Sus palabras y su excitación la llenaron de una intensa sensación de poder femenino. Era la primera vez que un hombre la deseaba de esa manera, y le gustó tanto que se estremeció sin poder evitarlo.

Empezaron a besarse y a acariciarse otra vez. Cuando él le acarició el vello del pubis, algo más oscuro que su melena, ella deseó que bajara un poco más. Pero nunca la habían tocado en esa parte del cuerpo; ni siquiera sabía lo que iba a sentir.

Un momento después, Asad introdujo una mano entre sus piernas y ella ya no tuvo más dudas. Casi le pareció increíble que no hubiera imaginado un placer tan obvio, tan delicioso. Separó los muslos para facilitarle el movimiento y su respiración se aceleró.

Él siguió tocándola, frotándole en aquel punto preciso, pasando a su alrededor y volviendo a empezar. Kayleen cerró los ojos y se entregó enteramente. Cada vez estaba más tensa, aunque no sabía por qué. Algo crecía y bullía en su interior, algo que se aceleró y le hizo gemir cuando Asad, sin dejar de acariciarle el clítoris, cambió un poco de posición y le succionó un pezón.

Aquello fue demasiado. Una conexión directa entre sus senos y sus piernas.

Se aferró a las sábanas, intentando arrojarse hacia algo desconocido.

Todos y cada uno de sus músculos estaban en tensión. Tampoco ahora entendió por qué. Pero de repente, el tiempo pareció detenerse y ella sintió una especie de oleada que la sorprendió por completo no se parecía a ninguna cosa que hubiera experimentado antes. Era un placer líquido, increíble, tan arrebatador que no quiso respirar ni moverse en modo alguno por miedo a que se terminara.

Pero por fin, el placer terminó y ella supo que había tenido su primer orgasmo.

La tensión se redujo, los músculos se relajaron ella empezó a respirar otra vez y se sintió tan contenta y satisfecha como asombrada por lo sucedido.

– Quiero volver a sentirlo -declaró Kayleen.

Él rió.

– Así que te ha gustado…

– ¿A quién no? ¿Se puede sentir otra vez? ¿Podemos hacerlo ahora?

– Como desees, Kayleen. Probaré con otro juego. Pero uno suave… no quiero que más tarde te duela -declaró.

Por su posición, Kayleen supo que la iba a besar allí, en su sexo, y no estuvo segura de que debiera permitirlo; pero la experiencia anterior había sido tan maravillosa que se preguntó si aquélla podría igualarla.

Se recostó y cerró los ojos. Él se inclinó sobre ella y la lamió.

Fue como un beso normal, pero mil millones de veces mejor. No podía resistirse a las caricias constantes de su lengua. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar por el placer y arrojarse a la tensión que una vez más conquistó sus músculos.

Era la primera vez para ella, pero lo tenía claro. Quería alcanzar el clímax otra vez. Quería volver a sentirlo, pero ahora con su lengua. Quería más y más intenso. Lo quería en ese momento.

La impaciencia combatía contra la excitación. Clavó los talones en la cama, se arqueó, se puso más tensión y justo en ese momento, el príncipe le metió un dedo dentro y la dejó sin aire. Pensaba que iba a sentir dolor, pero no hubo dolor alguno; sólo una sensación de plenitud.

A su lengua se sumaban ahora sus dedos, entrando y saliendo de ella en un baile rítmico, dominándola hasta que no tuvo más opción que rendirse.

El segundo viaje resultó mejor que el primero. Su cuerpo se estremeció y pudo sentir todas sus terminaciones nerviosas. Incluso gritó sin darse cuenta, aunque ahogó rápidamente el sonido.

Asad se echó a su lado y la acarició dulcemente, tal vez para tranquilizarla.

Ella lo miró a los ojos.

– No sabía que esto fuera posible… -susurró.

– Hay más.

Kayleen rió.

– No puede ser…

– Claro que sí. Te lo enseñaré.

– Sí, te lo ruego, enséñamelo.

– ¿Qué deseas, Kayleen? ¿Quieres que te tome? Si lo dejamos ahora, seguirás siendo virgen…

– Sólo técnicamente -murmuró ella-. Pero no quiero ser virgen ni siquiera en ese sentido. Tómame, Asad.

– ¿Estás segura?

– Completamente.

Asad se levantó y se quitó los pantalones y los calzoncillos.

Era la primera vez que Kayleen veía a un hombre desnudo. Y pensó que la realidad superaba con mucho a la ficción de las fotografías y cuadros que había visto con anterioridad.

