– He soñado con esto -dijo él antes de comenzar a besar su vientre.
Muy en su interior, Nicole sintió una deliciosa sacudida y hundió sus dedos entre el cabello de Thorne, que se deslizó más hacia abajo y bordeó con la lengua su ombligo. Ella se arqueó y tembló de deseo mientras se mordía el labio por los besos que le recorrían la parte interior del muslo. Tenía los ojos cerrados, pero cuando los dedos de Thorne encontraron los pliegues de la esencia de su feminidad y tocaron el punto más sensible de su interior, gimió. Los dedos de Thorne eran descarados, su respiración seductora y su lengua rápida.
Nicole volvió a arquearse y gritó con el primer espasmo, hundiendo los dedos en el frío suelo. Abrió los ojos y vio el cielo borroso… las estrellas y la luna se fundían creando reflejos perlados a la vez que una sensación tras otra sacudía su cuerpo y ella se sentía flotar.
Él le rodeó las nalgas con las manos y siguió haciendo magia con su lengua, una y otra vez, hasta que la hizo estar segura de que el corazón y los pulmones iban a estallarle.
– Thorne…
Mientras ella gemía, apenas capaz de moverse y con el sudor de su cuerpo secándose con el frío aire de la noche, él se movió hacia arriba, le separó las piernas y le besó el vientre, los pechos y el cuello.
– ¿Ahora? -susurró ella.
– Mmm -la besó en la boca y Nicole respondió. Podía sentir su masculina dureza contra su cuerpo.
– Pero…
– Ahora. Puedes hacerlo, Nikki -con su boca cortó la posibilidad de otra protesta y con un decidido movimiento se adentró en ella-. Podemos hacerlo.
Cuando sus miradas se encontraron, él comenzó a moverse, despacio al principio, dando tiempo a que el fuego volviera a encenderse dentro de ella. El cuerpo de Nicole reaccionó cubriéndose de un suave sudor, de un ardor líquido, y sintió la presión del deseo tomando forma de nuevo.
Nicole, cuya mente no paraba de girar, acompasó su ritmo al de su cuerpo, abriéndose ante él, aferrándose a él.
Más y más deprisa. Cerró los ojos, pensó que estaba soñando, gimió y oyó la respuesta de Thorne antes de que cayera sobre ella, sobre sus pechos, con el rostro hundido en el hueco de su cuello.
– Oh, Nikki. Mi dulce Nikki.
Se abrazó a él a la vez que la reminiscencia de esas sensaciones se filtraba en sus huesos.
Finalmente su corazón se relajó y pudo volver a respirar.
Nunca se había sentido así… nunca con Paul, sólo con Thorne.
– Bueno, bueno, bueno -susurró él mirándola-. La espera ha merecido la pena.
– ¿Sí? -enarcó una ceja con gesto insolente y supuso que sus ojos le estarían brillando con una pícara luz-. ¿Ha estado bien para ti…?
– ¡No! -él sacudió la cabeza y se rió; el profundo timbre de su voz resonó en las colinas-. No lo hagas, ¿vale?
– Sólo estaba comprobando.
– O haciéndote la graciosa -la besó en los labios y después le frotó los brazos-. ¿Tienes frío?
– Todavía no.
– Lo tendrás, pero tengo algo para remediarlo -sin preocuparse de su ropa, se levantó y silbó a los caballos. La cabeza de General se alzó y se acercó lo suficiente para que Thorne soltara la alforja. De dentro sacó un termo, una botella y un paquete.
– Me da miedo preguntarte qué estás haciendo -temblando un poco, Nicole se puso la falda y el jersey.
– ¿Te estás vistiendo?
– Por si no te has fijado, está helando -miró hacia el arroyo donde el hielo destellaba entre las raíces expuestas de los árboles en el borde del agua.
– Eres dura, puedes soportarlo.
– Tú eres el machote, ¿vale?
– Eso siempre.
Nicole intentó no mirar su desnudez, se negaba a fijarse en el movimiento de los músculos de sus hombros, en la extensión de su pecho o en la oscura unión de sus piernas. Por el contrarío, se concentró en lo que estaba haciendo: tendiendo un pequeño mantel, dándole un paquete envuelto en papel de aluminio y abriendo un termo.
– ¿Qué es?
– La especialidad de Juanita. Tacos suaves y un carajillo.
– ¿Qué? ¿Estás loco?
– No dejas de mencionar mi salud mental, pero créeme, estoy tan cuerdo como tú. Come -se sentó directamente en el suelo y ella desvió la mirada de sus largos y musculosos muslos para aceptar una taza de café caliente con alcohol.
