– Creo que no -Tara se dio la vuelta con brusquedad y se libró del brazo que la sujetaba-. Muchas gracias por tu ofrecimiento, pero debo quedarme aquí.
– Eres demasiado responsable. Adam no te merece. Lo menos que puede hacer es organizar alguna actividad para ti mientras él está fuera.
– Lo hizo -apuntó Tara y le explicó el problema de Angela.
– Cuánto lo siento, pero no hay motivo por el que no debas aceptar mi ofrecimiento. Es evidente que Adam no tenía intenciones de dejarte aquí sola y tal vez no se presente la oportunidad de que conozcas algo de la isla.
Era cierto y a pesar de las advertencias de Adam, Hanna se había comportado como todo un caballero la noche que la llevó a casa. Mucho más que Adam, reflexionó con resentimiento.
Miró su reloj. Todavía era temprano y sería maravilloso salir una o dos horas.
– De acuerdo, pero debo estar de regreso antes de la una.
– Como tú ordenes -convino Hanna.
Tara fue a cambiarse. Se puso un pantalón estilo marinero y una camiseta tejida de un tono rosa brillante. Luego se calzó unas alpargatas y tomó una pañoleta.
En el último momento decidió dejarle un mensaje a Adam. Libreta de notas en mano, meditó en qué le diría hasta que una sonrisa maliciosa apareció en sus labios. "Fui a descubrir el Jardín del Edén con Hanna. Estaré de regreso a la una. Tara", escribió. Fijó la nota a la puerta del dormitorio de Adam al salir.
Capítulo 5
TARA quedó encantada con la isla. Algunas partes eran desérticas, otras, lujuriosos oasis. Primero, Hanna la llevó a ver un pozo petrolero en operación.
– No es lo que esperaba. Es muy pequeño, nada impresionante.
– Estás pensando en las grandes torres, chirrié. Cuestan dinero. ¡Este lo hace!
Le mostró el palacio donde Adam visitaba al rey.
– ¿Eres de aquí, de Bahrein? -le preguntó Tara-. No usas la ropa tradicional.
– Bahrein es mi hogar adoptivo. Soy libanés -una sombra apareció en la mirada de Hanna-. Tal vez regrese algún día.
– Lo lamento.
– No tienes por qué hacerlo. Ven a ver la playa. No hace el calor suficiente para nadar, pero es bonita -él detuvo el auto y la llevó entre las palmeras a una playa pequeña, tomándola por la cintura-. Bahrein significa "dos mares". Aquí tienes el agua salada del Golfo, pero más allá, hay manantiales de agua dulce que surgen de la plataforma submarina. Es posible bucear y sacar agua dulce del fondo.
– ¿Entonces el mar salado está sobre un mar de agua dulce?
– Es parte de la leyenda de Dilmun -comentó él, complacido.
– Dijiste que había lugares antiguos. ¿En verdad es el Jardín del Edén?
– Eso debes juzgarlo tú misma -la sonrisa de Hanna era enigmática-. Ven, he dispuesto un sencillo almuerzo -señaló un pequeño pabellón entre las palmeras y campanas de alarma empezaron a sonar en la cabeza de Tara.
– ¿Almuerzo? -Tara vio la hora en su reloj-. Dios mío, es casi la una. Tengo que regresar.
– Cariño -Hanna rió con suavidad-, debes permitirte un poco de relajamiento -sujetándola por la cintura la impulsaba hacia el pabellón.
– Me temo que eso es imposible, Hanna -la joven se paró con firmeza-. Adam se preocupará si no regreso.
– Pero él supone que fuiste al mercado con Angela y pensará que te quedaste a almorzar con ella.
– Lo habría hecho -concedió Tara-. Pero le dejé una nota diciéndole que saldría contigo.
– No lo sabía -si Hanna se molestó, no lo manifestó-. No te vi entrar en la oficina.
Y si lo hubiera hecho, ¿habría desaparecido la nota? Tara rechazó la idea como injusta.
– La dejé arriba.
– Ah, entonces debo llevarte cuanto antes. No sería conveniente que nos encontrara aquí sotos. Puede ser tan… -esbozó una sonrisa-, tan puritano.
– ¿Vendría a buscarme? -preguntó Tara con bien disimulada sorpresa.
– Sí, Tara, me temo que lo haría.
– En ese caso, debemos darnos prisa. Muchas gracias por el paseo, Hanna -se dio la vuelta y se libró de la mano que la sujetaba, apresurando el paso-. Ha sido muy interesante.
