– Helena es la capital de Montana, ¿lo sabías? Aunque debería serlo Great Falls, dado que está más en el centro geográfico del estado. Montana se llama también «El estado del tesoro». Es el cuarto estado más grande de la unión -concluyó ella con una sonrisa.

– Ahora que has acabado con la clase de geografía -dijo Dev, -¿por qué no me dices lo que estás haciendo aquí?

– ¿Te importaría mucho si tuviéramos esta conversación vestidos? -preguntó Carrie.

– ¿Y renunciar a mi ventaja? Mientras tú tengas que refugiarte en esa sábana, no puedes escaparte a mis preguntas. ¿Cómo acabaste en este camarote?

– Evidentemente, todo ha sido un error -dijo ella, encogiéndose de hombros. -Yo pensé que mi agente de viajes me enviaba a un complejo turístico.

– Y yo reservé este barco para dos personas, que son todos los pasajeros que puede llevar este barco.

– Entonces, ¿dónde está tu compañera de viaje? No habrá estado en la cama con nosotros, ¿verdad?

– Ella lo canceló -replicó él, muy serio.

– Bueno, entonces ya está. Lo que hicieron fue una reserva doble de este camarote. Ocurre con frecuencia. Tal vez el capitán Fergus pensó que tú también cancelabas y por eso aceptó mi reserva.

– Pero él nos estaba esperando a mí y a mi acompañante. De hecho, él creía que tú eras mi acompañante. ¿Cómo me puedes explicar eso?

– Si estás sugiriendo que me he metido en este barco con engaños…

– ¿Lo hiciste? Hay muchas mujeres a las que les gustaría meterse en la cama con Dev Riley por más motivos de los que me puedo parar a pensar. ¿Eres tú una de esas mujeres, Carrie Reynolds? Eso si ese es tu verdadero nombre.

De todos los hombres arrogantes y condescendientes que ella había conocido Devlin Riley se llevaba el primer premio. ¿Cómo podría ser tan orgulloso como para pensar que las mujeres, o mejor dicho ella, pudiera ser capaz de mentir para meterse en la cama con él? ¿Cómo se había podido sentir atraída por alguien tan repugnante?

Carrie se envolvió aún más en la sábana y se dirigió a la puerta.

– Salga de mi camarote, señor Riley.

– Es mi camarote.

– Yo estaba aquí primero. Y el derecho de posesión es muy importante dentro de la ley.

– Posesión… -murmuró él. -Me parece que esa palabra es algo peligrosa de utilizar cuando se lleva puesta solo una sábana.

Carrie rápidamente se dio la vuelta, tomó los pantalones de él y se los tiró a la cabeza. Luego, abrió la puerta del camarote. -Fuera.

Con una encantadora sonrisa, Dev se puso los pantalones encima del hombro y salió de la habitación, silbando tranquilamente.

– Todavía no hemos acabado esta conversación.

Carrie cerró la puerta de un portazo, sonido que acompañó con una buena retahíla de juramentos.

– ¿Cómo he podido ser tan estúpida? -musitó. -¿El hombre de mis fantasías? ¡Es el hombre de mis pesadillas y estas vacaciones van a ser un desastre!

Dejando caer la sábana, Carrie se inclinó para sacar ropas limpias de la maleta. Finalmente encontró un vestido que no estaba demasiado arrugado y se lo metió por la cabeza. Tenía el pelo revuelto y, al alcanzar la bolsa del maquillaje, se regaño a sí misma. Después de lo que había dicho de ella, ¿cómo le podría importar lo que él pensara de su aspecto?

¿Cómo había podido crear una fantasía a partir de aquel monstruo? Todos sus sueños no tenían base real alguna más que su propia imaginación. Sin embargo, era muy guapo y encantador. Solo mirarlo le hacía contener la respiración…

Carrie apartó aquellos pensamientos y se pasó el cepillo por la enredada mata de pelo. Ella debería odiarlo, pero todo lo que podía conseguir era sentirse ligeramente indignada. Después de todo, el día que ella resbaló en el hielo había sido muy galante y se había comportado como un caballero en la cama, a pesar de que ella se le había insinuado.

– ¡No presentes excusas por él! -musitó ella, tirando el cepillo encima de la cama.

Él era un canalla con enorme ego. ¿Cómo se había atrevido a insinuar que Carrie se había metido en la cama para seducirlo?

En un intento por calmarse, Carrie se sentó en la cama y sopesó todas las opciones que tenía.

Tenía que bajarse de aquel barco. Lo último que necesitaba era que Dev descubriera cómo había llegado a aquella cama y a aquellas vacaciones. O que se diera cuenta de lo mucho que a Carrie le gustaba.

