Porque eso era lo que Annie le parecía, un animal herido. De niño, siempre llevaba a casa todo lo que encontraba: gatitos, cachorros, culebras, una mofeta… Recordó que una vez encontró un pájaro herido. Lo llevaba de un sitio a otro en una caja de zapatos e hizo todo lo que un niño de diez años podía hacer para curarlo. Le dedicó un montón de atención. Intentó que bebiera y comiera. Consiguió que el pajarillo permaneciera tranquilo y quieto en sus manos. Pero sus ojos oscuros lo miraban siempre con miedo, como si estuviera seguro de que, a pesar de todos los cuidados, el niño acabaría por hacerle daño. Era la misma mirada que veía en los ojos de Annie.
No pudo evitar sentir rabia al pensar en quién la habría convertido en un animal asustado. No era normal que una mujer se comportara así sin una causa. Quería calmarla y decirle que no se preocupara, pero sabía que sus palabras podrían tener el efecto opuesto.
– Bueno, bueno -comenzó intentando sonar natural-. ¿Qué es lo que te ha traído a Chivaree?
– Ya te lo dije. Me crié aquí -repuso mirándolo de reojo.
– ¿Fuiste a colegios locales?
– Más o menos.
Tenía que sacarle cada respuesta con sacacorchos. No se estaba haciendo la listilla como antes, pero era tan parca en palabras que casi hubiera preferido que lo insultara.
– Y el bebé, ¿es niño o niña?
– No lo sé. No lo he preguntado.
La miró extrañado.
– ¿No lo quieres saber?
– Ya me enteraré cuando nazca.
Matt hizo una mueca y volvió a mirar a la carretera.
– No quieres saberlo para mantener las distancias, ¿verdad?
Annie no quería hablar de ello con él. Sobre todo cuando sabía que no aprobaba su decisión.
– ¿Y tú? -preguntó ella intentando cambiar de tema-. ¿Tienes hijos?
Se sorprendió de que tardara en contestar.
– Nunca he estado casado.
– Yo tampoco -contestó ella encogiéndose de hombros.
Matt dejó la calle principal y se dirigió hacia la parte de la ciudad que Annie le había indicado. Chivaree había cambiado mucho durante los últimos años. Solía tener el aspecto solitario y desolado de algunos de los poblados que se veían en las viejas películas del oeste. Pero su población se había multiplicado en poco tiempo y habían surgido nuevos barrios en las colinas que rodeaban la ciudad. Se habían abierto muchas tiendas y restaurantes cerca de la autopista. El desarrollo y crecimiento de un pueblo eran buenos, pero llevaban consigo algunas desventajas.
– Gira a la izquierda en el siguiente semáforo -le indicó ella.
Matt asintió y frunció el ceño al girar y adentrarse en el barrio indicado. No le gustaba el aspecto que tenía. Hacía mucho que no iba por esa zona de la ciudad. Era un barrio de mala muerte. Había mucha criminalidad allí y cada vez iba a más.
– ¿Vives con alguien? -le dijo esperanzado.
– No.
– ¿Estás sola?
– Sí.
– Deberías vivir con alguien.
Annie soltó una amarga carcajada.
– Lo que tú digas. Pero el caso es que no tengo a nadie. Además, estoy bien sola.
Matt pensó que si estuviera tan bien no se habría mostrado tan ofendida con su sugerencia. Annie lo miró un segundo y él no pudo por menos que admirar el brillo de sus oscuros ojos y la suavidad de sus rizos castaños balanceándose con cada movimiento de su cabeza.
– Aquí es. Deja el coche detrás del rojo.
Matt aparcó y apagó el motor, haciendo una mueca de desagrado al observar el viejo y sucio edificio de apartamentos.
– Muchas gracias por todo -dijo ella intentando ser amable-. Te veré en Industrias Allman mañana por la mañana.
– Espera, te acompaño hasta la puerta.
– No -contestó ella sorprendida por su ofrecimiento y con ojos asustados-. No lo hagas.
– ¿Por qué no?
– Porque te verían los vecinos -explicó ella, muy nerviosa.
– ¿Los vecinos? -repitió incrédulo-. ¿Y qué pasa?
– Que hablarían.
– ¿Que hablarían? Sólo porque me porto como un caballero y te…
– No entienden mucho de caballeros por este barrio -lo interrumpió Annie mientras recogía sus cosas y soltaba el cinturón de seguridad-. No abundan demasiado por aquí ese tipo de hombres.
– ¿Quieres decir que…?