Extendió un brazo y le acarició el sexo, que resultó ser suave y más duro de lo que había imaginado.

– No sé si cabrá… -dijo ella, tímida.

– Claro que sí, no te preocupes.

Asad alcanzó sus pantalones, metió una mano en el bolsillo, sacó un cuadradito de plástico y se sentó en la cama. Kayleen estuvo a punto de preguntar por lo que estaba haciendo, pero enseguida se acordó de las consecuencias posibles de hacer el amor sin preservativos.

Asad se lo puso y la tumbó en la cama.

– Te va a doler un poco -le advirtió él-. ¿Estás preparada?

Ella asintió y se quedó rígida.

Él sonrió.

– Bueno, tal vez podrías disimular y fingir que te excita…

– ¿Cómo? Oh, lo siento, es que estoy tan nerviosa…

– Te distraeré un poquito.

Asad metió una mano entre sus piernas y empezó a acariciarla otra vez. Ella se relajó de inmediato. Se sentía tan segura como si hubiera hecho el amor miles de veces, y supo que el orgasmo llegaría de nuevo si él seguía adelante.

Pero antes de que avanzaran demasiado por ese camino, Asad se detuvo y Kayleen sintió algo duro contra su sexo.

Contuvo la respiración y sintió que la penetraba poco a poco, con suavidad.

Era una presión extraña y algo incómoda, pero no desagradable. Poco después, él dijo:

– Ya estoy dentro.

Ella abrió los ojos y sonrió.

– Y yo, excitada.

Asad sonrió.

– Tardarás en acostumbrarte, pero siempre hay una primera vez. Y por cierto… me encantaría que me tocaras.

– Oh, claro…

Kayleen no sabía dónde ni cómo tocar, pero llevó sus manos a su espalda. Él salió de su cuerpo un poco y volvió a entrar. Ella se arqueó para ponérselo más fácil.

A la quinta acometida, ya no tuvo que pensar en el contacto ni en la forma de acariciar a su amante; ahora era algo natural. Y empezó a sentir una tensión sutil entre los muslos; distinta a la de antes, pero igualmente placentera.

Cerró los ojos de nuevo y se concentró en el ritmo de Asad, que la llenaba una y otra vez, acelerando cada vez más sus movimientos, excitándola.

Al cabo de un rato, él gimió y murmuró su nombre. Kayleen lo abrazó con fuerza, sintiendo todo su peso, y supo que su vida había cambiado para siempre.

Capítulo 8

A la mañana siguiente, Kayleen no sabía lo que pensar. Habían dedicado gran parte de la noche a hacer el amor, y estaba tan excitada que pensó que no volvería a ser capaz de dormirse. Pero cuando él se marchó a su dormitorio, cerró los ojos y ya no recordó nada más hasta la mañana siguiente.

No se arrepentía de lo que habían hecho. Tenía agujetas y estaba algo confundida, pero feliz. Y se sentía diferente, una mujer nueva.

Cuando dejó a las niñas en el autobús que todos los días las llevaba al colegio, pensó en lo divertido, paciente, sexy y encantador que era Asad. Nunca había conocido a un hombre como él. Era mejor que todos, mejor que todo. Y mientras se preguntaba por lo sucedido, tuvo la impresión de que la madre superiora de su convento estaba pensando en eso cuando le dijo que, antes de encerrarse allí, debía conocer el mundo.

Fuera como fuera, ahora se le abría todo un abanico de posibilidades que no había considerado con detenimiento. Por ejemplo, mantener una relación seria con Asad. O casarse, incluso, y tener hijos.

– Buenos días, Kayleen. ¿Qué tal estás?

Ella alzó la mirada. Vio que Lina caminaba hacia ella y se preguntó si podría adivinar que se había acostado con Asad, si su aspecto sería distinto aquella mañana si reconocería algún brillo extraño en sus ojos. De repente, se sintió tan culpable que Lina lo notó.

– ¿Qué te pasa? -preguntó, frunciendo el ceño-. ¿Estás enferma?

– No, no, estoy bien… -respondió, intentando disimular.

– No mientas. Estás muy colorada. ¿Seguro que te encuentras bien?

Kayleen bajó la cabeza, avergonzada.

– No estoy enferma, en serio. Es que… yo… bueno… no sé, tengo que irme. Discúlpame.

Kayleen se giró y salió corriendo de allí. Pero por muy deprisa que corriera, no podría escapar de sí misma.


Asad se hizo el nudo de la corbata y alcanzó la chaqueta. La puerta de la suite se abrió de golpe y Lina entró de repente.

– No te he oído llamar… -dijo él.

