– Por supuesto que me aceptará. Le voy a pedir que se case conmigo… ¿qué más podría querer?
Lina sonrió un poco más.
– No tengo la menor idea.
Kayleen corrió y corrió hasta salir de Palacio. Era una mañana soleada, sin una sola nube en el cielo, y se dedicó a pasear por los senderos de los jardines. Le parecía increíble que el exterior fuera tan bello cuando ella, por dentro, se sentía tan mal.
Se sentó en un banco y deseó poder hablar con alguien que la aconsejara, pero no tenía a nadie. Normalmente habría recurrido a Lina, pero ahora no podía hacerlo, ya que ella era la tía de Asad.
Confusa, se levantó del banco y empezó a caminar otra vez. Fue entonces cuando oyó un sonido extraño.
Se giró y vio una jaula llena de palomas. Eran preciosas de un blanco que brillaba al sol. Pero estaba tan angustiada por lo sucedido y tan preocupada por las posibles consecuencias, que se dejó llevar por un impulso e hizo lo primero que se le pasó por la cabeza abrir la jaula.
Las palomas salieron volando y desaparecieron en el cielo.
– Volad, volad y sed libres… -susurró.
– A mí también me gustaría.
Kayleen se quedó helada al reconocer la voz. Era el rey.
Y ella acababa de soltar sus palomas.
– Yo…
El rey Mujtar sonrió con amabilidad.
– No te preocupes, hija. Resistirse a la tentación de liberarlas es difícil… pero descuida, siempre vuelven al redil. Es su naturaleza. Este es su hogar. No pueden escapar a su destino -declaró.
Ella supo que sólo pretendía tranquilizarla, pero sus palabras tuvieron el efecto contrario. Hasta la noche anterior, creía conocer su propio destino; ahora, en cambio, ya no estaba tan segura.
– ¿Disfrutas de la vida en Palacio? ¿Te tratan bien?
Kayleen estaba al borde de la histeria, pero logró contenerse.
– Sí, todo es maravilloso. El Palacio es realmente bonito y he tenido ocasión de estudiar su historia y la historia del país… La Familia Real de El Deharia tiene una larga tradición de valor en el combate.
– El desierto fluye por nuestras venas. Fuimos guerreros antes de ser políticos.
– Dejar el desierto debe de ser difícil. Tanta belleza, tantas tradiciones… de hecho, los nómadas siguen viviendo como antaño.
– Bueno, con unas cuantas comodidades modernas -puntualizó el rey, sonriendo-. La vida mejora bastante con una fontanería adecuada.
Ella soltó una risita.
– De todas formas, caminar sobre las huellas de los que han estado antes debe de ser muy satisfactorio una gran compensación.
– Y eso lo dice una mujer que no ha experimentado la vida en el desierto… habla con mi gente y volveremos a mantener esta conversación.
– Me encantaría.
Kayleen era sincera. Le gustaba la sencillez de la vida en el desierto, sobre todo ahora. Pensó que su vida habría sido igualmente sencilla si no hubiera dejado el convento para ver mundo; no habría conocido a Asad y jamás se habría sentido tan culpable. Pero se preguntó si esconderse de todo y elegir el camino fácil no sería, también, un error.
– Pero no sé… -continuó.
El rey la miró con interés.
– ¿Qué te ocurre, pequeña?
– Nada -respondió, a punto de llorar-. Lo siento, es que no me siento bien. Le ruego que me disculpe…
Kayleen hizo una reverencia y se alejó. Segundos más tarde, se giró para asegurarse de que ya estaba fuera de su vista y empezó a correr.
Desgraciadamente, no tenía a donde huir.
Asad se detuvo ante la puerta de la suite de Kayleen, llamó y entró. La descubrió en su habitación, acurrucada en la cama y sollozando como si alguien le hubiera partido el corazón.
La miró durante unos segundos, angustiado, y pensó que se alegraría mucho cuando oyera lo que tenía que decir. Incluso era posible que hicieran el amor otra vez. Pero sabía que debía actuar con cautela; Kayleen había vivido muchas cosas nuevas en muy poco tiempo y no quería hacerle daño.
Caminó hasta la cama y dijo:
– Kayleen…
– Márchate.
– No me voy a marchar. Siéntate un momento, quiero hablar contigo.
– No, no quiero hablar con nadie. Además, esto no es asunto tuyo, no es tu problema.
– Por supuesto que lo es. Lo he causado yo.
Para su sorpresa, ella siguió llorando.
– Kayleen…
– Márchate -repitió.
