– Bueno, sea lo que sea, recuérdalo para decírselo a Maureen cuando vuelva.

– Sí, claro -repuso ella riendo-. Le va a encantar que su sustituía temporal le diga cómo hacer mejor su trabajo.

– Bueno, si funciona… -dijo mientras entraba en su despacho para dejar el maletín-. Se ha hecho tarde. ¿Estás lista para ir a comer?

Dudó un segundo. Era una de esas ocasiones en las que tenía que aprovechar para hacerle ver que no eran una pareja.

– Puedo ir yo sola al restaurante.

– ¿No quieres comer conmigo? -preguntó mirándola con sus grandes ojos.

– Matt, no me hagas esto.

– ¿El qué?

– No me pongas en estas situaciones. No podemos ir a todas partes juntos. La gente… La gente va a pensar que…

– ¿Que estamos enamorados? -añadió él burlonamente.

– No creo. Pero eres mi jefe, no mi novio. Así que no deberíamos actuar como si lo fueras.

– Como jefe tuyo -insistió él-, te invito a comer para celebrar tu primer día de trabajo.

– Matt…

– Insisto.

Annie sacudió la cabeza, cediendo ante la presión. La verdad era que, muy dentro, le gustaba complacerlo. Estaba de nuevo en zona de peligro y dejándose llevar por la tentación.

– Te prometo que no te obligaré a comer conmigo ningún otro día esta semana -dijo él divertido.

– ¿Y qué pasará la semana próxima? -preguntó ella con rebeldía-. Si es que hay una semana próxima, claro.

– ¿Por qué? ¿Es que esperas que llegue el fin del mundo? -preguntó con sarcasmo.

– No -repuso Annie mirándolo con algo de hostilidad-. Pero quizá entonces ya me hayas despedido.

– Lo dudo mucho -dijo sonriente-. Entre tanto, vamos a comer algo.

Annie dejó que esperara unos minutos más. Pero luego se ablandó y tomó su bolso.

– Muy bien, Matt. Pero tenemos que intentar que los demás no se lleven una idea equivocada de lo que hacemos juntos.

– ¿Por qué te importa tanto lo que piensen los demás? -le preguntó con enfado en su voz.

– Tengo que hacerlo -dijo levantando la cara-. Me he pasado la vida luchando contra lo que otros pensaban de mí. Es importante.

– Annie… -dijo él con dulzura y alargando la mano hacia ella.

– Y una cosa más -lo interrumpió evitando su mano con destreza-. Es sobre mi decisión.

– ¿Qué decisión?

– La de trabajar aquí o no.

– ¡Ah! ¡Esa decisión!

– He decidido aceptar el trabajo. Pero necesito tener libres los jueves por la tarde.

– ¿Los jueves? ¿Para qué?

– Los jueves… -se interrumpió para respirar hondo-. Los jueves trabajo en el rancho de los McLaughlin.

Capítulo 6

EL DESPACHO se quedó en silencio. Matt intentó digerir lo que Annie acababa de decirle.

– ¿Qué? -preguntó algo alarmado.

– Ya te lo había dicho. Trabajo como asistenta un día a la semana.

– Sí, pero no me habías dicho que era para los McLaughlin.

– Bueno, pues así es.

Matt se levantó y comenzó a dar vueltas por el despacho. Se paró frente a la ventana y se pasó las manos por el pelo. Después se volvió para mirarla.

– ¿Crees que puedes trabajar para mí y para ellos al mismo tiempo?

– Sí, claro.

Annie decidió que la ofensiva era su mejor baza. Si esperaba a que él la convenciese con su lógica aplastante, acabaría disculpándose o, peor aún, terminaría prometiéndole que no volvería a trabajar para Josh y Cathy. Y era muy importante que siguiera en contacto con los McLaughlin, aunque no pudiera contarle a Matt el porqué.

– Puedo hacerlo y lo haré.

– Pero… -protestó él con la cara de quien está siendo torturado.

– ¿Pero qué? ¿Crees que soy una espía? Pensé que podías ver dentro de mi alma y ver cómo era. Dijiste algo parecido. Ahora, en cambio, no sabes si puedes confiar en mí.

– No se trata de confianza.

– Así que sólo se trata de odio irracional entre las dos familias.

– No sabes de lo que hablas, Annie. Cuando tengamos tiempo, te contaré cosas que te harán cambiar de opinión.

– No hace falta -repuso poniéndose en pie-. Si no puedes soportar que trabaje para ellos, me buscaré otro trabajo. O volveré con Millie.

Matt sacudió la cabeza y se acercó a ella. Su cara seguía reflejando su disgusto.

