En aquel momento Randi debía de estar embarazada de cuatro meses. Thorne nunca se lo habría imaginado mientras le daban el último adiós a su padre en la colina, pero lo cierto era que había estado perdido en sus propios pensamientos y con el anillo que su padre le había dado el verano anterior metido en el fondo de su bolsillo.
John Randall no había sido practicante y, dadas las circunstancias, el joven reverendo, cuya elegía había redactado de notas que había tomado el día antes, había hecho un trabajo aceptable con el que pedía que el alma de ese corazón negro fuera aceptada en el cielo. Sin embargo, Thorne no estaba seguro de que Dios hubiera hecho esa enorme excepción.
– Randi ha sido muy reservada con su vida privada.
– ¿No hemos hecho todos lo mismo? -señaló Matt.
– A lo mejor ya es hora de que eso cambie -Thorne pasó una mano por la fina capa de polvo que se había acumulado sobre la repisa de la chimenea.
– Estoy de acuerdo -Matt alzó su vaso y asintió con la cabeza.
La puerta se abrió de golpe. Una ráfaga de aire frío recorrió el pasillo y Slade, secándose la lluvia de la cara, entró en el salón. Se quitó la chaqueta y la tiró sobre el sofá.
– ¿Algo nuevo sobre Randi? -tras pisar la alfombra trenzada, sacó un vaso del armario y él mismo se sirvió una copa de la botella de whisky que con tanta rapidez estaba disminuyendo.-Aún no, pero comprobaré el contestador -Matt cruzó la sala y desapareció por el pasillo de camino al estudio.
– Más le vale salir de ésta -dijo Slade, como si hablara para sí mismo. El más pequeño de los tres era también el más alocado. Si los rumores eran ciertos, había dejado tras de sí una estela de corazones rotos desde México a Canadá, y nunca había sentado cabeza. Mientras que Matt tenía su propio rancho, una pequeña Finca cerca de la frontera con Idaho, Slade no había echado raíces y probablemente nunca lo haría. Lo había hecho todo, desde carreras de coches a rodeos y trabajos como doble de actores en escenas de alto riesgo. La cicatriz que le recorría un lado de la cara era el testimonio de su duro y temerario estilo de vida y, en ocasiones, Thorne se había preguntado si su hermano pequeño albergaba alguna clase de deseo por morir.
Slade se colocó delante de la chimenea y se calentó la parte trasera de las piernas.
– ¿Qué vamos a hacer con el bebé?
– Nos ocuparemos de él hasta que Randi se recupere.
– Entonces será mejor que arreglemos este lugar -comentó Slade.
– El traumatólogo ha llamado antes -dijo Matt al entrar en el salón-. En cuanto se le baje un poco la hinchazón y Randi deje de estar en estado crítico, se ocupará de su pierna.
– Bien. He llamado a Nicole. Quiero verla para que me hable de los médicos de Randi y de su pronóstico, rehabilitación, esas cosas.
– ¿Nicole? -dijo Matt, estrechando los ojos como si lo hubiera asaltado un repentino recuerdo-. Mencionó que os conocíais, pero había olvidado que habíais tenido una historia.
– Fueron sólo unas semanas -aclaró Thorne.
Slade se frotó la nuca.
– Yo apenas me acuerdo.
– Porque tú estabas centrado en tus carreras de coche y en ir detrás de mujeres -dijo Matt-. No venías mucho por aquí cuando Thorne terminó la universidad. Fue ese verano, ¿no?
– Parte del verano.
Slade sacudió la cabeza.
– Deja que adivine, la dejaste por otro juguetito de piernas largas.
– No hubo otra mujer -dijo bruscamente Thorne, sorprendido de la furia que le recorría por dentro.
– No, tenías que irte de aquí y demostrarle a papá, a Dios y a cualquiera que quisiera escucharte, que podías triunfar sin la ayuda de J. Randall.
– Eso fue hace mucho tiempo -murmuró Thorne-. Ahora mismo tenemos que concentramos en Randi.
– ¿Y por eso has llamado a la doctora Stevenson? -sin duda, a Matt no lo convencía.
– Claro -Thorne se sentó en el brazo del sofá de piel y supo que estaba mintiendo, no sólo a sus hermanos, sino también a sí mismo. No buscaba simplemente hablar sobre el estado de Randi, quería volver a ver a Nicole, estar con ella, conocerla mejor- Escuchad -les dijo a sus hermanos-, algo que tenemos que averiguar, y pronto, es quién es el padre.
