– ¿Ya te has adaptado a Palacio? ¿Te sientes como si estuvieras en tu casa?

– Me he adaptado, sí, pero no estoy segura de que un sitio tan magnífico pueda ser nunca mi hogar.

– Una respuesta muy políticamente correcta -se burló él-. ¿Dónde creciste?

– En un convento de Estados Unidos.

– Comprendo. Eso quiere decir que perdiste a tus padres siendo muy niña…

– No me acuerdo de mi padre. Mi madre estuvo conmigo una temporada, pero no podía cuidar de mí y me dejó con mi abuela. Cuando ya estuvo demasiado vieja para encargarse de mí, me llevó a un convento católico… y resultó ser un buen lugar para crecer -comentó.

Kayleen estaba acostumbrada a mentir ligeramente sobre su pasado para evitar historias tristes a los demás. En realidad, su madre la había abandonado porque no la quería; y su abuela la había llevado al convento por la misma razón.

– Entonces, tampoco te acordarás de tu madre…

– No.

– Bueno, puede que os volváis a encontrar algún día -dijo el rey.

Kayleen mintió porque sabía que era lo que el rey quería escuchar:

– Me gustaría mucho.


En el convento le habían enseñado que debía perdonar a su madre y a su abuela por lo que le habían hecho, y hasta cierto punto lo había conseguido. Pero eso no significaba que quisiera volver a ver a su madre.

– Ahora entiendo que te opusieras a la separación de las niñas. Teniendo en cuenta tu pasado, es perfectamente lógico.

– Sólo se tienen las unas a las otras. Debían seguir juntas.

– Y gracias a ti, seguirán juntas.

– Bueno, gracias a Asad. Fue él quien las salvó, y yo siempre le estaré agradecida.

El rey la miró.

– Me han contado que saliste a montar y conociste a una de las tribus del desierto…

– Sí, es verdad. Es gente muy interesante y que valora mucho sus raíces.

– Casi tan interesante como tú. La mayoría de las jóvenes no tienen más preocupación que ir de compras. No sabrían valorar el desierto.

Kayleen arrugó la nariz.

– Yo no estoy muy acostumbrada a ir de compras -confesó.

– Puede que Asad te lleve algún día.

– Sería divertido, pero no es necesario. Ya me ha dado mucho.

– Por lo visto, mi hijo te gusta…

– Por supuesto. Es un hombre maravilloso. Encantador, amable y paciente…

Kayleen pensó que también era magnífico dando besos. Pero eso no se lo podía decir.

– Me alegra oír que os lleváis tan bien. Me alegra mucho.

Capítulo 6

Kayleen saludó a Neil, el secretario de Asad, pasó por delante de su mesa y entró en el despacho de su jefe.

Asad apartó la mirada de la pantalla del ordenador.

– Has intimidado tanto a mi ayudante que ya no se atreve a cerrarte el paso.

Ella rió.

– Ojalá fuera cierto. De todas formas no voy a quedarme mucho. Sólo venía a decirte que… he hablado con el rey.

Asad la miró como si estuviera esperando una explicación.

– Bueno, tu padre es el rey, ¿no? -continuó ella.

– Sí, eso tengo entendido.

– Pues no termino de acostumbrarme. Yo no puedo hablar con un rey. Ésas no son cosas que le pasen a la gente normal y corriente como yo… no es normal.

– Ahora vives en el Palacio Real. ¿Qué esperabas?

– No esperaba vivir aquí, desde luego. Esto es una locura. Eres un príncipe.

– Sí, eso también lo sé.

Ella suspiró y se sentó en una silla.

– Me estás tomando el pelo…

– Bueno, es que mi padre y yo sólo somos lo que siempre hemos sido.

Kayleen asintió lentamente. Asad estaba totalmente acostumbrado a ser príncipe e hijo de un rey y le parecía la situación más natural del mundo.

– No debí obligarte a adoptar a las niñas. No imaginaba las implicaciones que iba a tener y cuánto te iba a complicar la vida.

Asad se levantó y se acercó a ella, de tal manera que Kayleen no tuvo más remedio que mirarlo a los ojos.

– No me has complicado la vida. Cuando me lo pediste, era consciente de que adoptar tres niñas cambiaría las cosas, pero tomé una decisión y no me arrepiento.

– De todas formas, yo no pertenezco a este lugar… -insistió-. No estoy acostumbrada a encontrarme con un rey en el jardín.

El príncipe la tomó de la mano y la obligó a levantarse.

