Él retiró su silla. Después de que Nicole tirara a la basura los restos de la bandeja, los dos caminaron juntos y ella se fijó en lo mucho que destacaba, tan alto, con su abrigo largo negro, entre los médicos y enfermeras con batas blancas o ropa verde, y entre los visitantes vestidos con camisetas de algodón, tela vaquera, cuero o franela. También se veían algunos hombres con aspecto de empresario, pero ninguno era tan alto y tan arrogante como Thorne McCafferty, con su impoluta camisa blanca, su corbata de seda y su caro traje de chaqueta. Su presencia llamaba la atención y eso era lo que conseguía.

En la mesa donde se sentaban las enfermeras, más de un par de ojos interesados lo miraron mientras Thorne abría una de las puertas que daban al pasillo a la vez que con la otra mano tocaba la espalda de Nicole, como si quisiera guiarla. No era más que un gesto, tal vez incluso uno educado, un movimiento automático por su parte, pero ella se apartó cuando salieron al pasilio y agradeció que él dejara caer la mano. Cuanto menor contacto personal tuvieran, mejor.

Pero aun así…

– ¿Alguien ha localizado ya al padre de J.R.? -preguntó-. Puede que tenga algo que decir en lo que respecta al cuidado del bebé.

– Aún no -los ojos de Thorne se volvieron tan fríos como el invierno-, pero lo encontraré -y Nicole no lo dudó ni por un momento.

Thorne McCafferty era un hombre que, si decidía darle caza a alguien, no dejaría piedra sin mover en su búsqueda.

Cuando ella presionó el botón del ascensor, él le tocó el hombro.

Nicole entró, pero Thorne la agarró por el brazo y la atrajo hacia sí. Para su sorpresa, la besó. Con intensidad. Tanta, que las piernas le fallaron.

– ¿A qué ha venido esto? -preguntó cuando por fin la soltó.

– Sólo quería que tuvieras algo con lo que recordarme.

«Como si ya no tuviera suficiente».

Thorne se metió las manos en los bolsillos del abrigo, se dio la vuelta y salió del edificio. Nicole, despojada de aliento y de su dignidad, entró en el ascensor. Las puertas se cerraron y se quedó sola. «¿Con que no tenía que olvidarlo?».

Bueno, no tenía de qué preocuparse. Suspirando, se apoyó contra la pared. Thorne McCafferty era un hombre imposible de olvidar.

Diez

Kurt Striker era como la versión televisiva de un ex policía que se había convertido en detective privado: rasgos duros y ojos hundidos, cuando no estaba atravesándote con su fría y verde mirada. Se movía sin cesar y posaba su mirada en todas partes.

Estrechó la mano de Thorne fuertemente. Con una cazadora vaquera, Levi's a juego, botas arañadas y camisa sin cuello, estaba en el porche trasero viendo las nubes avanzar hacia las colinas del oeste. Slade estaba fumando y a Kurt no parecía importarle. Con un fuerte gruñido, Harold rodeó el porche y moviendo el rabo subió lentamente los escalones para acomodarse a los pies de Slade.

– Me alegro de que por fin nos hayamos visto -dijo Thorne.

Kurt asintió y Thorne se fijó en que tenía algunas canas en su pelo castaño.

– Pensé que os gustaría saber lo que he descubierto.

Así que sí que había información. Bien. Thorne señaló con la cabeza hacia la cocina.

– Vamos y hablemos dentro.

Slade le dio una última calada a su cigarrillo, y lo apagó en una vieja lata de metal que había en un banco. Juntos entraron en la casa, donde el aroma a pino de algún limpiador se mezclaba con el aroma a cerdo asado.

– ¡Botas fuera! Botas embarradas en el porche -gritó Juanita desde algún lugar de la despensa.

– Tiene ojos en la nuca -gruñó Slade mirándose a las botas-. No hagáis caso.

– Las mías están limpias-dijo Kurt.

Juanita había cambiado de tema cuando salió de la despensa con dos bolsas de plástico de cebollas pequeñas y tomates rojos. Después de cerrar la puerta con una patada, dejó caer las bolsas sobre el bloque de madera maciza y sacudió la cabeza. Con un dedo acusador, señaló a Thorne y le dijo:

– Esa mujer, esa tal Annette, ha vuelto a llamar. Insiste en que la llame hoy -y volteando los ojos farfulló algo en español.

Thorne no pudo ocultar su enfado.

– La próxima vez deja que salte el contestador.