Asad consideró la situación y se sentó en la cama. Ella ni siquiera lo miró.
– No es tan terrible como piensas…
– Claro que lo es. He traicionado todo en lo que creía… no soy la persona que pensaba. Me he entregado a ti sin dudarlo un momento, y apenas te conozco. No te amo. Sólo eres alguien que pasa… ¿en qué lugar me deja eso?
Asad no podía creer lo que estaba escuchando. Él era el príncipe de El Deharia, no un desconocido normal y corriente que simplemente pasaba por ahí, como había dicho. La mayoría de las mujeres habrían dado cualquier cosa por estar con él.
– Te he honrado -afirmó.
– Pues para mí no ha sido un honor.
– Kayleen, no digas tonterías. Tenemos muchas cosas en común. Las niñas, por ejemplo -declaró-. Además, soy tu amigo y alguien en quien puedes confiar. Que hiciéramos el amor es algo perfectamente natural.
Ella lo miró con ojos enrojecidos.
– Para mí no lo es. Me enseñaron que debía esperar al matrimonio.
– La vida no es así, Kayleen. Las necesidades físicas son muy fuertes y a veces no podemos resistirnos a ellas.
– ¿Insinúas que quería hacerlo y que simplemente lo he hecho? ¿Y crees que eso va a hacer que me sienta mejor?
– Sólo estoy diciendo que es natural. Además soy un hombre con experiencia que sabe cómo seducir a una mujer.
– ¿Que tú me has seducido? Te agradezco el intento, pero no es verdad. Yo soy tan responsable como tú y tengo que afrontar las consecuencias de mis actos.
– Mira, Kayleen…
Ella se levantó y se alejó.
– Márchate, por favor.
– No voy a marcharme. Si me voy, no sabrás a qué se debe mi visita.
Kayleen se secó las lágrimas con la mano.
– ¿Y a qué se debe?
Las cosas no estaban saliendo como Asad había imaginado. Pero carraspeó y empezó a hablar.
– Creo que no estás en posición de entender todas las implicaciones de lo que ha pasado entre nosotros. Te dejaste llevar por el placer del momento y no pensaste que al entregarte a mí estabas perdiendo tu tesoro más precioso y que…
Los ojos de Kayleen se llenaron de lágrimas.
– ¿Cómo te atreves a decir eso? -lo interrumpió.
Antes de que pudiera reaccionar, Kayleen salió corriendo y se encerró en el cuarto de baño, dando un portazo.
El príncipe se quedó atónito. Pasados unos segundos, se acercó a la puerta.
– Kayleen- sal, te lo ruego.
– Márchate de una vez. Tengo mucho que pensar y no me sirves de ayuda.
Asad abrió la puerta y entro en el cuarto de baño.
– Ahora me vas a escuchar. He venido porque puedo solventar tu problema.
– No puedes. He perdido todo lo que quería.
– No has perdido nada. Tú no eres mujer para encerrarte en un convento. Mereces mucho más que eso, y estoy dispuesto a dártelo. Piensa en casarte, en formar una familia, en tener tus propios hijos…
– ¿Qué has dicho?
– Kayleen, me casaré contigo.
Asad la miró y sonrió. Esperaba que se tranquilizara, pero empezó a llorar con más fuerza que antes.
– Serás mi esposa. Vivirás aquí, conmigo, en palacio. He robado tu virginidad, pero a cambio te regalaré el honor de tenerme como esposo. Podrás llevar mi nombre, Kayleen…
Él esperó, pero ella no dijo nada.
– Está bien, entiendo que en estas circunstancias no eres consciente de lo que te estoy ofreciendo. Sé que más adelante te tranquilizarás y que te darás cuenta de que no ha sido un sueño sino algo real. Pero hasta que llegue ese momento, puedes aceptar mi propuesta y darme las gracias. Con eso bastará.
Kayleen lo miró. Sus ojos brillaban, pero no de felicidad ni agradecimiento.
– ¿Qué te lo agradezca? -preguntó, furiosa-. No voy a darte las gracias por nada. Y no me casaría contigo aunque fueras el último hombre en la Tierra.
Asad se quedó tan asombrado que cuando ella pasó ante él, no pudo hacer otra cosa que apartarse. Y un segundo después, Kayleen le cerró la puerta en las narices.
Capítulo 9
– Toma un poco más de té -dijo Lina.
Kayleen arrugó la nariz. La infusión sabía fatal y olía a alfombra cocida, pero su amiga le había asegurado que la tranquilizaría.