– Eso va a estar difícil dado el estado de Randi -Slade apoyó un hombro contra la repisa de la chimenea y se cruzó de brazos-. ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte por aquí, chico de ciudad?
– Lo que haga falta.
– ¿No tienes cosas de las que ocuparte en Denver y en Laramie y donde sea que tienes negocios?
Thorne resistió el ataque y logró mostrar una sonrisa, una como la que Slade solía dirigirle a todo el mundo.
– Puedo ocuparme de todo desde aquí.
– ¿Cómo?
– Con el gran arte de las telecomunicaciones. Instalaré un fax, una conexión a ínternet, un teléfono y un ordenador en el estudio.
Matt se frotó la barbilla.
– Creía que odiabas estar aquí. Excepto por unas cuantas veces, como ese verano después de que te licenciaras, has evitado el rancho como si fuera la peste. Desde que papá y mamá se separaron, has pasado aquí el menor tiempo posible.
Thorne no podía discutirles eso.
– Randi me necesita… nos necesita.
Matt añadió leña al fuego y encendió una lámpara.
– Vale, creo que necesitamos un plan -dijo Thorne.
– Deja que adivine, tú serás el capitán, como en el instituto -dijo Slade.
Thorne sacó su carácter.
– Trabajemos juntos, ¿vale? No se trata de que mandemos unos sobre los otros, sino de lograr algo.
– Bien -asintió Matt-. Yo me ocuparé del rancho. Ya he hablado con un par de tipos que pueden ayudarnos.
Slade fue hacia el sofá y recogió su chaqueta.
– Bien. Matt debería llevar este lugar, está acostumbrado, y yo ayudaré si hace falta. Thorne, ¿por qué no llamas a Juanita? A lo mejor puede ayudarnos con el bebé. Despues de todo, ya ha tenido experiencia criando a los McCafferty, ayudó a papá con nosotros.
– Buena idea, vamos a necesitar ayuda día y noche -decidió Thorne.
– La tendremos. Creo que la mejor forma que tengo de ayudar es concentrarme en descubrir todo lo que pueda sobre la vida de nuestra hermana, sobre todo en el último año o así. Tengo un amigo que es investigador privado. Por un buen precio, puede ayudarnos -dijo Slade.
– ¿Es bueno? -preguntó Thorne.
La expresión de Slade se ensombreció.
– Si alguien puede descubrir qué está sucediendo, ése es Kurt Striker. Apostaría mi vida por ello.
– ¿Estás seguro?
La mirada de Slade podría haber cortado el acero.
– He dicho que apostaría mi vida por ello. Lo digo en serio. Literal.
– Llámalo -dijo Thorne, convencido por la firmeza de su, por lo general, cínico hermano.
– Ya lo he hecho.
Thorne se sorprendió de que Slade ya hubiera empezado a colaborar.
– Quiero hablar con él.
– Lo harás.
– Yo estaré en contacto con los médicos del hospital -dijo Thorne-. Puedo trabajar desde aquí, así que no tendré que volver a Denver en un tiempo.
Matt le sostuvo la mirada durante un largo segundo y, por primera vez en su vida, Thorne pudo ver que su hermano mediano no aprobaba su estilo de vida. Aunque tampoco era algo que en realidad importara.
– Vamos a superar esto -dijo finalmente Matt, como si de pronto volviera a confiar en Thorne, tal y como había hecho mucho tiempo atrás.
– Lo haremos.
– Siempre que Randi coopere -dijo Slade.
– Es una luchadora -la reacción de Thorne fue rápida y reconoció la ironía en sus palabras. Frases como «es muy fuerte», «lo logrará», «tiene demasiado carácter como para morir» o «es una luchadora» eran tópicos expresados por gente que por lo general dudaba de su significado. Se utilizaban para disipar los temores de uno mismo.
– Voy a hacer una lista de la comida que tenemos -dijo Matt.
– Yo iré a comprobar el surtidor de gas -Slade enganchó la chaqueta con un dedo y los dos hermanos más pequeños fueron hacia la puerta.Thorne los vio por la ventana. Slade se detuvo para encenderse un cigarrillo en el porche mientras Matt corría hasta desaparecer dentro del granero.
De niños habían pasado por muchas cosas juntos, habían dependido los unos de los otros, pero de mayores habían seguido sus propias vidas. Thorne se había convertido en el empresario, había ido a la Facultad de Derecho y luego había pasado una breve temporada en una empresa antes de trabajar por su cuenta. Su padre había tenido razón. Había querido probarse a sí mismo y el éxito de un hombre se medía por el tamaño de su cuenta bancaria.
