– Mille está en el despacho -les informó Nina- Está repasando la contabilidad. Así que yo no me acercaría por allí -advirtió con un guiño-. Al menos hasta que haga cuadrar las cuentas.

– Me temo que voy a tener que arriesgarme a que me arranque la cabeza -repuso Matt divertido-. Necesito hablar con ella -añadió mientras ayudaba a Annie a sentarse-. Yo tomaré café y huevos revueltos, por favor. Annie, voy a hablar con Millie. Te quedas aquí, ¿verdad?

Annie asintió. Si quería ser él quien informara a Millie de que iba a perder una camarera sin haberla avisado con antelación, ella estaría encantada. Más adelante le tocaría a ella dar explicaciones y no iba a ser nada agradable. A lo mejor Matt podía allanarle el camino.

Lo observó mientras cruzaba el comedor y saludaba a varios de los clientes. Todo el mundo conocía a los Allman. Eran como la familia real del pueblo o algo así. Fuera como fuese, el caso era que verlo hablar con todos y ser tan popular le producía escalofríos. Algo que habría preferido no sentir.

Antes de entrar en el despacho de Millie se giró hacia ella, sorprendiéndola mientras lo observaba. Tragó saliva y soportó su penetrante mirada durante unos segundos. Después, se volvió de nuevo y entró en el despacho.

Annie se dejó caer en el asiento mientras sacudía la cabeza. Había sido una metedura de pata, no podía dejar que algo así pasase de nuevo. Matt iba a hacerse una idea equivocada y eso sería un desastre.

– Annie -dijo alguien a su espalda-. Sabía que te encontraría aquí.

Capítulo 5

ANNIE levantó la mirada y vio a Josh McLaughlin, sonriente y con su bebé de año y medio en los brazos. Volvió la mirada hacia la puerta que acababa de atravesar Matt, contenta de no verlo por allí. No le gustaría estar presente en un encuentro entre un Allman y un McLaughlin.

Concentró su atención en Josh y se levantó para tomar al bebé.

– Ven aquí, preciosa -le dijo. La niña era redonda y blandita como un oso de peluche. Su carita estaba rodeada de rizos pelirrojos.

– Te he echado de menos toda la semana, gordita.

Josh rió al ver a la pequeña Emily haciendo ruidos y gorjeos de felicidad. Extendió su manita para intentar agarrar la nariz de Annie.

– ¿No trabajas hoy? -le preguntó Josh.

Annie lo miró, estudiando al hombre que posiblemente era su hermanastro. Era alto y esbelto como un corredor de fondo. Su pelo era rubio oscuro y lo llevaba siempre despeinado, por mucho que Cathy, su mujer, se empeñara en mejorarlo.

– Soy un granjero -era siempre su contestación-. Deberías estar contenta de que no lleve unas espigas detrás de las orejas.

A Annie le encantaba verlos juntos. Formaban una pareja perfecta. Cathy llevaba su pelo rubio muy corto y bien peinado. Era una mujer muy elegante, a pesar de que pasaba mucho tiempo trabajando en el campo con su marido. Era muy buena con los caballos. En la actualidad se estaban especializando en la crianza de caballos de raza árabe. Eran un buen equipo pero, sobre todo, una buena familia. Su relación había conseguido que Annie volviera a creer en la existencia del amor verdadero y de que éste podría durar mucho tiempo si se cuidaba y alimentaba día a día. Y la preciosa Emily venía a completar su felicidad a la perfección. Era una delicia trabajar para ellos.

Recordó lo nerviosa que había estado la primera vez que había conducido hasta el rancho para la entrevista de trabajo. El paisaje le había despertado viejos recuerdos de su infancia, lo que había hecho aún más duro el trayecto. En muchos aspectos, era como si estuviese volviendo a casa, aunque no sabía si iba a ser bienvenida allí. Además, tampoco sabía qué iba a hacer cuando estuviera allí. Se preguntaba si lo mejor sería decirle a Josh cuanto antes que compartían un padre o si sería mejor que intentara conseguir el empleo y esperar a que llegara el momento oportuno. Pensó que quizá la mirara y supiera de inmediato que era su hermana.

Pero no había ocurrido así. Si su parecido hubiera sido tan obvio, alguna otra persona se habría dado cuenta. Esperaba que hubiera química entre ellos y no la echaran con cajas destempladas del rancho.