Dio un sorbo y dejó la tacita en la mesa.
– ¿Estás mejor?
Kayleen asintió porque era lo que Lina esperaba, pero no se sentía mejor en modo alguno. No dejaba de dar vueltas al asunto.
Lina suspiró.
– Sé que todavía te estás castigando, Kayleen. Tienes que olvidarlo y seguir adelante… Los hombres como mi sobrino están acostumbrados a seducir a las mujeres.
– No es eso, Lina. Es que…
– Es que eso no hace que te sientas mejor -la interrumpió-. Lo comprendo.
– Me siento tan estúpida, tan falta de experiencia…
– Bueno, ahora tienes más experiencia que antes.
Kayleen sonrió a su pesar.
– Eso es verdad. La próxima vez, me resistiré.
– Kayleen, sé que mi sobrino ha sido sincero al pedirte que te cases con él. Entiendo que estés confusa, pero no lo rechaces.
– No me ha pedido que me case con él; practicaje me lo ha ordenado. Sé que es de tu familia y que lo quieres mucho, pero eso es inadmisible. Asad están…
– ¿Mandón?
– Sí, entre otras cosas.
Lina sonrió.
– Los príncipes suelen comportarse de esa forma -explicó-. Asad ha manejado mal la situación y ha destruido tus fantasías románticas al mismo tiempo.
– Yo no tengo fantasías románticas.
– Venga ya…
Kayleen nunca se había planteado la posibilidad de casarse y formar una familia. Pero tuvo que admitir que si Asad le hubiera propuesto el matrimonio con un ramo de flores y a la luz de unas velas, su respuesta habría sido diferente.
– Bueno, tal vez tengas razón. Pero de todas formas, creo que tengo derecho a algo más que unas cuantas instrucciones y la orden de que le esté agradecida.
– ¿Tan mal lo ha hecho? -preguntó, asombrada.
– Peor. Lo único bueno es que le he cerrado la puerta del cuarto de baño en las narices. Seguro que eso no se lo hacen muy a menudo…
– No, desde luego que no.
– ¿Está muy enfadado?
– Más confuso que enfadado. Desde su punto de vista, hizo una cosa buena… no entiende que reaccionaras de ese modo.
– Le enviaré una nota de agradecimiento más tarde -ironizó.
– Kayleen, el mundo de Asad no se parece al del resto de la gente. Le han enseñado a dedicar su vida al país y a dar por sentado que ser príncipe le da ciertos privilegios. Cuando era niño, ni siquiera podía estar seguro de qué compañeros lo apreciaban sinceramente y cuáles buscaban su amistad por interés. Cometió muchos errores, pero al final aprendió en quién podía confiar.
– Bueno, por lo menos tenía a sus hermanos…
– Sí, y eso lo ayudó. Pero después empezó sus relaciones con las mujeres y se encontró con un problema parecido, porque la mayoría sólo lo querían por su poder y por su dinero. Harían cualquier cosa por acostarse con él.
Kayleen se ruborizó.
– Como yo.
– No, no como tú. Tú no buscas eso ni le has engañado… Sólo estoy diciendo que la vida de Asad es diferente. Tienes que valorar sus circunstancias. Sé que su oferta de matrimonio es sincera; lo ha presentado de la peor manera posible porque su padre le enseñó que las emociones vuelven débil al hombre, e intenta evitarlas -declaró la princesa-. Pero dime la verdad: ¿no te tienta la posibilidad de casarte con él?
Kayleen lo pensó antes de contestar.
– Sí, me tienta -confesó-. Casarme con Asad solucionaría muchos problemas, empezando por las niñas. Pero no estoy enamorada.
– Los matrimonios por conveniencia son una tradición muy antigua en las familias reales…
– Pero yo no encajo en su mundo. Él es un príncipe.
– Oh, vamos, las cosas han cambiado. En la actualidad, un príncipe puede casarse con quien desee. Y aunque tú no pertenezcas a la aristocracia, tienes virtudes como el honor, la inteligencia y la amabilidad que te hacen perfectamente capaz para el cargo.
– Gracias por el cumplido -susurró.
– Deberías considerar otras cuestiones. Como esposa de un príncipe, podrías hacer el bien a gran escala… aquí y en el resto del mundo. Podrías dedicarte a causas nobles, suponiendo que te quede tiempo libre cuando tengas hijos con Asad.
Kayleen miró a su amiga.
– Permíteme que use un poquito de esa inteligencia que me presupones y te diga que tengo la sensación de que me estás manipulando.
Lina sonrió.
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