Por primera vez en su vida, se preguntó si se había equivocado. Pensar en Randi debatiéndose entre la vida y la muerte y en su sobrino, que empezaba una nueva vida, lo hizo detenerse en mitad del pasillo donde había fotos de la familia colgadas por las paredes. Había fotografías de su padre y de su madre, de su madrastra y de los cuatro hijos McCafferty. Thorne, con su uniforme de rugby del instituto y la toga y el birrete de la graduación. Matt montando un potro salvaje en un rodeo, Slade esquiando por una empinada montaña y Randi con su vestido del baile del ultimo curso junto a un chico cuyo nombre desconocía. Tocó esa foto enmarcada y en silencio juró que haría lo que fuera, lo que fuera, para asegurarse de que se recuperaría. Se calentaría una taza de café y llamaría a Nicole. Tal vez podría tener noticias sobre su hermana. Esa era la única razón por la que iba a llamarla, se recordó de camino a la cocina, donde encendió las luces al entrar. Por el rabillo del ojo vio su reflejo en las ventanas. Durante un segundo imaginó a una mujer pequeña con unos grandes ojos dorados y una sonrisa, junto a él. Después se obligó a parar.
¿En qué estaba pensando? Nicole era la doctora que había atendido a Randi, nada mas, pero desde que la había visto en su despacho del hospital, con los pies sobre la mesa, el respaldo de la silla echado hacia atrás y el teléfono apoyado entre la oreja y el hombro, no había sido capaz de sacársela de la cabeza.
Y no había ayudado nada haber estado con ella en el aparcamiento, porque allí no la había visto como a la doctora de Randi, sino como a una mujer bella y brillante. No había podido evitar besarla y desde entonces no había dejado de pensar en ello. Nicole Sanders Stevenson se había convertido en una mujer madura, educada y segura de sí misma, y ahora resultaba más atrayente que cuando tenía diecisiete años. A pesar de su pequeña estatura, poseía un poder de atracción imposible de eludir… y eso suponía un problema demasiado grande para cualquier hombre.
Pero aun así…
El teléfono de la pared sonó. Salió de ese ridículo camino que estaban siguiendo sus pensamientos, agarró el auricular al segundo tono y dijo:
– Rancho Flying M. Habla con Thorne McCafferty.
– ¡Así que estás ahí! -gritó una aguda voz femenina y Thorne vio en su mente la bella cara de Annette. Llevaba saliendo con ella unos meses, pero nunca habían conectado en realidad-. ¿Qué demonios ha pasado? ¡Se suponía que anoche íbamos a vernos con el alcalde! -el tono de Annette lo espabiló. No la había llamado ni se había acordado de ella desde que había salido de su oficina el día antes.
– Ha habido una emergencia familiar.
– ¿Y por eso no has contestado el teléfono? Tienes un móvil y ahora estás hablando por un teléfono… mira, no quiero enfadarme contigo -tomó aire-. Tu secretaria me ha dicho que tu hermanastra ha tenido un accidente y lo siento por ella, de verdad. Espero que esté bien…
– Está en coma.
– ¡Oh, Dios mío! -una larga pausa-. Bueno, eh, entonces lo comprendo. De verdad que sí. Dios, es terrible. Sé que has tenido que volver inmediatamente, Thorne. Es comprensible y me he disculpado por ti ante mi padre y el alcalde, pero creo que podrías haberme llamado.
– Debería haberlo hecho.
– Sí… bueno… -suspiró-. Papá se ha quedado decepcionado.
– ¿Sí? -preguntó Thorne, imaginándose la reacción de Kent Williams. El astuto viejo se habría puesto muy nervioso ya que quería hacer una inversión con Thorne y esperaba poder relacionarse con gente del ayuntamiento-. Gracias por disculparte por mí, no tenías por qué hacerlo. Yo lo habría llamado.
– ¿Y a mí? ¿Me habrías llamado a mí?
– Sí.
– Con el tiempo.
– Eso es -no había necesidad de mentir-. Con el tiempo.
– Oh, Thorne -dejó escapar un gran suspiro y parte del tono malicioso de su voz desapareció-. Te echo de menos.
¿Era verdad? Lo dudaba y, además, la relación que había tenido con ella siempre le había hecho sentirse solo.
– Creo que voy a estar en Montana por un tiempo.
– Oh -hubo vacilación en su voz-. ¿Cuánto tiempo?
– Unas semanas, tal vez meses. Depende de Randi.
– Pero ¿y tu trabajo?
– ¿Qué pasa con mi trabajo?
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