Él había ocultado sus sentimientos, se había reservado la fascinación que sentía por el bebé y se había asegurado de que nadie, y mucho menos sus hermanos y su padre, se enteraran de lo que sentía en realidad por la niña, de que lo había engatusado desde los primeros momentos de su vida.

Ahora, mientras observaba su dificultosa respiración y se fijaba en los vendajes manchados de sangre que le cubrían su hinchada cara, se sentía como un canalla. Había dejado que se alejara de él, no había mantenido el contacto y ahora allí estaba, indefensa y víctima de un accidente que aún no tenía explicación.

– Puedes hablar con ella -le dijo una suave y femenina voz y él alzó la vista para ver a Nicole mirándolo con compasión. Esos ojos del color del whisky envejecido y rodeados por unas espesas pestañas parecían mirarlo directamente dentro del alma, al igual que habían hecho cuando él tenía veintidós años y ella apenas diecisiete. ¡Dios! Tenía la sensación de que hubiera pasado toda una vida-. Nadie sabe si puede oírte o no, pero de lo que no hay duda es de que no puede hacerle ningún daño -sus labios se curvaron en una tierna sonrisa de ánimo y aunque él se sentía como un imbécil, asintió, sorprendido no sólo de que ella hubiera madurado hasta convertirse en una mujer hecha y derecha, sino de que fuera médico, ni más ni menos, y un médico que podía tanto gritar órdenes como ofrecer susurros compasivos. ¿Era Nikki Sanders, la chica que casi le había robado el corazón? ¿La única chica que casi lo había convencido de que se quedara en Grand Hope y trabajara en el rancho? Dejarla había sido duro, pero lo había hecho. Había tenido que hacerlo.

Como si sintiera que tal vez él pudiera necesitar algo de privacidad, Nicole se centró en tomar notas del informe de Randi.

Thorne desvió la mirada de la curva del cuello de Nikki, aunque no pudo evitar fijarse en ese mechón de cabello dorado que se había soltado del recogido. Tal vez, después de todo, no era tan seria y convencional.

Tras agarrarse a la fría barra de metal a un lado de la cama de Randi, volvió a concentrarse en su hermana. Se aclaró la garganta.

– ¿Randi? -susurró a la vez que se sentía como un completo idiota-. Ey, pequeña, ¿puedes oírme? Soy yo. Thorne -tragó con dificultad al verla allí, inmóvil. Unos viejos recuerdos le abordaron la mente en forma de imágenes de un caleidoscopio. Había sido él el que la había encontrado llorando después de haberse caído de la bici cuando aprendía a montar con cinco años. Thorne había vuelto de la universidad para hacer una visita y la había descubierto en el borde del camino, con las rodillas arañadas, las mejillas llenas de polvo y marcadas por las lágrimas y con el orgullo también dañado por no poder desenvolverse con las dos ruedas. Después de llevarla hasta la casa, le había sacudido la arenilla de las rodillas, había arreglado el manillar doblado de la bici y la había ayudado a no caerse de esa maldita bici cada vez que intentaba montar.

Cuando Randi tenía unos nueve o diez años, Thorne se había pasado una tarde enseñándole a lanzar una pelota de béisbol como un chico. Ella había pasado horas practicando, lanzando esa vieja bola contra una zona del granero hasta que la pintura se había descascarillado.

Años después, Thorne había regresado a casa una semana y se había encontrado a la chicazo de su hermanastra con un vestido rosa largo y esperando a la cita que la llevaría al baile del último curso. Su pelo, de un vivo color caoba, estaba enrollado en lo alto de la cabeza. Se la veía alta sobre unos zapatos de tacón y desprendía una elegancia y una belleza que le habían impactado. Alrededor del cuello llevaba una cadena de oro con el mismo relicario que J. Randall le había dado a la madre de Randi en el día de su boda. Randi había estado sencillamente imponente. Exuberante. Llena de vida.

Y ahora estaba allí tendida, sin moverse, inconsciente, con el cuerpo magullado y esforzándose por respirar.

Nicole volvió a situarse a un lado de la cama. Con delicadeza, dirigió una pequeña linterna a los ojos de Randi y, a continuación, le palpó la muñeca con unos dedos ágiles y profesionales. Unas pequeñas líneas de preocupación aparecieron entre sus cejas intensamente arqueadas y sus dientes superiores quedaron ocultos por el labio inferior como si estuviera muy pensativa. Fue un gesto inconscientemente sexy y él apartó la mirada al instante, indignado por el giro que habían tomado sus pensamientos.