– Yo soy quien decide adonde pertenece cada cual.

– Y si no estoy de acuerdo, ¿me cortarás la cabeza?

– No es lo que tenía en mente…

Kayleen supo que la iba a besar antes de que se inclinara sobre ella. No supo por qué lo supo, pero sintió una especie de punzada en el corazón y se olvidó de respirar. Ya no importaba nada salvo el contacto de sus labios, de sus brazos, de su cuerpo.

Fue como volver al hogar; un sentimiento de pertenencia y de seguridad absoluta que no había experimentado antes y que resultaba tan dulce y perfecto que no podía desear otra cosa. Luego, cuando el beso se volvió más apasionado, sintió su calor y se excitó hasta el punto de que olvidó sus inhibiciones y empezó a besarlo y a acariciarlo a su vez.

En algún momento debió de volver a respirar, porque de repente tuvo aire suficiente para dejar escapar un gemido. Se sentía tensa y relajada al mismo tiempo. Deseaba que Asad siguiera adelante y, sobre todo, deseaba más.

Sin pensarlo dos veces, se puso de puntillas para sentir más partes de su cuerpo mientras se abrazaban. Después, inclinó la cabeza y lo besó con la lengua, jugueteando.

Él la acarició con hambre. Llevó una mano a su trasero y lo apretó con una energía que la sorprendió y la excitó a la vez. Instintivamente, ella se arqueó y frotó las caderas contra el príncipe. Él volvió a apretarla, llevó la otra mano a su cintura y empezó a subir poco a poco.

El sentimiento de anticipación la dominó por completo. Asad cubrió uno de sus senos con tal confianza que Kayleen no pudo sentir ningún temor. De hecho, dejó de besarlo para poder apoyar la cabeza en su hombro y mirar mientras le acariciaba los senos.

Su contacto era suave y lento, pero más maravilloso que ninguna sensación anterior. Parecía saber cómo tocarla, cómo frotarla. Y cuando le acarició un pezón, gimió de nuevo y lo abrazó con fuerza.

Un segundo después, Asad la tomó suavemente por la barbilla, la besó y la miró. Sus ojos eran oscuros como la noche, pero ardían con el mismo fuego que ardía en ella. Por primera vez en su vida, Kayleen reconoció el deseo masculino.

La deseaba. Era algo mágico que la llenaba, a su vez, de una intensa sensación de poder femenino. Aunque no sabía qué hacer con él.

– Kayleen…

Asad había pronunciado su nombre docenas de veces, pero nunca con una voz tan profunda y ronca. Sin embargo, en ese momento oyó voces que procedían d algún lugar, en la distancia; recordó que estaban en su despacho y se sintió insegura.

– Creo que debería marcharme -dijo ella.

– No te preocupes por lo que has dicho antes de mi padre -comentó él-. Sé que el rey está encantado contigo.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Has hablado con él?

– No es necesario. Tú eres exactamente lo que él quiere que seas.

Kayleen estaba a punto de preguntar lo que quería decir con eso cuando sonó el teléfono y Asad miró el reloj.

– Oh, vaya. Debe de ser la conferencia que he pedido con el ministro británico de Asuntos Exteriores.

Ella salió del despacho sin saber qué significaba todo aquello: el beso, las caricias, el comentario del príncipe sobre su padre. ¿Querría decir que la tenía por una buena niñera o una buena invitada?

Fuera como fuera, se recordó que estaba en un mundo extraño y que nunca se acostumbraría a él. Debía escapar a toda costa. Pero una parte de ella opinaba lo contrario y se habría quedado allí para siempre.


– ¿Me has ordenado que venga? -preguntó Lina cuando entró en la sala como un rayo-. Y no me digas que no era una orden… el tono de tu mensaje era inconfundible.

– No lo voy a negar.

Asad señaló el sofá y los dos se sentaron.

– ¿Es que piensas castigarme por algo?

– Eres mi tía y la mujer que me ha criado. Te respeto demasiado para eso.

– Hum. Sea lo que sea, debe de ser algo grave…

Su sobrino la miró y pensó que no parecía nada ocupada, pero se dijo que no tenía motivos para estarlo. Él único culpable era él mismo por no haberse dado cuenta de lo que estaba pasando. Era tan evidente que hasta un ciego lo habría visto.

– ¿Empiezas tú? ¿O empiezo yo? -preguntó ella.

– He sido yo quien te ha llamado.

– Lo sé, pero eso no significa que yo no tenga algo que decir.

