– Eso está por ver.

Matt le colocó el brazalete del tensiómetro en el brazo mientras le dirigía una sarcástica mirada.

– ¿Y quién es tu médico de verdad?

– El doctor Marin.

Matt asintió con la cabeza. Ajustó el brazalete, lo infló y escuchó con atención mientras observaba la presión bajar en el indicador.

– ¡Ah, sí! Raúl Marin -dijo mientras le quitaba el aparato-. Su hijo y yo éramos amigos en el instituto.

Tomó nota de su tensión arterial y se volvió para preparar el equipo de monitorización fetal.

– Si lo prefieres, puedo llevarte a su clínica. Es tarde, pero…

– Pero es que no necesito un médico. Lo que necesito es irme a casa -lo interrumpió ella.

No entendía cómo se había dejado convencer para ir allí. Lo que necesitaba era volver a casa, meterse en la cama, acurrucarse bajo las sábanas y esperar a que todo aquello pasara. Pero Matt no dejó que su comentario le hiciera desistir.

– Creo que deberíamos hacer algunas pruebas más ahora mismo. Para asegurarme de que tú y el bebé estáis bien.

– Bueno, si tú estás seguro, el mundo podrá dormir tranquilo esta noche.

Matt ignoró su sarcasmo y continuó tomando notas. Después le indicó que se tumbara en la camilla.

– Veamos cómo está el pequeño -dijo él.

– El pequeño -repitió ella.

Le gustó cómo sonaba aquello. Había evitado conocer el sexo del bebé. Tampoco había pensado en nombres. Si iba a dar el bebé en adopción, tenía que intentar no encariñarse demasiado con él. Eso haría que todo fuese aún más duro. Pero cuando Matt lo llamó el pequeño, Annie sintió que el corazón le daba un vuelco y tuvo que esforzarse para no derramar ninguna lágrima. El, en cambio, parecía dispuesto a sentir afecto por ese bebé. Annie no podía dejar que Matt supiese que ese simple gesto la había emocionado.

– Muy bien, doctor.

– Llámame Matt -dijo él mirándola a los ojos.

– ¿Qué te parece señor Allman? -repuso ella. Su comentario produjo un gesto de impaciencia en la cara de Matt.

– Como quieras, Annie. Llámame Dumbo si eso hace que te sientas más segura -dijo él, algo molesto mientras desenredaba unos cables del aparato y se acercaba a ella-. Ahora intenta relajarte y acabaremos enseguida.

Instintivamente, Annie puso una mano protectora sobre su tripa. El bebé estaba bien. Estaba segura de ello. Al menos tanto como podía estarlo. Tomaba todas las vitaminas prescritas y acudía a todos los controles médicos, a pesar de lo costosos que eran. Estaba considerando seriamente la posibilidad de entregar su bebé en adopción, pero sólo porque ella, o él, le preocupaba. Quería al bebé y por eso tenía que hacer ese sacrificio. Nunca se había sentido tan unida a nada en todo su vida como se sentía a ese bebé.

– ¿Cuánto cobras? -le preguntó mientras lo observaba preparar el monitor.

Llevaba algo de dinero y no quería que él pensara que estaba esperando que no le cobrara nada.

– La primera consulta es gratis -dijo él para salir del paso.

A Annie no le sentó nada bien su respuesta. No quería la caridad de nadie. Ella podía pagar, aunque a veces le resultara difícil.

– Si regalas consultas a todo el mundo, no sé cómo vas a conseguir ingresar lo suficiente para mantener a tus empleados.

Matt terminó de colocarle la cinta del monitor alrededor de la barriga y comenzó a reírse con ganas.

– ¡Qué suerte! Acabo de contratar a alguien que sabe de verdad cómo funcionan los negocios. Sigue trabajando así de bien y te nombraré directora de la clínica.

Se estaba riendo de ella, pero aún así, no podía evitar sentirse halagada por sus palabras.

– Tú no puedes nombrarme nada.

Matt ni siquiera se molestó en contestar. Ya se había dado cuenta de que la mayoría de las palabras de Annie eran sólo una armadura que intentaba mantenerlo alejado de ella. Entendía que quisiera protegerse, pero estaba empeñado en que ella no perdiera de vista lo que era verdaderamente importante en ese momento: el hijo que llevaba en sus entrañas.

