Claire sonrió y se levantó de la cama.
– Siempre podemos retomar esto más tarde.
– Para ti es fácil decirlo -bajó la mirada hacia su erección-. Me pondré un delantal en la cocina. Tú quédate aquí.
Se puso rápidamente los vaqueros y agarró una camiseta limpia. Claire parecía estar divirtiéndose con la situación.
– Lo retomaremos más tarde -le advirtió Will antes de marcharse.
Corrió a la cocina, tomó un trapo y se lo colocó en la parte delantera de los vaqueros. Encontró a la pareja de ancianos esperándole en recepción.
– Lo siento -les dijo-, no les he oído llegar. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
– Necesitamos un cubo y una pala -dijo George.
– Hemos estado en la playa y hemos visto esos cristales pulidos por el mar. Tengo un amigo que hace joyas con ellos -añadió Glynis.
– Bueno, pueden buscar en el garaje, seguro que allí encuentran todo lo que necesitan.
– De acuerdo, lo haremos.
Will los observó marcharse, corrió a la cocina y desde allí a su dormitorio. Encontró a Claire sentada en la cama, mirando una foto enmarcada.
– Es una chica muy guapa -dijo, enseñándole la foto.
– Es mi hermana -le explicó Will-. Maureen.
Le hicieron esa foto antes de casarse. Ahora tiene tres hijos.
– ¿Sólo tienes una hermana?
– Sí, ¿y tú?
– No tengo hermanas, aunque siempre deseé tener una. Pero tengo cinco hermanos.
– ¿Cinco?
– Sí, cinco chicos -le tendió la foto-. ¿Tienes más fotografías de personas que para ti sean especiales?
– Espera.
Will se acercó al salón, regresó con la cámara digital, le hizo una fotografía y se la mostró.
– Mira.
– Yo no soy tu novia ni nada parecido. Will Donovan.
– Ah, ¿quieres ver fotografías de mis antiguas amantes? Bueno, tengo un montón de cajas -bromeó.
La verdad era que no guardaba ningún recuerdo de sus relaciones anteriores. No creía que tuviera sentido una vez terminadas. Pero en aquel momento tenía una fotografía de Claire, algo que conservar cuando ella dejara Irlanda.
– ¿Qué se supone que puedo hacer por Sorcha? -preguntó Claire.
– Vuelve a la cama -le pidió Will-. George y Glynis se han ido y tenemos cincuenta minutos para terminar lo que has empezado.
– No, eso puede esperar, di me qué hay que hacer.
Will gimió.
– Hay que llevarle unas cajas que están en el garaje. Pesaban mucho, así que te ayudaré a cargarlas. Tienes que llevarlas hasta el círculo de piedras. Allí habrá gente que te ayudará a descargarlas.
Claire le tomó la mano.
– Y ahora, sigamos.
Will volvió con ella a la cama, la colocó a horcajadas sobre él y le rodeó la cintura con las manos.
– Dime una cosa -comenzó a decir-, ayer por la noche dijiste que tenías un prometido. ¿Es eso cierto?
Claire contuvo la respiración.
– Sí, lo tenía, y lo digo en pasado. Me dejó. La verdad es que no estábamos prometidos de manera oficial, pero yo estaba convencida de que iba a pedirme que me casara con él. Y me había comprado el anillo o, por lo menos, eso era lo que yo pensaba. Lo tenía todo planeado y de pronto… -se interrumpió.
– Así que eso forma parte del pasado -repitió Will aliviado-. Pero hay otra cosa que necesito saber.
– La respuesta es que no lo sé -dijo Claire.
– Todavía no te he hecho ninguna pregunta.
– Pero sé cuál va a ser. Vas a preguntarme si todavía le quiero. Y mi respuesta es que no lo sé.
– Lo que iba a preguntarte es cuánto tiempo piensas quedarte aquí -la contradijo Will.
– Vaya -se sonrojó ligeramente-. Según mi billete, tendría que marcharme hoy, pero me temo que eso no va a ser así.
Will sacudió la cabeza.
– Podías quedarte todo el fin de semana.
– No lo sé…
– No te cobraré la habitación, siempre y cuando duermas conmigo -dijo con una sonrisa-. Y si tienes que pagar más dinero por cambiar la fecha de la vuelta, también me haré cargo de ello.
– Me he quedado sin trabajo, Will. Tengo que volver y empezar a buscar. Y quieren vender el bloque en el que tengo alquilado mi apartamento, así que tendré que buscar casa y…
– No te estoy pidiendo que te quedes a vivir aquí. Sólo unos cuantos días más. No le hará ningún darla prolongar tus vacaciones.
