Un segundo después, mientras pensaba que la tela se arrugaría demasiado, Asad entró en el vestidor y le puso las manos en los hombros.
– He oído tu conversación con Dana -dijo mirándola en el espejo.
– ¿Y lo desapruebas?
– En absoluto. Has dicho lo que debías. Aunque habría estado mejor que dudaras un poco más con lo del divorcio…
– Yo no he dicho que piense divorciarme de ti -puntualizó.
– Lo sé, lo sé -dijo él, sonriendo-. Eres una madre excelente, Kayleen, y eso me place. Por las niñas y por los niños que tendremos.
– ¿Y si no tengo niños y sólo puedo darte más hijas?
– Bueno, recuerda que soy uno entre seis hermanos. Creo que la estadística juega a mi favor… -respondió él-. Por cierto, ¿te estás divirtiendo?
– Esto es muy cansado. Y no me acostumbro a que me sirvan con tanta diligencia…
– Te acostumbrarás.
– Tal vez. ¿De verdad necesito tanta ropa? Me parece excesivo.
– Vas a representar a El Deharia. Tienes que estar a la altura de las expectativas de la gente -afirmó.
– Bueno, qué se le va a hacer.
– Vaya, así que estás dispuesta a hacer lo que sea necesario por los ciudadanos de mi país y sin embargo dudas cuando sólo se trata de mí -bromeó.
– Más o menos.
Asad se inclinó y la besó en el cuello. Ella se estremeció.
– Tendré que enseñarte a respetarme -murmuró él.
El príncipe la abrazó por la cintura y ella deseo que aquello fuera real, que las niñas fueran verdaderamente su familia y que Asad estuviera locamente enamorado.
– Cuando volvamos a Palacio, quiero hablar de finanzas contigo -continuó-. Las niñas y tú necesitáis dinero, y quiero que tengáis la vida resuelta si alguna vez me ocurre algo malo. El palacio siempre será vuestra casa, pero si desearais vivir en algún otro lugar, necesitaréis una buena cuenta bancaria.
– No quiero que te pase nada malo…
– Ni yo, pero esto es importante. Abriré una cuenta a tu nombre y podrás gastar el dinero como lo estimes conveniente. Quiero que seas feliz, Kayleen. Y que vayas de compras tanto como te apetezca.
– No necesito casi nada.
– Eso lo dices ahora, pero tu vida ha cambiado y tú misma has empezado a cambiar.
Asad la besó hasta que la dejó sin aliento. Kayleen deseó tocarlo y acariciarle todo el cuerpo, hacerle el amor allí mismo y relajar su tensión y el deseo que sentía. Pero el príncipe se apartó de ella poco después.
– Bueno, pero preferiría que no cambiaras mucho más… -añadió.
Un segundo después, le bajó la cremallera del vestido y le desabrochó el sostén. Luego, llevó las manos a sus senos, se inclinó lo suficiente y empezó a succionarle un pezón.
Kayleen era consciente de que seguían en el vestidor de la boutique, así que se esforzó por mantenerse en silencio y no gemir; pero las caricias de su lengua eran tan placenteras que le costó mucho.
Excitada, le acarició el cabello y los hombros. Quería más, necesitaba más.
Asad rió antes de cambiar al otro pecho y jugueteó una y otra vez con él hasta que Kayleen empezó a jadear de placer.
Casi no podía mantenerse de pie. Además, Asad le había introducido una pierna entre los muslos y estaba terriblemente húmeda. Pero sabía que se detendría en algún momento. Seguían en la tienda y había gente por todas partes. Las niñas se habían marchado con su tía, pero todavía estaban Glenda, los dependientes y tal vez algún cliente más.
Sin embargo, Kayleen no quería detenerse. Y lo quiso aún menos cuando él bajó una mano y empezó a masturbarla con los dedos.
– Apóyate en mí -susurró él.
Ella apoyó una pierna en el banco del vestidor. Él la equilibró con la mano que tenía libre y siguió frotándole y acariciándole el clítoris. Cada vez estaba más tensa. Empezó a temblar sin poder evitarlo y tuvo miedo de caerse, pero el orgasmo la alcanzó rápidamente y fue tan intenso y glorioso como los anteriores.
Él la besó y siguió tocándola hasta que la última oleada de placer desapareció. Sólo entonces, maldijo en voz baja y la soltó.
– ¿Qué ocurre? -preguntó ella.
– Que se suponía que esto era un regalo para ti, pero…
Asad alcanzó el sostén y se lo dio.
– Toma, póntelo.
– No te entiendo…
Él la miró con pasión.