– Lo he hecho, pero lo he oído mientras se grababa. Estaba limpiando el polvo -tenía la barbilla alta y la espalda estirada como una tabla de planchar, como si estuviera preparándose por si Thorne la reprendía por haber escuchado a escondidas-. Y eso no es lo peor. También ha llamado otro periodista. Quiere hablar con usted. ¡Dios! -exclamó en español con las manos alzadas y sacudiendo la cabeza como si no entendiera nada.

– Hablaré con ellos luego -dijo Thorne y después se volvió hacia Kurt-. Vamos al salón.

Juanita abrió la bolsa de cebollas y comenzó a pelarlas.

– ¿Les gustaría comer algo? ¿Algo para beber?

– Unos aperitivos estarían bien. Y cerveza -dijo desde el pasillo Thorne que, mientras Slade y Kurt se dirigían al salón, se quitó la chaqueta y se subió las mangas de la camisa-. Bueno, ¿qué tienes? -preguntó cuando ya estaban los tres en el salón.

Striker estaba junto a las ventanas con gesto serio.

– No creo que en el accidente que tuvo vuestra hermana ella fuera la única involucrada. Sospecho que también hubo otro vehículo.

– Espera un minuto, ¿no contradice esto todo lo que nos ha dicho la policía? -Thorne estaba atónito. Miró a Slade para que lo apoyara.

– Yo lo he oído -Slade estaba arrodillado junto al fuego, prendiendo el papel y las astillas con una cerilla.

– Ahora mismo no es más que una teoría -señaló Striker-, pero parece que hay una discrepancia. Unos cuantos arañazos en la pintura de su guardabarros trasero. No hay marcas de derrape, ni ninguna otra prueba, pero creo que es una posibilidad que otro vehículo estuviera involucrado.

El fuego crepitó al recobrar la vida y Slade arrojó un grueso pedazo de roble a las hambrientas llamas. Juanita llevó en una bandeja tres botellas de cerveza y una cesta de patatas fritas. En cuanto desapareció, Striker cruzó la habitación y se sentó en una esquina del gastado sofá de piel, frente a la chimenea. Slade y él tomaron sus botellas. Thorne no. Lo único que le interesaba en ese momento era la historia del detective.

– ¿Y qué dice el sheriff? -preguntó, ignorando que le dolía la cabeza y que tenía el estómago encogido. La hipótesis de Striker no eran buenas noticias. En absoluto. Si alguien había sacado a Randi de la carretera o incluso la había golpeado de forma accidental, significaba que un conductor se había dado a la fuga… o peor. Podría haber sido intencionado.

– No dicen mucho, aunque aún siguen considerando todas las posibilidades. El problema es que no tienen testigos y dado el estado de Randi, que no puede decirles lo que ocurrió, no pueden aventurarse a sacar ninguna conclusión.

– Pero tú pareces estar seguro.

Striker miró a Thorne fijamente.

– He dicho que era simplemente una teoría. No estoy seguro de nada.

– ¿Y qué pasa con el padre del bebé?

– Tengo algunas posibilidades, pero aún no he hablado con ellos.

– ¿Quiénes son?

– Hombres con los que se la vio hace aproximadamente un año. Al parecer vuestra hermana no tenía un novio formal, al menos no últimamente. Salía con gente del trabajo y con amigos que conocía del colegio, pero nadie con quien pareciera tener un romance serio. Nunca le dijo nada a nadie de este tipo, sea quien sea -dio un largo trago de cerveza.

»Pero hay unos hombres con los que salió que intento localizar. Uno se llama Joe Paterno, un fotógrafo que hizo algunos trabajos por cuenta propia para el Clarion. Después hay un abogado llamado Brodie Clanton… se dice que maneja mucho dinero en Seattle. Su abuelo fue juez. El último es una especie de vaquero al que conoció al ayudar a alguien con una entrevista.

– ¿Se llama…?

– Sam Donahue.

– Conozco a Sam Donahue -dijo Slade al situarse junto a la librería, con las caderas apoyadas contra el mueble bar y las tobillos cruzados-. De cuando montaba en el circuito. Matt también lo conoce, si es el mismo tío en el que estoy pensando. Grande. Rubio. Un tipo duro.

– Ése es.

– ¿Y salía con Randi? -Thorne no podía creérselo.

– Eso parece. Aún no he podido contactar con él.

Slade resopló y le dio un buen trago a su cerveza.

– Ha estado en la cárcel, creo.

– Así es.

– ¡Maldita sea! -exclamó Thorne.

– Cuanto más sé de nuestra hermanita, más cuenta me doy de que no la conocía en absoluto -comentó Slade sacudiendo la cabeza.

