Conducir un vehículo con el volante a la derecha no fue fácil al principio. Pero Claire se las arregló para llegar hasta el pueblo. Una vez allí, decidió aparcar en el primer hueco que encontró y continuar caminando.
No tuvo ningún problema para encontrar la tienda de Sorcha, con un dragón tallado en madera encima de la puerta. Aunque Will le había dicho que estaría cerrada, intentó abrir la puerta. Sí, estaba cerrada. Miró por la ventana, pero era imposible ver nada en el interior, que estaba completamente a oscuras.
– Está en el círculo de piedras -le dijo alguien.
Claire dio media vuelta y vio a la enfermera del pueblo. Annie Mulroony, que se acercaba con dos bolsas de la compra.
– ¿La ayudo con las bolsas? -se ofreció Claire.
– No, no. Tengo el coche aquí al lado. ¿Cómo tienes la muñeca?
– Mucho mejor -contestó Claire, extendiendo la mano y moviendo los dedos-. Apenas me duele.
– Sorcha se está preparando para la celebración Samhain. Organiza un espectáculo en el círculo de piedras. Es mañana a las ocho, todo el mundo va. Se canta, se baila y se encienden hogueras.
– Quería ver su tienda.
– Seguro que viene antes de la cena -Annie se interrumpió-. ¿Cómo es que has decidido quedarte tanto tiempo? Supongo que Will te estará tratando bien.
– Sí, claro que sí.
– Es un hombre muy atractivo, ¿verdad?
Claire miró nerviosa a su alrededor. ¿Todo el mundo sabía lo que había pasado la noche anterior? ¿O serían imaginaciones suyas?
– Sí, es un hombre atractivo.
– Es un buen partido para cualquier jovencita. Yo llegué a pensar que haría una buena pareja con Sorcha. Pero mi hija es un poco… temperamental. Es un hombre muy rico, ¿sabes? Aunque no lo parezca -Annie se inclinó hacia ella-. No me gustan los cotilleos, pero en realidad esto no lo es, puesto que apareció en publicado en todos los periódicos. El caso es que Will es millonario.
– ¿Will? ¿Se ha hecho millonario con la posada?
– Inventó un programa de ordenador. Tenía una empresa en Killarney y la vendió antes de volver a la isla. Creo que esto es como un escondite para él. Supongo que se cansó de tener a todas esas mujeres detrás de él.
Claire asintió, incómoda con el rumbo que estaba tomando la conversación. Si Will tenía tantas mujeres tras él, ¿qué estaba haciendo con ella? ¿Sería para él una muesca más en el cabecero de su cama? Claire desvió la mirada hacia la biblioteca del pueblo.
– Creo que pasaré por la tienda más tarde -se despidió de Annie y continuó avanzando hasta la biblioteca.
Una vez allí, entró. Pasó por delante de la zona de los libros de ficción y de autoayuda, pero tardó varios minutos en encontrar la sección que estaba buscando.
– Historia local -dijo mientras sacaba un libro de la estantería.
– ¿Puedo ayudarte? -una mujer regordeta y pelirroja entró en aquel momento en la habitación, secándose las manos en un delantal-. Estaba preparándome una taza de té. ¿Le importaría…? Ah, eres la norteamericana. Te llamas Claire, ¿verdad? Yo soy Beatrice Fraser.
– Sí, soy Claire O'Connor, la estadounidense. Y por lo visto han debido publicar mi llegada en el periódico del pueblo. Todo el mundo parece saber quién soy.
– Bueno, no es difícil reconocerte con ese acento tan marcado. Y. créeme, la llegada de una joven atractiva a la isla nunca pasa desapercibida. ¿Te han hecho ya alguna propuesta de matrimonio? Porque si te interesa quedarte en la isla, yo soy la casamentera del pueblo, además de la bibliotecaria.
– Estás de broma, ¿verdad?
– La población de Trall lleva treinta años reduciéndose, no bromeamos con ese tipo de cosas. Pero bueno, supongo que no te dejarás impresionar por ninguno de nuestros solteros, sobre todo después de haber visto a Will Donovan. Es un hombre muy guapo, ¿verdad?
Claire se sonrojó violentamente. Necesitaba cambiar de lema cuanto antes.
– Estaba… estaba buscando una guía sobre la isla.
– Las guías están en la mesa de al lado de a puerta. Cuestan tres euros veinte.
