– Es… difícil.
– Eso es interesante -Beth frunció el entrecejo-. Yo habría pensado que el hombre al que no puedas domar con tu eficiencia aún no había nacido.
– Te olvidas de Jim Matthews. Tal vez ya estoy perdiendo habilidad.
– Jim no cuenta.
– Tal vez no. No deja de ser original, después de todo. Pero Adam Blackmore también es original.
– ¿Tan original como para no estar casado?
– Oh -Beth rió-. ¿Tienes planes al respecto?
– No seas ridícula -protestó Tara y alzó de su taza para ocultar su expresión.
– Solo era una broma -insistió Beth entre risas antes de ponerse seria-. No fue mi intención entrometerme.
Tara comprendió lo cerca que estuvo de delatarse.
– Al menos no hay señales de una señora Blackmore en el penthouse -señaló antes de sonrojarse por la expresión de Beth-. Trabajé hasta tarde anoche y él me dio de cenar.
– Qué amable de su parte -comentó Beth con tono seco, pero se compadeció de su socia y cambió de tema-: ¿Cuánto tiempo estarás trabajando para él?
– No lo sé -respondió Tara con alivio-. Al menos durante dos semanas. Iremos a Bahrein la semana próxima. ¿Podrás hacerte cargo sola de la oficina?
– Tendré que hacerlo, cariño. El gerente del banco me citó para una de sus breves charlas esta tarde. Está inquieto por el sobregiro. Afortunadamente logré calmarlo con nuestros brillantes proyectos futuros -al notar la preocupación de Tara, agregó-; ¿Todo saldrá bien?
– Claro que todo saldrá bien. Sólo estoy cansada. Jim se apareció por aquí anoche y me costó trabajo despacharlo -no ahondó en el tema. No cansaría a Beth con el relato de cómo apareció Adam para defenderla, decidió. Su comentario hiriente de esa tarde aún hacía que le ardieran las orejas.
El no había hecho referencia al principio a su inesperada llegada al apartamento la noche anterior. Parecía haber decidido que las habilidades como secretaria eran más importantes que la urgencia de despacharla con cajas destempladas. Durante un rato ella abrigó la esperanza de que él decidiera olvidar el incidente, pero fue en vano.
Ella hizo todo lo que le pidió sin objeciones: revisó un informe financiero tantas veces, que los números ya se encimaban ante sus ojos; fue por su ropa a la tintorería; preparó cientos de tazas de café y en general fue tratada como una secretaria inexperta. A las seis y media, todo parecía estar a satisfacción de Adam, si bien jamás se molestó en siquiera darle las gracias.
– No hay nada pendiente, Adam. Me retiro.
El la hizo esperar un minuto antes de levantar la vista. Tara aceptó ese último insulto sin decir palabra hasta que él se dignó a mirarla e hizo un movimiento con la mano para despacharla.
– Así es, Tara. Creo que no hay nada que necesite de ti. Corre a tu nidito de amor -el gesto y las palabras llevaban toda la intención de lastimarla.
La joven se aterrorizó del daño que le hicieron. Se creía inmune a las insinuaciones sexuales de él. Conocía la reacción de hombres como él que tomaban el sereno y eficiente aspecto de ella como un desafío a su virilidad. Pero Adam la sorprendió con la guardia baja y, sin clemencia, aprovechó la situación. Y, desde entonces, seguía haciéndolo.
– ¿Tara?
– Lo lamento, Beth. ¿Qué decías?
– Sólo que creía haberte librado de él anoche. -¿De él? -Tara necesitó un momento para comprender a quién se refería Beth-, Oh, de Jim. Por desgracia no fue así. Pero me interesaría saber qué fue lo que le dijiste. Confesó estar asombrado por el lenguaje que usaste con él.
– Es evidente que no fue suficiente -comentó Beth con acidez-. Pero le dije que si volvía a aparecerse en la oficina, llamaría a la policía.
– ¡Imposible! -exclamó Tara, alarmada-. Prométeme que no lo harás. Piensa en la mala publicidad que eso nos redituaría.
– Tal vez tengas razón -concedió Beth antes de reír-. Al menos ahora podré decirle que has salido del país. Eso hará que se aleje.
– Sólo si no le dices a dónde he ido. De otro modo, es capaz de seguirme.
– Quisiera poder inspirar en alguien una devoción como esa.
– No es cierto -"si supieras lo cerca que nos puso Jim de perder el contrato con Adam", pensó Tara. Se está convirtiendo en una molestia.
– ¿Qué? -Beth la estudiaba con atención.
