Matt asintió comprensivo con la cabeza, a pesar de que estaba un poco molesto. El tipo tenía toda la pinta de ser un estafador y no podía creerse que una chica lista como Annie se hubiera tragado sus patrañas.

– Hay muchos políticos como él -le dijo con brusquedad.

– Eso dicen. Lo más seguro es que haya votado a alguno de ellos. Igual que caí en las redes de Rick.

Matt esperó un instante. Annie permanecía callada, mirándose las manos.

– ¿Estabas enamorada de él? -le preguntó finalmente.

Annie dudó un momento antes de contestar y el corazón de Matt se aceleró. No entendía por qué le preocupaba tanto su respuesta.

– Creí que lo estaba -contestó ella mirándolo con honestidad-. De verdad que sí. Pero… Es curioso. En el mismo instante en que me dijo que me librara del bebé o no volvería a salir conmigo, toda la fantasía que me había creado en torno a él cayó y vi, claramente y por primera vez, al verdadero Rick -explicó con una mueca de desagrado-. Y no me gustó nada en absoluto. Después dijo que su familia contrataría a detectives que demostraran que él no era el único hombre con quien yo había estado…

Lágrimas, de ira esta vez, amenazaron con llegar a sus mejillas y la emoción hizo que se interrumpiera.

– ¡Menudo capullo! -dijo Matt con frialdad-. A lo mejor debería ir a hacerle una visita y…

– ¡No! Eso sería una locura.

Annie se quedó mirándolo, sorprendida por la rapidez con la que Matt había salido en su defensa.

– Además, ¿por qué crees que Rick no tenía razón? -le preguntó con suavidad mientras buscaba una respuesta en sus ojos.

– Porque te conozco -le repuso él sin dudarlo un instante.

– No, no me conoces -protestó ella sorprendida y algo asustada.

– Sí, te conozco -insistió él sin apartar la mirada.

Sus palabras consiguieron que se emocionara de nuevo. Buscó una servilleta y Matt aprovechó para dejar el dinero del desayuno encima de la mesa.

– Venga -dijo de repente-. Vámonos.

– Espera, tengo que hablar con Millie.

– Ya lo haremos después.

Annie no protestó porque no le apetecía hablar con nadie más en ese momento. No estaba de humor para ello. Dejó que la llevara fuera del restaurante y hasta el aparcamiento. No tenía energía suficiente para resistirse. Al contarle la historia se había quitado un peso de encima, pero se había quedado agotada.

– Podemos volver luego y comer aquí -sugirió Matt mientras iban hacia los coches-. Y entonces podrás hablar con Millie.

Annie lo miró de reojo. Matt usaba el plural en cada frase, como si fueran una pareja. Tenía que cortar aquello de raíz.

Matt había aparcado su deportivo al lado del viejo coche de Annie. Las comparaciones eran inevitables. Ella abrió la puerta de su coche y se volvió hacia él.

– Aquí no hay un nosotros -le dijo.

– ¿Qué? -preguntó sorprendido.

– Que llevas todo el día usando el plural como si estuviésemos juntos. Olvídate de ese nosotros, porque sólo somos Annie Torres y Matt Allman. Yo soy yo y tú eres tú. Dos personas por separado. Nada de nosotros.

– ¡Ya veo! -dijo cuando se dio cuenta de lo que pasaba-. Estoy de acuerdo. Por supuesto. Así es como tienen que ser las cosas. Lo siento. Mediré mis palabras a partir de ahora.

– Muy bien. Fenomenal -dijo ella mientras se metía en el coche.

Annie odiaba verlo allí observándola. No era nada fácil colocarse en su asiento con su enorme barriga.

– Nos vemos en el aparcamiento de Industrias Allman -le dijo mientras ponía en marcha el motor.

Fue un alivio oír el rugido del motor, porque no siempre arrancaba a la primera. Metió la marcha atrás. Matt seguía mirándola.

– ¡Tonto el último! -gritó por la ventana con tono infantil-. ¡Te voy a ganar!

Vio divertida la cara de preocupación de él al verla salir del aparcamiento antes de que tuviera tiempo de abrir la puerta de su deportivo.

– No te preocupes -dijo Annie, como si pudiera oírla-. No voy a ir muy deprisa. Voy a cuidar mucho de este bebé. Ya verás.


El interior del edificio de Industrias Allman parecía tan anticuado como las fachadas, pero estaba lleno de vitalidad y actividad.

