– Soy tan feliz -dijo Kayleen.

– Y yo. Aunque por lo visto, no aprendo tan deprisa como pensaba.

– Pero aprendes.

– Sólo porque tuviste la fuerza necesaria para abandonarme. Siempre tienes que hacer lo correcto, ¿verdad?

– Lo intento…

Asad atrajo a Kayleen a su lado.

– Tienes que prometerme que no me abandonarás nunca más -dijo-. No sobreviviría.

– Sólo si tú me prometes lo mismo.

El príncipe se rió.

– ¿Y por qué querría marcharme? Ya eres mía.

– Y para siempre.

– Sí -prometió él-. Para siempre.

Los ojos de Asad brillaron con amor. Con un amor que llenó el vacío de Kayleen y que la convenció de que ahora, por fin, había encontrado su hogar.

SUSAN MALLERY

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