– Me deseas -afirmó.

– Siempre te he deseado.

Él sonrió y empezó a acariciarla.

– Quiero sentirte dentro de mí -afirmó ella-. Tómame. Hazme tuya.

Asad contuvo la respiración, pero obedeció. Le separó las piernas y la penetró.

Kayleen siempre olvidaba de qué modo la llenaba, cómo conseguía desesperarla de puro deseo. Normalmente se lo tomaba con calma y lo hacía con delicadeza, pero aquella noche hicieron el amor sin cuidado, de un modo salvaje y más intenso que nunca.

Cerró las piernas alrededor de sus caderas y se arqueó contra él para sentirlo hasta el fondo. Después fueron acelerando el ritmo hasta que Kayleen se encontró al borde del orgasmo.

Él pronunció su nombre. Ella lo miró.

– Eres mía.

Sólo fueron dos palabras, nada más que dos palabras, pero bastaron para llevarla al clímax y para que gritara.

Asad dio dos acometidas más y también llegó al final de su viaje.

Las olas de placer los unieron y ellos permanecieron juntos, abrazados, hasta que la Tierra dejó de moverse y pudieron descansar.


Kayleen entró en la suite poco después de medianoche. Se sentía tan feliz que casi podía flotar. Hasta habría sido capaz de repetir la danza del velo.

En lugar de encender la luz, caminó hasta el balcón y salió a la terraza. Hacía fresco, pero no le importó. Además, su temperatura aumentaba rápidamente cada vez que pensaba en su prometido.

En ese momento oyó el ruido de una silla. Se giró y vio algo entre las sombras. Era su madre.

– Vaya, qué sorpresa. Y yo que creía que sólo eras una jovencita un poco atontada y con suerte… pero no, has resultado ser una lista. La única diferencia con otras es que tu juego es diferente.

– No sé de qué estás hablando.

– De que tu apariencia inocente y tímida es sólo fachada. Seguro que tu príncipe se enamoró perdidamente de ella.

– No estoy fingiendo. Es real.

Darlene se rió.

– No me mientas. Yo inventé ese juego. Sólo estoy diciendo que respeto tus tácticas… conmigo no habrían servido, pero contigo son perfectas.

– Sigo sin entender lo que dices. Pero perdóname, es tarde. Me voy a la cama.

– Ya has estado en una cama. Lo que quieres decir es que ahora vas a dormir. ¿Me equivoco? -preguntó.

– No pienso hablar de eso contigo.

– Pero has cometido un error. Te has enamorado de él y ahora eres vulnerable. Hazme caso, es mejor que mantengas las distancias. Es más seguro.

– Voy a casarme con Asad. Se supone que debo amarlo.

Su madre volvió a reír.

– Bueno, pero no esperes que tu amor sea mutuo. Los hombres como él no aman a nadie. Nunca -afirmó-. Acepta el valioso consejo de tu mamá, aunque temo que ha llegado demasiado tarde.

– Buenas noches.

Kayleen se giró y volvió a la suite.

El encuentro con Darlene la había puesto de mal humor. Y peor aún, había conseguido que empezara a dudar.

Cabía la posibilidad de que tuviera razón. Se había enamorado de él y necesitaba que él la amara a su vez.

Entró en el dormitorio y se tumbó en la cama. Ya no sabía si podría casarse sin tener su amor.

Capituló 13

Kayleen se sentó en una silla del salón de Lina e hizo lo que pudo por seguir respirando. Había descubierto recientemente que cuando estaba tensa, contenía la respiración; luego empezaba a jadear y su nerviosismo empeoraba.

– Es horrible -gimió-. ¿No le basta con haberme abandonado cuando yo era una niña? ¿También tiene que destrozarme la vida?

Lina le dio una palmadita en la mano.

– Lo siento tanto… Mi hermano sólo quería ayudar.

– Lo sé. La culpa es mía por no haberle dicho la verdad, pero odio hablar de mi familia biológica, odio decir que me abandonaron dos veces. Siempre pienso que me deja en mal lugar -le confesó.

– Tienes que superar tus temores, Kayleen. Ahora vas a formar parte de mi familia.

Kayleen sonrió.

– Eres muy buena conmigo.

– Gracias. Pero volviendo a tu madre…

– Está por todas partes, espiándome, apareciendo sin advertencia alguna. Tiene aterrorizadas a las niñas. Anoche, Pepper se puso a llorar porque Darlene le dijo que ya que no era guapa, tendría que ser inteligente. ¿Quién puede decir algo así a una niña? Pepper es adorable… puedo perdonar a mi madre por las maldades que me dedica, pero no le puedo perdonar eso.