– Nada. Yo… -no podía comentarle a Beth sus temores-. Quisiera no tener que hacer ese viaje, eso es todo.
– No seas tonta. Me las arreglaré sola… Oh, ya veo, no se trata de eso. ¿Ha tratado el asombroso señor Blackmore de propasarse contigo?
– ¿Cómo sabes que es asombroso? Nunca mencioné…
– El Financial Times publicó una artículo sobre él hace unas semanas. La fotografía no era muy buena, pero cumplía su cometido. No evadas mi pregunta, ¿Lo ha hecho?
– No. Bueno… sí -Tara alzó los hombros-. Para ser sincera, no estoy segura.
– Sé que estás un tanto fuera de práctica, cariño, mas no es tan difícil decirlo.
– Era como si estuviera poniéndome a prueba, pero… -movió la cabeza. De ser así, ¿por qué había ido a rescatarla? Se obligó a sonreír, confiada-. No volverá a hacerlo.
– De acuerdo, entonces.
– Sí, será sólo por negocios -aseguró Tara, sabiendo que su socia se burlaba de ella.
– Por supuesto.
– ¿Quieres dejar de hacer eso?
– ¿Qué, Tara?
– Lo sabes bien. ¿Crees que debí alentarlo?
– No soy yo quien debe decirlo -Beth apretó los labios.
– Entonces, ¿por qué tengo la impresión de que vas a hacerlo de todas maneras?
– No tengo idea. A los veinticinco años, tienes la edad suficiente para decidir si debes enamorarte o no.
– No seas ridícula.
– Nada ridículo hay en enamorarse. Duele. Quieres que se detenga, pero eso no ocurrió. Escucha la voz de la experiencia.
– Sé todo lo referente a enamorarse, Beth. Lo que Adam Blackmore quiere, nada tiene que ver con el amor. Al menos no del amor "hasta que la muerte los separe"-y ese era el único amor que a ella le interesaba.
La mirada de Beth fue a la foto sobre la chimenea.
– Te refieres a que no es un adolescente sino un adulto y no se; conformará con tomarte de las manos y mirarte a los ojos, por hermosos que sean – Beth encogió los hombros-. Entonces, toma las" precauciones debidas y diviértete. Cuando te rompa el corazón, al menos sabrás que estás viva -concluyó. Tara palideció y Beth se levantó para ir a tomar a su amiga de las manos-. Lo lamento, mi boca habla antes de conectarse con la mente. Una vez más -Tara sólo movía la cabeza sin poder hablar-. Será mejor que me vaya -Beth pensó en agregar algo más, pero decidió en contra-. No te preocupes por la oficina. Todo está bajo control.
Tara también estaba bajo control. Se mantuvo demasiado ocupada para preocuparse de los motivos de Adam durante los días siguientes. Al menos él había dejado de tratarla como a una secretaria inexperta y la carga de trabajo previa al viaje fue tal, que ninguno de los dos tuvo tiempo para enfrentamientos verbales. Ella tampoco se quejaba de las horas adicionales de labores. Por el contrario, se alegraba de poder mostrarle a Adam de lo que era capaz.
Ya era tarde el lunes cuando llevó la carpeta que contenía las propuestas a la oficina de Adam. Este apartó la vista de su terminal de computadora y se volvió con el entrecejo fruncido.
– ¿Qué haces aquí? Creí que te habías ido hace varias horas.
– Dijiste que querías los documentos esta misma noche. Acabo de terminar de ordenarlos.
– Muy bonitos, pero mañana habría estado bien -comentó él con tono indolente, sonriendo al ver los labios apretados de Tara, única muestra visible de su enojo. Los dos sabían que su avión despegaba antes de las diez-. ¿Ya cenaste?
– ¿Cenar? -la pregunta era como si Tara no conociera el significado de la palabra.
– Parece que no -comentó él con tono seco-. Me alegro. Lo harás conmigo.
Tara se retrajo, furiosa por haberse delatado con una sola palabra, revelando el efecto que Adam provocaba en ella.
– En realidad no creo que deba hacerlo. Tengo que ir a casa a preparar mi maleta.
Adam pareció no oírla, o fingió no hacerlo. Apagó la computadora y rodeó el escritorio, sin dar muestras de verla dar un paso atrás.
– Me alegro de que todavía estés aquí. Quiero revisar los últimos detalles del viaje, así que puedes llamarla una cena de trabajo. Estoy seguro de que tu novio comprenderá. Tendrá que cocinar su propia cena.
– Si te refieres a Jim, te aseguro que él cocina su propia cena todas las noches.
