La Biblia tenía un tamaño poco corriente, por larga e inesperadamente estrecha, pero no demasiado Pesada, y me cabía cómodamente entre los brazos. La cubierta era de cuero gastado y agrietado, suavizado y descolorido por el roce, y manchado por todos los matices del castaño. Además de las grietas y arrugas del cuero, algún insecto habla perforado agujeros diminutos en varios sitios. La contracubierta estaba ennegrecida y quemada hasta la mitad, pero por delante seguía intacto un intrincado dibujo en oro, hecho de líneas, hojas y puntos. En el lomo se habían grabado flores, también en oro, y un modelo modificado del dibujo estaba marcado con un martillo y un alfiler en los lados de las páginas.
Consulté el comienzo del Génesis: «Dieu crea au commencement le ciel et la terre». El texto estaba en dos columnas, el tipo de letra era muy legible y, aunque la ortografía fuese peculiar, el francés (lo que quedaba de él) me resultaba inteligible. La parte de atrás del libro estaba quemada sin remedio y las páginas centrales, chamuscadas, habían quedado irreconocibles.
En el bar Crazy Joe Mathilde y monsieur Jourdain habían discutido largo tiempo sobre los orígenes de aquella Biblia, con aportaciones de Jean-Paul de cuando en cuando. Yo sólo era capaz de seguir en parte lo que decían, porque el acento de monsieur Jourdain complicaba mucho las cosas y Mathilde hablaba demasiado deprisa. Siempre me era más difícil seguir una conversación en francés cuando la gente no hablaba directamente conmigo. Por lo que pude deducir, estaban de acuerdo en que era probable que se hubiera publicado en Ginebra y en que posiblemente la traducción fuese obra de alguien llamado Lefevre d'Etaples. Monsieur Jourdain se mostraba especialmente categórico.
– ¿Quién era esa persona? -pregunté con timidez.
Monsieur Jourdain rió entre dientes.
– La Rousse quiere saber quién era Lefevre -repitió una y otra vez, moviendo la cabeza. Para entonces se había echado al coleto tres whiskies con soda. Asentí sin impacientarme, dejándole que disfrutara con su chiste inofensivo; los martinis me habían hecho más tolerante con las bromas.
Finalmente el secretario de Le Pont de Montvert procedió a explicar que Lefevre d'Etaples había sido el primer traductor de la Biblia latina al francés vernáculo, a fin de que otras personas, además de los sacerdotes, pudieran leerla.
– Aquello fue el comienzo -afirmó-. Aquello fue el comienzo de todo. ¡El mundo se partió en dos! -al hacer declaración tan capital, se inclinó hacia adelante en su taburete y fue a caer en medio del bar.
Traté de no sonreír, pero Mathilde se tapó la boca con la mano, Sylvie rió descaradamente y Jean-Paul sonrió mientras pasaba las hojas de la Biblia. Recordé que además estuvo examinando durante mucho tiempo la página con los nombres de los Tournier y que había garrapateado algo en el reverso de un sobre. Y yo estaba demasiado achispada para preguntarle qué hacía.
Pese a la indignación de Mathilde y a mi decepción, monsieur Jourdain fue incapaz de recordar quién le había hecho entrega de la Biblia.
– ¡Los registros tiene que llevarlos precisamente para eso! -le riñó Mathilde-. ¡Preguntas importantes, para alguien como Ella!
Monsieur Jourdain puso cara de estar muy avergonzado, apuntó los nombres de todos los miembros de la familia enumerados en la Biblia y prometió ver si podía encontrar algo sobre ellos, incluso aunque no se apellidaran Tournier.
Yo suponía que la Biblia procedía de los alrededores de Le Pont de Montvert, pero no se me ocultaba que podía haber llegado de cualquier otro lugar, de la mano de personas que se hubieran trasladado a la zona. Cuando sugerí esto último, sin embargo, tanto Mathilde como monsieur Jourdain dijeron que no.
– No la habrían llevado a la mairie si fuesen forasteros -explicó Mathilde-. Sólo una verdadera familia de las Cevenas se la habría entregado a monsieur Jourdain.
Aquí el sentimiento de la historia es muy fuerte, y objetos familiares como esta Biblia no salen de las Cevenas.
– Pero las familias se marchan. La mía lo hizo.
– Estaba de por medio la religión -replicó Mathilde con un movimiento desdeñoso de la mano-. Por supuesto que se marcharon entonces, y muchas familias más después de 1685. ¿Sabes? Es curioso que tu familia se fuera cuando lo hizo. Los protestantes de las Cevenas lo pasaron mucho peor cien años después. La Noche de San Bartolomé fue una… -se detuvo y se encogió de hombros, luego movió una mano en dirección a Jean-Paul-. Explíquelo usted -llevaba leotardos de color rosa y una minifalda a cuadros.
