– Es… es tu vida.

«Era mi vida», quiso decir, pero en lugar de eso, añadió:

– Las cosas han cambiado.

– ¿Sí? -acusaciones mudas recorrieron la línea telefónica.

– Eso me temo.

– ¿Y qué quiere decir eso? -pero lo sabía. Estaba claro-. Ya sabes que hay otros hombres interesados en mí. Los he tenido esperando por ti.

– Lo siento.

Ella esperó y por unos instantes se hizo el silencio.

– Bueno, entonces, ¿se puede saber qué estás diciéndome, Thorne? ¿Que hemos acabado? ¿Así? ¿Porque tu hermana está en el hospital?

– No, Annette -admitió-, no es por Randi. Los dos sabemos que esto no va a llegar a ninguna parte. Eso lo he sabido desde el principio.

– Creía que habías cambiado de opinión.

– Pues no.

– Así que debería empezar a salir con otros hombres.

– No sería mala idea.

– Vale -de nuevo, una pausa gélida-. Me lo pensaré.

– Hazlo.

– Y tú, Thorne -dijo con un renovado carácter-, piensa en lo que estás perdiendo -colgó y él volvió a poner el auricular en su sitio, lentamente, mientras se preguntaba por qué no se sentía mal. Pero lo cierto era que nunca había sentido la pérdida al dejarlo con una mujer, ni siquiera con Nikki, y eso que dejarla a ella había sido la ocasión que más difícil le había resultado. No había confiado en ella con todo su corazón y cuando había llegado el momento de marcharse a la Facultad de Derecho, había abandonado Grand Hope, a su familia y a Nicole Sanders sin mirar atrás en ningún momento. Hasta ahora. Durante el tiempo que estuvo estudiando, cada vez que se acordaba de ella, algo que al principio fue muy a menudo, rápidamente se ponía a pensar en otras cosas. Con el tiempo había dejado de pensar en ella del todo y había vivido bajo el lema de que las mujeres no eran una prioridad en su vida.

Pero ahora, mientras contemplaba por la ventana la oscura y húmeda noche, sintió un cambio dentro de él, una nueva necesidad.

Levantó el teléfono, que volvió a sonar con fuerza.

«Annette», pensó. Debería haber sabido que no iba a rendirse sin pelear primero.

– Hola -dijo.

– ¿Thorne? Soy Nicole -su voz sonó fría y muy profesional.

Al instante supo que el estado de Randi había empeorado. El miedo le encogió el corazón y, por primera vez en su vida, se sintió absolutamente indefenso. ¡Dios!

– Es mi hermana -dijo.

– No. Randi sigue estable, pero acabo de recibir una llamada del hospital porque no podían contactar contigo… la línea estaba ocupada -vaciló y antes de lograr pronunciar las palabras, Thorne experimentó una angustia como nunca antes había sentido. Se dejó caer contra la pared mientras ella añadía-: Es el bebé.

Cinco

– ¿Qué le pasa? -apretó con fuerza el auricular. El corazón le golpeaba el pecho con pavor. ¿Cómo era posible que un bebé, el hijo de Randi al que nunca había tenido entre sus brazos, supusiera tanto en su vida?

Oyó la puerta trasera y Matt entró desabrochándose la chaqueta.

– Slade sigue…

Thorne lo hizo callar con una mirada fulminante y llevándose un dedo a los labios.

– ¿Qué le pasa al bebé? -repitió y vio a Matt palidecer.

– Tiene problemas para alimentarse y dificultades respiratorias, su abdomen está hinchado, tiene fiebre…

– Sé clara, Nicole. ¿Qué tiene? ¿Qué ha pasado? -Thorne estaba caminando de un lado a otro, estirando el cable del teléfono bajo la atenta mirada de Matt.

Nicole dudó un poco y a Thorne le costó respirar.

– El doctor Arnold cree que puede tener meningitis. Os llamará luego y…

– ¿Meningitis? -repitió Thorne.

– ¡No! -Matt rompió su silencio.

– ¿Cómo demonios ha podido pasar?

– Cuando Randi llegó al hospital, ya había roto aguas…

– ¿Qué? ¿Roto?

Matt alzó la vista y sus ojos se clavaron en los de su hermano mayor.

– Vamos -dijo Matt-. Ahora mismo. ¡Vamos al maldito hospital! -Thorne lo detuvo con un rápido movimiento de cabeza. Tenía que concentrarse.

Nicole volvía a hablar, su voz era calmada, aunque reflejaba cierto apremio.

– Rompió aguas en el accidente y existe la posibilidad de que el bebé quedara expuesto a alguna clase de bacteria.

