso que la canción comenzase con la palabra «amor».

– Theresa, esta noche estás tan bonita como te imaginé la primera vez que Jeff me habló de ti.

– Oh, Brian… -comenzó a protestar.

– Cuando te vi en la cocina, no me lo podía creer.

– Amy me ayudó. Yo… bueno, tengo poca experiencia en arreglarme para ir a fiestas.

– Mucho mejor -susurró.

Y la siguiente cosa que Theresa supo fue que su rostro estaba anidando en la curva cálida y fragante del cuello de Brian. De algún modo, de algún mágico modo, sus caderas se habían unido, y Theresa sintió por primera vez el contacto del vientre de Brian, de la cálida piel que buscaba la suya. El brazo de Brian rodeaba firmemente su cintura, apretándola y manteniéndola pegada a él.

Theresa probó a cerrar los ojos y descubrió que ya estaba mareada de las sensaciones que la proximidad de Brian agitaba en su interior, y las vueltas que daban lentamente aumentaban su vértigo. Entreabrió los ojos y vio a través de sus pestañas el pulgar de Brian acariciando su mano al ritmo de la música. Ella mantenía la palma apretada contra el duro pecho, percibiendo los latidos uniformes de su corazón. Luego notó lo encallecidos que estaban los dedos que acariciaban su mano, y recordó aquella mano izquierda de largos dedos deslizándose por el mástil de la guitarra mientras su dueño cantaba para ella. Sus ojos volvieron a cerrarse mientras se regocijaba en las maravillosas sensaciones que le producía estar donde estaba, con quien estaba. La clase de hombre que era…

En esta ocasión, cuando acabó la canción, ninguno de los dos se movió de inmediato. Brian la abrazó con más fuerza y acarició su espalda. Luego se echó hacia atrás, sin soltar nunca su mano, mientras abría el camino hacia la mesa y el grupo anunciaba un descanso.

Theresa se sentó en la silla que él le ofrecía. Sus sillas estaban juntas, ligeramente vueltas de espalda a la mesa y, cuando Brian se sentó, apoyó el tobillo sobre la rodilla de tal modo que una pierna rozaba el muslo de Theresa. Se quedó en esa posición intencionadamente, pensaba Theresa, un leve contacto que les mantenía unidos mientras renunciaban a bailar.

– Bueno, háblame un poco de lo que es enseñar música a unos críos.

Theresa le habló de su trabajo y le contó más cosas de las que nunca había compartido con ningún hombre.

Y, mientras hablaba, Brian observaba su rostro, sus expresiones cambiantes risueñas, pensativas y sanas… «Sí, sanas», pensó Brian. «Esta mujer es sana de un modo que no he visto en ninguna otra mujer. Ciertamente, en ninguna de las Felices, cuyos ofrecimientos he aceptado siempre que me ha venido en gana.»

«Las mujeres como Felice, con sus vestidos rojos y sus caderas provocativas, son para una noche. Esta mujer es para toda la vida. ¿Cómo será en la cama? Ingenua, insegura y muy parecida a una virgen. Completamente opuesta a las tigresas que saben atraer a un hombre para excitarle con habilidad de expertas». No, Theresa Brubaker sería tan fresca y pura como… como el Nocturno de Chopin.

– Bueno, y tú cuéntame lo que es estar trabajando para las Fuerzas Aéreas durante el día y tocando en el club de oficiales por las noches.

Brian se lo contó.

Y, mientras hablaba, Theresa se imaginó a las Felices que miraban al guitarrista desde el pie del escenario, pues el grupo de Jeff y Brian actuaba también en las cantinas a las que los hombres alistados podían llevar a sus novias. Theresa pensó en lo que había dicho acerca de las innumerables chicas que intentaban ligar con los músicos. Pero había añadido que eso no era lo que quería esa noche. ¿Esa noche? La insinuación era evidente. De vuelta en la base habría sin lugar a duda otras que atraerían la atención de Brian, otras con vestidos de color rojo encendido y caras y cuerpos como los de Felice Durand. Un hombre como él se cansaría enseguida de una inocentona como ella.

Se imaginó a Brian saliendo al escenario, aceptando las proposiciones de alguna admiradora, acostándose con ella.

Y, si a Brian no le faltaban oportunidades, era de suponer que a su hermano tampoco. El pensamiento le enfrió los ánimos.

Theresa regresó de su ensueño cuando Brian comenzó a hablar con voz grave.

– Theresa, en junio, cuando Jeff y yo acabemos el servicio, pienso venir a vivir por aquí para poder formar otro grupo con él.

– ¿En serio?

La agitación comenzó una vez más a hacer estragos en su interior. ¿Brian regresando para quedarse toda la vida?

– Pero… ¿y Chicago?

– No hay nada que me ate a Chicago. Nadie que me importe. La gente que conocía serán prácticamente unos extraños después de cuatro años.

– Jeff mencionó que habíais hablado de seguir juntos, pero, ¿y el resto del grupo?

– Buscaremos aquí un batería y un bajo, y puede que también una cantante. Nos gustaría introducirnos en el mundo de las fiestas privadas, pero tendremos que pasarnos un par de años tocando en bares y locales nocturnos antes de poder conseguirlo.

Brian parecía estar esperando su aprobación, pero Theresa se había quedado sin habla.

– Bueno…

Theresa gesticuló vagamente, le dirigió una sonrisa brillante, intentó razonar lo que aquello podría significar para su futura relación con él.

– Esa no es exactamente la reacción que esperaba.

Theresa bajó la vista hacia su regazo y sin necesidad se alisó el pantalón sobre su rodilla izquierda mientras Brian proseguía:

– Ya te lo he dicho en otra ocasión; lo que verdaderamente quiero ser, en el fondo, es disc-jockey. Quiero entrar en el Brown Institute, ir a clase por las mañanas y actuar por las noches. A Jeff le parece estupendo. ¿Y a ti?

– ¿A mí?

Theresa alzó sorprendida sus ojos castaños y sintió que su corazón palpitaba alegremente a la expectativa.

– ¿Y por qué necesitas mi aprobación?

Brian no movió ni una pestaña durante un largo instante. Observó detenidamente a Theresa con sus deslumbrantes ojos verdes, pero en los mismos se leían muchas cosas no dichas.

– Creo que sabes por qué -respondió por fin con voz profunda.

Un acorde resonante anunció la continuación de la actuación, y Theresa se salvó de tener que contestar gracias al estallido de sonido que llenó la sala. Estaban todavía mirándose a los ojos cuando la insistente Felice surgió de la nada y cogió a Brian por el brazo, levantándole de la silla mientras él continuaba con la mirada fija en Theresa.

– ¡Vamos, Brian, veamos de qué eres capaz, encanto!

– De acuerdo, pero sólo uno.

Desgraciadamente, Theresa se vio sometida a la prolongada tortura de observar a Felice apropiándose de su pareja durante tres largas y trepidantes canciones. En menos de un minuto de observación se le secó la boca. Y en un tiempo similar volvió a humedecérsele.

Brian movía su cuerpo con la naturalidad de un profesional del escenario, y lo hacía sin ninguna afectación. Cuando movía las caderas, el movimiento era tan sutil, tan atractivo, que Theresa se quedó boquiabierta sin darse cuenta. Su rostro adoptaba una agradable expresión de contento cuando ocasionalmente mantenía contacto visual con Felice. Ella se movía a su alrededor en un viaje provocativo que acababa cuando casi le tocaba con los senos. Felice dijo algo, y Brian se rió.