– Me temo que tengo que llevarte inmediatamente a Palacio, a mi cama. Ya terminaremos con las compras más tarde.
Ella sonrió.
– Me parece un buen plan.
Era casi media noche cuando Kayleen marcó un número de teléfono muy familiar y pidió que la pusieran con la mujer que estaba a cargo.
– ¿Kayleen? ¿Eres tú?
Kayleen sonrió.
– Sí. Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te llame. Lo siento…
– Si has vivido aventuras interesantes, te perdono. ¿Cómo estás? ¿Cómo va tu vida en Palacio? Tienes que contármelo todo…
La voz de la madre superiora, llena de cariño, logró que echara de menos el convento.
– Estoy bien. Muy ocupada, eso sí. Y las niñas se han acostumbrado mejor de lo que había imaginado…
– Me preocupaba su suerte. Han sufrido demasiado para ser tan pequeñas. Pero están contigo y sé que lo superarán.
– Eso espero -dijo Kayleen-. Tengo algo que decirte, aunque no sé lo que pensarás… es sobre el príncipe. Hace unas semanas me organizó una fiesta sorpresa de Acción de Gracias. Fue un detalle encantador. Pero luego…
La madre superiora no dijo nada. Sabía que el silencio era una motivación poderosa cuando se trataba de animar a otra persona a hablar.
– Era tarde y estábamos solos -continuó-. Así que…
Kayleen le contó toda la historia, incluida la propuesta de matrimonio.
– ¿Es un buen hombre? -preguntó la monja.
Ella no esperaba esa pregunta y la sorprendió.
– Sí, claro. Muy buen hombre, de hecho. Demasiado acostumbrado a salirse con la suya, pero a fin de cuentas es un príncipe.
– ¿Cuida de las niñas y de ti?
– Sí. Muy bien.
– ¿Lo amas?
Kayleen pensó que era una pregunta interesante.
– Sí, creo que sí -respondió.
– Entonces has hecho lo correcto. Siempre quise que te casaras y que tuvieras una familia, Kayleen. Sé que deseabas volver al convento, pero a veces encontramos la felicidad en los lugares más inesperados… Amar y ser amada es una gran bendición. Disfruta de lo que tienes y recuerda que siempre pienso en ti.
– Gracias -susurró.
– Sigue los dictados de tu corazón y no permitas que te aparten de tu camino, hija mía.
Kayleen asintió. Sabía que su corazón caminaba en la dirección de Asad, pero el viaje acababa de empezar. Y cuando concluyera, estaría en su casa.
Capituló 11
Kayleen miró los diseños esparcidos encima de la mesa.
– Estás de broma -dijo.
– Esto sólo es lo que ha llegado en el correo de hoy -comentó Lina con un suspiro-. Nunca imaginé que una decisión mía provocara tal entusiasmo en los diseñadores de moda… pero cuando Hassan anunció nuestro compromiso, empecé a recibir llamadas. Se suponía que esperaría un poco, ¿sabes? Prometió que esperaría.
– Ya, pero dijo que estaba tan contento que no pudo mantenerlo en secreto -le recordó-. Vi la conferencia de prensa. Está loco por ti…
Lina sonrió.
– No le digas nunca eso… Un rey no puede demostrar tanta pasión en público.
– Pues ésta vez la demostró. Pero me alegra que seas tan feliz.
Lina volvió a suspirar.
– Me gustaba mi vida. Incluso cuando perdí a mi marido, me consolé pensando en los hijos de mi hermano -le confesó-. Ya me había acostumbrado a la idea de seguir sola. Y ahora, de repente, me enamoro y me comprometo otra vez. Todavía no me lo puedo creer.
Kayleen miró el anillo de Lina. Era enorme, de diamantes y platino.
– Vas a tener que hacer ejercicio si llevas ese anillo todo el día.
Lina rió.
– Lo sé. Es gigantesco. No se puede decir que sea de mi gusto, pero si hubieras visto la cara de Hassan cuando me lo puso en el dedo… Estaba tan orgulloso… ¿Cómo voy a decirle que me gusta que las cosas sean más pequeñas que una montaña?
– Si no te importa demasiado, no se lo digas.
– Claro que no. Pero acostúmbrate a estos problemas -dijo, mirando los diseños de la mesa-. En cuanto anuncien oficialmente tu boda, te encontrarás en la misma situación que yo.
– Espero que a escala menor… Yo sólo quería tener una familia, y ahora resulta que tengo todo un país.
– Bueno, tómatelo como un premio extraordinario.
– No quiero premios extraordinarios.