Pero Annie se dio cuenta de que había algo más en el ambiente. Al principio no supo qué era, pero luego todo cobró sentido. Era el espíritu de Jesse Allman, el padre de Matt. No lo había visto allí y tampoco en la casa de la calle Álamo, pero su presencia era constante en los dos sitios. Era como si hubiera convertido ambos edificios en casas encantadas. Había oído hablar de él toda su vida y recordaba haberlo visto cuando era pequeña.

Era el enemigo de su padre, William McLaughlin. Nunca había tenido claro si debía unirse a Jesse Allman para vengarse de un padre que había estado siempre ausente o si debía estar contra él y del lado de los McLaughlin. Su forma de ver las cosas fue cambiando con el tiempo. Ahora podía verlo todo con mayor objetividad y se daba cuenta de que ambos habían sido unos imbéciles. Formaban parte de una generación en la que creían que los hombres que conseguían el éxito tenían derecho a convertirse en despóticos reyes.

Matt era distinto. Al menos eso creía Annie. Sintió que debía darle las gracias.

– Matt -le dijo mientras lo tomaba del brazo al entrar en el edificio-. Ya sé que a veces soy un poco antipática, pero quería decirte que aprecio mucho lo que estás haciendo por mí.

– Soy yo quien debo darte las gracias -dijo sonriente.

– ¿Porqué?

– Has conseguido que, para variar, piense en otra persona que no sea yo. Los dos vamos a hacer todo lo posible por el bien de este bebé -le dijo mirando su barriga-. Pero hasta entonces, ¿qué sabes hacer?

– Ya te lo dije. Tengo conocimientos de Enfermería.

– ¿Y de mecanografía?

– Un poco.

– Eso bastará. Con que uses dos dedos será suficiente por ahora. No hay mucho que escribir -explicó mientras saludaba con la cabeza a la recepcionista-. Lo que necesito más que nada es alguien que me organice la agenda y los horarios. También quiero que filtres las llamadas, organices las reuniones y coordines las actividades con los empleados de la otra clínica.

– Creo que podré ocuparme de todo eso.

– Muy bien.

Matt le enseñó el edificio y le presentó a muchos de los empleados. Terminaron el recorrido en su despacho, en la primera planta. Era una oficina sencilla, pero con muebles modernos y mucho gusto en la decoración. Ella estaría en una mesa en la salita de entrada al despacho. Matt trabajaba en la habitación contigua. Ambas estaban comunicadas por una puerta. No le costó mucho trabajo habituarse a usar el ordenador, las impresoras, la fotocopiadora y la centralita telefónica. Alguien llamó y Matt tuvo que ir a otro despacho.

– ¿Vas a estar bien? -le preguntó antes de salir.

– Claro -le dijo, encantada de tener algo de tiempo para ella-. Vete a esa reunión.

Se dio cuenta de que Matt no quería irse y dejarla sola y suspiró preocupada. Si quería que funcionara su relación laboral, Matt iba a tener que darle un respiro.

Decidió comenzar ordenando los ficheros. Sería una buena manera de aprender de qué iba su nueva ocupación.

Una hora después, seguía liada con esa tarea cuando una joven guapa y rubia se asomó por allí.

– ¡Annie!

Levantó la cabeza y vio a la hija de Millie en la puerta. La había visto unas cuantas veces en el restaurante. Se iba a casar con uno de los hermanos de Matt, Rafe.

– ¡Shelley! ¡Pasa, por favor!

Entró y echó un vistazo al despacho.

– Me han dicho que vas a trabajar aquí. Será genial. Tenemos que comer juntas un día de estos.

– Por supuesto.

Shelley le sonrió. Estaba radiante de felicidad. Parecía que su compromiso y futura boda le habían sentado muy bien.

– Seguro que mi madre te echará de menos en el restaurante. Siempre me ha dicho que eres muy buena camarera. No tiene más que elogios para ti.

– Quiero mucho a tu madre. Ha sido una jefa estupenda, pero con el parto tan cerca ya…

– Claro, lo entiendo. Un trabajo de oficina es mucho mejor para ti ahora… -dijo sonriendo al oír una voz en el pasillo-. ¿Quieres que te presente a Rafe? Es mi prometido.

Annie rió con ganas. Shelley estaba obviamente deseando presentárselo. Sabía que Rafe ejercía como presidente en funciones de la empresa durante la enfermedad de su padre, a pesar de que Matt era el mayor y el preferido del padre para ocupar ese puesto. También había oído que Shelley acababa de conseguir un importante ascenso y ahora dirigía el departamento de investigación y desarrollo. Eran, sin duda, una pareja de éxito.

