– Tú decides -bromeó ella-. O yo, o los bizcochos de pasas y mantequilla.
– Tú -respondió Will sin vacilar.
– ¿Yo o un bizcocho recién salido del horno?
Aquella vez Will se lo pensó durante varios segundos.
– Es una elección difícil. ¿Has dicho recién salido del horno?
Claire le golpeó el hombro suavemente. ¿Cómo era posible que se sintiera tan cómoda con un hombre al que sólo hacía un par de días que conocía? ¿Sería porque no tenían ningún futuro del que preocuparse?
– Si eso es lo que has decidido, entonces te dejo con tus bizcochos.
Will tensó la mano sobre su cintura cuando Claire intentó alejarse. La alzó, la sentó en la encimera, se colocó entre sus piernas y comenzó a desabrochar lentamente los botones de la blusa.
– No puedo tomar una decisión sin haberte probado antes -dijo.
Posó los labios en la base del cuello y fue descendiendo a medida que iba desabrochándole la blusa hasta llegar al sujetador. Una vez allí, desabrochó el sujetador y continuó bajando hasta el último botón de la blusa. Cuando terminó, estrechó a Claire contra él.
– Te prefiero a ti -susurró.
– Me alegro de saberlo -respondió Claire.
– Ahora mismo, no se me ocurre nada que pueda gustarme más.
Con una risa ronca. Will la tumbó en la mesa y se tumbó encima de ella de manera que sus caderas quedaran en contacto.
Claire se olvidó inmediatamente del estómago revuelto y del dolor de cabeza. Aunque el remedio de Will había sido en gran parte responsable de su mejoría, aquel encuentro le devolvió el color a las mejillas.
Él posó las manos a ambos lados de su cabeza y se inclinó como si pretendiera besarla. Pero se limitó a deslizar la lengua a lo largo de sus labios y a retroceder. Todos los esfuerzos de Claire por capturar su boca en un beso fueron en vano, hasta que, desesperada, hundió la mano en su pelo y le obligó a acercar sus labios.
Will gimió mientras la besaba, la conexión entre ellos fue tan inmediata e intensa que Claire se quedó sin respiración. Quería desnudarse y entregarse a todas sus fantasías sexuales. Sólo era capaz de pensar en acariciar a Will mientras tiraba frenéticamente de sus ropas.
El hecho de que estuvieran en medio de la cocina añadía un peligro a la situación que Claire descubrió excitante.
Deslizó las manos bajo la camiseta de Will para acariciarle los músculos de la espalda. Pero para Will no fue suficiente y, rápidamente, se arrodilló y se quitó la camiseta.
Claire ya le había acariciado en otra ocasión, se había perdido en la belleza de su cuerpo y se preguntaba por lo que sentiría al rendirse por completo a su deseo.
Y surgió entonces una duda. ¿De verdad estaba preparada para aquello? Si hacían el amor, podría cambiar definitivamente su relación. Podría querer de Will algo más que una o dos noches de pasión. Claire decidió ignorar el primer pensamiento práctico que la había asaltado desde que había llegado a Irlanda. Deseaba a Will y en aquel momento no le importaba lo que pudiera ocurrir después.
– Tengo que reconocer -musitó Will- que cuando compré esta mesa no imaginaba que la usaría de este modo. Pero esto sí lo he imaginado -deslizó la mano desde sus senos hasta su vientre.
– ¿Habías imaginado esto?
– Desde que te vi entrar empapada en la pensión.
– Demuéstrame cómo lo imaginabas.
Will se tumbó a su lado, apoyando la cabeza en la mano, y deslizó los dedos sobre sus senos en una tentadora caricia. Volvió a besarla, se levantó de la mesa y le tendió la mano.
– Ven conmigo.
– ¿Adónde vamos?
– A un lugar mucho más cómodo que esta mesa -la agarró de la cintura, la deslizó al borde de la mesa y la colocó de nuevo entre sus piernas.
Deslizó las manos por sus muslos, le hizo rodearle la cintura con las piernas y la levantó en brazos.
Se dirigió entonces hacia una puerta que había en la cocina con un letrero en el que decía «privado». La abrió de una patada y accedieron a un cómodo cuarto de estar, perfectamente amueblado, con un aparato de música y estanterías llenas de libros.
– Me preguntaba dónde vivirías -dijo Claire, mirando a su alrededor.
Will cruzó la habitación para acceder a otra ocupada en gran parte por una enorme cama.
