El Amante de sus Sueños

Not in my bed! (1999)

CAPÍTULO 01

Un helado viento barrió la calle principal de Lake Grove. Carrie Reynolds sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, tintándole la nariz de un vivo color granate. Al acercarse a la fachada del edificio que albergaba su agencia de viajes, "Aventuras Inc.", observó los llamativos carteles que había colocado en el escaparate con la esperanza de atraer nuevos clientes.

Fiji. Una escapada exótica, playas de finísima arena… hombres bronceados y mujeres con minúsculos biquinis… cuerpos brillando bajo el sol…

El invierno era siempre la peor época del año. Cuatro meses interminables de cielos plomizos y de un frío que helaba hasta los huesos, salpicados de unos pocos días soleados. Además, el omnipresente viento del Lago Michigan era capaz de convertir Chicago y sus alrededores en lo más parecido a una Siberia urbana. Sin embargo, a pesar de que el invierno era malo para el estado de ánimo, era bueno para los negocios. Al mirar a través del cristal de la ventana, Carrie notó que había al menos tres clientes que estaban esperando ser atendidos. Y otro en la mesa de Susan…

– Es él -murmuró Carrie, sin poder apartar la mirada del hombre que estaba sentado a la mesa de su socia, Susie Ellis.

Carrie hubiera reconocido a Dev Riley en cualquier parte, incluso a distancia, y estando él de espaldas y las gafas de Carrie empañadas.

Carrie se tocó el enorme gorro de punto que se había puesto en la cabeza antes de salir de casa. Aquella mañana no se había preocupado en absoluto de su pelo. Ni del maquillaje. Un abrigo de lana, más grande de la cuenta, escondía lo peor de sus pecados: un grueso jersey verde y unos pantalones de pana deslucidos.

Durante un momento, a ella le pareció que tendría tiempo para volver corriendo a casa y cambiarse. Solo vivía a unas pocas manzanas. Sin embargo, en aquel momento, Dev Riley se puso de pie y le dio la mano a Susan. Antes de que Carrie pudiera pensar en otro plan, él se dirigió a la puerta de la agencia con su habitual porta-billetes azul en la mano.

– Dios -musitó ella, mirando a su alrededor para encontrar un sitio en el que esconderse.

Sin saber lo que hacer se caló más el gorro y se subió las solapas del abrigo, dándose la vuelta rápidamente para disponerse a cruzar la calle. Desgraciadamente, el tacón del zapato se le resbaló en una zona helada de la calle. En un suspiro, Carrie se vio sentada en medio de la acera. El gorro le había salido volando y yacía a su lado. La mochila estaba al lado del bordillo de la acera, con el contenido de la botella de zumo de uva negra que se había llevado de casa formando un pequeño charco morado encima de la acera. Además, se le habían torcido las gafas al enredársele en el pelo.

Carrie intentó ponerse de pie, pero el hielo convirtió aquella sencilla maniobra en algo peligroso. Si solo pudiera ponerse de pie, tal vez podría…

– ¿Se encuentra bien?

Él tenía la voz tal y como ella se la había imaginado, cálida y llena de matices, el tipo de voz que podía seducir a una mujer con solo unas pocas palabras. Carrie nunca le había oído hablar. Siempre que él iba a la agencia, ella encontraba una excusa para esconderse en la sala de las fotocopias o en el cuarto de baño, es decir, en cualquier lugar que le permitiera vigilarlo. Teniendo en cuenta que Devlin Riley tenía al menos dos viajes de negocios al mes, Carrie se había convertido en una experta en aquel tipo de maniobras.

– ¿Puedo ayudarla?

Al intentar apartarse el pelo de los ojos, Carrie dejó caer las gafas. Ella tuvo que contener el aliento al ver que él le extendía la mano, con los largos dedos enfundados en unos elegantes guantes de cuero negro.

– No, gracias. Estoy… bien -consiguió ella decir por fin.

– Por favor -insistió él, inclinándose sobre ella con una sonrisa. -Déjeme ayudarla. ¿Se ha hecho daño?

Carrie negó con la cabeza y estaba a punto de rehusar su ayuda de nuevo cuando él le tomó la mano y suavemente le pasó el brazo por la cintura.

Él era mucho más alto de lo que él se había imaginado. A duras penas ella le llegaba con la frente a la barbilla. Los hombros, resaltados por el elegante corte de un abrigo de cachemir, eran de una anchura imposible. Carrie no pudo mirarlo a los ojos. Solo sabía que eran de un misterioso tono azul. Sin embargo, si pudiera mirarlo, una vez… Cuando por fin consiguió hacerlo, ya no pudo apartar la mirada.