– Un acontecimiento burgués, más o menos -prosiguió él sin solución de continuidad, sonriéndole-. Destruyó la nobleza protestante. Pero los hugonotes de aquí eran campesinos y las Cevenas estaban demasiado aisladas para que se sintieran amenazados. Pudo haber tensiones con los pocos católicos locales, imagino. La catedral de Mende siguió siendo católica, por ejemplo. Podrían haber decidido salir a aterrorizar a unos cuantos hugonotes. ¿Qué opinas tú, mademoiselle? -dirigiéndose a Sylvie.
La niña lo miró desapasionadamente, luego sacó las piernas, agitó los dedos de los pies y dijo:
– Mira, ¡mamá me ha pintado las uñas de blanco!
Volví a ocuparme ahora de la lista de los Tournier Y la estudié detenidamente. Allí estaba la familia que debía de haber terminado en Moutier: Etienne Tournier, Isabelle du Moulin y sus hijos Jean, Jacob y Marie. Según la nota de mi primo suizo, Etienne había figurado en un registro militar en 1576 y Jean se había casado en 1590 Comparé las fechas; eran razonables. Y el Jacob hijo de Etienne y de Isabelle era uno de la larga lista que terminaba con mi primo. Tengo que contárselo, pensé. Voy a escribirle para que lo sepa.
Atrajeron mi atención unas palabras escritas en e interior de la cubierta que nadie había advertido antes Eran rasgos imprecisos y débiles, pero conseguí descifrar «Mas de la Baume du Monsieur». La Granja del Bálsamo, del Caballero, toscamente traducido. Había comprado un mapa muy detallado de la zona alrededor de Le Pont de Montvert: lo saqué y empecé a mirar. Busqué, mediante la técnica de círculos concéntricos a partir del pueblo, un nombre similar. Sólo tardé cinco minutos en encontrarlo, a unos dos kilómetros al noroeste de Le Pont de Montvert. Era una colina al norte del Tarn exactamente, cubierta a medias por bosques. Allí había algo para Jean-Paul
Aunque no debía de haber visto el nombre de la granja la noche anterior, porque lo habría señalado. ¿De qué estaría hablando al decir que sabía algo acerca de mi familia? Examiné despacio nombres y fechas, pero sólo encontré dos cosas poco corrientes en la lista: un Tournier se había casado con alguien de su mismo apellido y uno de los Jean había nacido un primero de enero.
Cuando llegué a la biblioteca la tarde siguiente con la Biblia en una bolsa, Jean-Paul se tomó muy en serio la ceremonia de presentarme a la otra bibliotecaria, quien, tan pronto como vio la Biblia, abandonó su aire desconfiado.
– Monsieur Piquemal es experto en libros antiguos, en historia -me explicó con voz cantarina-. Es su especialidad. Pero yo sé más sobre novelas, historias románticas, cosas así. Libros más populares.
Me pareció advertir una pulla contra Jean-Paul, pero me limité a asentir con la cabeza y a sonreír. Jean-Paul esperó a que termináramos de hablar y luego me llevó a una mesa en la otra sala. Abrí la Biblia mientras él sacaba del bolsillo su trozo de sobre.
– Veamos -dijo, expectante-. ¿Qué has descubierto?
– Tu apellido es Piquemal.
– ¿Y?
– «Picadura dolorosa.» Perfecto -le sonreí y frunció el ceño.
– Pique también puede significar lanza -murmuró.
– ¡Mejor todavía!
– Veamos -repitió-. ¿Qué has encontrado?
Le señalé el nombre de la granja en el interior de cubierta, luego extendí mi mapa y señalé el lugar. Jean-Paul asintió con la cabeza.
– Bien -dijo, examinando el mapa-. Ahora no hay edificios allí, pero al menos tenemos la seguridad de que la Biblia procede de la zona. ¿Qué más?
– Una boda entre dos Tournier.
– Sí; primos, probablemente. No era demasiado infrecuente entonces. ¿Qué más?
– Hum, hay uno que nació un primero de enero.
Jean-Paul alzó las cejas; me arrepentí de haber hablado.
– Algo más? -insistió.
– No -resultaba irritante una vez más, pero no le era posible estar a su lado y hablar como si la noche anterior no hubiera sucedido nada. Su brazo se hallaba tan cerca del mío que podía rozarlo sin hacer ningún esfuerzo. Esto es lo más cerca que vamos a llegar, pensé. Hasta aquí y nada más. Estar sentada junto a él me pareció un triste, inútil.