Por el rabillo del ojo la vio anotando algo en el historial de Randi a la vez que avanzaba hacia la zona central, ocupada por el control desde donde las enfermeras tenían a la vista a todos los pacientes. Unas cortinas verde claro separaban una cama de otra y las enfermeras, con sus zapatos de suela blanda, se movían en silencio entre ellas.

– ¿Por qué no intentas volver a hablar con ella? -le sugirió en voz baja Nicole, sin apenas mirar hacia él.

Se sentía muy incómodo. Fuera de lugar. Tan fuerte. Tan sano.

– Vamos -lo animó, y después se volvió hacia él completamente.

Los dedos de Thorne se tensaron alrededor de la barra. ¿Qué podía decir? ¿Qué importaba? Se echó hacia delante para acercarse más a la cama donde yacía su hermana.

– Randi -susurró con una voz que casi se quebró por emociones que tan desesperadamente intentaba reprimir. Le tocó un dedo, pero ella no respondió, no se movió-. ¿Puedes oírme? Bueno, más te vale -¡vaya! Se le daban fatal esas cosas. Movió la mano de modo que sus dedos quedaran entrelazados-. ¿Cómo estás?

Por supuesto, ella no respondió y mientras el monitor del corazón marcaba un latido constante y reconfortante, deseó haber sido un hermano mejor, haber estado más involucrado en su vida. Notó la suave curvatura de su abdomen bajo la sábana que la cubría. Había estado embarazada. Ahora tenía un hijo. Era una madre de veintiséis años. Y todavía nadie de la familia sabía quién era su pareja.

– ¿Puedes…? ¿Puedes oírme? Ey, pequeña.

¡Era una locura! No iba a responder. No podía. Dudaba que oyera una palabra de lo que le decía, o que sintiera que estaba cerca. Se sentía como un tonto y aun así estaba pegado a ella, con los dedos unidos, como si de algún modo pudiera hacer que parte de su fuerza bruta entrara en el diminuto cuerpo de su hermana, como si por su indómita voluntad pudiera hacerla más fuerte, salvarla.

Vio que Nicole lo miraba, vio cómo le dijo sin palabras que había llegado el momento de irse.

Volvió a aclararse la voz, separó su mano de la de Randi y después, con delicadeza, le dio un golpecito en el dedo índice.

– Sigue adelante, ¿vale? Matt, Slade y yo estamos apoyándote, pequeña, así que da lo mejor de ti. Y ahora tienes un bebé, un niño que te necesita. Te necesita igual que te necesitamos nosotros, cariño -oh. Dios, era imposible. Ridículo. Pero aun así, añadió-: Yo… eh… todos estamos apoyándote y volveré pronto. Te lo prometo -la voz casi se le quebró con la última palabra.

Randi no se movió y Thorne sintió una quemazón en los ojos que no había sentido desde el día en que se enteró de que su padre había muerto. Se metió las manos en los bolsillos del abrigo, cruzó la habitación y fue atravesando las puertas que se abrían a medida que él se acercaba. Más que verla, sintió a Nicole cuando fue tras él.

– Dímelo claramente -le pidió Thorne a Nicole mientras caminaban por un pasillo intensamente iluminado y con ventanas que daban al aparcamiento. Fuera estaba tan oscuro que parecía de noche. Unas nubes negras descargaban agua que hacía charcos en el asfalto y goteaba de los pocos árboles plantados cerca del edificio-. ¿Qué posibilidades tiene?

Nicole, cuyos pasos eran la mitad de largos que los suyos, avanzaba deprisa para alcanzarlo. Logró ponerse a su paso con gesto serio y pensativo.

– Es joven y fuerte. Tiene tantas posibilidades como cualquiera.

Un celador pasó por delante de ellos en la otra dirección empujando una silla de ruedas, y un teléfono sonó en alguna parte. El hilo musical competía con el murmullo de las conversaciones y con el traqueteo de los equipos que eran transportados por los pasillos. Cuando llegaron al ascensor, Thorne tocó a Nicole ligeramente en el hombro.-Quiero saber si mi hermana va a superarlo.

Nicole se sonrojó.

– No tengo una bola de cristal, Thorne. Entiendo que tus hermanos y tú queráis respuestas precisas y definitivas, pero no las tengo. Es demasiado pronto.

– ¿Pero vivirá? -preguntó, desesperado por tener algún tipo de consuelo. Él, que siempre lo controlaba todo, estaba dependiendo de las palabras de una pequeña mujer a la que una vez casi había amado.

