– ¿Practicar? -preguntó el capitán Fergus, deteniéndose para mirarla. -¿Qué es lo que quiere practicar?

– No importa -replicó ella. Al levantar la vista, vio un enorme velero meciéndose sobre las olas y Carrie no pudo evitar tragar saliva. -Voy a matarte, Susie Ellis. Te juro que, tan pronto como llegue a casa, vas a pagar por esto.

– Bueno, aquí está. Espero que tenga una buena travesía con nosotros, señorita Reynolds.

– Estoy segura de que me lo pasaría muy bien, si me fuera a subir a su barco, pero no puedo. Me temo que me pondría muy… enferma.

– De eso nos podremos encargar enseguida. Espere aquí y le traeré unas pastillas contra el mareo. Funcionan de maravilla.

– Eso me vendría muy bien. Yo me limitaré a sentarme aquí en este banco y contemplar el futuro. Y el inminente asesinato de mi socia.

El capitán Fergus la miró muy extrañado y luego subió al barco para desaparecer en la cabina. Unos pocos minutos más tarde, regresó con un frasco de pastillas y un enorme zumo de fratás.

– Un refresco de bienvenida -dijo él. -No tiene alcohol, pero la ayudará a tragarse la pastilla. Después de algún tiempo, se acostumbrará al movimiento. Dentro de unos pocos días ya ni siquiera lo notará.

Referente a los camarotes, el capitán Fergus tenía razón. Después de pasarse media hora en el muelle, Carrie por fin se atrevió a subir a bordo del Serendipity y comprobó todo lo que le había explicado el capitán. El camarote de Carrie era grande y lujoso, con un enorme salón y una habitación igualmente grande, con un cuarto de baño algo pequeño. Serendipity presumía de tener lo mismo que un hotel, menos otros huéspedes.

Una vez que se hubo instalado, la primer oficial y chef, la encantadora esposa del capitán Fergus, Moira, le llevó una pequeña bandeja con fruta fresca y una ensalada de langosta, que Carrie devoró con apetito.

Mientras el sol se ponía, el aire pareció detenerse, invitando al sueño. Las ropas de Carrie se le pegaban a la piel, así que ella se desnudó, deseando deshacerse de los restos de un día demasiado ajetreado. Envuelta en una toalla, se dirigió al cuarto de baño. Sin embargo, no pudo reunir fuerzas para meterse en el pequeño cubículo que servía de ducha.

Con un suspiro, volvió al camarote, se quitó la toalla y se tumbó en la cama, demasiado agotada para buscar un camisón en su equipaje. Las sábanas de algodón le daban una sensación fresca a la piel. La medicina contra el mareo le estaba produciendo una deliciosa sensación de letargo.

Carrie nunca se había acostado sin pijama, pero solo tenía la intención de echarse durante un rato. Además, ¿qué daño podía hacer si estaba sola? Después de dormir un rato, se levantaría, buscaría un teléfono y le pediría a Susie que le buscara unas verdaderas vacaciones, en un hotel de verdad.

El suave movimiento del barco parecía acunarla y finalmente acabó por dormirse. Se despertó una vez y se preguntó dónde estaba, pero luego se dejó atraer por el mundo de fantasías, satisfecha, cómoda y…

La fantasía no era una novedad. Dev Riley había formado parte de sus sueños muchas veces. Sin embargo, siempre había sido una figura vaga. Aquel sueño fue diferente. Aquella vez, parecía estar vivo en su imaginación, incluso el sonido de su voz, el color de sus ojos, su olor… Todo parecía real.

Carrie suspiró suavemente y se abrazó a una mullida almohada, estirando su cuerpo desnudo bajo las sábanas. En aquel sueño, ella era guapa y sexy, exactamente el tipo de mujer que le gustaría a un hombre como Dev. Él era apasionado y parecía completamente hechizado por los encantos de ella.

Estaban en el dormitorio de él, en la que era una de las versiones favoritas de Carrie. El tenía una cama enorme. Las velas parpadeaban en la oscuridad, bañando la habitación y el pecho de Dev de una suave luz dorada. Él se arrodillaba al lado de ella, observándola, esperando…

Sin embargo, aquel sueño nunca iba más allá. Nunca se hablaban ni se besaban. Solo se miraban… Carrie gimió y aferró aún más fuerte la almohada.

¿Por qué aquel sueño siempre se detenía antes de que empezara lo bueno?

CAPÍTULO 02

Dev Riley llegaba tarde. Había estado a punto de cancelar aquel viaje, pero, en el último minuto, había decidido seguir con sus planes. ¡Al diablo con Jillian Morgan! Y, en lo que a él se refería, todas las mujeres en general. ¡Antes de que él decidiera enamorarse de otra mujer y se confiara a ella, haría frío en los Cayos de Florida!