Hacía ya a algunas semanas que venía fijándose en ella. La veía cada vez que se acercaba al Café de Millie a tomar algo. Había estado observando cómo evolucionaba su gestación, aunque nunca le había dirigido la palabra hasta ese mismo día. Su mirada, inteligente y viva, lo había atraído tanto que se preguntaba a veces cómo sería su vida. No se le había pasado por alto que Annie no lucía ninguna alianza en su dedo, lo que le recordaba su propia y complicada situación.

Sólo hacía unas semanas que un antiguo amigo de Matt, que estaba de paso por la ciudad, lo había llamado y le había preguntado de manera inocente por Penny Hagar, una chica con la que Matt había estado saliendo en Dallas un par de años atrás. También le había preguntado sobre el bebé, dando por hecho que Matt estaba al tanto.

– ¿Bebé? -había preguntado él sorprendido-. ¿De qué bebé me estás hablando?

No tenía ni idea de que Penny hubiera estado embarazada de él cuando lo dejaron. Desde ese día, había concentrado toda su energía en encontrar a Penny y a su hijo. No tuvo demasiada suerte en localizarlos, así que decidió contratar a un investigador privado. Tampoco éste le había podido dar ninguna pista por el momento. Descubrir que era padre había conseguido que fuera mucho más consciente de todos los bebés que veía por la calle. Le daba la impresión de que el mundo estaba lleno de bebés, incluido el que Annie llevaba en su vientre. Un bebé al que su madre estaba dispuesta a entregar en adopción.

– ¿Cuántos empleados tienes? -preguntó Annie con curiosidad sobre los que podían llegar a ser sus compañeros de trabajo.

– ¿En esta clínica? Hay otro médico de familia, como yo, una recepcionista que hace las veces de contable, una enfermera titulada y otra en prácticas.

– Entonces, ¿cuál sería mi puesto? -preguntó ella intentando memorizar toda la información que estaba recibiendo.

– Supongo que no me he explicado bien -dijo él volviéndose para mirarla-. No trabajarías aquí. Tengo otro despacho en Industrias Allman y allí es donde necesito tu ayuda.

– Industrias Allman -repitió ella pensativa.

Annie no recordaba que esa empresa existiera durante los años que pasó en Chivaree en su infancia pero, desde que volviera al pueblo, había oído hablar de ella. Tenía su sede en un gran edificio señorial cerca de la calle principal de la ciudad. El inmueble estaba decorado con gárgolas y parecía una reliquia de tiempos muy lejanos.

– ¿Te parece bien? -preguntó él con tono sarcástico.

– No lo sé -respondió ella-. Ya veremos.

– Estaré en ascuas hasta que me des una respuesta -dijo humorísticamente-. Necesito a alguien que lleve y organice mi agenda. Se supone que me encargo de los asuntos sanitarios de la empresa, pero mi padre insiste en que participe en todas las reuniones importantes de negocios. Lleva algún tiempo intentando que deje la medicina y me interese por la empresa. Su sueño es que me haga cargo de ella cuando él se retire. Así que estoy tan liado que muchas veces no sé a dónde se supone que tengo que ir ni a qué reuniones debo asistir.

A Annie le extrañó que alguien como Matt, que exudaba seguridad por cada poro de su piel, tuviese problemas para hacerle saber a su padre que no deseaba participar en la empresa.

– ¿Por qué no le dices a tu padre que no tienes tiempo para ir a esas reuniones?

Se quedó mirándola antes de responder. Después sonrió.

– ¿Y por qué no? Ésa será tu primera tarea. Dile a todos los que llamen que estoy demasiado ocupado para atenderlos. Eso haría mi vida mucho más simple.

– Parece bastante fácil -repuso ella encogiéndose de hombros.

La cara de Matt era un poema. Annie no supo interpretar si estaba riéndose de ella o, simplemente, no creía que fuera a ser sencilla su tarea.

– Bueno. Espera y verás -la advirtió riendo.

– También podría ayudarte en el aspecto médico -sugirió Annie para dar a conocer su valía.

– No creo, no tienes los conocimientos necesarios.

– Sí los tengo.

– ¿Qué? -preguntó él sorprendido.

– Estaba en segundo curso de la Academia de Medicina de Houston, estudiando Enfermería, cuando me quedé embarazada y tuve que dejarlo.

– ¡Vaya! Eso sería de gran ayuda -dijo-él con un silbido de admiración.

– Claro que no estoy titulada.

– Ya, ya me imagino. No espero que actúes como enfermera, pero el mero hecho de saber que tienes unos conocimientos es importante. Sobre todo en un pueblo pequeño como éste. Aquí todo cuenta.

