Se detuvo justo antes de hablarle del caso de Josh y Cathy, segura de que a Matt poco le importaría lo que pasara en casa de los McLaughlin.

– Ya lo sé -contestó impaciente-. Sólo quiero saber si estás segura de lo que haces y de que has contemplado otras alternativas.

Annie hizo un esfuerzo para no enfrentarse a él.

– ¿Es que crees que no lo he pensado? No es un capricho, he meditado mucho sobre ello.

– Sólo porque tu madre tuvo una mala experiencia no significa que a ti te vaya a pasar lo mismo. Las cosas están mejor ahora. Tú tendrás oportunidades con las que tu madre no pudo ni soñar. Tienes una educación. Sé que te irá bien.

– No tienes ni idea. Yo viví esa vida y tengo que pensar en el futuro de este bebé -dijo mirándolo desafiante-. ¿No crees que los niños necesitan un padre y una madre?

– Por supuesto. Si es posible. Por eso es por lo que…

No puso terminar la frase. Suspiró y respiró hondo. Annie lo miró a los ojos y vio que estaba atormentado.

– Tengo algo que decirte, Annie -le dijo con suavidad-. Ya debería haberlo hecho, pero es duro hablar de ello. No va a hacer que mejore la imagen que tienes de mí.

– ¿Por qué? ¿De qué se trata?

Oyeron risas en el piso de abajo. Los otros estaban subiendo las escaleras. Matt tomó su mano.

– Será mejor no hablar ahora. Voy a asegurarme de que no queda nadie fuera. Tú baja por la parte de atrás y te veo en el jardín dentro de un momento.

Annie se levantó de la cama con cara de preocupación. Se apartó para dejarlo salir, pero justo cuando pasaba junto a ella tocó su brazo, intentando consolarlo. Era como si pudiera leer su mente y saber lo que le estaba entristeciendo. Matt se detuvo y miró su preciosa cara antes de salir de la habitación. Sólo fue un gesto, pero expresó mucho más que las palabras. Le iba a ser imposible no enamorarse de esa mujer si seguía haciendo cosas como aquélla.


Annie lo esperó a la sombra de un viejo árbol que se erguía como un centinela a un lado del jardín. Había luz en la ventana del piso superior. Se imaginó que sería la habitación de Jesse Allman. Esperaba no tener que verlo por allí.

Vio a Matt salir por la puerta de atrás y salió a su encuentro. No tenía ni idea de qué le iba a contar, pero sabía que tendría algo que ver con la expresión de dolor y preocupación que atravesaba con frecuencia su cara.

– Hola -lo saludó ella.

– Gracias por bajar -le dijo-. ¿Vamos hasta el borde del barranco?

– Vale.

Había luces en los árboles que rodeaban el jardín, pero aún así la iluminación era bastante deficiente. Matt tomó su mano para evitar que se resbalase. Era muy agradable sentir su mano, pero intentó no pensar en ello.

Caminaron más despacio al llegar al borde del pequeño cañón. Él le soltó la mano. Se oía el sonido del agua corriendo entre las piedras al fondo del cañón. Era una noche fresca. Annie se giró hacia él, pero apenas podía adivinar sus facciones en la oscuridad.

– No es un secreto de estado -comenzó él-. Todos los de casa lo saben ya. Pero aún no te lo he comentado y pensé que debías saberlo.

– Entonces, dímelo -dijo ella sonriente e intentando animarlo.

– El mismo papel que jugó tu padre en tu vida, aquello por lo que lo desprecias… -dijo metiendo las manos en los bolsillos-. Bueno, yo he hecho lo mismo. Tengo un hijo en algún sitio al que no he conocido nunca.

– ¡Matt! -exclamó atónita.

– No sabía nada hasta hace un par de meses -prosiguió él mirando hacia el cañón.

A pesar de la oscuridad, Annie pudo adivinar la expresión de dolor en su rostro.

– ¿Qué pasó? -preguntó con suavidad.

– Bueno… -dijo él dudando un instante-. Te contaré toda la historia. Estudié Medicina en Dallas y allí hice las prácticas. Durante unos meses salí con una mujer, Penny. Era muy divertida y lo pasábamos muy bien juntos. Poco después comenzamos a tener relaciones íntimas. Después surgieron los problemas y nos peleamos. Penny se fue de Dallas y no volví a saber nada de ella.

Annie asintió. Cosas como ésa pasaban todos los días. Parecían inofensivas, pero podían tener enormes ramificaciones y consecuencias.

– ¿Estabas enamorado?

– ¿Enamorado? -repitió Matt, extrañado por la pregunta-. No. Fue una relación muy superficial. Éramos muy jóvenes y no creo que ninguno de los dos pensara que allí había amor verdadero.

