El Beso de un Extraño
El Beso de un Extraño (Un Beso Inesperado)
Título Original: A Stranger’s Kiss (1994)
Capítulo 1
¡NO puedo creerlo! ¿De dónde salió? Tara Lambert corrió hacia la puerta, pero las luces traseras del coche de su socia ya se perdían en la oscuridad de la noche, llevándose cualquier posibilidad de ayuda proveniente de ella.
La joven volvió la vista hacia el hombre que esperaba al otro lado de la calle. El también observaba el auto de Beth, quizá preguntándose si Tara se habría marchado con su socia. Bueno, ya era tarde para lamentarse el no haber aceptado el ofrecimiento de Beth de llevarla en su auto, mas si actuaba rápido, tal vez pudiera escapar.
Subiéndose el cuello de la gabardina hasta las orejas, abrió el paraguas y salió a la lluvia.
Apenas había recorrido unos doscientos metros cuando oyó que la llamaba. Su intento de escapar sin ser detectada había fracasado, pensó. Con desolación miró a su alrededor. Las tiendas ya estaban cerradas y no tenia dónde esconderse. Hasta la estación de taxis estaba desierta.
Prosiguió la marcha de prisa, rogando al cielo que los semáforos permanecieran en verde para que el tránsito avanzara, mas en ese instante se encendió el amarillo.
Tara se detuvo, maldiciéndose por ser tan tonta. Debió quedarse en la oficina y desde allí pedir un taxi, se dijo. Quizá no estaría mal emprender una retirada estratégica, decidió en seguida.
– ¡Tara! -el llamado, esta vez desde más cerca, la sorprendió, por lo que se volvió antes de poder contenerse. El hombre se abría paso entre los autos que se habían detenido, cerrándole esa vía de escape.
Un haz de luz brilló de repente junto a ella sobre la acera y una pareja de enamorados apareció, riendo, tomados por la cintura, y corrieron por la acera. Habían salido de un bar recién inaugurado. En alguna ocasión Tara vio su lista de precios y eran demasiado elevados para su presupuesto, como todo lo que estaba cerca de Victoria House. Pero eso era lo último en su mente en ese momento.
El sonido de los pasos que se acercaban la impulsó a entrar en el bar antes de pensar lo que haría una vez que estuviera dentro.
Todavía no daban la siete y la concurrencia era numerosa, mas no reconoció a nadie. Dejó el paraguas y colgó la gabardina en el vestíbulo. Al menos estaría rodeada de gente, y ya que se encontraba allí comería algo, decidió. Había tenido un día difícil y el aroma a buena comida la hizo recordar lo hambrienta que estaba. Pero se concretaría en pedir lo más económico del menú. Al mirar a su alrededor, en busca de una mesa desocupada, la puerta de la entrada se abrió a su espalda.
– ¡Tara!
Con un movimiento instintivo, la joven se sentó en una silla cercana, ocultándose detrás de unas plantas, junto a un hombre que estudiaba atento un documento sobre la mesa.
– ¡Por favor finja que estoy con usted! -murmuró ella apresurada. Pero por el gesto de disgusto del hombre, Tara supo al instante que cualquier intento de seguridad era una ilusión. A pesar de los hilos de plata que adornaban un mechón rizado que caía sobre su frente bronceada, él era más joven de lo que pensó Tara al principio. No tendría más de treinta y cinco años y no era atractivo; de hecho, sus facciones eran toscas. Unas espesas cejas oscuras cubrían los ojos verde mar que parecían perforarla hasta el alma, en busca de sus más íntimos secretos. La nariz tenia la huella inconfundible de un golpe, tal vez de un puño; los labios formaban una línea tensa sobre el duro mentón. Era el rostro de un depredador, de un pirata del siglo veinte. Y sus reacciones iban de acuerdo con su apariencia.
Después de una mirada breve sobre el hombro de Tara, sin vacilación, la tomó por la cintura sorpresivamente y la atrajo contra su pecho. Ella abrió los labios y percibió un aroma a limpio, a cuero, a algo más.
Los dedos del hombre le rozaron la mejilla al acomodarle un mechón de cabello negro que se soltó del broche. Demasiado sorprendida, Tara permaneció sin poder hacer algo para oponerse. Mientras trataba de recuperar el control, él le atrapó el mentón para levantárselo.
– Llegas tarde, querida -murmuró con tono sedoso. Estupefacta por la respuesta a su petición de ayuda, la joven trató de protestar, pero las palabras se ahogaron cuando él agregó-: Pero te perdono.