– De acuerdo -dijo Claire no muy convencida-. Pero pagaré mi habitación.
– Sólo si duermes sola.
– ¿Y quién ha dicho que vaya a dormir contigo?
– Nunca se sabe lo que puede pasar.
Tenía tres noches más que, en aquel momento, le parecían una eternidad. Ninguno de los dos sabía lo que podría llegar pasar, y eso hacía que todo resultara mucho más excitante.
Capítulo 5
Las hogueras ardían por todo el perímetro del círculo de piedras, Claire jamás había visto ni oído nada igual: el incesante sonido de los tambores, los sonidos misteriosos de los silbatos de estaño y el remolino de melenas y túnicas blancas que seguía a Sorcha y a sus amigas mientras bailaban alrededor de un altar de piedra.
Will y ella habían llegado cuando ya había empezado la ceremonia. Él le había contado previamente que acudían todas las personas de la isla para no arriesgarse a convertirse en víctimas de la cólera de Sorcha.
Después de la primera ceremonia, pasaron un cesto que se llenó de monedas y billetes. Claire estaba asombrada por la capacidad de Sorcha para ganarse la vida con la magia, pero pronto le informaron de que el dinero que se sacaba con la fiesta de Samliain estaba destinado a comprar libros para la biblioteca.
– Esto es sorprendente -dijo Claire. Estaba sentada sobre una manta junto a Will-. Es una mezcla de Halloween y la Super Bowl.
– Es lo más parecido a un espectáculo que tenemos en Trall.
Las mujeres comenzaron a girar alrededor de las hogueras, tirando algo a las llamas desde unas cestas de mimbre.
– ¿Qué hacen?
– Samhain marcaba tradicionalmente el final de un año y el principio del siguiente. Les están agradeciendo a los dioses la bonanza de las cosechas. Y Sorcha honra también a aquellos que han muerto durante el año.
– Es muy, emocionante.
– Sí, y es bastante moderado comparado con lo que se hace en Beltane. En esa ceremonia. Sorcha y sus amigas tiran sus túnicas al fuego y bailan desnudas. No hace falta decir que vienen mucho más turistas.
– Debe de ser un espectáculo curioso.
– Deberías salir a bailar con ellas.
Claire lo miró estupefacta. Jamás se le había dado bien bailar.
– ¿Yo?
– Sí, es parte de la diversión. Sorcha dice que se supone que el baile da poder a las mujeres sobre los hombres. Y si quieres experimentar todo lo que Trall puede ofrecerte, esto debería formar parte de ello.
Claire le miró de reojo y se echó a reír. Aquello era un desafío y, aunque normalmente ella era muy tímida, quería aceptarlo.
– ¿Qué me darás si salgo a bailar?
– Dime tú el precio.
– No sé qué pedir.
– ¿Quieres tener poder sobre los hombres? Porque si es por eso, estoy dispuesto a ser tu esclavo noche y día.
– ¿Y eso qué significa? ¿Pondrás la lavadora y me harás la cama?
– Haré todo lo que quieras -respondió Will con una sonrisa traviesa.
Claire pensó en ello un momento. La oferta era demasiado buena para resistirla. Y tener a Will bajo su entero control durante veinticuatro horas sería como una fantasía hecha realidad.
– De acuerdo. Trato hecho.
Y sin más, se dirigió hacia las piedras. Unos segundos después. Will le daba alcance. La agarró de la mano y le advirtió:
– Quiero dejar una cosa clara: sólo tendrás poder sobre mí. No quiero saber nada de los otros tipos de Trall, ¿de acuerdo?
– Pero si bailo suficientemente bien, podría llegar a tener todo un harén de hombres para complacerme.
Will la hizo volverse hacia él y, un segundo después, la estaba besando. Cuando terminó, retrocedió y le dijo:
– Yo soy el único que va a complacerte, ¿entendido?
Claire contuvo la respiración ante la determinación de su mirada. Lo que había comenzado como un juego se había convertido de pronto en algo muy serio. Will ya había dejado claro lo mucho que la deseaba con cada uno de sus besos, con cada una de sus caricias, pero aquello era diferente. Era como si de pronto estuviera reclamando su cuerpo para él solo.
– ¿Entonces prometes que vas a complacerme?
A los labios de Claire asomó una sonrisa.
– Te lo prometo.