– Ese doctor Arnold… ¿está ahí? ¿Está ahora en el hospital?

– Sí. Os llamará para daros más información…

– Vamos para allá.

– Os veo allí -dijo antes de que él colgara.

– ¿Qué está pasando? -preguntó Matt.

– El bebé tiene problemas. Esto no tiene buena pinta -dijo Thorne de camino a la puerta principal, donde se puso el abrigo.

Los dos corrieron a su camioneta, pero antes de subir al asiento del copiloto. Matt dijo:

– Espera un minuto. Será mejor que le diga a Slade que vamos al hospital…

– Date prisa -le ordenó, aunque Matt ya estaba corriendo hacia el granero. Desapareció dentro. Thorne metió la llave en el contacto, arrancó el motor y miró hacia el granero impaciente por que su hermano regresara.

Menos de un minuto después, Matt, con la cabeza agachada y sujetándose el ala de su sombrero, corrió bajo la lluvia. Thorne ya estaba arrancando cuando abrió la puerta y entró.

– Vendrá detrás.

– Vale.

Thorne pisó el acelerador a fondo, aunque no sabía por qué. Estaba desesperado por llegar al hospital, por hacer algo. ¿Qué había ido mal?

La lluvia caía con fuerza y las líneas del carril brillaban con el resplandor de los faros.

– Bueno, ¿qué ha pasado? -preguntó Matt con el rostro cargado de tensión en la oscuridad del interior del coche.

– Algo ha salido mal.

– ¿El qué?

– Todo -entrecerró los ojos para protegerse del reflejo de los coches que venían de frente, giró y acortó atravesando los cañones cubiertos de pino y los acres de tierras que rodeaban el Flying M. Mientras tanto, y en pocas palabras, repitió la conversación que había tenido con Nicole.

– ¿Por qué ha llamado Nicole? ¿Por qué no ha llamado el pediatra?

– No ha podido contactar, pero haré que nos instalen más líneas de teléfono. Mañana. Además, le había pedido a Nicole que me llamara si había algún cambio. Me ha dicho que el doctor Arnold nos llamaría, pero no voy a quedarme esperando. Quiero respuestas y las quiero ahora.

El rancho estaba a poco más de treinta kilómetros de la ciudad. Thorne condujo a toda velocidad, los neumáticos chirriaban contra el pavimento mojado.

Llegaron al hospital en tiempo récord. Thorne salió de la camioneta como una bala. Matt lo alcanzó. Corrieron por el oscuro aparcamiento, cruzaron las puertas automáticas de la entrada y subieron las escaleras de dos en dos hasta el segundo piso.

En aquella ocasión, no dejó que la enfermera de tumo le dijera lo que tenía que hacer. La pobre mujer, una rubia con una sonrisa vacilante, intentó avisarlos.

– Discúlpenme, pero no pueden entrar aquí -dijo, señalando a un cartel que decía Sólo personal autorizado.

– ¿Dónde está el bebé McCafferty? -preguntó Thorne.

– ¿Quiénes son ustedes?

– Somos los tíos del niño -dijo Matt-. Los hermanos de Randi McCafferty.

– La única familia que el bebé tiene ahora -explicó Thorne-, ya que nuestra hermana está en la UCI y no hemos localizado al padre -y no era ninguna mentira. Para nada. No se molestó en añadir que no tenía la más mínima idea de quién era el padre; tras lanzarle a Matt una mirada advirtiéndole que no diera más explicaciones, añadió-: Quiero ver a mi sobrino.

– Está en su cuna -dijo la enfermera con tono paciente-. Y está muy vigilado -apretó los labios y señaló hacia la sala acristalada donde el bebé, aparentemente calmado, dormía junto a un monitor. Tenía tubos insertados en su diminuto cuerpo y respiraba con la boca abierta. Otra enfermera rondaba alrededor de su cuna de plástico. La enfermera rubia continuó-: El doctor Arnold lo ha visto y está a punto de regresar… Oh, aquí está -sin duda, se quedó aliviada de pasarle la responsabilidad al pequeño hombre con gafas de montura metálica, hombros ligeramente encorvados y un pelo blanco alborotado.

– ¿Doctor Arnold? -preguntó Thorne atravesando al pequeño hombre con la mirada.

– Sí.

– Soy Thorne McCafferty y éste es mi hermano Matt. La madre del bebé es nuestra hermana. ¿Qué está pasando?

