– ¡Quédate donde estás!
– ¿Para qué? ¿Para que sigas insultándome? No, muchas gracias -no se sentó, pero permaneció inmóvil. Sería imposible que hiciera negocios con esa empresa, pero le debía a Beth y a un banquero nervioso el esfuerzo de obtener lo que pudiera del enredo-. Lamento haberte interrumpido, Adam. Vine aquí por invitación de la señora Harmon para hablar con ella de los servicios de mi agencia. Me gustaría hacerlo ahora, si me lo permites.
– No. Hablarás conmigo. Convénceme de que tienes algo que ofrecer que me convenga -su gesto era duro-. No te será tan fácil con la ropa puesta, pero inténtalo.
– ¿Perdón? -cuestionó ella, atónita.
– Eso es lo que querías, ¿o no? Anoche te arrojaste en mis brazos y después me invitaste a pasar a tu apartamento "a tomar café". Lamentablemente para ti, no mordí el anzuelo, así que ahora estás aquí. Siéntate, Tara, haz tu oferta. ¿Quién sabe? Tal vez todavía me interese.
Capítulo 2
¿POR quién me tomas? -explotó Tara. -Tienes diez minutos para tu demostración. El método lo dejo en tus manos -Adam la observaba de pies a cabeza con mirada fría.
Tara se sentó. Ya había abandonado cualquier intento de explicar su presencia allí. El se exasperaría más y la oportunidad se perdería para siempre. Si Adam Blackmore era la cabeza de esa empresa, más valía que hiciera "su venta" como él sugirió sin pérdida de tiempo. De inmediato se lanzó a hacer una presentación de los servicios ofrecidos por su agencia antes que él cambiara de opinión y la expulsara de allí.
Si Adam se sorprendió de que Tara no hiciera un acto de striptease, no lo demostró. La joven no sabía siquiera si la escuchaba, pero cuando se detuvo ante su aparente falta de interés, los ojos de él brillaron, obligándola a seguir.
– Eres demasiado cara -fue su único comentario cuando ella terminó.
– Pero somos los mejores -respondió ella con alivio. Era más fácil hacer frente a cuestiones de negocios que a insinuaciones sexuales.
– Sólo según tu opinión. Y tus métodos para establecer citas no son muy tranquilizadores.
Tara se negó a dejarse llevar de nuevo por ese camino. Pensara lo que él pensara, ella no había hecho algo de lo que tuviera que avergonzarse.
– Puedo darte referencias. Las empresas para las que trabajamos con regularidad… aquellas con directores con la inteligencia suficiente para comprender que reciben lo justo por lo que pagan… -agregó sin resistir la pulla.
– Es difícil que menciones a alguien que no haya quedado satisfecho. Prefiero hacer mis propias indagaciones.
– Me parece bien. Ponnos a prueba.
– Te pondré a prueba a ti, Tara -repuso él después de una pausa.
– Me temo que yo no estoy a la venta, Adam -manifestó ante la oportunidad de rebatir a ese odioso hombre.
– Qué lástima -Adam se levantó y rodeó el escritorio-, Quizá, cuando tengas… -arqueó una ceja con expresión burlona-la astucia suficiente para comprender la oportunidad que te ofrezco, podamos volver a hablar -la ayudó a ponerse de pie y la encaminó hacia la puerta.
Sorprendida, Tara no ofreció resistencia, hasta comprender lo que sucedía. La despachaba.
– No… no puedo, tengo un negocio que debo administrar -protestó-. No me ocupo de vacantes temporales desde… -su voz se perdió al ver la mirada desafiante de Adam.
– ¿Tal vez temes ponerle en la línea de fuego? -sugirió él con voz suave y abrió la puerta. Un momento más y sería demasiado tarde.
– ¡Claro que no! -por la mente de Tara pasaba la oportunidad que se presentaba y quizá no fuera tan mala idea. Nadie estaba mejor capacitada que ella para demostrar la calidad de su agencia. Medía a todas las chicas conforme a su propia capacidad. Beth tendría que administrar sola la oficina una semana o dos y ella podría realizar por las noches las labores que le correspondían- Adam aguardaba y ella lo miró a los ojos.
– Muy bien, Adam. Muchas gracias por la oportunidad. ¿Puedo suponer que si lleno tus requisitos le darás a mi empresa la primera oportunidad de llenar tus vacantes temporales en los términos que te he planteado?
– De acuerdo -la sonrisa de Adam era un desafío-. Pero te lo advierto: mis niveles de exigencia son muy elevados.
– También los míos -respondió Tara, levantando el mentón-. ¿Cuándo empiezo y para quién voy a trabajar?