Claire se volvió y corrió hacia el círculo de piedra. En cuanto entró en el círculo luminoso del fuego. Sorcha la vio y corrió hacia ella.
– ¡Baila con nosotras! -gritó. Tomó una guirnalda de una de las bailarinas, se la colocó a Claire en la cabeza y le entregó un cesto lleno de cereales-. De vez en cuando, echa un puñado al fuego.
Claire alzó la mirada hacia la loma, pero era imposible distinguir a Will en la oscuridad. Aun así, sentía sus ojos sobre ella. Siguió a Sorcha y echó un puñado de granos a una hoguera. Estallaron inmediatamente, lanzando chispas al cielo.
Durante unos minutos. Claire se limitó a seguir a las mujeres mientras éstas rodeaban las hogueras y el altar. Pero pronto comenzó a dejarse llevar por la música. Se deshizo del gorro, la bufanda y la chaqueta y comenzó a moverse al ritmo de los tambores.
Era una sensación liberadora: cuanto más bailaba, más viva se sentía. Cerró los ojos, volvió el rostro hacia el cielo y giró. Poco a poco, fue olvidándose de todas sus inhibiciones y experimentando una maravillosa sensación de libertad, como si sus preocupaciones hubieran volado de pronto: Eric, el trabajo, su futuro. Ya nada importaba, salvo el presente, y el presente era maravilloso.
Cuando llegó a la parte de atrás del círculo. Claire se detuvo y se apoyó contra uno de los pilares de piedra, aprovechando aquel descanso para contemplar el espectáculo. Tenía las mejillas frías y su aliento se transformaba en vapor frente a su rostro. Cerró los ojos y rió ante aquella locura. De pronto, se sentía poderosa.
Claire se apartó de la piedra, dispuesta a unirse de nuevo a la danza, pero alguien la agarró de la mano y tiró de ella. El grito de Claire se fundió en el caos y, segundo después, alguien la hacía apoyarse en la parte de fuera de uno de los pilares protegidos por las sombras.
En cuanto percibió aquel aroma familiar, suspiró. Will la besó al tiempo que deslizaba las manos por su torso.
– ¿Ya he cumplido mi parte del trato? -preguntó Claire mientras él le mordisqueaba el cuello.
Sin decir nada, Will deslizó las manos bajo el jersey. Claire contuvo la respiración al sentir sus dedos fríos contra su piel caliente. Aunque la actividad en las hogueras estaba alcanzando su punto álgido y los tambores tocaban cada vez más fuerte, estaban solos entre las sombras, escondidos tras las piedras, de manera que era imposible que pudieran verlos desde el otro lado del círculo.
Will volvió a besarla, en aquella ocasión con más delicadeza, entreabriendo sus labios con la lengua.
– No me cansaré nunca de ti -musitó desesperado, restregando las caderas contra las de Claire.
Claire podría haber repelido sus palabras. También ella se sentía presa de una necesidad sobrecogedora de acariciarle, de hacerle gemir de placer. Le desabrochó el cinturón y le bajó después la cremallera de los pantalones. Cuando por fin consiguió liberarle, rodeó con los dedos su miembro erecto.
Will susurró su nombre al oído, urgiéndola a continuar y mostrándole al mismo tiempo lo mucho que le gustaba que le tocara. Los sonidos de la ceremonia parecían fundirse en la distancia mientras la pasión les envolvía. Claire era consciente de que podrían verlos, pero la noche era oscura y estaban solos.
Will alzó las manos a lo largo de su torso hasta descubrir sus senos. Un segundo después, cerró los labios alrededor de un pezón y succionó delicadamente. Claire estaba desesperada por sentir sus caricias, por sentir el calor de su boca en su piel. Enardecida, hundió las manos en su pelo y lo guió hacia el otro pezón.
El pulso le latía al ritmo de los tambores mientras le hacía alzar la cabeza de nuevo hasta sus labios para fundirse en un profundo beso. Will alargó la mano hasta la cintura de sus vaqueros, la deslizó en su interior y buscó el rincón más deseado.
Claire suspiró, sorprendida ella misma por su nivel de excitación. Se desabrochó los vaqueros y Will se los bajó sin dejar de tocarla.
Era todo tan primitivo como la música que estaban tocando; todo era instinto y placer. A Claire ya no le preocupaba que pudieran descubrirlos. Deseaba a Will, necesitaba sus manos, su boca. Sentía cómo iba acercándose rápidamente al orgasmo, pero en aquella ocasión, el orgasmo no era suficiente. Aquella vez, quería que Will estuviera dentro de ella.
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