Después de hacerla retroceder hasta el muro, Adam tomó el abrigo de ella del perchero, la envolvió en él y fue a solicitar el ascensor.
– Entonces, ¿no vive contigo?
– ¡No, no vive conmigo!
– En ese caso, me aseguraré de que nuestra gente de seguridad vigile tu apartamento en tu ausencia.
– No hay necesidad.
– Yo seré quien determine eso.
– Gracias -ella estaba demasiado cansada para discutir. Llevaba tres días trabajando a toda su capacidad y lo único que quería era irse a dormir.
El ascensor los dejó en el vestíbulo del edificio y por la escalera eléctrica bajaron al nivel de la calle para entrar en el restaurante-bar. La camarera rubia espigada tomó sus órdenes y desapareció.
– ¿Alguna vez has estado en el Medio Oriente, Tara? Es interesante -agregó Adam ante la negativa de ella-. La gente es muy amistosa, en especial los hombres. Te vendrá bien. Tal vez hasta consigas… algunos clientes.
– ¿Cómo le rompiste la nariz, Adam? -preguntó ella después de mirarlo airada.
– No fue un marido enfurecido, si eso es lo que estás pensando -él se frotó la nariz.
– No, más bien esperaba que fuera una secretaria enfurecida -ella se puso de pie-. Todavía puede ocurrir. Me temo que esta noche tendrás que comer los dos filetes, Adam. De pronto perdí el apetito.
Salió del restaurante apresuradamente y una vez en la calle empezó a correr, desesperada por llegar a casa, apenas consciente de las lágrimas que amenazaban con escapar de sus párpados.
– ¡Maldito, maldito, maldito! -se apoyó contra la puerta de su apartamento. ¿Por qué diablos tenía que tratarla como si fuera una cualquiera? Nada había hecho ella para merecerlo. Nada, excepto responder a su beso esa primera fatídica noche.
Con un sollozo buscó la llave en su bolsillo. No la encontró. Desolada, gimió. Estaba en su bolso de mano y éste se encontraba sobre su escritorio en la oficina. Bajó la escalera y fue a llamar a la puerta de su vecina. No obtuvo respuesta. Con seguridad la susodicha regresaría tarde. Bravo por su decisión de dejarle un juego de llaves a la vecina para una emergencia.
– ¡Esta es una emergencia! -gritó, golpeando la puerta con violencia. Necesitaba desahogar su frustración.
Con renuencia, se obligó a regresar al restaurante y se sentó frente a Adam.
– ¿Cambiaste de opinión? -preguntó él con una sonrisa burlona.
– No, no lo hice. Dejé mi bolso en la oficina. No es gracioso -protestó ante la risa de Adam.
– Sí lo es. Es un alivio que la perfecta… la infalible señorita Lambert sea capaz de olvidar algo.
– Si no me hubieras sacado tan rápido de la oficina…
– No importa -la interrumpió él-. La caminata debe de haberte despertado el apetito.
– Sólo quiero mi bolso, Adam.
– Entonces, tendrás que sentarte a verme cenar. Me parece una lástima dejar esto -los alimentos llegaron en ese momento, demostrando que Adam no se molestó en cancelar la cena de Tara, seguro de que regresarla.
– ¿Vas a mantenerme aquí contra mi voluntad? -inquirió la joven.
– Por supuesto que no. Estás en libertad de hacer lo que quieras -Adam tomó el tenedor con una sonrisa socarrona-. Te llevaré tu bolso cuando termine.
– No tienes que dejar tu cena. Sólo préstame tu llave del ascensor.
– Vaya, vaya. Este sí que es un cambio. Por norma, no te cansas de estar a mi lado.
– Eres insufrible, Adam Blackmore -siseó Tara.
– Lo sé -respondió él con una sonrisa cínica-. Y no tienes idea de la alegría que me produce verte sufrir. Lo tolerabas tan bien, con tanta nobleza, que estaba a punto de perdonarte. Es una lástima que lo arruinaras todo con este arranque temperamental. Ahora tendrás que empezar de nuevo.
– ¡No he hecho algo de lo que debas perdonarme!
– ¿No? Pues en ese caso considéralo una grave caso de envidia. Yo tuve que esforzarme mucho para iniciar mi negocio, Tara. No tenía unos ojos castaños y una boca que enloqueciera a cualquiera para ganarme un sitio en el consejo directivo -creyendo haberla hecho callar por fin, continuó-: Te daré tu oportunidad. Te la habría dado si hubieras llamado a mi puerta y hablado conmigo. Todo el mundo merece eso. Pero tú trataste de usar un camino corto y ahora tendrás que esforzarte al doble para demostrar tu rabia.
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