– Eso es lo que intentamos averiguar -dijo con calma el doctor Arnold, claramente no ofendido ni por las bruscas palabras de Thorne ni por su exigente actitud-. El bebé tiene meningitis, probablemente contraída en el lugar del accidente ya que a su hermana se le había roto la bolsa del líquido amniótico -Thorne sintió una presión en el pecho y los músculos de su mandíbula tensarse mientras el médico le explicaba lo que Nicole ya le había contado por teléfono. Slade apareció en ese momento, pálido y con los puños apretados. Se lo presentaron al médico y rápidamente lo informaron de todo.

– ¿Entonces cómo de peligroso es esto? -preguntó Thorne.

– Mucho -respondió el médico con tono solemne-. Somos un hospital pequeño, pero por fortuna, tenemos una unidad de pediatría de lo más avanzada.

Matt fue directo al grano.

– ¿Vivirá?

– Ojalá pudiera decirles que está fuera de peligro, pero no puedo -la mirada del hombre, tras sus gafas, resultaba funesta-. El índice de mortalidad para esta clase de meningitis es alto, entre el veinte y el cincuenta por ciento…

– Oh, Dios mío -susurró Matt.

– Sin embargo, las posibilidades de supervivencia de su sobrino son buenas gracias al personal y a los equipos de que disponemos. Ya se le ha administrado una terapia antibiótica, tiene un mecanismo de ventilación y se le ha suministrado una intravenosa para minimizar los efectos del edema cerebral. Aunque sobreviva, existe la posibilidad de que el niño sea sordo, ciego o que tenga alguna clase de retraso.

– Maldita sea -farfulló Slade mientras se pasaba una mano por la barbilla. De pronto se quedó pálido como un cadáver y su cicatriz se hizo más visible.

Thorne se quedó atónito. Miró al bebé de Randi y por primera vez en su vida se sintió impotente. La frustración lo invadía por dentro.

– ¿No hay nada más que podamos hacer? -preguntó Matt con gesto de preocupación.

– Tiene que haber algo que podamos hacer -añadió Thorne.

– Créanme, estamos haciendo todo lo que podemos -la voz del doctor Arnold era tranquila.

– Si necesita algo, lo que sea, lo pagaremos -Thorne se mostró categórico-. Aquí el dinero no importa.

El doctor apretó los labios y su espalda pareció tensarse.

– Ahora mismo el dinero no es el problema, señor McCafferty. Como les he dicho, tenemos los mejores equipos disponibles, pero claro está, este hospital siempre está buscando donaciones y benefactores. Espero ver su nombre en la lista. Ahora, si me disculpan, quiero ir a ver a mis pacientes.

Marcó un código en un teclado numérico y las puertas por las que sólo podía pasar personal autorizado se abrieron. El doctor Arnold desapareció por un instante antes de que volvieran a verlo a través del cristal de la enfermería de neonatos. Thorne apretó los dientes, de rabia e impotencia. Tenía que haber algo que pudiera hacer para ayudar al bebé de Randi. ¡Tenía que haber algo! Miró fijamente al pediatra, pero si el doctor Arnold vio los ojos de Thorne puestos sobre él, no se inmutó. Por el contrario, se centró en el bebé de Randi y con cuidado examinó el frágil y pequeño cuerpo del único bebé McCafferty… el único nieto de John Randall McCafferty.

– Tiene que superarlo -dijo Matt con los puños apretados-. Si no lo hace, y Randi despierta y ve que no ha sobrevivido…

– ¡No digas eso! ¡Ni siquiera lo pienses! Se pondrá bien. ¡Tiene que ponerse bien! -Slade le lanzó a Matt una dura mirada que reflejaba el infierno que vivía por dentro. No hacía mucho había perdido a su novia y a un hijo aún sin nacer-. Lo logrará.

– ¿Sí? -Matt no estaba tan convencido-. ¿Aquí? Quiero decir, sé que éste es un buen hospital, el mejor que hay por aquí, pero tal vez necesita especialistas, como los que hay en ciudades más grandes como Los Angeles, Denver o Seattle.

– Lo miraremos -dijo Thorne-. Encontraré el mejor del país.

– Ahora mismo sería un error trasladarlo -dijo la voz de Nicole desde alguna parte del pasillo.

Thorne no la había oído acercarse, pero vio su reflejo en el cristal, un pálido fantasma con pantalones vaqueros y cazadora de esquí, una imagen vaporosa que le tocó la fibra sensible.

– Confía en mí, Thorne, el bebé está en buenas manos.

Él se giró y vio una cara exenta de maquillaje excepto por un poco de pintalabios. El pelo le caía libre sobre los hombros y sus ojos dorados resultaban reconfortantes. Parecía más joven, se parecía más a la chica que recordaba, a la que había creído amar, a la que había dejado atrás cruelmente.