– Ya hablaremos mientras comemos. Vamos.


Charlaron durante la comida, pero no sobre los McLaughlin. Annie habló con Millie y hubo abrazos y lágrimas. Durante la hora siguiente, un montón de clientes se acercaron a su mesa para desearle suerte y decirle cuánto la echarían de menos.

– Bueno, no me voy muy lejos -les dijo ella-. Voy a seguir en el pueblo, trabajando para Industrias Allman. Podéis llamarme si queréis.

– Pero no será lo mismo que encontrarte aquí cada día cuando vengo a tomar mi bocadillo -se quejó Katy Brewster-. Tu sonrisa siempre me alegra el día.

Annie estaba encantada y emocionada con el cariño que le brindaban. No tenía ni idea de que fuera tan importante en la vida de esas gentes. Disfrutó con los halagos y con la mirada de Matt al oírlos.

– Parece que eres la preferida de todos -le susurró mientras se preparaban para irse y la gente se despedía de ella-. Tienes que presentarte a alcaldesa.

Matt estaba teniendo mucho cuidado para no tocarla ni acercase demasiado a ella. A Annie no se le pasó por alto y lo agradeció, aunque sabía que la gente hablaría de todas formas.

La ayudó a entrar en el coche mientras se despedía de otras personas. Cuando llegaron a la autopista, se relajó, aliviada de haber terminado con las despedidas.

– Pasémonos por las nuevas oficinas -sugirió Matt-. ¿Has estado allí?

– No. La verdad es que ni siquiera he estado en la zona -dijo ella.

Su corazón empezó a latir con fuerza. Tenía sus razones para no ir a esa parte de la ciudad. Iban a pasar al lado del parque del Coyote, donde pasaba los veranos de niña. Sabía que no tenía sentido sentirse mal por ello. Tendría que ser fuerte.

– ¿Quieres ver el nuevo edificio?

– Claro.

Había oído hablar mucho de ese edificio. Todos decían qué la nueva sede de Industrias Allman iba a ser espectacular. Por lo que pudo ver mientras Matt conducía despacio alrededor de la zona de obras, no habían exagerado. Los cimientos ya estaban listos y, muy pronto, una gran edificación de acero y cristal se levantaría allí. Era una clara señal de progreso para los Allman. Estaban apostando fuerte por el futuro. Annie estaba muy impresionada.

– Si te quedas con nosotros estarás trabajando aquí dentro de un año -le dijo Matt con algo de cinismo en su tono.

Lo miró para entender su sarcasmo, pero los ojos de Matt sonreían. Quizás hubiera sido sólo su imaginación.

– ¿Y tú? -le preguntó con curiosidad-. ¿Estarás aún trabajando en la empresa?

– Depende -respondió con una sombra de tristeza en la cara.

– ¿De qué?

Como todo el mundo en Chivaree, Annie sabía que Matt se había ido a estudiar fuera para alejarse de su padre, al menos en parte. Con esfuerzo, se había convertido en médico. Desde que su padre cayera enfermo, había vuelto a casa y a trabajar en la empresa familiar. Se había empeñado en abrir allí una clínica para dejar claro que no iba a renunciar a su carrera. A pesar de todo, su padre seguía queriendo que fuera él quien se encargara de llevar las riendas de la empresa.

– Nunca se sabe lo que el destino tiene preparado para ti -le dijo sonriente-. O si no, mira en cómo has caído de repente en mi vida.

– Sí, caer es la palabra apropiada, pero no fue a propósito. No fue mérito mío.

– ¿Me estás diciendo que desmayarte a mis pies no formaba parte de tu plan para robarme el corazón aprovechando que soy un hombre compasivo?

Lo miró para asegurarse de que estaba bromeando. Porque si no veía humor en sus ojos, tendría que salir de allí corriendo. Pero sus ojos sonreían, y Annie se relajó.

– Ojalá fuera tan lista como para idear un plan así -dijo fingiendo decepción-. Con lo tonto que eres…

– ¿Yo?

La respuesta era no, pero no quiso darle la satisfacción de decirlo. Además, las bromas estaban uniéndolos y no quería seguir por ese camino. Matt se dio por aludido y prosiguió la marcha con el vehículo, saliendo de esa zona.

– Matt. Hay algo que no entiendo. Si no quieres trabajar para la empresa familiar, sino como médico, ¿por qué no se lo dices a tu padre? ¿Por qué pierdes el tiempo fingiendo interés?

– Haces que suene muy fácil -dijo riendo-. Fácil y sencillo. Pero no sabes cómo es Jesse Allman.

– ¿Es tan autoritario?