– En este momento, Tara. Y trabajarás para mí.
Tara pensó que debió imaginarlo. Adam la observaba con rostro inexpresivo, en espera de su protesta. Pero ella no le daría esa satisfacción. Había promocionado a sus chicas como lo supremo en servicios de oficina. Ese era el momento de demostrar la eficiencia de su personal.
– De acuerdo. ¿Puedo llamar a mi socia para avisarle?
Adam ocultó de inmediato la molestia que brilló en sus ojos, pero Tara la notó y se llenó de satisfacción.
– Por supuesto. Te llevaré a tu oficina -la condujo a un moderno despacho junto al suyo-. Aquí encontrarás todo lo necesario. Tienes cinco minutos para que hagas tu llamada y te instales; luego ven a verme con una libreta de notas -volvió a examinarla de pies a cabeza y se dispuso a salir, mas desde la puerta se volvió con una sonrisa en los labios-. Te has esforzado mucho en representar tu papel, pero, ¿sabes tomar dictado en taquigrafía?
– ¿Taquigrafía? -repitió ella como si jamás hubiera escuchado la palabra. Se tocó el broche que llevaba prendido al cuello-. Supongo que podré arreglármelas.
– Me temo que tendrá que ser mejor que eso, o no pasarás la primera prueba -señaló él con satisfacción.
Tara llamó a Beth para explicarle la situación y acordó verse con ella esa noche para ultimar detalles. Después buscó una libreta de taquigrafía, varios lápices y después de llamar a la puerta, entró en la oficina de Adam.
– ¿Lista? -sin esperar respuesta, él empezó a darle indicaciones, apenas permitiéndole sentarse-. Quiero que esto se mecanografíe de nuevo -Tara reconoció el documento que él leía la noche anterior-. Espero que esta vez quede sin errores -agregó él.
– Haré mi mejor esfuerzo, Adam -le aseguró Tara con un tono humilde que le valió una mirada dura de él antes que tomara una pila de cartas.
– Dile a esta gente que no. No. Pide más detalles -y así siguió hasta que terminó. Entonces se reclinó en su silla y enlazó las manos atrás de su cabeza-. Ahora, tengo un informe que necesito mecanografiado tan pronto como te sea posible. ¿Podrás terminarlo hoy mismo? -preguntó con tono burlón.
– Tal vez -respondió ella, ganándose otra mirada reprobatoria.
Adam empezó a dictarle a una velocidad increíble, sin pausas y sin indicarle signos de puntuación. Parecía hablar sin siquiera detenerse a respirar sólo por hacerla pedir clemencia. Los dedos de Tara volaban sobre hoja tras hoja hasta que él terminó.
– ¿Eso es todo? -preguntó Tara, en espera de la siguiente andanada.
– Por el momento. Quiero un borrador de eso antes que hagas lo demás. Eso te mantendrá ocupada el resto de la mañana.
– Ya son las doce y media y según la agenda de tu secretaria, tienes una cita a la una, con Jane.
– Así es -asintió él y Tara se levantó para retirarse-. Oh, algo más, Tara -le indicó él-. No quiero a ninguno de tus admiradores, desesperados o no, en mi oficina. ¿Te asegurarás de que se enteren?
La joven estaba en grave peligro de perder el control y golpear a Adam Blackmore, aunque eso significara perder la oportunidad de trabajar para su empresa. Se obligó a sonreír.
– Prepararé un boletín para que lo transmitan en los noticiarios de la una. Solo para asegurarme -comentó con una ligereza que distaba mucho de sentir.
– ¿Tantos son? -una chispa de enojo brilló en la profundidad de los ojos de Adam-. Dejo en tus manos el método de difusión, Tara, pero asegúrate de que sea en tu tiempo libre, no el de la compañía.
– Sí, señor-respondió ella, muy quedo.
Tara no consideró la posibilidad de tomarse una hora para salir a almorzar. Ni siquiera media hora. Era demasiado lo que estaba en juego. Dedicó el tiempo a familiarizarse con el sistema de cómputo antes de elaborar el borrador del informe.
Encontró el archivo de la versión inicial del documento que había que corregir y lo revisó antes que el apetito la hiciera salir en busca de un emparedado. Apenas estuvo fuera quince minutos, pero al regresar encontró a un Adam furioso, en su oficina.
– ¿En dónde diablos estabas? -le exigió él antes que ella pudiera siquiera quitarse el abrigo.
– Salí a almorzar.
– ¡A almorzar! -Adam miró su reloj de pulso-. ¿Este es el tiempo que se toman tus supuestas insuperables secretarías para almorzar?