– No sé dónde estamos, pero tenemos que estar cercanos a tierra -murmuró Carrie, poniéndose de pie para abrir la puerta.

Le explicaría el error al capitán Fergus y él llevaría el barco al puerto más cercano. Mientras tuviera que seguir en el barco, ignoraría a Dev Riley y, si todo iba bien, se desharía de todas sus fantasías, y del hombre que las había inspirado, para cuando se pusiera el sol.


– Tiene que haber habido un malentendido -explicó Dev.

El capitán Fergus estaba de pie en el timón, inspeccionando las profundas aguas de color turquesa. Dev se sentó a la mesa que estaba preparada para el desayuno.

– ¿Es que no se encuentran satisfechos con el camarote? -preguntó el hombre. -Si hay algo más que podamos darles, pídanselo a Moira. Ella se lo conseguirá encantada.

– El camarote es perfecto -respondió Dev, saboreando el delicioso zumo de naranja. -Es la mujer con la que lo comparto. Es una extraña.

Dev no pudo evitar pensar que aquella extraña tenía un cuerpo suave y seductor escondido bajo aquella sábana. Al mismo tiempo podía ser dulce y vulnerable o testaruda e impertinente. Aquella combinación resultaba de lo más atrayente.

Dev había llegado a la conclusión de que la aparición de Carrie en aquel camarote había sido efectivamente una equivocación. No parecía el tipo de mujer que pudiera engañar a nadie. Sin embargo, la indignación y el enfado que ella había demostrado le parecieron muy divertidos.

– ¿Una extraña, dice? -preguntó el capitán Fergus, conteniendo la risa. -Muchacho, esto ocurre constantemente. Es ante la perspectiva de pasar unos pocos días confinados en un barco. En mi opinión, todas las parejas deberían pasar una semana o dos en un barco de vela antes de casarse. Con eso se acabarían todos los problemas de convivencia.

Dev tomó el cuchillo y el tenedor y se puso a comer una gruesa tortilla rellena de pimientos y queso. -No lo entiende. Hasta anoche, no había visto a esa mujer en toda mi vida.

– Una pelea de enamorados. Eso se arregla con un almuerzo íntimo en la playa de Cayo Elliott. Haré que Moira se encargue de prepararlo todo.

– Le digo que no conozco a la mujer que está en mi camarote -insistió Dev, empezando a perder la paciencia. -Mi acompañante, Jillian Morgan, canceló el viaje en el último minuto. Yo he venido a este viaje solo.

– Entonces, la señorita Reynolds no es su…

– Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Es una extraña para mí. No nos habíamos conocido hasta… anoche.

– Son esos malditos ordenadores -dijo el capitán, chascando la lengua. -Ya le dije a Moira que no podía confiar que una máquina hiciera el trabajo de un primer oficial. Me temo que es otro error.

– ¿Quiere decir que esto ya ha ocurrido antes? -Esto es lo que no pasa por apuntarnos a una central de reservas. Mi esposa pensó que reduciría el papeleo, pero yo…

– Lo importante es que yo pagué el camarote entero -lo interrumpió Dev. -Ella no tiene por qué estar aquí. Va a tener que encontrarle otra cabina.

– Bueno, ese es el problema, señor -respondió el capitán, rascándose la barbilla. -Ella también pagó el pasaje entero. Y nosotros solo tenemos otro camarote, en el que guardamos el equipaje. No es ni la mitad de lujoso. Solo tiene unas hamacas y un ojo de buey. Lo utilizamos cuando los nietos vienen a vernos. No está preparado para nuestros huéspedes. Supongo que usted y…

Aquella conversación se vio interrumpida por un pequeño estrépito. Un segundo después apareció una maleta, seguida de la otra. Dev oyó una maldición ahogada antes de que una bolsa de viaje apareciera en cubierta. Detrás apareció Carrie Reynolds, tropezando con las maletas que tenía esparcidas entre los pies. Al levantar la vista y ver que los dos hombres la estaban mirando, ella se sonrojó. Entonces, recobró rápidamente la compostura y se alisó la falda del vestido y se arregló el pelo.

Dev no pudo evitar sonreír y le extendió un zumo de naranja.

– ¿Le apetece desayunar, señorita Reynolds?

Ella le hizo un gesto de burla y centró su atención en el capitán.

– ¡Quiero bajar de este barco! Necesito hacerlo. ¿A qué distancia estamos de tierra?

– Lo siento mucho, señorita Reynolds. El señor Riley me ha explicado el problema.