Claire había hojeado la guía de la isla la noche anterior en la posada mientras esperaba a Will, y en ella no decían nada del manantial.
– En realidad, estaba buscando información sobre el manantial del Druida. Mi abuela me ha hablado de él. Estuvo en la isla hace cincuenta años y bebió agua de ese manantial.
– Ah, ese manantial es el principal atractivo para los turistas.
– Esperaba poder encontrarlo, pero nadie sabe dónde está.
– ¿Y eso te sorprende? Aquellos que odian ver a los turistas por toda la isla preferirían que la leyenda se olvidara. Y los que dependen de la leyenda prefieren mantener el misterio. Si todo el mundo supiera dónde está el manantial, irían hasta allí, llenarían sus cantimploras y se marcharían.
– Entonces, ¿no vas a decirme dónde está?
– Por supuesto que no. Pero en la biblioteca hay una gran colección de guías antiguas. También puedes consultar los libros de viaje -Beatrice le guiñó el ojo-. Y ahora, creo que voy a tomarme ese té. ¿Quieres una taza?
– Sí -contestó Claire con una sonrisa-, me encantaría.
Una hora y dos tazas de té después. Claire tenía la respuesta o al menos, las pistas que podían llevarla basta el manantial. Se guardó el mapa que había garabateado precipitadamente y volvió al coche. Llevaba consigo una botella por si encontraba el manantial. En cuanto hubiera conseguido llenarla, habría completado su misión.
Claire se sentó en el coche, aferrándose con fuerza al volante. Conseguiría lo que había ido a buscar y podría marcharse. Pero el caso era que no quería irse. Todavía no. Pensar en regresar a Chicago le hacía sentir un extraño vacío.
Gimió suavemente, se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza en el volante. Las imágenes de Will Donovan inundaban su mente e intentó apartarlas. Había ocurrido algo extraño entre ellos la noche anterior, una especie de conexión mágica que Claire todavía no estaba dispuesta a olvidar.
Suspiró. ¿De verdad había estado enamorada de Eric? Porque la verdad era que le había olvidado muy rápidamente. Le bastaba pensar en el atractivo irlandés al que había conocido la noche anterior para gemir de placer. Y si encontraba el manantial, ya no tendría ninguna excusa para quedarse y disfrutar de los placeres que Will le ofrecía.
Una llamada a la ventanilla del coche la sobresaltó. Claire se volvió en el asiento y descubrió a un joven que la saludaba y sonreía mostrando todos sus dientes. Claire pulsó el botón para bajar la ventanilla.
– Hola -le saludó.
– ¿Tú eres la estadounidense?
– Sí.
– ¿Te gustaría cenar conmigo esta noche?
– Yo… no te conozco.
El joven le tendió la mano a través de la ventanilla.
– Derrick. Soy Derrick Doly, el encargado de la gasolinera de la isla. Si necesitas que te arreglen el coche, yo soy tu hombre. Me gano bien la vida. Y te sería fiel.
Claire abrió los ojos como platos.
– Yo… agradezco la invitación. Derrick, pero… -tomó aire-, la verdad es que me iré de la isla dentro de unos días y no me gustaría… romperte el corazón.
– Oh, no me lo romperás. Tengo un corazón muy duro.
– Bueno, quizá podría cenar contigo, pero con una condición. ¿Sabes dónde está el manantial del Druida?
– Claro que sí, casi todo el mundo en la isla lo sabe. O dice que lo sabe.
– ¿Y te importaría enseñármelo? Derrick frunció el ceño.
– Bueno, yo… No estoy seguro de que deba. Es un secreto muy buen guardado. Y no me gustaría ser el primero en sacarlo a la luz.
– Y yo no tengo planes para esta noche -dijo Claire, suspirando con dramatismo.
– Bueno, supongo que no tiene por qué hacer ningún daño, siempre y cuando me prometas no decírselo a nadie.
Claire sonrió.
– Prometido.
Cenar con Derrick era un precio muy bajo a pagar a cambio de encontrar el manantial. Comería algo con él a primera hora y después volvería a la posada para cenar con Will. Y no se marcharía de Trall sin el agua.
Capítulo 4
Will había estado esperando a Claire durante casi tres horas. Como no había vuelto tras la puesta del sol, había llamado al pub. Allí le habían dicho que llevaba una hora en el pub, tomando una copa con Sorcha, Derrick Dooly y un puñado de solteros de la isla.