Se suponía que aquel viaje iba a marcar un punto clave en su vida. Había estado saliendo con Jillian durante casi dos años y el matrimonio había parecido, por lógica, el siguiente paso. Dev no había llegado a aquella conclusión sin pensárselo mucho. Había sopesado los pros y los contras y por fin se había animado a proceder.

Después de todo, Jillian era una mujer hermosa, segura de sí misma, inteligente e independiente, el tipo de mujer que él se sentiría orgulloso de tener como esposa. Ella adoraba su trabajo, pero lo que era más importante para Dev, entendía la obsesión que él tenía por el suyo, las largas horas y las noches que llegaba tarde a casa. Casarse con Jillian era preferible a tener que buscar otra mujer que aceptara su ajetreado estilo de vida y sus pocas ganas de fundar una familia. Además, los dos pasaban el poco tiempo del que disponían juntos, así que, ¿por qué no hacerlo oficial?

Dev le había dado a su agente de viajes, Susie Ellis, carta blanca para que le planeara la escapada más romántica que le pudiera encontrar. Cuando tuvo los billetes, había ido a darle a Jillian la sorpresa. Al principio ella se había negado a acompañarlo, con excusas de trabajo. Después de mucho insistir, ella había decidido que unas vacaciones era precisamente lo que necesitaban.

Dev no pudo evitar una amarga sonrisa. Había sido lo suficiente estúpido como para creer que Jillian había compartido sus planes para el futuro… hasta dos días antes de la salida. Al volver a casa, había descubierto que ella se había marchado. Él había encontrado una nota, redactada en términos muy impersonales, en la que le explicaba que había decidido aceptar un ascenso en su trabajo. Y aquel ascenso implicaba mudarse inmediatamente a Nueva York.

Aquella carta concluía con sus más sinceros deseos de felicidad. Ella había querido darle la noticia durante las vacaciones, pero luego se lo había pensado mejor. No mencionaba el amor ni el compromiso, ni tampoco se lamentaba por aquella repentina decisión. Las palabras que ella le había susurrado en sus momentos de pasión no parecían significar nada para ella, sobre todo cuando se interponían con su valiosa trayectoria profesional.

Dev bajó la cabeza y contempló las luces del paseo marítimo de Miami a través de las ventanas ahumadas de la limusina. Él mismo había estado tan obsesionado con el trabajo que había decidido pasar aquellas vacaciones en un lugar cercano a Chicago. Podría haberla llevado a Roma o París, pero había pensado en el trabajo lo primero. Había sido un estúpido al pensar que podrían tener un futuro juntos. El único interés común que compartían era el éxito profesional. Pero, si no podía tener un futuro con una mujer como Jillian, ¿quién le quedaba?

Tal vez nadie. Tal vez estaba destinado a permanecer soltero toda la vida. Lo que, considerando la situación, no era una mala perspectiva. Él nunca tenía problemas si quería salir con alguna mujer. Cuando esta le empezaba a pedir demasiado tiempo o energía, cortaba con la relación y seguía su camino. Podía volver a su antigua vida tan fácilmente como había decidido casarse.

Dev se frotó la frente, deseando erradicar el dolor que le crecía dentro. Así sería su vida. A partir de aquel momento, estaría solo. Las mujeres solo tendrían un lugar en su vida, es decir, en su cama. Cuando volviera de aquellas vacaciones, se volcaría de nuevo en su trabajo. Pero, hasta entonces, pasaría la semana solo, poniendo en perspectiva los amargos recuerdos de Jillian. Sacando a las mujeres de su vida para siempre.

Aprendería todo lo que se refería a la navegación. Disfrutaría del sol y de la brisa del mar. Practicaría algo de submarinismo. Dormiría todo lo que pudiera y aprendería a relajarse. Cuando regresara a casa, su relación con Jillian formaría parte del pasado.

La limusina se detuvo a la entrada del puerto. Mientras el conductor le abría la puerta, Dev oyó el golpeteo de los barcos, mecidos por el mar, contra las maderas del muelle. Los altos mástiles se movían contra el oscuro cielo de la noche, creando sombras en el suelo.

Durante un momento, Dev estuvo a punto de pedirle al conductor que lo llevara de nuevo al aeropuerto. Aquel viaje solo podría aburrirlo sobremanera… Probablemente podría aprovechar el tiempo mejor en su despacho, planeando su siguiente adquisición mientras intentaba olvidar a Jillian.