Ya en el auto, se abrochó el cinturón de seguridad con rapidez por si él decidía ayudarla. "Adam tenia razón", pensó y le dio gracias a su ángel de la guarda por haberte inspirado que dejara una nota. No estaba segura de que Hanna le creyera, pero, evidentemente, no estaba dispuesto a correr riesgos. Y algo que estuvo en el fondo de su mente al fin cayó en su sitio. Hanna comentó que Adam le había hablado de la cita en el palacio, mas eso era imposible ya que Adam no supo de ella sino hasta la noche. Miró de soslayo a su guía. No podía creer que fuera una sorpresa total para el astuto señor Rashid. Adam esperaba en la entrada de la villa cuando llegaron. Los ánimos de Tara decayeron un poco, ya que abrigaba la esperanza de que todavía estuviera en el palacio, pero para como ocurrían las cosas, era inevitable que él regresara antes.
– ¿Se divirtieron? -preguntó Adam con aparente tranquilidad y Tara se relajó un poco-. ¿Encontraste lo que buscabas? -le preguntó a ella, mirándola a los ojos.
– ¿El Jardín del Edén? No lo creo -era probable que él tuviera razón en cuanto a Hanna, mas no le daría la satisfacción de aceptarlo-, pero fue muy interesante -con deliberación se volvió hacia el árabe y le tendió la mano-. Muchas gracias por tu esfuerzo por divertirme.
– No fue nada -le aseguró Hanna, haciendo una breve reverencia-. En otra ocasión exploraremos la isla con más calma, cherie -su mirada indicaba que tenía algo más que eso en mente.
– Lo espero ansiosa -respondió ella con imprudencia.
– Hay algunos telex que requieren atención si tienes un momento -comentó Adam, cortante-. Hanna, ¿puedo ofrecerte una bebida?
Pero, Hanna no aceptó la hospitalidad de Adam, y éste apareció en la oficina a los pocos minutos.
– ¿Cómo lograste librarte de Angela? -le preguntó a Tara.
– No fue necesario -ella levantó la vista del aparato de telex-. Ella canceló nuestra cita.
– ¡Mientes! Desde anoche me percató de que no te interesaba la visita al souk. Ahora veo por qué. Hanna se encargó de mi "invitación" al majlis ya que tenían organizada su expedición. ¿A dónde te llevó, a su pequeño pabellón en la playa?
– Me llevó a recorrer la isla, Adam -la mano de Tara temblaba un poco al oprimir un botón del aparato-. Te dije que era un caballero y así se comportó -tal vez ella imaginó sus intenciones con lo del almuerzo en la playa, pero las palabras de Adam lo confirmaban.
– Me inclino a creerte. Me pregunto por qué.
– Tal vez porque te digo la verdad -le indicó ella, molesta.
– No. Me pregunto por qué Hanna se toma tanto tiempo para seducirte-agregó él, ignorando la furia de la joven-. Normalmente basta una mirada suya para que las mujeres estén comiendo de su mano. Cuando descubrí que la otra noche partiste con él, estaba seguro…
– ¿De que él me traería aquí para exhibir su poder de seducción en tus propias narices? -terminó ella, asombrada.
– Es natural que él suponga que tengo derechos sobre ti. Le divertiría derrotarme en ese terreno.
– ¡Ah, ya veo! Es sólo un juego de niños tontos. Debiste explicármelo. Seré un poco más amable con él en el futuro -agregó. La dulzura de su voz no ocultaba la ira en su mirada-. Si me disculpas, iré a darme una ducha antes del almuerzo.
– ¿Tara?
Ella se volvió para encontrarlo frunciendo el entrecejo.
– No, nada.
El almuerzo transcurrió en calma. Adam habló poco, pero al levantar la vista, Tara lo sorprendió estudiándola con mirada especulativa. Ella apartó la mirada, pero sabía que él seguía observándola como si quisiera encontrar una respuesta.
Adam pasó la tarde haciendo llamadas telefónicas y le sugirió a Tara que descansara antes que anocheciera.
– Esta noche tenemos una reunión formal, Tara. ¿Trajiste un vestido largo?
– Sí, lo traje -respondió ella con cierta satisfacción. Se alegraba de que su vestido negro convencional estuviera a miles de kilómetros, así que no estaría tentada a usarlo.
Pero al ver su imagen ante el espejo más tarde, experimentó una sensación muy diferente. Se había maquillado para hacer resaltar sus ojos oscuros y se pintó los labios de color escarlata para hacer juego con el vestido. Su cabello negro caía como una cortina sobre sus hombros desnudos, y se puso unos pendientes alargados de oro, dejándose el cuello sin adornos. Bastaba la piel tersa e impecable de cuello, hombros y brazos.