– Por eso me alegro de que Asad te haya elegido. Sé que no te interesa su dinero… y admito que todavía espero que te enamores de él.
Kayleen se ruborizó.
– He pensado mucho en ello -le confesó-. Asad es un hombre maravilloso, atento y amable. Se preocupa sinceramente de las niñas y logra que me sienta a salvo. Me gusta mucho, pero amarlo… no lo sé. ¿Qué se siente cuando amas a alguien?
– Es como si tuvieras todas las estrellas en la palma de la mano -respondió la princesa entre risas-. Ya sé que parezco ridícula…
– No, sólo suenas feliz.
– Porque lo estoy. Hassan es mi vida. Sé que las cosas cambiarán con el tiempo y que nuestra relación se normalizará, pero ahora disfruto de la magia, de cómo se acelera mi corazón cuando lo veo llegar, de quedarme sin aliento con un simple beso suyo, de no desear otra cosa que estar con él.
– ¿Quiere eso decir que te aburro? -bromeó.
– No exactamente, pero es verdad que no dejo de pensar en él. Con mi difunto marido fue diferente- lo amaba, pero yo era muy joven y no era consciente de lo que tenía. Ahora soy mayor y comprendo hasta qué punto es raro y precioso el amor… Pero ya lo descubrirás.
– Sólo sé que deseo tenerlo. Es importante para mí. Quiero amar a Asad.
– Da tiempo al tiempo.
– Sí, supongo que tendremos tiempo de sobra…
– Y cuando te hayas casado, tendrás tus propios hijos -le recordó.
Kayleen se llevó una mano al estómago y su amiga suspiró.
– Ah, a mí me encantaría quedarme embarazada -continuó-. Soy un poco mayor, pero lo voy a intentar de todas formas.
– ¿En serio?
Lina asintió.
– Siempre quise tener hijos, y Hassan también. Así que vamos a ver lo que sucede. Será lo que tenga que ser… y si no hay suerte, al menos tendré al hombre de mis sueños.
– Estoy nerviosa -confesó Kayleen cuando entraron en el auditorio de la American School-. He trabajado mucho con las niñas y sé que lo harán bien, pero aún así, no las tengo todas conmigo.
– Ten fe en ellas. Han practicado. Están bien preparadas.
Se sentaron en una de las primeras filas de la sala, junto al pasillo. Kayleen era vagamente consciente de la gente los miraba, pero estaba tan nerviosa por las niñas que no le incomodó.
Asad la tomó de la mano y se la apretó cariñosamente.
– Respira despacio… relájate. Todo saldrá bien.
– No lo puedes saber.
– Pero sé que tu pánico no ayudará a las niñas. Sólo servirá para que te sientas incómoda.
– Otra vez con tu lógica. Es muy irritante.
Kayleen sonrió y él le devolvió la sonrisa.
Unos minutos después, la orquesta empezó a tocar y el telón se levantó. Los números se habían organizado de manera que los niños actuaran por edades, empezando por los más pequeños, y Pepper apareció enseguida con su clase. Representaban una escena de una familia de ranas que estaban de vacaciones. Pepper era la rana madre.
Kayleen murmuró las frases de la niña mientras ella las pronunciaba en el escenario, y sólo se tranquilizó cuando terminaron.
– Una representación perfecta -dijo Asad-. ¿Lo ves? Te preocupas por nada.
– Tal vez haya sido perfecta por mi preocupación…
– No seas tan supersticiosa… Nadine será la siguiente en salir. Tengo muchas ganas de verla bailar.
Nadine y varias compañeras de su clase bailaron con la música de El cascanueces. Kayleen estuvo tensa y contuvo la respiración hasta que la banda dejó de tocar y las chicas se quedaron quietas.
– Te va a dar algo… -dijo Asad.
– No lo puedo evitar. Las quiero mucho.
– ¿En serio?
– Claro. ¿Cómo no las voy a querer?
Algo brilló en los ojos del príncipe, algo que no supo interpretar.
– He tenido mucha suerte de encontrarte. Aunque soy consciente de que no soy el responsable único recuérdame que le envíe a Tahir un regalo de agradecimiento.
– Una cesta de fruta estaría bien.
– Mejor un camello.
– No estoy tan segura de eso. Si todo lo que consiguieras al cabo del año fuera otro camello, ¿no estarías harto?
– ¿Te estás riendo de mí?
– No, me estoy riendo de los camellos.
Minutos más tarde apareció el grupo de Dana. Kayleen volvió a contener la respiración y recordó una a una las frases de la niña como si así pudiera impedir que las olvidara.
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