Había llamado a la puerta con las rodillas temblando y conteniendo el aliento mientras oía cómo alguien se acercaba a abrir. La puerta se había abierto y había aparecido Josh. Desde luego, ni la había reconocido ni había sospechado nada, pero entre los dos hubo una conexión inmediata, aunque no en un sentido romántico. Le sonrió y abrió la puerta de par en par para dejarla pasar. Annie supo en ese momento que el trabajo era suyo.

Se preguntaba si Josh se daría cuenta de las similitudes entre los dos. Annie descubría más detalles comunes cada día. Sus bocas se torcían hacia el mismo lado cuando sonreían. Lo más seguro era que él no sospechara nada. Temía su reacción cuando por fin le contara la verdad, no quería ni pensar en ello. Su relación era tan buena por el momento que no quería correr el riesgo de arruinarla. Todavía no.

– La verdad es que no voy a volver a trabajar aquí -le explicó mientras abrazaba a Emily-. Parece que voy a conseguir otro empleo.

– ¿Vas a poder seguir trabajando con nosotros los jueves? -preguntó él algo preocupado.

– Desde luego -dijo ella.

Aunque la verdad era que aún no se lo había comentado a Matt y no sabía cómo se lo tomaría al saber que era un McLaughlin para quien trabajaba.

– Fenomenal -dijo aliviado mientras tomaba de nuevo a Emily-. Sólo me había pasado de camino a la tienda porque Cathy me pidió que te pidiera que fueras una hora antes este jueves. Quiere que la acompañes, si puedes, a los Estudios Graban para hacerle unas fotos a Emily.

– Muy bien. Será divertido.

– Sí, seguro -dijo él con una mueca-. Ya veremos qué tal se porta.

– Estoy segura de que Emily tiene talento para posar, ¿verdad, mi amor?

Emily rió de nuevo y Josh le pidió que dijera adiós a Annie.

– Bueno, te veo el jueves -se despidió él.

– Muy bien. Hasta luego.

Matt apareció en ese momento. Justo a tiempo para observar como se alejaba Josh.

– ¿No era ése Josh McLaughlin? -preguntó con brusquedad.

Annie asintió.

– No sabía que os conocierais -dijo con el ceño fruncido, tal y como se esperaba de un Allman ante la presencia de un McLaughlin y viceversa-. ¿Qué quería?

Por suerte, Nina apareció en ese momento con el café y huevos para dos y no tuvo que contestarle. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero no estaba aún preparada. El bebé estaba dando patadas, lo que la dejó casi sin aliento. Puso su mano donde presentía que estaba el pie del niño, intentando así apaciguarlo.

– ¿Has hablado con Millie? -preguntó intentando cambiar de tema.

– Sí, se lo he dicho. Siente perderte, pero lo ha entendido, sobre todo después de lo que ocurrió ayer. Espera que te vaya muy bien -le contó él mientras extendía mantequilla en su tostada-. Le gustaría que te pasaras hoy a verla cuando tengas tiempo.

– Claro. Ya había pensado en hacerlo.

– Pero no dejes que te convenza de nada.

Annie lo miró. Sentía muchas cosas muy distintas al mismo tiempo. Le gustaba Matt, pero tenía miedo de depender de él.

Se preguntaba por qué estaba siendo tan amable con ella. Cualquier otro hombre habría levantado ya sus sospechas, aunque ya las había tenido cuando la había sacado de su apartamento en mitad de la noche. Pero ahora, y a pesar del beso, estaba segura de que no tenía oscuras intenciones.

Quizá fuera sólo un médico extremadamente concienzudo, preocupado por el bebé y por lo que ella estaba comiendo y haciendo durante la gestación. Quizá hubiese algo de eso, pero había algo más. Algo que conseguía conmoverlo en sus entrañas. Quizá fuese el hecho de que iba a entregar al bebé en adopción. Porque palidecía cada vez que salía el tema. Se preguntó si intentaría convencerla para que no lo hiciera.

Pero ahí estaba el problema. No podía ponerse en una situación en la que fueran otras personas las que le dijeran lo que debía o no debía hacer sólo porque ella se sintiera agradecida con ellas.

Tenía que ser fiel a sí misma, aunque para ello tuviera que prescindir de Matt y de su ayuda.

– ¿Sabes, Matt? -comenzó con cuidado-. Agradezco mucho lo que estás haciendo por mí, pero soy yo la que tiene que tomar las decisiones sobre mi vida. Voy a ir contigo y ver qué tal es el trabajo que me ofreces. Pero no puedo prometerte nada. Quizá no lo acepte y tenga que buscarme otra cosa.

