Notó el perfume embriagador de las rosas cuando se detuvo entre las sombras de la entrada al jardín. No había ningún invitado que se hubiera alejado tanto de la casa y, gracias al claro de luna y a las lucecitas repartidas por los setos minuciosamente recortados, distinguió con toda claridad la tensión de Jilly.

– Abuela, no estoy dispuesta a hablar de ese tema.

¿Abuela…? De pronto, Rory recordó que el senador había llamado «Gillian Baxter» a Jilly. Enarcó las cejas y estudió atentamente a la abuela de la joven. Al igual que Jilly, se trataba de una mujer menuda que, por lo visto, no se arredraba a la hora de decir lo que pensaba.

– Niña, me da igual si estás o no dispuesta a hablar de ello, pero lo cierto es que estás en deuda con el hombre con el que estás prometida. En primer lugar, deberías llevar una ropa más apropiada.

– Me gusta la ropa que llevo -aseguró Jilly.

La mujer mayor dejó escapar un suspiro.

– No me cabe la menor duda, pero te eduqué para que supieras distinguir. Un vestuario menos llamativo, más discreto, sería lo más adecuado dada tu posición.

– ¿De qué posición hablas?

– Niña, no seas necia. Todos sabemos que esta noche Rory Kincaid anunciará su candidatura. Estás a punto de entrar en la arena política, es decir, en mi terreno, por lo que deberías escucharme con atención. Si quieres que te sea sincera, me sorprende que hayas logrado llegar tan lejos tú sola, aunque supongo que los años que pasaste en mi casa no quedaron totalmente olvidados tras tu trabajo en… en esa tienda.

Rory pensó que referirse a Things Past, la niña de los ojos de Jilly, como «esa tienda» no era lo más atinado. Respiró hondo y supuso que la muchacha no tardaría en estallar.

– Things Past -la corrigió Jilly sin inmutarse-. Es el nombre del negocio de mi madre, que ahora es mío.

Desconcertado ante su respuesta serena, Rory miró con atención a Jilly. Tuvo la sensación de que la presencia de la abuela había anulado la luz, la energía y la alegría que la convertían en una mujer tan singularmente única.

La alegría… Rory repitió mentalmente esa palabra y supo que era la adecuada. Jilly se alegraba con los colores, las texturas, la risa y la vida de una forma que él prácticamente había olvidado. Por otro lado, cuando estaban juntos en su vida también había alegría.

– Tu negocio, sí, bueno, es una forma de describirlo. -Dorothy Baxter hizo un ademán desdeñoso, estiró el brazo, tocó la mejilla de Jilly y se dio cuenta del respingo que pegó la joven-. A pesar de todo, te ha ido bien. Tu compromiso cuenta con mi plena aprobación. Supongo que ahora comprendes por qué quise mantenerte apartada de tu madre y de la clase de vida que llevaba.

Parecía que Jilly asimilaba las palabras con serenidad, aunque Rory tenía la certeza de que cada una de ellas era como un puñetazo. La joven no buscaba la aprobación de la abuela y, menos todavía, la aceptación a través del ficticio compromiso con él. La vio cerrar lentamente las manos y supo que ansiaba arrojar la verdad a la cara de la mujer mayor. Jilly abrió la boca, apretó los labios y volvió a separarlos.

Rory se tensó y se preparó para oír su respuesta. Si le contaba a la abuela, que era una de las principales contribuyentes a las arcas del Partido Conservador, que el compromiso era un montaje, ya podía despedirse de sus aspiraciones al Senado. Sin el compromiso, sus apariciones en la prensa sensacionalista se convertirían en escándalos que una mujer como Dorothy Baxter no estaba dispuesta a tolerar en un candidato del Partido Conservador.

La pérdida del apoyo de Dorothy Baxter y un titular como «¡El nieto engendra a su tía!» lo obligarían a renunciar a la candidatura. Aspiró aire bruscamente y la nube de tormenta creció sobre su cabeza. Supo que era imposible que sus aspiraciones políticas capeasen ambos temporales.

Capítulo 17

Jilly luchó encarnizadamente contra sus emociones. Había huido de la terraza para librarse de asistir a la inminente declaración de Rory. Cuando de verdad entrase en la arena política, Rory abandonaría definitivamente su reino, y ser testigo de esos hechos equivaldría a ver cómo su caballo galopaba una vez más por las dunas, aunque en ese caso se alejaba de ella y la dejaba sola en mitad del desierto.

Sin embargo, no había podido librarse de su abuela.