– No puedo creerlo -desenvolvió su taco y le dio un mordisco. Una deliciosa mezcla de sabores explosionó dentro de su boca. Dio un sorbo al café y sintió el caliente líquido deslizarse por su garganta-. Dime que no es así como tratas a todas las mujeres.
– No. Sólo a una -la miró durante un largo minuto y ella, evitando mirarlo a los ojos, hundió su nariz en la taza y dio un trago.
– ¿Entonces soy especial? -dijo bromeando.
– Mucho -seguía mirándola.
Otro sorbo y un bocado más. Nicole quería creerlo con toda la ingenuidad de su ya perdida juventud, pero no se atrevía.
– ¿Tan especial que has necesitado dieciocho años y una tragedia para volver a verme?
Él estaba a punto de dar un sorbo, pero se detuvo con la taza a medio camino de la boca. Uno de los caballos resopló en algún lugar cerca de ellos.
– A lo mejor antes no me he explicado con claridad. He empezado a disculparme por el pasado, pero me has detenido.
– Lo sé, no tienes que…
– Claro que sí, Nikki. Tengo muchas excusas, pero no son más que eso y la verdad es que tampoco son muy buenas. Esperaba que me creyeras y te fiaras de mí.
– Bueno, eso resulta bastante difícil cuando estás ahí sentado como Dios te trajo al mundo y a mí me está costando un gran esfuerzo concentrarme en tu cara, no sé si me entiendes…
– Te entiendo perfectamente -dijo y dejó a un lado su taza. A ella se le detuvo el corazón porque sabía lo que vendría a continuación. En un segundo, había vuelto a agarrarla, a besarla como si nunca hubiera pretendido parar y, tras quitarle la ropa, había vuelto a hacerle el amor.
Nikki, la romántica jovencita que aún residía escondida en las zonas más ocultas de su interior, se sintió en el paraíso al pensar en una historia de amor con Thorne McCafferty.
Pero Nicole, la mujer madura, sabía que acababa de cruzar un umbral en dirección a un infierno emocional.
Nueve
– A menos que se produzcan complicaciones inesperadas, el bebé va a superarlo… -la voz del doctor Arnold fue como un bálsamo calmante, pero Thorne, aliviado, quiso saltar y atravesar el techo del estudio donde había recibido la llamada. Durante horas había estado intentando concentrarse en modificar un contrato que Eloise le había enviado por fax, en contactar con su agente inmobiliario y con su contable, pero en todo momento había estado preocupado por su hermana y el bebé.
Y además estaba Nicole. Siempre la tenía en mente. Habían pasado dos días desde su primera noche juntos al lado del arroyo y había tenido que contenerse para no ir tras ella, pero tenía demasiado en qué pensar como para dejarse llevar por una aventura amorosa.
– … de modo que mientras siga mejorando, diría que podrá marcharse a casa en unos tres días. Ya que a su hermana no se la puede trasladar, supongo que ya han hecho los preparativos para ocuparse del niño.
– Por supuesto -dijo Thorne, aunque la verdad del asunto era que no había hecho muchos progresos en la búsqueda de niñera y a la habitación de arriba aún le quedaba mucho para poder acoger a un recién nacido.
– Bueno, si tiene alguna pregunta, llámeme. Iré a ver al niño cada dos horas y la enfermera me notificará cualquier cambio que se produzca.
– Gracias -dijo Thorne y sintió como si se hubiera liberado del mayor peso que había cargado en su vida-. Gracias a Dios -susurró y descansó la cabeza sobre el escritorio. No podía imaginar lo que habría pasado si el pequeño J.R. no hubiera sobrevivido; en ningún momento había permitido que sus pensamientos vagaran por ese oscuro y doloroso camino.
Tal vez las cosas por fin estaban cambiando. Dejó de lado el papeleo con el que estaba trabajando y, con los pies cubiertos únicamente por unos calcetines, salió del estudio. En la última semana había cambiado sus hábitos, había dejado el estricto estilo de vida que seguía en Denver y se había relajado. El estado de Randi y del bebé había alejado su mente de adquisiciones de empresas, de fusiones y de contratos. Había sentido menos interés por la creación de compañías informáticas que por el rancho… la tierra que una vez había rechazado.
«¿Y Nicole? ¿No es una de las razones por las que la vida aquí ahora te parece tan idílica?».