– Estoy segura de que lo ha hecho -musitó ella, mirándolo de reojo. -Bueno, necesitamos encontrar un puerto para que yo pueda bajarme de este barco. Me sirve cualquier lugar en el que pueda conseguir un avión para regresar a Miami. Estas no son las vacaciones que yo reservé. Se suponía que iba a ser un complejo hotelero con servicio de habitaciones, masajes, una piscina y un… suelo que no se te mueva bajo los pies -añadió, poniéndose blanca de repente. -¡Dios mío!

– Tal vez unas tostadas te sienten bien -sugirió Dev.

Carrie se acercó titubeando hasta la mesa y se aferró a ella con desesperación. Los dedos le temblaban, pero rápidamente tomó la tostada de manos de Dev y le dio un bocado.

– ¿Cuánto… cuánto tiempo falta hasta que alcancemos tierra?

– Unas tres horas -respondió el capitán.

– Tres horas -repitió ella, sentándose lentamente en el banco. -Tres horas. Si me quedo aquí sentada y me concentro, puedo conseguir superar estas tres horas.

Dev la observó mientras cerraba los ojos. Unos segundos después, se volvió a poner muy pálida y abrió los ojos lentamente. Él le dio otra tostada y ella la tomó de mala gana.

– Es mejor que abras los ojos y los fijes en el horizonte -le sugirió Dev. -Los mareos en el mar se deben a un problema del oído interno. Si miras lo que hay a tu alrededor te sentirás mejor.

– No necesito tus consejos -musitó ella, mordisqueando la tostada.

– Solo intentaba ayudar.

Sin embargo, ella parecía tan desgraciada, que se sintió obligado a hacer algo por ella. Aunque nunca había protegido a las mujeres, Carrie Reynolds le parecía del tipo que necesitaba que alguien cuidara de ella. Tal vez, si no la vigilaba, podría tropezar y caerse al mar, quedarse inconsciente o…

Dev reprimió una sonrisa. Carrie no era el prototipo de la gracia femenina, pero encontraba su torpeza bastante atrayente. Además, una mujer no tenía por qué estar perfecta en todos los momentos del día y de la noche. Carrie era una mujer normal y no tenía miedo de demostrarlo. Y eso era algo por lo que Dev la admiraba.

En aquellos momentos, la brisa del mar le alborotaba el pelo y Dev notó que no podía apartar la atención de un mechón que le jugueteaba en el cuello. Ella estaba mirando el horizonte, con el perfil destacando contra la suave luz del sol. Entonces ella se volvió y lo sorprendió mirándola. Durante un momento, a Dev le pareció que ella iba a sonreír. Sin embargo, ella se limitó a limpiarse con una servilleta.

– Gracias -dijo. -Ya me encuentro mejor.

– ¿Te apetecería tomar algo más? Esta tortilla está bastante bien y también hay jamón a la plancha.

– Tengo mucha hambre -admitió ella, sonriendo ligeramente.

– Bien -dijo Dev, cortando su tortilla en dos partes y poniendo un trozo en el plato de ella. -Te sentirás mucho mejor después de comer.

Carrie se empleó en el desayuno con el apetito de un marinero hambriento. Dev nunca había visto a nadie disfrutar tanto de la comida como ella. Jillian comía como un pajarito. Sin embargo, Carrie se comió el trozo de tortilla que él le había dado, otra tostada, dos trozos de jamón y se bebió la mitad de la jarra de zumo de naranja. Para cuando hubo terminado, el color le había vuelto al rostro y parecía satisfecha.

– Háblame de ti, Carrie Reynolds -le dijo Dev, inclinándose hacia ella. -Ya sé que disfrutas de un buen desayuno.

– Llámame Carrie -dijo ella.

– De acuerdo, Carrie. Empecemos con tu vida personal. ¿Estás casada? ¿Prometida? ¿Tienes alguna relación seria?

– Eso no es asunto tuyo.

– Estás equivocada. Hemos pasado la noche juntos. Tengo curiosidad por conocer a la mujer que ha compartido mi cama.

– Era mi cama. Yo estaba allí primero. Y apenas nos tocamos.

– De acuerdo, te concedo los dos primeros puntos. En cuanto a lo de no tocarnos… bueno, tú sí que me tocaste a mí. No hay que negar eso.

Entonces se produjo un largo silencio, solo roto por el aleteo de las velas contra el viento.

– No hay mucho que contar -dijo ella por fin. -Llevo una vida bastante corriente.

– Sin embargo, estás aquí, tomándote unas vacaciones extraordinarias. Esto no es nada barato. ¿Qué haces para ganarte la vida?