Will había decidido continuar esperándola, pero a medida que avanzaba la noche, aumentaba su preocupación al imaginarla conduciendo por los estrechos caminos de la isla.
Así que al final, agarró unas llaves del mostrador de recepción y se dirigió a la parle posterior de la casa, donde tenía aparcado un Mercedes. Aquel coche era una de las pocas cosas que había conservado de su antigua vida: el coche, la cama y una casa a las afueras de Killarney.
Había habido una época en la que se había considerado a sí mismo el más afortunado de los hombres. Su interés por los ordenadores se había convertido en pasión por el desarrollo de nuevos programas: había conseguido elaborar un programa de reconocimiento facial y había creado una empresa que le había hecho millonario de un día para otro. Durante tres años, había sido el niño prodigio de los ordenadores en Irlanda. La gente había comenzado a llamarle el Bill Gates de Irlanda, una referencia que había llegado a odiar.
Y un buen día, había recibido una llamada de un gigante empresarial interesado en quedarse con su empresa. Cuando le habían ofrecido la cantidad que él consideraba suficiente, había vendido su empresa. En un primer momento, había pensado en fundar una nueva empresa, más grande y mejor que la primera. Pero tras pasar unos meses alejado de la responsabilidad de dirigir un negocio, había comenzado a darse cuenta de que no quería regresar a esa vida. Cuatro años después de la venta de la empresa, vivía en una tranquila isla, dirigiendo un negocio familiar y aceptando de vez en cuando algún contrato como asesor.
Tenía dinero suficiente para vivir, pero había dejado su vida en espera, aguardando a que sucediera algo interesante. Y de pronto, por primera vez desde hacía arios, volvía a sentir algo… Aunque no estaba seguro de lo que era.
Encontró la camioneta aparcada cerca del pub. Entró y buscó con la mirada en aquel ambiente cargado de humo. No tardó en ver a Claire jugando a los dardos y rodeada de un grupo de hombres, Sorcha estaba cerca, bromeando con ella.
Will esperó un rato antes de abrirse paso entre la multitud que abarrotaba el pub para acercarse a Sorcha.
– ¿La has emborrachado?
– ¡William! Así que has decidido venir a apoyar a Claire, Derrick está dispuesto a hacerte sudar tinta. Y no seas tonto. No la he emborrachado. Se ha emborrachado ella sola.
– Voy a llevármela ahora mismo a la posada.
Sorcha se encogió de hombros.
– Sí, probablemente sea lo mejor. Un martini más y tendrás que llevártela en brazos.
Will se acercó a Claire y le agarró la mano.
– Hora de marcharse.
– ¿Ya? -preguntó Claire.
Los hombres gimieron disgustados mientras Will dejaba diez euros en la mesa.
Claire se volvió hacia Derrick y le dio un fuerte abrazo.
– Gracias por la cena -le dijo-. Y no te preocupes. Estoy segura de que encontrarás una chica encantadora con la que casarte.
Will la agarró de la mano y tiró de ella hacia la puerta. Claire se volvió para despedirse de sus nuevos amigos y, a los pocos segundos, estallan los dos de nuevo en la calle. Will la ayudó a sentarse en la camioneta y se colocó después tras el volante.
– Son encantadores -dijo Claire-. ¿Por qué no pueden ser todos los hombres tan encantadores como los de aquí? He recibido tres propuestas de matrimonio y Beatrice Fraser ha dicho que podía conseguirme tres más -suspiró con dramatismo-. Cuánto me gustaría casarme algún día.
Will frunció el ceño mientras ponía el coche en marcha. Obviamente, el alcohol le había soltado la lengua. Y las emociones, pensó al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.
– ¿Estás llorando?
– No -musitó.
– ¿Qué le pasa? ¿Sorcha te ha dicho algo que te haya hecho daño?
– Me ha dicho que me merezco algo mejor -respondió Claire, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.
– ¿Mejor que yo?
– No. Mejor que él.
– ¿Mejor que quién?
– Que Eric. Mi prometido.
– ¿Estás prometida? -había estado a punto de quedarse sin respiración.
– Sí. Quiero decir, no. Pensaba que lo estaba, pero… Oh. Dios mío, no me encuentro bien -abrió la puerta del coche y salió tambaleándose…
Will la vio inclinarse a un lado de la carretera y vomitar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que él se había emborrachado y se preguntaba hasta qué punto sería Claire capaz de recordar su conversación al día siguiente.
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