– ¿No has encontrado nada más interesante? -sopló Jean-Paul-. Bah, educación americana. Serías una mala detective, Ella Tournier -al ver mi expresión se calló y pareció avergonzado-. Lo siento -dijo, pasando al inglés como si aquello fuese a aplacarme-. No te gustan mis bromas.
Negué con la cabeza y seguí con los ojos fijos en la Biblia.
– No es eso. Si no quisiera que me tomaras el pelo no hablaría nunca contigo. No, es sólo que… -agité la mano como para cerrar el tema-, la otra noche -expliqué en voz baja-. Es duro estar aquí de esta manera
– Ah -seguimos juntos, mirando la lista de la familia, muy consciente cada uno de la presencia del otro.
– Curioso -rompí el silencio-. Acabo de darme cuenta. Etienne se casó con Isabelle un día antes de su cumpleaños. Veintiocho y veintinueve de mayo.
– Sí Jean-Paul me golpeó apenas la mano con un dedo-. Sí. Fue lo primero en lo que me fijé. Extraño. De manera que me pregunté si era una coincidencia. Luego vi la edad que tenía. Veinticinco el día después de la boda-
– Cumplió los veinticinco.
– Sí. Ahora bien, entre los hugonotes de la época, cuando un varón cumplía veinticinco años, ya no necesitaba el permiso de sus padres para casarse.
– Pero tenía veinticuatro cuando se casó, de manera que necesitaba el permiso.
– Sí, pero parece extraño casarse tan cerca de los veinticinco. Como para que cualquiera se pregunte sobre la opinión de los padres. Luego seguí mirando -señaló la página con un gesto-. Mira la fecha en que nació su primer hijo.
– Sí, el primero de enero, como ya he dicho ¿Y qué?
Clavó los ojos en mí con el ceño fruncido.
– Mira otra vez, Ella Tournier. Usa la cabeza.
Examiné la página una vez más. Cuando entendí de qué estaba hablando, no podía creerme que no me hubiera fijado antes, sobre todo una persona como yo. Empecé a calcular deprisa, utilizando los dedos.
– Ya lo entiendes.
Asentí, hice el cálculo final y anuncié:
– Isabelle habría concebido a su hijo hacia el diez e abril, más o menos.
Jean-Paul pareció divertido.
– ¿Diez de abril, eh? ¿De qué estamos hablando? -fingió que contaba con los dedos.
– El parto se sitúa aproximadamente a doscientos sesenta y seis días de la concepción. Más o menos. La estación varía de una mujer a otra, por supuesto, y probablemente todo era un poco diferente entonces. Dieta diferente y también distinto físico. Pero en abril, de todos modos Sus buenas siete semanas antes de casarse.
– ¿Y cómo sabes eso de los doscientos sesenta y seis días, Ella Tournier? No tienes hijos, ¿verdad? ¿O los has escondido en algún sitio?
– Soy comadrona.
Pareció desconcertado, de manera que lo dije en francés.
– Une sage femme. Je suis une sage femme.
– Toi? Une sage femme?
– Sí. Nunca me has preguntado cómo me gano vida.
Se quedó cabizbajo, una expresión poco frecuen` en él, y sentí alegría; al menos una vez había quedado por encima.
– Siempre me sorprendes, Ella -dijo, moviendo la cabeza y sonriendo.
– Vamos, vamos, prohibido flirtear; de lo contrario tu colega se lo contara a toda la ciudad.
Los dos miramos instintivamente hacia la puerta nos sentamos más erguidos y yo me aparté un poco más de él.
– De manera que se casaron de penalti -afirmo para retomar nuestras investigaciones.
– ¿Qué tiene que ver esto con el fútbol?
– Es una manera de decirlo. Significa que los padres de la chica le obligaron a casarse al descubrir que estaba embarazada. En casos así, la broma en Estados Unidos es que el padre de la novia lleva a su hija al altar con un rifle bajo el brazo.
Jean-Paul pensó durante un instante.
– Quizá fue eso lo que sucedió -no parecía convencido.
– ¿Pero?
– Pero eso…, casarse de penalti, dices…, no explica por qué lo hicieron tan cerca del cumpleaños de Etienne
– Bueno; en ese caso fue una coincidencia que se casaran el día antes. ¿Y qué?
– Tú y tus coincidencias, Ella Tournier. Eliges la que quieres creer que son algo más que coincidencias. De manera que esto es una coincidencia y Nicolas Tournier, no
"El azul de la Virgen" отзывы
Отзывы читателей о книге "El azul de la Virgen". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "El azul de la Virgen" друзьям в соцсетях.