Mentía. No había ninguna clemencia en el beso que reclamó como pago por su protección. Al instante Tara supo que no era un eso fingido para engañar a su perseguidor. Fuera quien fuera, el hombre no hacía las cosas a medias.
Tensa, ella permaneció inmóvil, pero el asalto de la boca experta no podía ser ignorado. Con ternura y gran pericia, él la hizo entreabrir los labios, exigiendo una respuesta. Fue una chispa que en un instante se convirtió en deseo y Tara respondió al inesperado abrazo con un calor que la asombró y llenó de felicidad.
– ¡Tara!
La petulante voz a su espalda se había tornado insistente, haciéndola recordar quién era y dónde estaba. No quería volver al mundo de la realidad, ansiaba unos segundos más en el sitio al que la llevó el beso. Despacio, abrió los párpados, que hubiera preferido conservar cerrados. Por un instante, el hombre la perforó con la mirada, manteniéndola cautiva con el brazo que la sujetaba por la cintura.
Luego su boca se curvó en una sonrisa maliciosa que provocó un jadeo de parte de Tara y que apartara la vista. Había disfrutado cada instante del beso y él lo sabía. Lo empujo por el pecho sin resultado positivo. Pasó una eternidad antes que él se compadeciera de ella y volviera su atención al hombre que estaba a su lado.
– Tara va a cenar conmigo. Si quiere hablar con ella, tendrá que hacer una cita para otra ocasión -declaró con calma. Era evidente que se trataba de alguien acostumbrado a ser obedecido sin discusiones. El perseguidor de la joven parpadeó y los miró como si acabara de descubrir la presencia del hombre con cara de pirata. Tan concentrado estaba en atrapar su presa.
– ¿Por qué no regresas, Tara? Sabes cuánto te necesito -la figura alta y esbelta parecía patética con la gabardina húmeda, y ella experimentó cierto remordimiento al verlo darse la vuelta para alejarse-. No creas que me daré por vencido -agregó él, con desafío inesperado, sobresaltándola antes de salir.
Con renuencia y avergonzada por su impetuosidad, que la arrojó a los brazos de un desconocido, Tara se volvió hacia el hombre que la tenía aún en sus brazos.
– ¿Por qué hizo eso? -preguntó con voz temblorosa.
– No estaba seguro de qué se esperaba de mi y decidí que debía ser convincente -él arqueó una ceja con gesto interrogante-. ¿Lo fui?
– Su presencia habría sido suficiente -respondió ella.
– ¿Ah sí? -se burló él-. Debió decírmelo.
– No me dio la oportunidad -señaló la joven al recobrar el control de sus cuerdas vocales, aunque aún no de su pulso alterado.
– Lamento no haber estado a la altura de su… caballero perfecto. No es un papel en el que tenga mucha experiencia.
– Usted no es un caballero -le espetó Tara y de inmediato se ruborizó por sus malos modales-. Lo siento, no debí decir eso. Le agradezco mucho su ayuda.
Sabía que debía darle una explicación por su proceder y emprender una retirada rápida. El agradecimiento apenas era necesario. El ya había cobrado su recompensa y, por la expresión de sus ojos, era obvio que encontró muy divertida la experiencia.
Pero la retirada, descubrió ella, no sería tan simple. Trató de apartarse con tanta dignidad como le era posible, pero el hombre todavía la sujetaba por la cintura con firmeza. Con una sonrisa débil, Tara lo intentó de nuevo:
– Muchas gracias por… su ayuda. Lamento molestarlo. Fue…
– No hay necesidad de explicaciones -le aseguró él-. Fue un placer.
– Sí -asintió ella y volvió a ruborizarse al comprender el comentario-. No me refiero…
– ¿No? -la risa suave del hombre fue como una caricia-. Si insinúa que el placer fue sólo mío, creo que no es muy sincera.
Tara apartó la vista de la mirada que la hechizaba. Era evidente que había saltado de la sartén al fuego. Y esta vez tendría que rescatarse por sí misma. Bajó la mirada al papel que él leía y se aferró de la oportunidad para recobrar su libertad.
– Estaba trabajando y yo lo perturbé -comentó en un intento por distraerlo.
– Profundamente -él no le quitaba la vista de encima-. Pero no puedo quejarme.
– Debo irme -manifestó Tara, segura de que se burlaba de ella.
– No, Tara. Si te vas, me dejarás como un mentiroso -protesto él-. Eso no sería muy correcto. Además, tu… amigo podría estar esperando afuera. Parecía muy decidido.