Al frotarse la barbilla se dio cuenta de que esa mañana no se había afeitado, pero no le importó. De camino a la cocina se preguntó si se estaba ablandando o si es que había espabilado.
– ¡No quiero extraños en esta casa! -dijo la firme voz de Juanita.
– Thorne está entrevistando a unas niñeras…creo que las ha mandado una agencia -dijo Slade.
– Precisamente uno que sólo quiere ganar dinero. ¿Qué sabe él de cuidar bebés?
– Bien dicho.
– Me arden las orejas -dijo Thorne cuando entró en la cocina.
Juanita tenía las manos llenas de harina y estaba utilizando todo su peso para estirar masa con un rodillo. De vez en cuando se paraba para espolvorear la masa con avena o harina y el gesto de su cara era de absoluto enfado.
– Ese bebé necesita a su madre y la señorita Randi… ¡no querría que alguien a quien no conoce y en quien no confía se ocupara de su hijo! -Juanita se tomó unos segundos y se santiguó-. Ya les he dicho esto antes.
– Aún no he contratado a nadie.
– Bien -Juanita soltó una sarta de palabras en español que Thorne agradeció no poder entender.
Slade se rió y sacudió la cabeza. Se metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó un pedazo de papel doblado.
– Larry Todd ha firmado. Voy a reunirme con él en… -miró su reloj- media hora.
– Bien.
– Esta tarde a última hora Kurt Striker vendrá a hacernos una visita. ¿Estarás por aquí?
– Por supuesto. ¿Ha descubierto algo más?
– Nada que yo sepa, pero luego lo veremos -Slade fue a la puerta trasera, donde le esperaban sus botas. Cerca, Harold, el perro medio tullido de su padre, estaba tumbado sobre una alfombra. Harold movió el rabo y Slade lo recompensó acariciándolo detrás de las orejas mientras Juanita les dirigía una mirada de advertencia al perro y al hombre.
– Acabo de fregar los suelos.
– Lo sé, lo sé.
Harold apoyó la cabeza entre sus patas y la miró con ojos tristes.
– Quédate ahí -dijo ella señalando al perro con el rodillo.
– No se está moviendo -respondió Slade.
– Buenas noticias -dijo Thorne haciendo que Juanita y Slade le prestaran atención.
– ¿Sobre la señorita Randi?
– Sobre el bebé. Está recuperándose.
Slade dio un grito de alegría y Juanita rezó y se santiguó con los ojos llenos de lágrimas de alivio.
– Lo sabía -dijo.
– ¿Lo sabe Matt? -preguntó Slade, incapaz de dejar de sonreír y con los ojos rojos.
– Creo que no. Acabo de recibir la llamada. ¿Por qué no se lo cuentas?
– Ahora mismo.
– Bien -Thorne se pasó una mano por la barbilla-. Yo iré a la ciudad y hablaré con algunos abogados sobre el asunto de Randi y después me pasaré por el hospital. Os veré a ti y a Striker luego.
– Muy bien -con un escueto saludo a Juanita, «la guardiana» como a veces la llamaba, Slade desapareció por la puerta de atrás.
– Gracias a Dios que el bebé va a salir adelante -dijo Juanita al volver a ponerse a trabajar con la masa-. Y en lo que respecta a ése… -señaló con la cabeza hacia la puerta que estaba cerrándose tras Slade-, es demasiado… irrespetuoso… -añadió en español-. Demasiado -agitó una mano y al hacerlo levantó una nube de harina a su alrededor.
– Demasiado irreverente.
– Sí. Irrespetuoso.
– Y lo dices tú, que una vez te referiste a la madre de Randi como «bruja».
– Eso fue hace muchos años y es irreverente…
– Querrás decir «irrelevante».
– Era verdad.
– Si tú lo dices.
– Lo digo.
– Él ha tenido que luchar contra sus propios demonios.
– Sí -Juanita apretó los labios y metió las manos en el cuenco para volver a su tarea, aunque en el fondo tanto ella como Thorne comprendían a Slade y el tormento personal que había padecido.
Con esos pensamientos negativos en la cabeza, Thorne volvió al despacho y llamó a Eloise, que no pudo ocultar con su voz la tensión que se vivía en la oficina.
– Buzz Branson ha estado llamando dos veces al día. A tu contable le gustaría hablar de los beneficios y pérdidas de la construcción de Hillside View y Annette Williams ha dejado su número en dos ocasiones -su conciencia le dio una punzada ante el nombre de Annette, aunque pensaba que habían llegado a un entendimiento la última vez que habían hablado. Estaba claro que no.
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