El vestido era en extremo simple: un corpiño diminuto que se ceñía a su cuerpo, resaltando su cintura esbelta; la falda amplia le llegaba a los tobillos. Lo había encontrado en oferta en una barata en enero y lo compró con un dinero que su madrina le había enviado para Navidad con instrucciones de que se comprara algo "impráctico”. Era la primera ocasión que lo usaría. Extraordinario. Lo sabía y la atemorizaba, pero era demasiado tarde para lamentaciones. Un llamado a su puerta la sacó de su contemplación.
– ¿Estás lista, Tara? -la voz de Adam la sobresaltó. Por un instante, pensó en fingir una jaqueca, enfermedad, hasta un ataque de locura, pero respondió con voz bien modulada:
– Bajo en un momento -tomó su pequeño bolso de mano, una capa negra y con una última mirada al espejo, salió de la seguridad de su habitación.
Impaciente, Adam miraba su reloj cuando el movimiento en la escalera atrajo su atención.
Al levantar la vista, Tara advirtió por un instante la chispa de deseo que ardió en los ojos verdes y su sangre se aceleró en respuesta urgente. Pero la expresión desapareció pronto y ella llegó a pensar que sólo fue producto de su imaginación, porque los labios de él se apretaron en una línea dura y la frialdad resurgió en sus ojos. El se volvió y le abrió la puerta.
– Creo que la prefiero en su armadura, señora Lambert. Es más fácil controlarla.
Tara ardió de furia, y todavía se sentía molesta cuando Harina los recibió a la entrada de su lujosa mansión. Al menos él sabía cómo halagar a una dama y no perdió tiempo en hacerlo. La tomó de las manos y se las besó.
– Estás preciosa esta noche, Tara.
– Muchas gracias, Hanna -ella le brindó su mejor sonrisa y se alegró de que Adam se tensara a su lado. Se dejó guiar al interior de la cesa, aceptó una copa de champaña y brindó con Hanna, sabiendo que Adam escuchaba cada una de sus palabras-. A tu salud.
– Está en tus manos, hermosa señora. Tienes en ellas mi corazón.
Tara lo miró con rapidez, preguntándose si estaría burlándose de ella, pero parecía muy serio. Nerviosa, bebió un sorbo del champaña.
– ¿Me presentas con tus amistades?
– Por supuesto -Hanna se convirtió en el anfitrión perfecto y aun cuando había reclamado la primera pieza de baile, se la cedió de buen grado a Mark Stringer.
– ¿Cómo está el niño?-preguntó ella, sintiéndose más segura.
– Sarampión confirmado -le indicó Mark-. Acabo de explicarle a Adam que Angela está en cuarentena con él.
– Cuánto lo siento. Dale mis condolencias.
En apariencia, Adam ignoraba su presencia. Cuando Tara volvía la vista hacia él, lo encontraba en animada conversación con un banquero, o prestando atención exagerada a alguna de las muchas damas hermosas que estaban presentes. Sólo en una ocasión sus miradas se encontraron desde extremos opuestos del salón antes que alguien se interpusiera entre ellos, y cuando se apartó, Adam había desaparecido.
Ella misma no carecía de atención. Tuvo acompañantes en abundancia y Hanna reapareció después a su lado para escoltarla a la mesa llena de platillos extraños y familiares. Pero después de un rato, la velada se volvió monótona para la joven. Extrañaba los comentarios agrios de Adam, mas él estaba ocupado con una rubia. Las atenciones excesivas de Hanna y el champaña la tenían mareada, y cuando el árabe fue distraído por alguien, aprovechó la oportunidad para escapar al jardín.
Altas ventanas francesas daban a una terraza y una serie de escalones bajos conducían a un sendero. El sonido de agua que caía la atrajo a la parte central del jardín hasta encontrar una fuente con iluminación interna, en cuyo centro un delfín lanzaba un chorro de agua hacia arriba. Por un momento, Tara contempló embelesada el juego de luces en el agua. La noche era más fresca de lo que esperaba y un pequeño estremecimiento la sorprendió, haciéndole desear haber llevado la capa consigo. Más no quería regresar a la casa y a las atenciones de Hanna. Ya estaba cansada de flirteos. Si con ellos esperaba atraer la atención de Adam, se llevó una decepción.
Lo que quizá era mejor.
Empezó a caminar por el jardín y momentos después llegó a una pequeña casa de verano medio oculta entre buganvillas y hierbas aromáticas. Tenía un sofá enorme con cojines mullidos. Tara se sentó en él, alegrándose de alejarse del bullicio de la fiesta.
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