Él asintió.

– Está bien, empieza tú.

– Hablé con Zarina el otro día. Al parecer, dijiste que Kayleen es tuya.

– No tuve más remedio. Organizó un buen lío en el poblado y no quise que las cosas se complicaran más.

– Y la besaste.

Asad pensó en el primer beso. Ya le había complicado bastante la existencia, pero el segundo había sido todavía peor. Ahora sabía que el deseo que sentía por Kayleen no se debía a que llevaba mucho tiempo sin hacer el amor con nadie, sino a que aquella mujer le gustaba de verdad. Desgraciadamente, su inocencia y la posición que ocupaba en Palacio complicaban la situación.

– Lo hice para demostrar que era mía.

– Comprendo -murmuró-. Entonces, no sientes nada por ella…

– No.

– Eso quiere decir que si quisiera presentársela a un joven, no te opondrías.

– Por supuesto que no -mintió-, pero dudo que eso sea posible.

– ¿Dudas de que yo conozca jóvenes? Pues te equivocas; conozco a varios. De hecho, uno es de Estados Unidos y se interesó mucho por Kayleen cuando se la mencioné. ¿Sabías que falta poco para el día de Acción de Gracias?

– ¿Y eso qué es?

– Una fiesta de los estadounidenses. Yo también lo había olvidado, pero el joven en cuestión comentó que le gustaría pasarla con Kayleen. A fin de cuentas son compatriotas y es lógico suponer que echarán de menos su país.

– Sí, es lógico, tienes razón. Si quieres, puedo organizado todo.

– ¿Organizar la cita de Kayleen?

– Claro que no. Me refiero a una cena para ella y para las niñas, a una comida tradicional. Hablaré inmediatamente con el chef para que se encargue de todo… en cuanto a ese joven de Estados Unidos, dudo sinceramente que exista.

– Por supuesto que existe.

– Es posible, pero en tal caso no querrías que saliera con ella. Tienes otros planes para Kayleen -afirmó él.

– No sé de qué estás hablando, aunque ya que sacas el tema… ¿No te parece que Kayleen es encantadora? La conocí cuando me presenté voluntaria para ayudar en el colegio. Ella sólo llevaba dos semanas allí y ya estaba perfectamente integrada. Me impresionaron su inteligencia y su dedicación a los niños. Tiene muchas cualidades.

– No voy a casarme con ella.

Lina entrecerró los ojos.

– Nadie te lo ha pedido…

– Tú no lo pedirías, pero te las has arreglado para poner a Kayleen en mi camino. Dime una cosa. ¿Tahir también formaba parte de tu plan? ¿Hablaste con él para que se presentara en el colegio y organizara un lío?

– Insisto en que no sé de lo que estás hablando; si yo hubiera hecho lo que dices, añadiría que Kayleen sería una madre excelente y que sus hijos serian fuertes -contestó su tía-. Además, tienes que casarte con alguien. ¿Por qué no con ella?

Asad pensó que la propuesta de Lina tenía cierta lógica. Aunque Kayleen no era de familia real, eso podía ser una ventaja. Poseía una fuerza interior que él respetaba profundamente. Pero en cuanto a su corazón, no estaba tan seguro.

– Se preocupa demasiado por las cosas -dijo él-. Es demasiado emocional.

– Es una mujer.

– No, es una mujer demasiado emocional. Piensa con el corazón. Merece alguien que se parezca a ella.

Lina lo miró durante unos segundos y asintió.

– Muy bien. Has dicho lo que esperaba, y lo lamento sinceramente porque sé que sería perfecta para ti… pero en tal caso, tendré que buscarle otro hombre.

– Recuerda que es la niñera de mis hijas.

– Sin embargo, merece algo más que un trabajo. Tenías razón al decir que ese joven de Estados Unidos es invención mía, pero encontraré a alguien.

Lina se levantó, sonrió y añadió:

– Descuida, Asad. Mientras busco un marido a Kayleen, te encontraré otra niñera. No te causaré molestias.

Las palabras de Lina eran justo las que Asad deseaba escuchar, pero no le alegraron nada. Bien al contrario, sintió algo muy parecido a la angustia en el pecho.


– ¿Qué es eso? -preguntó Asad, mirando el recortable.

Dana sonrió.

– Un pavo.

– ¿En serio? Pues debe de ser un pavo que ha sufrido un accidente terrible…

La niña rió y tiró de la parte superior del papel. El recortable, que era tridimensional, adquirió un aspecto mucho más realista.