Le dirigió una media sonrisa que dejó a Annie con mariposas en el estómago. Presentía que acababa de mejorar mucho la impresión que Matt tenía de ella.

– Ya ves. Parece que este trabajo y tú estabais destinados a encontraros -dijo él.

Annie se estremeció al oír esa palabra. Tenía una connotación romántica que no le gustaba en absoluto. Estaba decidida a mantenerse lo más alejada posible de situaciones de esa índole.

Eso le recordó que Shelley, la hija de Millie, estaba prometida con el hermano de Matt, Rafe Allman. En el restaurante no se hablaba de otra cosa. Le gustaba mucho Shelley y siempre estaba interesada en conocer los últimos detalles de la próxima boda. Sabía que Matt no estaba casado, lo cual no dejaba de extrañarle. Era un hombre con éxito y atractivo, pero el tiempo pasaba y seguía sin formar una familia. Pocos hombres como él permanecían solteros a su edad.

– Muy bien, doctor -dijo ella forzando una expresión de extrema seriedad en su rostro y mirando al monitor-. ¿Cuál es el Veredicto?

– Parece que tanto tú como el bebé estáis bien.

Se sintió muy aliviada y hasta ese momento no fue consciente de lo preocupada que había estado.

– ¿Ves? Tanta preocupación para nada.

– Yo no diría que para nada, pero bueno…

Las cosas se estaban complicando para Annie porque, cuanto más tiempo pasaba con ese hombre, más le gustaba. Razón suficiente para preocuparse y para ser cautelosa.

Necesitaba salir de allí cuanto antes.

– ¿Me vas a quitar esto? -preguntó.

– Claro. Espera un momento.

Matt apagó el monitor fetal bajo la atenta mirada de Annie. Se sentía muy satisfecha por estar cerca de un hombre tan atractivo como Matt y no haberse dejado obnubilar por él ni por sus numerosos encantos viriles. Durante el examen había tocado partes de su cuerpo y se había acercado a ella bastante, lo suficiente como para que pudiera disfrutar del limpio y fresco aroma que desprendía. Y había conseguido permanecer impasible.

Sonrió con satisfacción.

Pero entonces, mientras. Matt desataba el cinturón que rodeaba la tripa de Annie, rozó accidentalmente con la mano uno de sus pechos. Se quedó helada y lo miró. Necesitaba saber cuáles eran sus intenciones. Lo que vio no la hizo sentir mejor.

Sabía que había sido accidental, pero había algo peor. Matt le sostuvo la mirada durante más tiempo del necesario y ella sintió una especie de conexión con él. Fue consciente en ese momento de que entre ambos había una corriente sensual innegable.

Matt apartó la mirada, sabiendo en qué estaba pensando ella.

– Lo siento -dijo.

Pero Annie, aún sin aliento, fingió no entender su disculpa y concentró sus esfuerzos en dejar salir poco a poco el aire que se había quedado paralizado en sus pulmones.

– Recoge tus cosas y te acerco a casa -le dijo Matt mientras seguía ocupado con el aparato.

Le habría gustado contestarle de mala manera, decirle que se fuera a paseo, que no necesitaba ayuda de nadie. Pero no tenía coche ni nadie a quien llamar. Así que, a menos que quisiera atravesar la ciudad andando en plena noche, iba a tener que dejar que Matt la llevara.

Cerró los ojos un segundo y se prometió no volver a verse nunca más en una situación parecida. En cuanto pudiera valerse por sí misma tomaría de nuevo el control de su vida. No quería tener que volver a depender de nadie.


De camino a casa de Annie, Matt la miró de reojo. A pesar de tener el cinturón puesto estaba sentada al borde del asiento. Cualquiera que la viera pensaría que había sido secuestrada. Agarraba el manillar de la puerta con tanta fuerza que parecía estar a punto de arrancarlo o abrirlo en cualquier momento y salir del coche despavorida.

Matt contuvo el impulso de hacerle saber lo molesta que le resultaba su actitud. Eso sólo empeoraría las cosas. Era evidente que estaba asustada y, si le recriminaba su modo de actuar, se sentiría aún más atacada.

No sabía por qué había decidido ocuparse de ella. Estaba demasiado ocupado como para encargarse además de aquello. Se había acercado al Café de Millie a tomar un café y un trozo de tarta. Necesitaba cafeína que le mantuviera despierto esa noche, ya que tenía mucho trabajo en su despacho de Industrias Allman. Pero antes de que se diera cuenta, estaba tomando a su cargo a otra criatura perdida.