– Sí, pero no es sólo eso. También me hace chantaje emocional para que me sienta culpable.

– ¿Culpable? ¿De qué?

– De la vida en general, ya sabes. A veces te arrepientes de cosas que has hecho. Unas veces por amar demasiado, otras por amar demasiado poco… ¿Comprendes?

La verdad era que no lo entendía. Ella no había tenido un padre que le hiciera la vida desgraciada. No había tenido padre y punto.

– Vayamos por la carretera vieja -anunció él cambiando de tema.

Ese camino pasaba al lado del parque. Se mordió el labio. «Bueno, no pasa nada. Estará bien volver a verlo», pensó algo nerviosa.

A los pocos minutos pasaron por delante. Tenía un aspecto muy descuidado. Había algodonales y enebros, tal y como recordaba. Pero algo era distinto. No había nadie por allí.

– Para -dijo de repente-. Para un momento, por favor.

Matt detuvo el coche y la observó con curiosidad. Annie salió del coche y miró a su alrededor. Estaba asombrada. Se acababa de dar cuenta de que no temía ese sitio. Muy al contrario, un montón de recuerdos de su infancia la invadieron.

– ¿Tienes un ratito? ¿Te importa que baje allí un momento? -le preguntó señalando un viejo puente de madera que cruzaba el arroyo.

– No hay problema.

Annie se dirigió hacia el puente. Matt salió también del coche y la siguió.

– ¿Qué pasa, Annie? -preguntó al ver cómo ella llegaba al puente y miraba a su alrededor.

Lo miró, a sabiendas de que contarle su historia perjudicaría la imagen que tenía de ella. Pero era la verdad y, en el fondo, esperaba que Matt se mostrara comprensivo.

– Solíamos acampar aquí durante el verano cuando era pequeña -le dijo con honestidad-. Pero no como cuando vas de vacaciones. Éste era nuestro hogar. Cuando teníamos algo de dinero o algún amigo, vivíamos en una caravana. Pero si no, sólo quedaba la opción de la tienda de campaña.

Matt la miró con incredulidad, sin poder aceptar lo que estaba oyendo.

– Recuerdo cuando había gente acampando aquí. Ya no está permitido. Ahora tienen que acampar cerca de las vías del tren. En un campamento del gobierno -dijo mirándola con cariño-. Recuerdo ver a esas personas, pero pensaba que casi todas eran gitanos.

– Había algunos, conocía a muchos de ellos -dijo ella con una sonrisa dulce.

– Pero tú no eres gitana.

– No. Mi madre era hispana y mi padre… -dijo sin terminar la frase.

– ¿Sí?

– No importa. Mi padre nunca estuvo presente. Él no cuenta -explicó quitándole importancia.

Un rastro de dolor atravesó la cara de Matt y ella se preguntó por qué sus palabras tenían esa reacción en él. Al momento, cambió de expresión y se acercó a donde ella estaba, en el centro del puente. Se apoyaron en la barandilla para observar el pequeño riachuelo.

– ¡Qué pena que el agua no dure en el verano! -dijo Matt-. Es un río bastante importante en primavera.

– Sí, me acuerdo. Algunos veranos sí que había caudal suficiente. Supongo que eran los años de las inundaciones.

Miró alrededor tratando de ubicarse y recordar dónde acamparon la última vez, cuando ella tenía trece años. Había sido junto a la caseta con los baños y una sala multiusos. Algunos veranos, el Ayuntamiento organizaba allí manualidades para los niños. Disfrutaba mucho con ellas. Durante un segundo le pareció oír el eco de las voces infantiles entre los árboles. Había sido divertido, como un campamento de verdad que duraba todo el verano. Había muchos niños allí y poco tiempo para el aburrimiento.

– Estás sonriendo -le dijo Matt-. ¿Tienes buenos recuerdos?

– Buenos y malos -dijo ella mirándolo-. Los buenos son de cuando era pequeña. Pero años después no pude evitar sentir vergüenza por tener que vivir aquí.

– ¿Por qué veníais aquí? ¿Dónde estabais el resto del año? -le preguntó.

A Annie le gustó ver interés en los ojos de Matt y decidió que no era mala idea contarle su historia. Sería como quitarse un peso de encima.

– Verás. Mi madre, Marina Torres, era hija de jornaleros. Era una joven muy guapa que quería salir de esa vida y conocer mundo, viajar y valerse por sí misma. Comenzó trabajando como asistenta en el rancho de una familia adinerada. Fue su gran oportunidad. Le pagaban bastante y la trataban bien. Creyó que estaba en el buen camino. Estaba ahorrando para poder ir a Dallas a estudiar.