– Estoy segura de que ya se marchó. Ya estableció su posición.
– ¿Ocurre con frecuencia? ¿Es tu esposo? -indagó él, sin esperar respuesta a la primera pregunta.
– No -negó la joven, palideciendo. Daba gracias al cielo de no haber aceptado nunca las propuestas matrimoniales de Jim Matthews-. No, no es mi esposo.
– Un pobre enamorado -por un momento, la compasión pareció nublar la mirada del hombre. Pero sólo por un momento-. En ese caso, ahora que lo he alejado, puedes quedarle y cenar conmigo. Te recomiendo el filete a la pimienta.
Ignoró el brusco jadeo de la joven ante la presuntuosa suposición de que aceptaría su sugerencia. Una mirada bastó para atraer a una camarera y ordenó filetes y ensalada antes que Tara pudiera protestar.
– Ya puedes traer el vino -le indicó a la empleada antes que ésta se marchara. Luego se volvió hacia Tara, retiró el brazo de su cintura y te tendió la mano-. Será mejor que nos presentemos. Soy Adam Blackmore. ¿Cómo estás?
Sus manos eran grandes, con dedos largos. Tara estaba segura de que tenían tanta experiencia en dar placer como su boca.
Molesta consigo misma, trató de frenar el ímpetu de sus pensamientos Ya libre, sabía que lo prudente era levantarse y despedirse. Y ella era conocida por su sentido común. Pero la velada ya la había llevado más allá del sentido común. El beso la hizo olvidarlo, lo mismo que a Jim Matthews. Alargó su mano procurando ignorar la aceleración de su pulso cuando él la estrecho con firmeza.
– ¿Cómo estás? -repitió ella sin aliento-. Soy Tara Lambert -luego su natural rebeldía la hizo agregar con malicia-: Pero creo que debo informarte que soy vegetariana.
Adam le apretó la mano con más fuerza y la estudió.
– No, Tara Lambert, no lo creo.
– De acuerdo -aceptó ella sin poder contener una sonrisa-. No pude resistir la tentación.
– Deberías intentarlo de vez en cuando, Tara Lambert -la mirada de Blackmore se dirigió hacia la entrada-. Así no te meterías en situaciones peligrosas.
– El no… -empezó Tara, pero Adam la interrumpió.
– ¿No? -su mirada era analítica-. ¿Quién dijo que me refería a él?
En ese momento les llevaron el vino y Adam llenó dos copas.
– Pruébalo, me interesa tu opinión.
Tara sabía que era ridículo molestarse porque no la escucharía. Era cierto que, impulsiva, prácticamente se arrojó en sus brazos, aunque nunca esperó que su caballero andante fuera tan habilidoso. En esas circunstancias, no podía culparlo de que pensara lo peor. Que así fuera, decidió. Que pensara lo que quisiera; en realidad no importaba. Ese era uno de tantos momentos aislados en el tiempo, como la charla con un compañero de asiento en el tren. Al llegar a su destino, la relación termina. El sólo trataba de divertirse y no había por qué la diversión debía ser en un solo sentido.
Tara agitó un poco su copa y la sostuvo un momento frente a ella para que cesara el movimiento del vino. Luego la acercó a su nariz aspirando el bouquet. Estaba tentada a sorber el líquido ruidosamente, pero se concretó a dejar que su sabor le llenara la boca.
– ¿Y bien? -pregunto él, sin dejar de observarla.
– Mmm -modesta, Tara bajó las largas pestañas-. Me gusta.
– ¡Te gusta! -exclamó Adam-. Después de tu actuación, esperaba un comentario más amplio.
– ¿Ah, sí? -preguntó ella con fingida sorpresa y alzó los hombros un poco-. ¿Esperabas que te dijera que es un Cháteau Brane Cantenac, de la región Margaux, cosecha 1963, embotellado de origen?
– Debí imaginarlo -Adam soltó una carcajada, mostrando sus blancos dientes.
– Tal vez -comentó ella, complacida de que el hombre tuviera sentido del humor y aceptara reírse de sí mismo-, o quizá debiste suponer que podría leer la etiqueta de la botella. Aunque conozco lo suficiente para apreciar que no es el común vino de la casa.
– No, Tara, ciertamente no lo es.
Una rubia espigada les llevó los filetes.
– Tal como te gusta, Adam -manifestó y se volvió para estudiar a Tara-. ¿Puedo traerles algo más?
– Quizá más tarde -respondió él con una sonrisa.
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