Asintió de nuevo. Se preguntaba si Penny habría sentido lo mismo por Matt. Porque las cosas cambiaban si eras tú quien llevaba el bebé dentro. Lo sabía por propia y dolorosa experiencia.

– El caso es que recibí hace unas semanas una llamada de un viejo amigo común. Me preguntó por Penny y le dije que no sabía nada de ella. Y entonces me preguntó que qué había pasado con nuestro bebé -dijo él pensando en cómo lo había afectado la conversación-. Me quedé aturdido.

– ¿No tenías ni idea?

– No.

– ¿Has intentado ponerte en contacto con ella?

– Sí. Shelley dio con el paradero del hermano de Penny, que vive en San Antonio. Lo traje a Chivaree y le ofrecí trabajo en la empresa -explicó Matt-. Pero, por desgracia, Penny murió y nadie sabe qué pasó con el bebé.

– ¡Dios mío! -exclamó ella llevándose la mano a la boca.

Matt se giró y se apoyó contra un árbol.

– He contratado a un detective, pero aún no ha conseguido nada.

– Matt, lo siento muchísimo.

– Como te puedes imaginar, esto me da una perspectiva distinta de tu situación y de tus planes de dar el bebé en adopción. Me temo que mi hijo, o hija, fue adoptado y puede que nunca sea capaz de encontrarlo.

Annie tenía un nudo en la garganta. Se sentía fatal por él, por Penny y por el bebé.

– Pero Matt, el hecho de que lo estés buscando sólo habla bien de ti -dijo acercándose a él.

– Sí, pero es un poco tarde.

– Mi padre nunca lo intentó -dijo ella más para sí que para él-. Claro que no sé si llegó a saber de mí. A lo mejor nunca lo supo.

– Me pregunto si Penny intentó decírmelo y yo no fui sensible o ignoré los síntomas. ¡Soy médico! ¡Debería haberme dado cuenta!

Annie apoyó de nuevo su mano en el brazo de Matt, deseando saber qué hacer para consolarlo.

– Matt, no te hagas esto. Según la información que tienes, lo más seguro es que ni ella misma lo supiera hasta después de dejarte.

La miró y encontró sus ojos.

– Annie -le dijo mientras rozaba su mejilla con un dedo-, ¿me desprecias ahora?

– ¡Matt! Yo nunca… nunca podría… -comenzó a decir ella.

Pero las palabras no iban a ser suficientes para expresarle lo que sentía. Tenía que demostrárselo.

Cuando rodeó su cuello con los brazos, no pensó que el abrazo fuera a acabar en un beso. Al menos no conscientemente. Pero ocurrió. En cuestión de segundos pasó de consolarlo a sentirse completamente hechizada. Fue la única manera de explicarlo que encontró poco después, cuando pensó en aquel beso. Y pensaba mucho en él… No era su primer beso ni mucho menos. Había tenido novios y después a Rick. El parque del Coyote había sido el escenario de algún que otro experimento durante sus años de adolescencia. Le gustaba besar. Sobre todo si era al hombre adecuado.

Pero Matt era todo lo contrario. Cuando la había besado la noche anterior había sido un beso breve, fugaz, casi entre amigos. Y enseguida se había retirado y disculpado. Pero ése era distinto. Ninguna disculpa iba a conseguir anular ese beso.

Sintió calor en la boca de Matt, parecía extremadamente hambriento. Y ella respondió de inmediato y con la misma urgencia. Sus lenguas se entrelazaron y Annie arqueó su cuerpo contra el de él para sentirlo más cerca. Matt deslizó las manos bajo su blusa. Su tacto, algo áspero, fue una tortura para la suave piel de Annie.

Y entonces sucedió. Llegó el hechizo.

Annie abandonó la realidad y cayó en otra dimensión donde su mente y su lógica dejaron de funcionar. Sólo contaban los sentidos. Las cosas más pequeñas pasaron a un primer plano, como el aroma mentolado de su loción de afeitado, el sensual sabor de su piel, la agridulce tortura que suponía sentir la mano de él acariciando su pecho… Gimió de placer cuando Matt comenzó a besarle, casi morderle, el cuello. Estaba al borde del éxtasis. Lo deseaba como nunca había deseado a ningún hombre. No lo entendía. Sabía que era un error, pero sentía lo contrario.

Se apartó cuándo encontró la fuerza necesaria. Estaba sin aliento y él también. Matt la miró, tomó su cara entre las manos y se rió.

– Annie, no sabes cuánto te deseo -dijo con suavidad, pero con la angustia del que admite por fin la verdad.