Jilly se mordió el labio inferior y juró que no pronunciaría ninguna de las palabras que ansiaba decir ni soltaría las lágrimas que deseaba derramar. Su abuela detestaba el llanto. A ella misma tampoco le agradaba demasiado, pero si hablaban de su madre no sabía si sería capaz de controlarse.

De repente la abuela fijó la mirada en el vientre de la muchacha.

– ¿Qué es eso? -preguntó con incredulidad.

Jilly inclinó la cabeza y se miró el ombligo, que asomaba justo por debajo del borde del jersey. El rubí destelló.

– Un adorno.

Se había puesto la joya sintética como un guiño cómico que se hacía a sí misma y que supuso que sacaría de quicio a Rory.

La abuela se sintió tan ofendida que tembló, literalmente tembló.

– Hace que parezcas… hace que parezcas una golfa.

Años atrás, la abuela le dijo que los agujeros en las orejas la hacían parecer una golfa. El pelo suelto y libre también le daba aspecto de golfa, lo mismo que las curvas que Dios le había dado. Nada de lo que Jilly había hecho en su vida era lo bastante bueno, correcto ni decoroso para Dorothy Baxter.

– Gillian, creo que, después de todo, esa tienda y tu madre han influido en ti. -La voz de la abuela fue como un azote.

Jilly retrocedió y se clavó las uñas en las palmas de las manos. Ese ligero dolor no era nada en comparación con las garras que atenazaban su corazón.

– ¿Por qué? -inquirió la joven-. ¿Por qué me haces esto? -La expresión de la abuela se tornó impasible, pero no serenó en absoluto a Jilly-. ¿Por qué estás tan empeñada en juzgarme, herirme y criticar a mi madre?

– Tu madre está muerta -replicó la abuela con gran frialdad.

– Precisamente por eso. Lo que dices sobre ella me duele porque ahora sé que me quería. Me mentiste. Me contaste que me dejó contigo y me abandonó, cuando lo cierto es que la obligaste a renunciar a mí. Fuiste tú quien la obligó. Si Aura no hubiese asistido al funeral y no me hubiera entregado las cartas que me escribió y que tú le devolviste, seguiría creyendo en tu versión de lo ocurrido.

– No digas más tonterías. -Jilly reconoció la crudeza en el tono de voz de su abuela. Cinco años atrás se habría sentido intimidada, pero entonces no-. Sus cartas te habrían confundido.

Jilly luchó contra el picor que notaba en sus ojos.

– Sus cartas me habrían permitido saber que me quería.

– ¿Qué sabía tu madre del amor? Fue una joven díscola y desenfrenada.

Jilly parpadeó enérgicamente. Su madre se había quedado embarazada a los diecisiete años y su padre era un desconocido o ella no quiso decir de quién se trataba. Carraspeó e hizo un denodado esfuerzo por contener el llanto.

– En ese caso, ¿por qué no la convenciste de que me entregase en adopción ni permitiste que nos fuéramos?

La abuela también parpadeó.

– ¿Cómo dices? ¿Cómo iba a hacerlo si se me presentó la oportunidad… no, mejor dicho, si tenía la responsabilidad de corregir contigo los errores que cometí con ella?

A Jilly se le cerró tanto la garganta que su voz fue solo un susurro:

– ¿Un éxito para compensar un fracaso?

Llegó a la conclusión de que era más que eso; por primera vez lo vio todo claro. A su abuela no le gustaba perder y se había desquitado de su hija rebelde de la forma que más le dolería: le había arrebatado a su niña. Las lágrimas cayeron por las mejillas de Jilly.

– ¡Y ahora lloras! -La mujer mayor meneó la cabeza con desprecio-. Llorar es una debilidad. Gillian, préstame mucha atención. De no ser por mí y por todo lo que te inculqué, ahora no estarías en esta posición ni con este hombre. -Con un dedo artrítico señaló el cuello de Jilly-. Piénsalo.

Jilly se tapó los ojos con las manos. El movimiento no detendría las lágrimas, que seguían cayendo por sus mejillas, pero necesitaba aislarse de la certeza que comenzaba a penetrar en su fuero interno: algunas personas eran inflexibles, resultaba imposible razonar con ellas, no existía palabra, gesto ni recuerdo al que se pudiese apelar para despertar su ternura.

Jilly se dijo que no debía juzgar si su abuela era mala o ignorante ni dejarse influir por ello. Mil éxitos comerciales o un millón de votos de castidad no modificarían la opinión que la anciana tenía de ella, y no podía hacer nada para demostrar su valía.