– Más o menos -aceptó ella-. Si buscas el informe, dejé el borrador sobre tu escritorio.
Adam se dio media vuelta y salió sin decir palabra.
– Gracias, Tara. Eres un encanto -murmuró la joven para sí antes de empezar a mecanografiar la correspondencia que Adam le había encargado. A pesar de una incesante cadena de interrupciones, terminó justo a las cinco.
– Puedes irte cuando termines con esto -le indicó él al dejar caer sobre su escritorio la correspondencia firmada.
¿Irse? Por un abrumador momento Tara pensó que Adam creía que un día era suficiente, que estaba descalificada, mas antes de poder responder, él explicó:
– Sí. Quiero que estés lista para las seis y media. Tengo una cita con los fabricantes para los que se preparó el informe y quiero que estés presente para tomar notas.
– Ya veo -hasta allí todo iba bien-. ¿Se celebrará la reunión en la sala de juntas o aquí arriba?
– No, la cita es en Hammersmith. Pasaré por ti a tu casa -se detuvo ante la puerta que separaba sus oficinas-. No es un inconveniente para ti, ¿verdad, Tara?
– ¿Y si lo fuera?
– Mala suerte -Adam esbozó una sonrisa insolente y no esperó la respuesta de Tara, lo que quizá era mejor. Ella llamó a Beth para cancelar su cita, guardo las cartas en sus sobres, pegó las estampillas y se puso el abrigo. Entonces salió y se dirigió al ascensor.
– ¿Todavía estás aquí?
La joven se volvió para descubrir a Adam con una bata de baño corta y el cabello húmedo por la ducha. Una puerta frente a su oficina estaba entreabierta, revelando el interior. De pronto ella comprendió por qué él se había referido a sus "aposentos privados".
– ¿Vives aquí? -preguntó, a pesar de saber la respuesta. "Con razón Adam pensó que lo perseguía", reflexionó.
– Muy bien, Tara -comentó él con la parodia de una sonrisa-. ¿Alguna vez consideraste la posibilidad de actuar en un escenario? Te enseñaré todo algún día cuando tengamos tiempo. Quizá hasta podríamos tomar ese "café" que tanto te interesaba. Ahora sabemos exactamente cuál es nuestra posición -se reclinó contra el muro-. Te dije hace media hora que te fueras. ¿Por qué estás todavía aquí? -nada ocultaba el tono acerado de su voz bajo la aparente suavidad.
– Tuve necesidad de hacer cambios en mis planes para esta noche -manifestó ella con dificultad.
– Estoy seguro de que él podrá esperar. Eres digna de espera, ¿no es así, Tara?
– Nunca lo sabrás.
– Usa el ascensor privado. Te llevará a la entrada lateral eh el vestíbulo principal -abrió la puerta y le ofreció la llave-. Prefiero mantenerla cerrada para evitar que personas extrañas se metan aquí -su sonrisa era inquietante al tomarle la mano y depositar en ella la llave antes de cerrarle los dedos-. Será mejor que te vayas, o me harás esperarte, Tara Lambert, y esa seria una mala marca en tu contra -la impulsó hacia el pequeño ascensor, dándole una palmada en el trasero-. A las seis y media. Ni un minuto después.
Tara todavía estaba furiosa al meterse en la ducha. ¿Quién diablos se creía él? ¿Cómo podía alguien trabajar para un hombre como ese? No obstante, la ordenada pila de libretas de taquigrafía en un anaquel le indicaba que su secretaria regular llevaba tiempo a su lado.
El agua la ayudó a borrar la tensión de los músculos del cuello. Adam la ponía a prueba, eso era todo. Trataba de comprobar que ella era lo que él afirmaba. Y si pensaba que ella usaba su cuerpo para asegurar un trabajo, pronto descubrirla lo equivocado que estaba.
Una sonrisa ligera apareció en las comisuras de los labios de la joven. Había sobrevivido el primer día. Había salido bien librada de las trampas que Adam le tendió. Sintiéndose más confiada, tomó una toalla y comenzó a secarse con energía.
Decidió usar un sencillo vestido negro tejido de manga larga y escote discreto. Se puso un pequeño broche de oro al hombro, trazándolo con un dedo. Era la versión taquigráfica de su nombre. Sería un recordatorio, un talismán para defenderse del agresivo atractivo de Adam Blackmore.
Un llamado firme a su puerta la hizo sacudir, viendo su reloj. Las seis y media en punto. Nunca lo dudó. Tomó su abrigo y fue a abrir.
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