– Verde -musitó ella, asombrada. ¿Cómo se los habría podido imaginar de color azul?

– ¿Verde?

– Verlo -corrigió ella, disimulando, mientras se apartaba de él. -Yo… el hielo… Me preguntaba cómo no he podido verlo…

Él asintió y se inclinó para recogerle las gafas, que le puso con mucho cuidado, empujándolas suavemente por el puente de la nariz.

– Ya está. Así lo verá mejor.

– Gracias -dijo ella, observando cómo él le recogía también la mochila. Se movía con ágiles movimientos, mientras el viento le revolvía el pelo y la tenue luz de la mañana le resaltaba el perfil. -Maravilloso…

– ¿Cómo dice? -preguntó él, incorporándose.

Carrie se maldijo mentalmente. Tenía que aprender a controlar el hábito de hablar consigo misma, que había adquirido a lo largo de los últimos ocho años de vida en solitario. De aquella manera, al menos su voz, en conversación con las plantas y con el gato, llenaba la casa de sonidos.

– Maravilloso -repitió ella, mirando al cielo gris. -Creo que va a hacer un día maravilloso.

– ¿Usted cree? -preguntó él, con otra devastadora sonrisa. -Tenía entendido que iba a nevar. Han dicho que caerán unos diez centímetros.

– Yo creía que iban a ser quince -replicó ella.

En aquel momento, un incómodo silencio se produjo entre ellos. Aunque Carrie deseaba apartar la mirada de él, no pudo. No estaba segura de que fuera a volver a tener una oportunidad como aquella. Y el verdadero Dev Riley era mucho mejor que el que ella imaginaba en sus fantasías.

Finalmente, fue él quien rompió el silencio, aclarándose la garganta.

– Bueno, ¿está segura de que se encuentra bien?

– Sí.

– Me alegro. En ese caso, tengo que marcharme.

Entonces, él le dedicó una última sonrisa, se dio la vuelta y se marchó. Cuando ella estaba a punto de dejarse caer de rodillas de nuevo de pura mortificación, él se volvió, con lo que ella tuvo que recobrar la compostura rápidamente.

– Tal vez quiera parar en la agencia de viajes -le dijo él, -y decirles que la acera está muy resbaladiza por el hielo. Deberían poner sal.

– ¡Yo… lo haré! -respondió Carrie, con todo su entusiasmo. Luego se cargó la mochila al hombro. -Sí -murmuró. «Entraré allí y le diré a la dueña que es una idiota».

Con una risa amarga, Carrie abrió la puerta de la agencia y entró. Se estaba tan caliente en el interior que los cristales de las gafas se le empañaron enseguida. Cuando se le aclararon, vio a Susie de pie delante de ella.

– No me puedo creer que hayas hablado con Dev Riley. ¡Por fin has reunido las fuerzas para hacerlo! ¿Qué te ha dicho? ¿Qué le has dicho tú?

– Me caí -explicó Carrie, mirando a los clientes que estaban esperando. Rápidamente se dirigió hacia su mesa. -Y él me ayudó a levantarme. Yo le di las gracias. Con decirte que he debido parecerle una completa idiota te lo digo todo.

Ella dejó la mochila al lado de su silla y luego se quitó el abrigo y los mitones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había perdido el gorro con el viento.

– Bueno, era un gorro muy feo -musitó Carrie, mientras se dirigía a la sala de fotocopias a prepararse un café. -Necesito un donut.

Los pasteles con un alto nivel de calorías siempre la habían ayudado a tranquilizarse los nervios a primera hora de la mañana. Las patatas fritas eran lo único que le funcionaba después de las once. Por la tarde, tenía que recurrir al chocolate, en cualquiera de sus formas. Y antes de irse a la cama, tenía que tomarse un helado.

– ¡Quiero saber lo que has dicho! -exclamó Susie, pisándole los talones. -Has estado casi dos años soñando con ese hombre, babeando cada vez que él entraba en la agencia.

– ¡Eso no es cierto! Ahora, ¿quieres dejar de seguirme y ocuparte de los clientes?

– Ya lo estoy haciendo. Me estoy ocupando de Dev Riley.