– Sí. Pensarán que… -comenzó ella encogiéndose de hombros y mirando para otro lado-. Bueno, mira. Déjame entrar sola y ya está. No necesito alimentar más cotilleos sobre mi persona.
Matt se mordió la lengua. Su enfado crecía por momentos y amenazaba con explotar si no lo controlaba. Inhaló profundamente y la miró.
– Annie, ¿qué demonios haces viviendo en un barrio como éste?
– El alquiler es barato -respondió ella levantando la barbilla.
– A veces lo barato sale caro.
– Mira, Matt. No procedo de una familia rica. Mi madre estaba sola en la vida y me sacó adelante como pudo. He vivido en sitios como éste casi toda mi vida y sé cuidarme sólita.
Lo miró con seguridad, salió del coche y se dirigió hasta el portal con paso decidido. Él se quedó en su asiento, viendo cómo se alejaba. No le gustaba nada la situación. No era el barrio apropiado para un bebé. Prefería no pensar en que ella estaba considerando entregar el bebé en adopción. No sabía cómo podría salir adelante sola cuando volviera del hospital con su hijo. Aunque quizá tuviera amigos que la pudieran ayudar durante las primeras semanas.
Al momento descartó esa idea, recordando que sólo llevaba un mes viviendo allí.
Pensó en ella, en su preciosa cara y sus no menos bellos ojos. No encajaba en un lugar como aquél. Sintió la tentación de mandarlo todo a paseo, salir tras ella, agarrarla y…
Pero claro, no sabía qué haría después. No tenía ni idea de cómo estaba el mercado inmobiliario en Chivaree. Quizás ella tuviera razón y ese barrio fuera lo único disponible: Pensó que en cuanto comenzara a trabajar para él y a recibir un salario digno podría permitirse el lujo de cambiarse a un piso mejor. Sabía que eso sería lo más acertado. Si intentaba convencerla en ese momento de que hiciera las cosas como a él le parecía bien, sólo conseguiría que ella se echara para atrás y se encerrara en sí misma.
Sonrió al pensar en cómo se pondría si la abordara entonces. Su preciosa cara se transformaría con indignación y levantaría su perfecta barbilla. Era encantadora. A su manera, pero encantadora por mucho que intentara ocultarlo.
Cuanto más pensaba en ello más se convencía de que no podía dejar que siguiera viviendo allí. Ningún empleado suyo debería vivir en un sitio así.
Se dio cuenta de que se estaba engañando. Annie no iba a ser sólo una empleada más. El niño que llevaba dentro le importaba más de lo normal en alguien que acababa de conocer a su madre. Pero sabía por qué se sentía así.
No hacía mucho tiempo que acababa de saber que él también tenía un hijo. En algún lugar había un bebé del que acababa de conocer su existencia. Había sido una noticia tan fuerte y alucinante que aún no había conseguido asimilar su nueva condición de padre. Tenía tantas preguntas en la cabeza que apenas podía vivir con ellas.
Le desesperaba pensar que su antigua novia, Penny, la mujer que le había ocultado que esperaba un hijo suyo, hubiera tenido que vivir en sitios como aquél. Lo único que sabía de ella por el momento era que tuvo que dar a luz sin el apoyo de nadie y que había dado el bebé en adopción, igual que iba a hacer Annie. Así que se imaginaba que Penny había pasado también por dificultades económicas.
Era surrealista pensar que Penny había sufrido tanto mientras él, completamente ignorante de la situación, seguía adelante con su vida. Mientras él reía, se divertía, salía con otras chicas y hacía sus prácticas en Dallas, Penny había tenido que afrontar sola todas las decisiones y responsabilidades que debían haber compartido los dos. Y que ella sola había tomado la decisión de dar el bebé que llevaba dentro, que también era de Matt, a alguna otra pareja.
Debería haber estado allí.
Pensó que quizás ayudando a Annie consiguiera aliviar su conciencia en parte. Se preguntó si ésa sería la razón por la que se había propuesto cuidar de ella. Quizás estuviera complicándose tontamente la vida al meterse de forma voluntaria en esa situación tan complicada, pero sentía la necesidad de luchar por el bienestar de los bebés. Eso lo tenía muy claro. Y si tenía que convertirse en su ángel de la guarda, lo haría sin pensárselo dos veces.
Arrancó el coche y comenzó a conducir. Pero su pensamiento seguía en el mugriento edificio donde Annie tenía su apartamento.