Se dijo que, lisa y llanamente, tenía que olvidarlas.

Rory tenía razón, debía abandonar el pasado, dejar de luchar con su abuela y vivir, vivir por sí misma.

Cuadró los hombros, se dio la vuelta y echó a andar hacia la casa.

– ¡Eres una insensata! -El tono de su abuela era tan duro como lo había sido durante los años en los que mantuvo el espíritu de Jilly encarcelado en su austera casa gris y blanca-. Piensa en lo que haces antes de volverme la espalda. ¿Qué pasa con tu compromiso? Tus actos pueden influir decisivamente en el futuro de tu prometido.

¡Por Dios…! ¡Por Dios…! Jilly se detuvo y se volvió para afrontarse a la anciana. Dada su decisión de vivir su vida a su manera, le costaba reprimir el deseo de contarle a su abuela la falsedad de ese compromiso, pero sabía que con ello echaría a perder las posibilidades de Rory.

Al menos en ese aspecto su abuela tenía razón, pues era acaudalada y tenía mucha influencia política en California.

– Abuela, te has equivocado -musitó Jilly-. No utilices a Rory para meterte conmigo. En ese aspecto ya has hecho bastante daño.

Dorothy Baxter entornó los ojos, que adquirieron un brillo cínico y calculador.

– ¿A qué te refieres?

Pese a que la decisión tomada y el instinto de supervivencia le aconsejaban lo contrario, las palabras brotaron de los labios de Jilly:

– Nunca se lo he dicho, pero lo quiero de verdad. -Enjugó las lágrimas que caían por sus mejillas-. Conseguiste que tuviera miedo de reconocer semejante «debilidad». Lograste convencerme de que, si él lo sabía, podría hacerme daño y manipularme.

Su abuela le había enseñado a temer al amor. En ese momento comprendió que no había hecho votos de castidad para demostrar algo, sino para protegerse del afecto.

– Vamos, déjate de tonterías.

La respuesta fue tan ridícula que Jilly estuvo a punto de reír a carcajadas, pero se limitó a menear la cabeza.

– ¿No te das cuenta? Utilizaste el cariño contra mi madre y contra mí. Así la controlaste e intentaste dominarme. Como ella me quería, no luchó contigo porque eras más poderosa. Como te negaste a que me mudase a Los Ángeles y a que, después de su muerte, me hiciera cargo del negocio de mi madre, apelaste a todas las amenazas que se te ocurrieron y me dijiste que eras sincera porque me querías. Aseguraste que fracasaría, que me volvería promiscua y que no tardaría en llamar a tu puerta para mendigar.

– Pero Jilly no hizo nada de eso…

Una voz masculina y grave resonó entre las sombras y enseguida la conocida figura apareció en la rosaleda.

¡Por Dios…! Jilly se amilanó. Era Rory. Su cuerpo, su mente, su corazón y sus emociones se cerraron sobre sí mismos e intentaron formar una coraza alrededor de su vulnerabilidad. La aterrorizó pensar que Rory hubiera oído la conversación. Por Dios, ¿la había oído afirmar que lo quería?

Las pisadas del dueño de la casa resonaron en el sendero de grava hasta que llegó junto a ellas.

– Jilly nunca accedió a casarse conmigo -añadió-. Nuestro compromiso es un montaje.

– No, calla -gimió la joven.

Rory no hizo caso de su súplica.

– Nos pillaron en una situación comprometedora y Jilly accedió a fingir que sostenía una relación conmigo para mantener intachable mi reputación.

La abuela apretó los delgados labios y paseó la mirada de Rory a Jilly.

– No creo que sea cierto.

La muchacha meneó desaforadamente la cabeza e intentó recuperar la voz:

– Es una broma. ¡Ja, ja, ja! A este hombre le encanta bromear.

Lo que Rory acababa de decir no era del todo cierto, ya que el compromiso también había servido para proteger a la propia joven.

Dorothy Baxter se concentró en Rory, que permanecía sereno y relajado junto a Jilly.

– Muchacho, esa clase de bromas no tienen nada de divertido -comentó en tono gélido, pero su voz no tardó en volverse más cálida-. De todas maneras, la pasaré por alto y te diré lo mismo que a mi nieta: vuestro compromiso cuenta con mi apoyo y aprobación. Francamente, estoy muy contenta de que alguien haya visto más allá de la evidente… de la aparente frivolidad de Gillian y haya descubierto todo lo que puede ofrecer. Me alegro de que hayas reparado en los criterios según los cuales la crié.