– Esto fue lo que me imaginé. A ti en mi cama.
Claire enterró la cabeza en el cuello de Will. Estaba con Will y aquél era el lugar en el que él vivía. Allí pasaba las noches, solo en una enorme cama.
Una cama casi tan alta como la mesa de la cocina, de modo que cuando Claire se sentó en el borde del colchón, las piernas le quedaban a la altura del torso de Will.
Le rodeó el cuello con los brazos y él besó sus senos, acariciando con la lengua cada pezón.
Aunque con el pulso acelerado. Claire se sentía envuelta en una agradable languidez. Era como si Will y ella estuvieran solos en la isla. Sabía que el mundo real se interpondría entre ellos en cuanto llegaran los huéspedes. Pero, de momento, lo tenía para ella sola.
Le quitó la blusa y el sujetador y se deshizo rápidamente de los vaqueros. Claire cerró los ojos y dejó que la sensación de sus manos sobre su piel inundara sus sentidos.
Parecía fascinado con su cuerpo, dispuesto a memorizar cada centímetro de su piel, cada una de sus cunas. Sus labios seguían los caminos que abrían sus manos y, cuando llegó a su vientre, la tumbó en la cama y deslizó los dedos por la cintura de las bragas. Se las quitó también, pero él no parecía tener ninguna prisa en desnudarse. Aun así, llevaba desabrochados el bolón de los vaqueros y la cremallera, de modo que Claire podía ver su erección presionando la tela.
Will continuó besando la parte interior de sus muslos. Ella sentía el calor de sus labios sobre su piel, la huella de fuego que dejaba su lengua. Cuando Will le alzó las piernas. Claire supo inmediatamente lo que quería. Pero todavía no estaba preparada para soportar el impacto de sus labios sobre su sexo.
En el instante en el que Will comenzó a saborearla con la lengua. Claire gimió. Al principio, ni siquiera era capaz de respirar. La intensidad de su reacción le robaba el aire de los pulmones. Mecida en las comentes de placer que atravesaban su cuerpo, alargó las manos para hundirlas en el pelo de Will.
Éste sabía exactamente lo que estaba haciendo, sabía cómo buscar el máximo efecto. Claire intentaba continuar aferrándose a la realidad, pero no tardó en descubrirse completamente perdida en la niebla del deseo. Anhelaba sentir a Will dentro de ella, pero no tenía control alguno sobre la situación.
Will controlaba su pulso y su respiración, sus estremecimientos y temblores. Claire jamás había sentido nada tan intenso como aquella lenta seducción. Y cada vez que llegaba al límite, al borde del orgasmo, Will retrocedía.
Pero entonces, volvió a acariciarla, y el deseo estalló con toda su fuerza. Claire musitó su nombre, suplicándole en silencio la satisfacción completa. En aquella ocasión, Will no se detuvo y cuando notó que estaba a punto de desbordarse, la ayudó a llegar hasta al final, dejando que la arrastraran olas de intenso placer…
Cuando cedió el orgasmo, Will se tumbó con ella en la cama y la estrechó contra él. Claire cerró los ojos, completamente saciada, adormilada casi por el placer. Will la había tocado de la manera más íntima, pero ella no había sentido inhibición alguna. De hecho, le había gustado que Will tomara de esa forma su cuerpo.
¿Tendría ella el mismo poder sobre él? Acababan de dar un paso más hacia un acto que en aquel momento parecía casi inevitable. Claire sabía que no podía permitirse el lujo de enamorarse de Will, y hacer el amor podría significar el final definitivo de su resolución.
No sabía si podía confiar en sí misma, en su capacidad para controlar su corazón. Ni si podía confiar en él. Ni lo que Will esperaba de ella. Suspiró suavemente cuando sintió sus brazos alrededor de la cintura. Era tan fácil olvidarse de Eric cuando estaba con Will, imaginar que podrían llegar a compartir un futuro.
A lo mejor había llegado el momento de regresar a casa, antes de que le resultara imposible marcharse de la isla. Claire hundió los dedos en el pelo de Will. Ya pensaría en ello al día siguiente. Aquel día, se entregaría completamente a él.
Will miró el reloj de la mesilla de noche. Eran casi las doce y los huéspedes comenzarían a llegar en menos de una hora. Si se levantaba en aquel momento, tendría tiempo de ayudar a Sorcha y de regresar para recibir a los huéspedes.