Capítulo 3
ANNIE abrió los ojos de repente. Se quedó muy quieta en la oscuridad de la habitación, intentado adivinar qué había sido lo que la había despertado. Quizás un grito o un disparo. Era lo habitual en ese edificio. Lo descubrió al poco tiempo de mudarse a la fría y húmeda habitación que alquilaba.
Sonó un golpe y un grito en el pasillo. Intentó relajarse. Eran los mismos de siempre: la pareja del apartamento de al lado. Cada dos por tres ella tiraba las cosas de su pareja por la ventana y él subía hecho una furia y aporreaba la puerta de su piso cuando ella le negaba el paso. Sabía que gritarían durante horas, como muchas otras noches. Entonces ella le dejaría entrar y comenzarían a tirarse los platos a la cabeza y a gritar. Lo más surrealista era que, después de la pelea, llegaba la reconciliación. Y eran tan ruidosos haciendo el amor como peleándose.
En el piso que estaba al otro lado del de Annie alguien puso la música muy alta. Parecía música de algún exótico país. Sabía que lo hacían para no oír a los otros pelearse, pero aquello era casi peor. Gimiendo, colocó la almohada sobre su cabeza. «¿Cómo voy a empezar en un trabajo nuevo mañana si ni siquiera me dejan dormir tranquila?», pensó molesta.
Algo chocó contra la pared e hizo que se sobresaltara aún más. Aquello era inadmisible. Peor aún, era espeluznante. Tenía el presentimiento de que cualquier día iba a ocurrir algo grave de verdad. Matt tenía razón. Tenía que encontrar otro sitio, pero no sabía cómo. Sólo tenía dinero suficiente para ir tirando. Lo mínimo para comer y pagar el alquiler. Eran tiempos duros.
La mujer gritó de nuevo y Annie se estremeció. Aquello era insoportable. Lo peor era no saber si debería llamar a la policía de nuevo o no. No sabía si gritaba de verdad o lo estaba usando como arma contra su novio. No creía que pudiera aguantar más.
De repente oyó otra voz y Annie levantó la cabeza para oír mejor. Los gritos subían de tono y los golpes sonaban como si hubiera una pelea allí en toda regla. Y de pronto no se oyó nada más. Sólo silencio.
Se incorporó extrañada de que parara todo de repente. Aquello era nuevo.
Alguien llamó a su puerta, lo que hizo que saltara de la impresión. Su corazón latía con tanta fuerza qué le dolía el pecho. Cerró los ojos un segundo para recuperarse, salió de la cama y se acercó en silencio hasta la puerta. Escuchó, intentando averiguar quién sería el individuo que estaba al otro lado. Quizá fuera el hombre de al lado o la mujer que había estado chillando toda la noche. O a lo mejor la otra voz que había escuchado en el pasillo minutos antes.
– ¿Annie? ¿Estás ahí? ¿Estás bien?
Tardó unos segundos en darse cuenta de que se trataba de Matt Allman. Cuando lo hizo la invadió una gran alegría.
– ¿Matt? -dijo ella mientras corría los cerrojos y abría la puerta-. ¿Qué haces aquí?
Verlo allí la hizo sentir muy bien. Parecía tan guapo, alto, fuerte y viril… Era justo lo que necesitaba en ese momento. Se sintió tan aliviada que hizo algo completamente inesperado y ridículo. Se echó a sus brazos.
Sólo duró unos segundos. Rápidamente se recompuso y se separó de él. Todo fue muy rápido, pero el recuerdo de sus brazos alrededor de su casi desnudo cuerpo dejó en Annie una gran impresión.
– ¿Qué haces aquí? -preguntó entrando de nuevo en el apartamento.
Aún estaba medio dormida y pensó que quizá fuera sólo una aparición. A pesar de que el tacto de sus brazos, fuertes y protectores, había sido muy real y aún perduraba en su piel.
– He venido a buscarte -le respondió con calma-. Recoge tus cosas. Nos vamos.
– No… -comenzó a decir, perpleja-. No puedo irme ahora en mitad de la noche…
– Pues recoge deprisa antes de que se haga más tarde -repuso él de forma algo brusca.
Matt echó un vistazo al pasillo y volvió su mirada de nuevo hacia ella, sin que se le pasara por alto cómo su esbelto cuerpo se adivinaba a través del ligero camisón de encaje.
– Déjame pasar, te ayudaré con las cosas.
Annie sabía que no era inteligente dejar que pasara a su piso en plena noche. La manera en que acababa de mirarla le recordó lo transparente que era su camisón. Y hasta una mujer embarazada podía resultar tentadora con una prenda así y a altas horas de la madrugada.
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