Matt la miró intentando contener su desazón. Annie parecía no entender que todo lo hacía por su bien y el del bebé. Parecía seguir cuestionando sus intenciones.

Pero se dio cuenta de que no era así. Vio en sus ojos que lo que sentía era preocupación e incluso miedo. Le habían hecho daño en el pasado y no quería volver a confiar en nadie. De nada serviría que se enfrentara con ella, sólo haría que las cosas empeoraran.

La siguió mirando y se relajó. Había algo en ella que lo emocionaba de verdad. Parecía pequeña y vulnerable. Estaba embarazada y sola. Pero era valiente y defendía con uñas y dientes sus valores y sus decisiones. Había conseguido tocar su corazón de una manera muy especial. Pensar en ella le hizo recordar a Penny.

– Annie -dijo mientras tomaba su mano ante la sorpresa de ella-. Háblame del padre del niño. ¿Qué pasó?

Se quedó mirándolo y, de pronto, sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¡Vaya! -exclamó ella usando una servilleta para secar sus ojos-. Nunca me había pasado esto. Nunca lloro.

– Llora todo lo que quieras -la animó mientras apretaba con fuerza su mano-. Desde este rincón del restaurante no te ve nadie. Así que si necesitas llorar…

– ¡No! -dijo ella apartando su mano y mirándolo a través de las lágrimas-. No quiero tu compasión ni la de nadie. Eso es lo que me hace llorar.

Matt se echó hacia atrás en la silla y sonrió.

– De acuerdo, no volveré a apiadarme de ti.

Annie respiró profundamente, aún temblando, y lo miró a los ojos.

– Perfecto. Espero que así sea.

Se aclaró la garganta e intentó cambiar las lágrimas por una sonrisa sin mucho éxito. Resultaba tan cómica que Matt fingió concentrarse en la comida para no reírse en su cara.

– Escucha, Annie. Olvida lo que te he preguntado. Si no puedes hablar de ello…

– Sí que puedo -repuso con fortaleza-. Sólo necesito un momento -dijo antes de tomar un sorbo de café y mirarlo desafiante-. Conocí a Rick cuando estaba estudiando Enfermería. Nos conocimos en la cafetería de la escuela. Me choqué con él y mi gelatina de limón cayó al suelo.

Annie hizo una pausa y Matt asintió para mostrarle su apoyo. Tenía la mirada perdida en el pasado, quizás intentando comprobar si seguía sintiendo lo mismo, si su memoria no la traicionaba. Matt se alegró de que se hubiera decidido a contarle la historia, en vez de intentar salir del paso con sus habituales sarcasmos. Se sintió sobrecogido al reconocer que tenía el insaciable deseo de conocerla mejor. Quería saber dónde se había criado, cómo era su familia, qué experiencias la habían convertido en la mujer que era entonces.

No estaba seguro de por qué se sentía así. Pero mucho se temía que tuviera que ver con el hecho de que no hacía otra cosa que pensar en el sabor de su boca cuando la había besado inesperadamente la noche anterior. Intentó quitarse aquello del pensamiento para prestar atención a cada detalle de la historia que iba a contarle.

– Rick me ayudó a recoger la gelatina y nos estuvimos riendo un buen rato. Después insistió en invitarme a comer en un buen restaurante para resarcirme por aquello -dijo Annie sonriendo al recordar aquel momento-. Era muy distinto a los otros hombres que había conocido antes. Me enamoré de él como la estúpida colegiala que se enamora del primer chico que la besa. Ahora me doy cuenta de lo patético que fue.

– Es natural enamorarse.

– Sí, pero enamorarse de impresentables no es natural, es estúpido. Debería haberme dado cuenta. Era muy guapo, ya me había fijado antes en él. A todas las chicas del curso de Enfermería nos habían advertido que tuviéramos cuidado con alguno de los estudiantes de Medicina. Lo cual los hacía aún más apetecibles a nuestros ojos, claro.

– Claro.

Annie bebió un trago de café antes de seguir.

– Era muy interesante. No paraba de hablar de sus viajes a Europa, de yates y de gente famosa. Formaba parte de otro mundo. Uno que me era completamente nuevo y me deslumbró. No podía creerme que alguien como él me prestara atención -dijo sonriendo de nuevo-. Solía acercarse mucho a mi cara cuando hablaba conmigo, me hacía sentir como si fuera la única persona que le importara en el mundo -añadió riendo con amargura-. Pero ahora estoy segura de que su mente estaba lejos dé allí.