Tomó aire y cerró los ojos. Cuando había mezclado el agua del manantial con el remedio para la resaca, no esperaba que funcionara. Había sido un experimento estúpido. Pero después de lo que había pasado entre Claire y él, estaba empezando a creer en la magia de Sorcha.
Maldijo para sí. No, era absurdo. Desde que Claire había llegado a la posada había habido química entre ellos. No era magia, sino pura y simple lujuria. Y Will no estaba seguro de que debieran seguir avanzando en su relación.
No había nada que deseara más que hacer el amor con ella, que perderse en su interior. Pero no podía olvidarse del mundo real. Durante los últimos días, había estado viviendo una fantasía. Pero Claire se marcharía antes o después.
Era tan fácil desearla… Cuando le miraba, no veía en él dinero, poder, o la posibilidad de una vida cómoda. Le veía tal y como era. Con Claire, no tenía que cuestionarse sus intenciones y por eso le resultaba tan fácil estar a su lado.
Le apartó un mechón de pelo de la mejilla y la besó en la frente. Claire se estiró en la cama y abrió los ojos.
– Tengo que irme -susurró Will-. Si no me voy ahora, Sorcha me matará. Y quiero volver a tiempo de recibir a mis huéspedes.
Claire asintió y se levantó de la cama.
– Podría ayudarte -dijo mientras se ponía la camisa-. O ayudar a Sorcha, mejor dicho. ¿Cuánto tiempo nos ahorraríamos si fuera yo a ayudarla?
Will sonrió.
– Media hora, cuarenta y cinco minutos como mucho.
– Podemos hacer muchas cosas en cuarenta y cinco minutos.
Will gimió suavemente mientras la tumbaba de nuevo en la cama, excitado ante la posibilidad de pasar varios minutos más besándola y acariciándola. Pero cuando Claire deslizó la mano desde su pecho hasta su vientre, sospechó que no bastaría con unos cuantos minutos.
Claire introdujo la mano en la cintura de sus vaqueros y rió suavemente al sentir cómo se erguía su sexo ante su contacto.
– ¿Qué haces? -preguntó Will.
– ¿Necesito explicártelo? Después de todo lo que me has hecho, pensaba que tenías mucha experiencia con las mujeres.
– Nunca había estado con una mujer como tú.
– ¿Con una estadounidense?
– No, no es eso -Claire le rodeó el miembro con la mano y Will contuvo la respiración-. Yo… yo, lo que quiero decir… Es que no había estado nunca con una mujer que me hiciera… -se interrumpió cuando Claire comenzó a acariciarle- que me hiciera sentir lo mismo que tú.
Claire se deslizó a lo largo de su cuerpo y, cuando llegó a su cintura, le bajó los pantalones y comenzó a besarle y a mordisquearle las caderas.
Will se estiró y se aferró a los postes del cabecero de la cama, dispuesto a disfrutar todo lo que pudiera. Cuando Claire le tomó por fin con los labios, cerró los ojos y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para controlar la necesidad de liberarse.
En el pasado. Will siempre había disfrutado de aquella práctica. En ocasiones, le gustaba incluso más que la penetración. Pero, por alguna razón, en aquel momento no era en su placer en lo que pensaba. Estaba pensando en Claire, en su capacidad para ofrecerse, para pensar en sus deseos sin ocuparse de los suyos. Estaba decidida a complacerle, y no había nada que Will deseara más que demostrarle que lo estaba consiguiendo.
Aunque sabía que había otros hombres en su vida, incluso un prometido, continuaba creyendo que lo que compartían era único para los dos.
Claire tiró de los pantalones, los bajó hasta debajo de sus caderas y, cuando no pudo seguir avanzando. Will la ayudó. Pero aquello sólo sirvió para minar todavía más su control. Claire continuaba acariciando su sexo, hundiéndolo y sacándolo del calor de su boca. Will sintió que comenzaba a tensarse la energía que se concentraba en su vientre y supo que estaba cerca del orgasmo. Claire también lo notó, porque, poco a poco, comenzó a aumentar el ritmo de sus caricias.
Y justo cuando Will estaba a punto de dejarse llevar. Claire se detuvo bruscamente. Will abrió los ojos y la miró.
– ¿Has oído eso?
– ¿Si he oído qué?
– Ha llegado alguien. Creo que George y Glynis han vuelto -era la pareja del día anterior.
– Diablos -musitó Will-. A lo mejor se van -esperaron en silencio, pero cuando Will oyó que le llamaban, soltó una maldición-. Supongo que no.
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