– ¿Quieres que le ordene que abandone el país? -preguntó Lina-. Lo haré si lo deseas. Se marchará en el primer avión que salga.

– Me gustaría aceptar tu ofrecimiento, pero es mi madre y no sé qué hacer. Tal vez debería concederle una oportunidad. Puede que se lo deba.

– ¿Qué le debes? ¿Qué te diera a luz? Tú no pediste nacer. Fue elección suya. Si no quería tenerte, podría haberlo evitado. O haberte entregado en adopción…

– Me pregunto por qué no lo hizo.

– Quién sabe. Puede que el papeleo legal fuera demasiado complejo para su diminuto cerebro -se burló.

Kayleen sonrió.

– Sea como sea, tengo que tomar una decisión… Le concederé una semana más e intentaré establecer algún tipo de conexión con ella, aunque seamos muy distintas. Si no lo consigo, o si insiste en portarse mal, aceptaré tu oferta.

– Le das más oportunidades de las que yo le daría, pero tú tienes más corazón que yo.

– O más sentimiento de culpabilidad. Sólo espero que Asad no crea que soy como ella…

– Por supuesto que no, qué tontería. Nadie elige a sus familiares. No te preocupes, él no te culpa por la forma de ser de tu madre.

– Ojalá tengas razón. Intentaré pasar más tiempo con Darlene, a ver qué pasa.

Kayleen se levantó.

– Mantenme informada -le pidió Lina.

– Lo haré.

Kayleen se dirigió a la escalera y subió. Tenía intención de volver a sus habitaciones, pero se lo pensó mejor y llamó a la suite de su madre.

– Adelante…

Darlene estaba sentada en el salón, tomando un café y unas tostadas.

– Ah, eres tú… -dijo-. Acabo de recibir una nota deliciosa del rey. Me ha invitado a una fiesta. Es algo diplomático, según creo; pero no tengo ropa adecuada para asistir a ese tipo de celebraciones. ¿Puedes encargarte de solucionar el problema?

Kayleen se sentó al otro lado de la mesa.

– Por supuesto. Una de las boutiques está a punto de enviarme varios vestidos. Si me das tu talla, les encargaré algo.

Darlene sonrió.

– Me encanta el servicio de este lugar.

– Había pensado que podíamos pasar más tiempo juntas -comentó Kayleen-. Ya sabes, para conocernos mejor…

Darlene arqueó las cejas.

– ¿Qué quieres saber? Me quedé embarazada a los dieciséis años, te dejé con mi madre y me marché a Hollywood. Trabajé en unas cuantas series de televisión y en obras de teatro con las que pagaba las facturas… luego conocí a un tipo que me llevó a Las Vegas, donde gané algún dinero. Pero el tiempo no es amigo de las mujeres. Necesitaba asegurarme el futuro y entonces apareció el enviado de tu rey.

Kayleen se inclinó hacia ella.

– Soy tu hija. ¿No te gustaría que fuéramos amigas por lo menos?

Darlene la miró durante un buen rato.

– Tienes buen corazón, ¿verdad?

– No sé, no lo había pensado…

– Serás exactamente el tipo de esposa que Asad desea.

– Estoy enamorada de él. Quiero que sea feliz.

Darlene asintió despacio.

– ¿Te gusta vivir aquí, en El Deharia?

– Sí, es un país precioso. No sólo la ciudad, sino también el desierto. Estoy aprendiendo el idioma, las costumbres… quiero encajar.

La mirada de su madre era muy penetrante, como si quisiera sonsacarle algo.

– El rey es un hombre encantador.

– Sí, es amable y comprensivo.

– Interesante. No son precisamente las palabras que yo habría elegido para definirlo. Pero sí, Kayleen, me gustaría que fuéramos amigas. Supongo que mi aparición ha debido de ser toda una sorpresa para ti. No me había dado cuenta porque sólo estaba pensando en mi misma. Perdóname.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó, sorprendida-. Bueno, supongo que lo entiendo… Tu vida ha sido difícil.

– La tuya también. Pero mejor de lo que habría sido si te hubieras quedado con mi familia. Aunque no lo creas, es cierto.

Darlene se levantó del sofá.

– Bueno, voy a ducharme y a vestirme. Y después, si tienes un rato, podrías llevarme a dar una vuelta por el palacio. Es un edificio precioso.

– Lo es. He estudiado su historia. Te lo contaré todo sobre Asad y su gente.

La expresión de Darlene se hizo más dura.

– Sí, supongo que él aprecia esas cosas.


Asad la tomó de la mano y le besó los dedos.