Estaba de tan buen humor que no dio importancia a la actitud de su tía. La noche anterior le había demostrado a Kayleen que existían muchas posibilidades nuevas. Estaba seguro de que ahora renunciaría a la idea de volver al convento y de que se quedaría en el mundo, en su mundo.

Además, había disfrutado tanto con ella que quería repetir. Kayleen había resultado ser una mujer apasionada y activa. El simple hecho de imaginar sus gemidos y sus gritos bastaba para excitarlo otra vez.

– No me lo puedo creer -dijo Lina con voz seca-. No puedo creer lo que has hecho.

Asad se puso la chaqueta.

– ¿A qué te refieres?

– Te has acostado con Kayleen.

– Eso no es asunto tuyo.

– ¿Cómo?

Asad notó el enfado de su tía y decidió cambiar de táctica.

– Kayleen está a punto de cumplir veinticinco años Comprendo que te preocupes por ella, pero creo que es perfectamente capaz de cuidarse.

Lina puso los brazos en jarras.

– ¿Me estás tomando el pelo? ¿Eso es todo lo que tienes que decir en tu defensa? Asad, eres un príncipe y acabas de acostarte con una mujer virgen que además es tu empleada. La excusa de que es mayor de edad y de que toma sus propias decisiones no te justifica en modo alguno.

– Te aseguro que no he tomado nada que no me ofrecieran.

– Oh, vaya, otra excusa.

– Lina, no tienes derecho a hablarme en ese tono.

– Tengo todo el derecho del mundo. Soy tu tía y soy amiga de Kayleen. Yo la traje a esta casa. Soy responsable de ella.

– Y si no recuerdo mal, pretendes que nos casemos.

– Sí, he considerado esa posibilidad, lo confieso. Creo que haríais una buena pareja… pero no pensé que le robaras su virginidad antes de tiempo. Dios mío, Asad, ¿no recuerdas que se ha criado entre monjas? Tiene veinticinco años, sí, pero no ha tenido relaciones con nadie.

Asad empezaba a sentirse culpable, pero se resistió a esa emoción. Al fin y al cabo era un príncipe, un hombre que teóricamente siempre tenía razón y que no podía equivocarse.

– Quería volver al convento -le informó-. Quería encerrarse allí.

– Y decidiste intervenir, claro. Pero si no la quieres contigo… ¿quién eres tú para destrozarle la vida?

– Yo no he destrozado su vida -declaró-. Todo lo contrario. La he honrado.

– Oh, vamos… has cometido un error. Ahora pensará que no puede volver al convento. Has tomado una decisión que no era tuya. Antes, ella tenía opciones distintas y podía elegir. Ahora ya no las tiene. Tú se las has quitado.

Asad se alejó de su tía y caminó hacia el balcón que daba a la terraza. Lina estaba exagerando bastante, como siempre, pero parte de su argumentación era correcta.

Kayleen no se parecía nada a las mujeres con las que se había acostado a lo largo de los años, mujeres que sabían perfectamente lo que hacían y que sólo deseaban divertirse y disfrutar con él. Conocían el juego y sus normas, pero Kayleen ni siquiera sabía que aquello fuera un juego.

De repente, se giró hacia su tía y dijo algo que le sorprendió incluso a él:

– Me casaré con ella.

Bien pensado, era la solución perfecta. Kayleen era preciosa, divertida y sexy. Disfrutaba de su compañía, era inteligente y le gustaban los niños. Tal vez no supiera nada de la vida en Palacio ni de las obligaciones de pertenecer a la Familia Real, pero aprendería. Además, le daría hijos fuertes y no lo sometería a exigencias poco razonables. Bien al contrario, le estaría agradecida por la propuesta de matrimonio y lo trataría con el respeto debido.

Lina lo miró.

– ¿Qué has dicho?

– Que me casaré con ella. Acepto la responsabilidad de lo sucedido. Kayleen se ha entregado a mí voluntariamente, pero tienes razón cuando dices que es no consciente de las implicaciones. Y ella merece algo más.

– ¿Estás seguro? -le preguntó Lina.

– Hablaré con ella. Tengo una reunión de trabajo dentro de quince minutos, pero se lo explicaré después. Es una mujer sensata y creo que comprenderá el gran honor que le hago al pedirle el matrimonio.

– Como me gustaría estar presente cuando se lo digas…

– ¿Por qué?

Su tía sonrió.

– Si por mí fuera, le plantearías la cuestión de un modo más romántico. Pero sé que no me harías caso… de todas formas, creo que has elegido bien, Asad. Y espero que te acepte, de todo corazón.