– Sí lo sé. Por eso no podemos dejar que esto pase de nuevo -repuso ella.

Su tono, más triste que decidido, hizo que Matt riera de nuevo y la abrazara, colocando la cabeza de Annie sobre su pecho.

– De acuerdo -dijo después, soltándola-. Seremos buenos.

– Seremos buenos -repitió ella-. O moriremos en el intento.

Volvieron a la casa hablando bajo y caminando de la mano. Matt soltó la de ella poco antes de encontrarse con el resto de la familia. Allí, se despidió bruscamente de todos, tomó su maleta y se fue. Annie se retiró a su habitación. Necesitaba tiempo para pensar en el beso y prometerse que no volvería a pasar.


El jueves por la tarde, Annie fue al estudio fotográfico con Cathy. Disfrutó observando cómo ponía caras para conseguir que su hija mirara a la cámara y sonriera. Sus trucos funcionaron y Emily comenzó a reír, momento que el fotógrafo aprovechó para comenzar a disparar.

– Van a salir preciosas -dijo Annie.

– Eso espero -respondió Cathy sentándose exhausta al lado de Annie-. Ha sido tan duro como domar a un potro salvaje.

Emily pasó pronto de la risa al llanto y Annie fue hacia ella. Consoló a la niña mientras Cathy pagaba la sesión de fotos. Al poco rato estaban de vuelta en el todoterreno de Cathy y de camino al rancho.

Annie estaba casi tan cansada como Cathy. Los últimos días habían sido muy gratificantes, pero estaban consiguiendo dejarla sin energía. Le gustaba el trabajo y no tenía quejas. El único problema era tener que trabajar tan cerca de Matt. Resultaba muy duro concentrarse cuando el hombre que había conseguido fascinarla estaba a pocos pasos. Tan cerca que casi podía escuchar su respiración.

Tenía que reconocer que Matt se estaba portando como todo un caballero. No se habían vuelto a besar y él ni siquiera se había pasado por la residencia de los Allman desde aquella noche. En la oficina la trataba con respeto y distancia. Pero nada de ello conseguía apaciguar los latidos de su corazón cuando lo miraba.

Sabía que era una locura, pero no podía evitarlo. No quería caer dos veces en la misma piedra, pero su corazón no se atenía a razones y traicionaba su voluntad.

Por suerte, había algo entre los, dos que les servía de recordatorio. El bebé seguía creciendo. Cada vez que sentía la tentación de echarse a los brazos de Matt, sentía también una patada en su interior que le hacía recobrar el sentido. A la siguiente semana, durante el reconocimiento con el doctor Marín, éste querría saber si definitivamente iba a ir adelante con la adopción. Era una decisión durísima y habría querido posponerla más aún.

Miró a Emily. La niña dormía en el asiento del coche. Recordó las palabras de Matt sobre la adopción. Reconocía que algunos de sus argumentos habían sembrado serias dudas en ella sobre ese tema. Ver a Cathy a su lado le dio la idea de que no le vendría mal conseguir algo de información desde el otro lado.

– Cathy, háblame de Emily y de cómo la adoptasteis.

– La encontramos en San Antonio -dijo mirándola con una sonrisa-. Fue una adopción privada, a través de un abogado que había estado trabajando para los McLaughlin durante años.

– Tuvisteis suerte.

– Sí.

– He oído que las adopciones se han complicado más ahora.

– A veces. Depende de las circunstancias. La verdad es que parte del papeleo se hizo fuera del estado para evitar algunas leyes que habrían retrasado el proceso durante meses. El abogado era un experto en ese tipo de cosas y se encargó de todo.

– ¿Sabéis algo de la madre biológica?

– Nada -dijo ella sacudiendo la cabeza-. Tenemos alguna información médica en caso de que fuera necesaria en Un futuro. Pero eso es todo. La verdad es que, cuando la adoptamos, el abogado nos dijo que su madre biológica había pedido que a Emily la adoptara alguien de Chivaree. Dijo que así se cerraba el círculo o algo así. Lo que me hace suponer que ella era de aquí. Entonces no hice preguntas, en cuanto vi a Emily sólo pensé en tenerla en mis brazos. Pero ahora, cuando voy por el centro y paso al lado de jovencitas, me pregunto si su madre será una de ellas.

– Supongo que nunca lo sabrás.

– Y espero que ella no sepa de nosotros. Me dan escalofríos esas historias que oyes de padres biológicos que intentan recuperar a sus hijos años después. Es una situación extraña pero, por otro lado, no es tan importante. Emily es tan nuestra como si la hubiese dado a luz yo misma.