– ¿Qué te preocupa, Kayleen?

Estaban comiendo juntos en su despacho.

– Nada. Sólo estaba pensando.

– Obviamente, no en lo afortunada que eres por casarte conmigo.

Ella se rió.

– No, no estaba pensando en eso. Pensaba en mi madre.

– Ya veo.

El príncipe la miró.

– ¿No te gusta?

– No la conozco lo suficiente. Lo único que me importa son tus sentimientos.

– Y yo no estoy segura de nada… -confesó-. Le he dicho que quiero ser su amiga y que nos conozcamos mejor.

– ¿Y?

– Las cosas están mejor, pero no sé si confiar en ella. Se lo pedí y se mostró de acuerdo; pero aunque suene terrible, no me fío.

– La confianza se debe ganar. Tal vez sea tu madre biológica, pero no la conoces.

– Eso es verdad.

A Kayleen le habían enseñado a confiar en la gente y a esperar lo mejor de ellos. El simple hecho de pensar que su madre la estaba utilizando, era un atentado contra su sentido de la moral y su forma de sentir. Pero pensar lo contrario, atentaba contra su inteligencia.

Kayleen miró a su prometido.

– Sabes que no soy como ella, ¿verdad?

Él sonrió.

– Sí, lo sé.

– Menos mal…


Darlene tarareaba una canción mientras miraba los vestidos del perchero. Eligió uno de color negro, con cuentas ensartadas y escote generoso, y dijo:

– Podría acostumbrarme a esto. ¿Te has fijado en el trabajo que lleva? Se nota que está hecho a mano.

Se puso la prenda delante de ella y se miró en el espejo.

– ¿Qué te parece? -preguntó.

– Es precioso -respondió su hija.

Darlene se rió.

– Pero tú no lo elegirías, claro…

– No es mi estilo.

– Eso lo dices porque eres joven, pero con el tiempo descubrirás que el color negro oculta los defectos… Creo que elegiré los pendientes de zafiros y diamantes y el collar a juego. O la pulsera. Me gustaría ponerme las dos cosas, pero menos es más en materia de elegancia. ¿Tú vas a ponerte eso?

Kayleen había sacado un vestido sin mangas, de color verde esmeralda; sencillo, pero bonito. Y aunque el escote no fuera tan amplio como el de Darlene, era el más atrevido que había elegido hasta entonces. Quería agradar a Asad.

– Me encanta, pero no sé si me quedará bien -confesó.

– Ése es un vestido de alta costura y hay que tener la figura adecuada para llevarlo. No te preocupes, te buscaré algo más adecuado… Algo juvenil, pero refinado. Déjame ver.

Darlene sacó un vestido distinto y se lo dio.

– Toma.

Kayleen lo miró. Tenía un diseño abierto, con diamantes diminutos.

– ¿Te parece mejor?

– Desde luego que sí. Ah, y no lleves nada salvo pendientes. Ni pulseras ni collares… eres joven y bella, aprovéchalo. Cuando empieces a marchitarte, ya tendrás ocasión de cubrirte de objetos que brillen -respondió-. Supongo que alguien te peinará, ¿verdad? Yo que tú me haría un peinado alto con unos cuantos mechones sueltos. Y no te quedes corta con el maquillaje. Es una fiesta.

Kayleen se puso unos pendientes y se apartó el pelo de la cara.

– Tienes razón…

– Gracias. Llevo mucho tiempo en el mundo y sé lo que les gusta a los hombres. Pero bueno, vamos a ver cómo me queda ese vestido.

Darlene se quitó lo que llevaba y se puso el vestido negro. Kayleen la ayudó a subirse la cremallera.

– Perfecto -dijo mientras se miraba en el espejo-. Hace un rato estuve en el jardín y tuve ocasión de conocer al embajador español. Es un hombre encantador. Algo mayor, pero eso es bueno. Seré una especie de premio para él.

– ¿No te has casado nunca?

– Una vez, hace años. Yo tenía dieciocho años y él era un don nadie. Pero estaba enamorada y me dije que el dinero carecía de importancia… cuando nos separamos, me quedé sin nada. Aprendí la lección. Y tú deberías imitarme.

– ¿De qué estás hablando?

– De Asad. Los ojos te brillan cuando está cerca de ti. Es muy embarazoso.

Kayleen se ruborizó.

– Pero estamos prometidos…

– No veo qué tiene eso que ver. Sé que parezco algo cínica, pero hazme caso. Los hombres como Asad no se preocupan por el amor. Te va a partir el corazón, Kayleen. Toma lo que puedas y sigue adelante.