– Como ya te he dicho, si no hay complicaciones…

– Ya te he oído la primera vez que lo has dicho. Sólo quiero que me digas la verdad. Sinceramente. ¿Mi hermana va a superarlo?

Por un momento pareció que Nicole fuera a arremeter contra él, pero tomó aire y respondió:

– Creo que sí. Estamos haciendo todo lo posible por ella -como si leyera la preocupación en sus ojos, suspiró y se frotó la nuca. Su rostro se suavizó un poco y él no pudo evitar fijarse en las marcas de tensión que rodeaban su mirada y en la inteligencia que reflejaban esos preciosos ojos color ámbar, y sintió el mismo interés por ella que había experimentado años atrás, cuando Nicole estaba en el último curso del instituto-. Mira, lo siento. No quiero mostrarme evasiva. De verdad -se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja-. Ojalá pudiera decirte que Randi se pondrá bien, que en un par de semanas estará caminando, riendo, volviendo al trabajo, cuidando de su bebé y que todo saldrá bien. Pero no puedo hacerlo. Ha sufrido un gran traumatismo. Tiene órganos internos dañados y huesos rotos. Su conmoción es más que un simple chichón en la cabeza. No voy a mentirte. Si sobrevive, existe la posibilidad de que haya un daño cerebral. Aún no lo sabemos.

Thorne sintió como si el corazón se detuviera. Había temido por la vida de su hermana, pero en ningún momento había considerado que pudiera sobrevivir para luego vivir con una disminución de sus capacidades mentales. Siempre había sido tan inteligente… «Afilada como una aguja», solía alardear su padre.

– ¿No debería verla un especialista? -preguntó Thorne.

– Ya la están viendo varios. El doctor Nimmo es uno de los mejores neurociruja-nos del noroeste. Ya la ha examinado. Suele hacer operaciones fuera del Bitterroot Memorial y justo después de la operación de Randi lo avisaron de que tenía otra urgencia, pero te llamará. Créeme. Tu hermana está recibiendo el mejor cuidado médico que podemos proporcionarle y es tan bueno como el que podrías encontrar tú. Creo que ya hemos tenido esta conversación, así que vas a tener que confiar en mí. ¿Quieres preguntar algo más?

– Quiero estar al tanto de su estado. Si hay algún cambio, cualquier cambio en su estado o en el de su hijo, espero que contactes conmigo inmediatamente -sacó una tarjeta de visita de su cartera de suave piel-. Este es mi número del trabajo y éste… -se sacó un bolígrafo del bolsillo del pecho de la chaqueta y garabateó otro número por detrás de la tarjeta- es el número del rancho. Estaré allí -le dio la tarjeta y la vio alzar una de sus cejas finamente arqueadas.

– Esperas que contacte contigo. Yo, personalmente.

– Te… te lo agradecería -dijo y le tocó un hombro. Ella bajó la vista hacia su mano y unas pequeñas líneas se concentraron entre sus cejas-. Como favor personal.

Nicole apretó los labios y sus mejillas se tiñeron.

– ¿Porque en un momento estuvimos muy unidos? -preguntó, y apartó el hombro.

Él dejó caer la mano.

– Porque te importa. No conozco al resto de personal y estoy seguro de que son buenos, que todos son buenos médicos, pero sé que puedo confiar en ti.

– No me conoces en absoluto.

– Una vez lo hice.

Ella tragó saliva.

– Vamos a dejar eso de lado, pero está bien… te mantendré informado.

– Gracias -le ofreció una sonrisa y ella volteó los ojos.

– No intentes engatusarme con tanta zalamería, Thorne, ¿de acuerdo? Te lo contaré todo, pero ni por un minuto intentes aprovecharte de mi compasión. Y, para asegurarme de que te queda claro, te diré que no estoy haciendo esto por los viejos tiempos ni por nada tan nostálgico ni sensiblero, ¿vale? Si hay algún cambio, te informaré inmediatamente.

– Y yo me pondré en contacto contigo.

– No soy su doctora, Thorne.

– Pero estarás aquí.

– La mayor parte del tiempo. Ahora, si me disculpas, tengo que irme -comenzó a darse la vuelta, pero él la agarró por el codo, sus dedos rodeaban con fuerza la almidonada bata blanca.

– Gracias, Nikki -dijo, y para su sorpresa, ella se sonrojó, un profundo tono rosado tiñó sus mejillas.

– No pasa nada. Es parte de mi trabajo -respondió, después lo miró a los dedos y se apartó.