– Claro -respondió Annie-. Me encantaría conocerlo.

Shelley salió al pasillo y lo llamó.

– Ven a conocer a Annie Torres.

El hombre que entró no se parecía demasiado a Matt. Tenía un aire indómito y oscuro que sorprendió a Shelley. Pero su cara se iluminó al instante con una sonrisa tranquilizadora.

– Así que eres la culpable de la pequeña revolución que ha habido hoy en la casa de los Allman. Debes de haber causado sensación, porque llevo toda la mañana recibiendo llamadas.

Annie se sonrojó. Todo aquello era una locura. Nunca se sonrojaba. Claro que tampoco solía llorar. Parecía que ese día iban a cambiar muchas cosas.

– Creo que estás exagerando un poco -protestó ella.

– No, de verdad. Lo he oído todo acerca de Matt y de ti.

– ¿De Matt y de mí? -repuso a la defensiva-. Ese concepto no existe. Todo el mundo está sacando una idea equivocada de esto. Su interés en mí es puramente profesional y médico -concluyó mientras acariciaba su abultada barriga.

– ¡Ah! -dijo Rafe con media sonrisa-. Seguro que sí. Rafe y Shelley intercambiaron miradas.

– Bueno, Annie. Ha sido un placer conocerte. Ya nos veremos. Shelley pasa mucho tiempo en la casa, preparándose para la boda.

– Y Rafe también pasa mucho tiempo en la casa. Pero sólo porque quiere -repuso Shelley burlándose de él-. No sé para qué se ha comprado un piso. Apenas va por allí.

– Bueno, a veces resulta bastante útil tener un piso -se defendió Rafe con picardía.

– Será mejor que dejemos que sigas trabajando -dijo Shelley riendo mientras salía-. ¡Nos vemos!

Annie se despidió y siguió con los archivos. No pudo evitar escuchar otro comentario antes de que salieran del despacho.

– Tiene hoyuelos -susurró Rafe a Shelley-. A Matt le encantan las chicas con hoyuelos.

– ¡Calla! -le dijo ella.

Annie se quedó parada. Se sentía como un pez nadando contra corriente. No entendía qué le pasaba a todo el mundo.

«Será mejor que no les haga caso. Están enamora-dos hasta los huesos y sólo bromean intentando emparejar a toda la gente», pensó Annie.

Se preguntó cómo sería estar enamorada hasta los huesos de alguien. Había llegado a creer que quería a Rick, pero no tenía nada que ver con el amor. Simple-mente lo admiraba. Había conseguido impresionarla, pero no era amor verdadero. Y ella había sido una tonta por acceder a tener relaciones íntimas con un hombre al que realmente no quería.

La verdad era que nunca había estado enamorada. Amar significaba darse a otra persona, arriesgarse a sufrir. Y ella había sufrido esas consecuencias sin llegar a estar enamorada. Se había acercado, a algo parecido al amor sin llegar a disfrutarlo plenamente. Y, aun así, se había quemado y pagado un alto precio. Ahora prefería no ir más allá del respeto hacia otra persona. El amor era para quien pudiera permitírselo, no para ella.

El bebé se movió dentro de ella y se relajó al momento. Acarició la zona y le dedicó palabras de cariño. Siguió trabajando. Eso era lo que necesitaba. No podía seguir pensando en Matt y en lo que los otros esperaban que sucediera.


El trabajo era más interesante de lo que había anticipado. Le gustaba poner orden donde reinaba el caos, así que disfrutó creando un nuevo sistema de archivar los mensajes y organizando el despacho para hacer las cosas más fáciles. Estaba tan inmersa en su tarea que perdió la noción del tiempo.

– ¡Hola! ¿Alguna novedad por aquí? -preguntó Matt entrando en el despacho.

Alzó la mirada y lo vio observándola sonriente. Annie le devolvió la sonrisa. Estaba decidida a mantener una relación estrictamente profesional con él.

– Veamos -comenzó pensativa-. Has tenido tres llamadas. Tienes una reunión en el hospital a las tres y Rita quiere que llames a tu padre cuanto antes porque le preocupa mucho el contrato de Núñez.

– Cree que si consigue que sea yo quien negocie ese contrato me tendrá atado a la empresa durante el resto de mis días -dijo con un quejido antes de mirar a su alrededor extrañado-. ¿Has hecho algo con la oficina? ¡Está distinta!

– No mucho. He limpiado el polvo, ordenado un poco y movido algunos archivadores de sitio.