Sin embargo, nunca se había tomado unas vacaciones de verdad, que incluyeran una relajación en una soledad completa. Lo único que conseguía era tomarse unos días de vez en cuando y normalmente se llevaba el trabajo.

– Venga, Dev -musitó en voz baja. -Diriges una compañía multinacional. Claro que puedes pasarte unas vacaciones solo. Ya es hora de que aprendas a relajarte.

¿De qué tenía miedo? ¿De tener demasiado tiempo para pensar? ¿De poder ponerse a examinar lo que había hecho en su vida? ¿De los errores? Tenía treinta y siete años. A su edad, debería estar muy a gusto con el hombre en el que se había convertido. Sin embargo, desde que se había hecho cargo de la empresa de su padre quince años atrás, Dev se había pasado los días rodeado por la responsabilidad y disfrutando todos y cada uno de los minutos de ella. Era solo cuando se quedaba tranquilo cuando se planteaba si no habría más en la vida que lo que él tenía.

Maldiciendo en voz baja, Dev salió de la limusina y tomó la bolsa de viaje que le extendía el conductor. Aquel no era el momento para examinar sus faltas. ¡Se suponía que unas vacaciones tenían que ser divertidas! Al cruzar la portezuela, saludo al hombre uniformado que lo esperaba allí.

– Siento llegar tan tarde -dijo Dev.

– Está de vacaciones, señor Riley -le respondió el capitán, con una sonrisa. -Aquí no se tienen en cuenta los relojes.

– Intentaré recordarlo, señor…

– Capitán Fergus -replicó el hombre. -Estamos listos para partir tan pronto como usted suba a bordo. Su acompañante llegó a primera hora de la tarde y se ha acomodado en el camarote. -¿Mi acompañante?

– Ha tenido un pequeño problema de mareo, pero ya nos hemos ocupado de eso. Creo que ahora está dormida. Es una joven muy bonita, señor.

– Mi acompañante -repitió Dev, respirando profundamente.

Así que Jillian había cambiado de opinión. Su nota había parecido ser tan definitiva que él había decidido cancelar su parte del viaje con Susie y él mismo no se había decidido hasta unas pocas horas de que despegara el avión.

Si se lo había pensado mejor, ¿por qué no lo había llamado? ¿Por qué se presentaba allí sin decir una sola palabra? Tal vez quería disculparse, arreglar las cosas. Dev suspiró. ¿Estaría él dispuesto a perdonarla?

– ¿Le apetece algo de cenar, señor Riley? -le preguntó el capitán. -Tal vez le apetezca beber algo antes de que levemos anclas.

– ¿Levar anclas? ¿Ahora? -preguntó Dev, tras mirar el reloj. Era casi medianoche.

– Siempre navegamos de noche para que nuestros tripulantes tengan los días para hacer turismo. Conozco estas aguas como la palma de mi mano. No tiene que preocuparse. Con los sistemas de navegación por satélite no hay ningún problema.

– Creo que me apetece dormir un poco -respondió Dev. -Podemos marcharnos cuando usted quiera. Siento haberlos retrasado.

El capitán mostró a Dev el salón principal y luego señaló un estrecho pasillo.

– El camarote está ahí delante. Hay uno más pequeño donde puede dejar el equipaje. Llegaremos a Cayo Elliott a primera hora de la mañana. Pueden comer en tierra si así lo prefieren.

– Maravilloso -respondió Dev, sin mucho entusiasmo. Ni siquiera estaba seguro de que él y Jillian se fueran a hablar al día siguiente, así que mucho menos que fueran a compartir una comida. -Hasta mañana, capitán.

El camarote estaba a oscuras cuando Dev entró. La única luz se filtraba a través de los ojos de buey que había a cada lado de la cama. Extendió la mano para encender la luz, pero se lo pensó mejor. En aquellos momentos, no le apetecía hablar con Jillian. No estaba de humor para discutir.

Con un profundo suspiro, dejó caer las bolsas en el suelo y se quitó la chaqueta. Esperaría a la mañana para hablar con ella cuando él estuviera más centrado. Mientras se desnudaba, no dejó de mirar el bulto que se acurrucaba debajo de las sábanas.

De repente, tuvo la urgencia de quitarse los calzoncillos, que era lo único que lo cubría, y meterse en la cama con ella, despertarla lentamente… Tal vez si hacía el amor con ella, olvidaría toda la furia que sentía y podrían pasar unas buenas vacaciones. Siempre se habían sentido bien juntos, compartiendo una pasión que ambos encontraban satisfactoria. Y al final de las vacaciones, seguirían caminos separados.