Carrie reprimió un gruñido. Había veces en las que se arrepentía de no haber permanecido como única propietaria. Sin embargo, la agencia de viajes «Aventuras Inc.» se había hecho demasiado popular como para que la dirigiera solo una persona. Así Susie había pasado de ser una empleada indispensable a una aspirante a socia y había ido comprando poco a poco parte del negocio. Además, se había convertido en la mejor amiga, y torturadora, de Carrie.

A cambio, Carrie se había visto relevada de todas las tareas que no le gustaban del negocio de los viajes, como por ejemplo viajar. Susie la había interrogado sobre su vida personal con tanta insistencia que ya no había secretos entre ellas.

– Yo no sueño con Dev Riley -musitó Carrie, mientras se servía una taza de café. -Yo admiro su… abrigo -añadió por fin, sin saber si confesar que era su cara, su cuerpo. -Sí, eso es. Creo que tiene un gusto exquisito. Era de cachemir.

– Y tú no podrías decirme ninguna mentira menos creíble que esa. De hecho, es bueno que por fin hayas hablado con él. Eso es un gran paso para ti. Las dos sabemos que ya va siendo hora de que tengas una vida real. Una vida real con un hombre real.

– Ya tengo una vida -respondió Carrie, con la boca llena de donut.

– Tienes una profesión -la corrigió Susie. -Las dos sabemos que no has vivido nada desde que tenías diez años.

Susie tenía razón. La vida de Carrie había sido idílica hasta que su madre había muerto, casi veinte años atrás, cuando ella tenía diez años. Después de eso, al ser hija única, Carrie se había convertido en la mujer de la casa. Se había pasado la vida limpiando, cocinando, planchando y lavando para su padre. Y cuando no hacía eso, estaba con los deberes. Gran estudiante, Carta Louise Reynolds era la única persona en la historia del Instituto de High Grove que había ganado el premio de geografía durante cuatro años consecutivos.

Cuando llegó la hora de ir a la universidad, Carrie había decidido rechazar una beca en una prestigiosa universidad del este y decidió asistir a una pequeña facultad que estaba cerca de su casa. No le importaba tener que cuidar de su padre. Carrie lo quería más que a nadie y le gustaba que él la necesitara. Además, así tenía siempre una excusa para evitar todos los acontecimientos sociales que podía, como citas, bailes… chicos. Siempre tenía algo que hacer en casa.

De hecho, ya casi se había resignado a pasarse la vida como profesora de geografía cuando su padre hizo algo que la dejó muy sorprendida. En la semana en la que Carrie se graduaba en la universidad, John Reynolds anunció que se retiraba, se compró un piso en Florida, puso la casa familiar a nombre de su hija y le entregó un cheque por diez mil dólares. Básicamente, era decirle que ya iba siendo hora de que los dos vivieran.

Entonces, Carrie decidió comprar una pequeña agencia de viajes en el distrito de Lake Grove, un precioso barrio residencial de Chicago, en el que había mucho dinero. Se había creado su propio hueco en los negocios dedicándose a los viajes de aventuras, como ir de marcha por los Himalaya, viajar en balsa por el río Amazonas… Así se había conseguido hacer una clientela joven que había sido la clave para el rápido crecimiento de «Aventuras Inc.»

– ¿Carrie?

Miró a Susie y forzó una sonrisa, con la mente puesta ya en las comisiones de las compañías aéreas.

– De verdad. Tengo intención de crearme una vida propia. En cuanto tenga tiempo…

– Bueno, pues te sugiero que empieces esta misma mañana -le dijo Susie. -Ya has hablado con Dev Riley, el objeto de tus fantasías. Ahora, creo que deberías dar el siguiente paso.

– ¿El siguiente paso?

– Llámalo. Pídele que salga contigo, por ejemplo a comer, con la excusa de darle las gracias por recogerte de la acera. Yo tengo su número.

– Tiene novia. ¿No te acuerdas de que me lo dijiste? Además, ¿por qué iba a aceptar que yo lo invitara a comer?

Carrie sabía que no tenía que engañarse. Dev Riley nunca se sentiría atraído por ella, una mujer algo estúpida, socialmente inepta, con gafas de culo de vaso y una horrible permanente. Carrie tendría más posibilidades de que le tocara la lotería.

Al mirar su reflejo en la cafetera, se pasó los dedos por el pelo. Si se hubiera preocupado más de su aspecto aquella mañana, tal vez se hubiera sentido de un modo diferente. Sin embargo, Carrie siempre se había vestido de un modo que la hacía invisible para el sexo opuesto. Tal vez era para protegerse a sí misma de los rechazos que pudiera sufrir.