– Ninguno la conocíamos -dijo Thorne justo cuando la puerta principal se abrió para cerrarse al instante de un portazo. Matt entró en el salón y se unió a la conversación.

– ¿Ninguno qué? -preguntó quitándose los guantes y mirándolos a todos. Tenía la cara rojiza por el frío y tiró el sombrero sobre el asiento de un sillón vacío.

Slade se lo presentó a Kurt y lo puso al corriente de la conversación mientras agarraba la otra botella de cerveza y la abría.

– ¿Sam Donahue? Imposible. Ese no es del tipo de Randi.

– Vaya, así que ahora eres el experto. Dinos, ¿quién es el tipo de Randi? -preguntó Thorne, más frustrado que nunca.

– Ojalá lo supiera -admitió Matt-. ¡Maldita sea!

– ¿Qué más tienes? -le preguntó Thorne al detective.

– No mucho más, excepto que a vuestra hermana tampoco le iba tan bien en el trabajo últimamente. Aunque todo el mundo del periódico ha mantenido la boca cenada, algunos de sus compañeros creen que se había metido en un buen lío con los editores.

– ¿Cómo? -preguntó Thorne con gesto de extrañeza.

– Buena pregunta. Tengo copias de todas las columnas que ha escrito en los últimos seis meses, pero ésas son sólo las que se publicaron. Según su amiga Sarah Peeples, que escribe críticas de cine, Randi tenía escritas columnas como para dos semanas, pero que no se habían publicado todavía. Nadie las ha visto. Y se había oído que estaba trabajando en algún proyecto, aunque el periódico lo niega. El caso es que nadie ha visto copias de ello.

– Excepto tal vez Randi.

– Y ella no puede contamos nada -señaló Matt, apoyado en la librería y rodeado por el sonido del crepitar del fuego.

– ¡Escribe consejos para enamorados con el corazón roto! -interrumpió Slade.

– ¿Y? -pensó en alto Striker.

– Esperad un minuto -dijo Matt-. Has dicho que alguien podía haber impactado contra el coche de Randi, pero que nadie sabe si fue intencionado o no. Es un gran salto pasar de un accidente aislado porque la conductora se topó con una capa de hielo a hablar de… ¿qué? ¿De un intento de asesinato?

– Lo único que estoy diciendo es que puede que haya habido otro vehículo implicado y que si lo hay, el conductor es, por lo menos, culpable de haberse dado a la fuga. A partir de ahí la cosa no puede más que empeorar.

– Si es que impactó contra ella -la mirada de Matt se posó en el investigador privado. Sin duda se mostraba escéptico.

– Eso es.

– Creo que estamos suponiendo demasiado.

– Sólo valoramos todas las posibilidades -respondió Slade-. Se lo debemos a Randi.

– Dios, ojalá despertara -Matt se pasó una mano por el pelo en un gesto de frustración.

– Eso es lo que queremos todos -Thorne miró a sus hermanos-. Pero hasta que lo haga, tenemos que intentar resolver esto -y mirando a Striker, añadió-: Sigue en ello, habla con todos los que puedas. Tenemos que encontrar al padre del bebé de Randi. Y si hay alguna forma de encontrar el grupo sanguíneo del hombre con el que estaba, podríamos al menos descartar algunas posibilidades.

– Ya estoy en ello -dijo Striker.

– ¿Cómo lo haces? -preguntó Matt.

Kurt le lanzó una mirada diciéndole que mejor que no lo supiera.

– Ocúpate de ello, ¿vale? -Thorne no estaba seguro de que le gustara Kurt Striker, pero creía que el hombre haría lo que fuera por sacar la verdad a la luz. Eso era lo único que importaba. Ni siquiera le importaba si se infringía la ley un poco, no si la vida de Randi estaba realmente en peligro por alguien que le guardara rencor. ¿Pero quién?

Striker asintió.

– Lo haré. Y voy a intentar encontrar esas columnas que están desaparecidas. ¿Sabéis alguno si tenía ordenador portátil?

Slade alzó un hombro. Matt sacudió la cabeza y Thorne frunció el ceño.

– En su escritorio no hay nada.

– ¿Y cómo lo sabes? -preguntó Matt.

– Lo he visto.

– ¿Has entrado en su apartamento? -Matt miró a sus hermanos-. Ey, ¿no es eso ilegal? Randi nos matará si se entera.

– Si alguien no se ocupa primero de eso -Striker le dio el trago final a su botella.

– Esperad… -Matt miró a Thorne con incredulidad-. ¿No creéis que nos estamos precipitando? Quiero decir, ha tenido un accidente, resultó herida, pero no creo que se haya cometido ningún crimen.