– Hagamos el amor -musitó-. Por favor, te necesito.
Will retrocedió, enmarcó su rostro entre las manos y la miró a los ojos.
– ¿Estás segura?
– Sí -contestó.
Claire se desprendió entonces de los vaqueros y las bragas. Will agarró la manta que había dejado en el suelo y se envolvió en ella junto a Claire, proporcionándole a ésta cierta cobertura en el caso de que los descubrieran.
Un segundo después, le tendió un preservativo que sacó de la cartera. Ella se lo puso. Entonces, él le hizo apoyar la espalda en el pilar de piedra y colocar las piernas alrededor de su cintura.
Claire contuvo la respiración mientras Will iba deslizándose centímetro a centímetro dentro de ella, hasta quedar completamente enterrado. Permaneció durante largo rato sin moverse, apoyando la frente en el pecho de Claire.
Ella le rodeaba el cuello con los brazos. Will la llenaba por completo e imbuida por una deliciosa sensación de poder, se arqueó contra él, arrastrándolo más dentro de ella. Entonces Will comenzó a moverse lentamente, como si estuviera ya rozando el orgasmo. Pero ninguno de ellos quería contenerse.
Will se hundía en ella una y otra vez y Claire gritaba de placer, dejando que la noche disolviera sus gritos. Will la abrazó con fuerza y comenzó a moverse de una forma que desató un nuevo torrente de placer dentro de ella.
– Oh -gimió-. Oh, por favor.
Claire sintió cómo iba tensándose el deseo hasta estallar en un potente orgasmo. Su cuerpo se convulsionó alrededor de Will y un segundo después, éste se unía a ella.
Todo terminó tan rápidamente como había empezado, pero para Claire, aquélla había sido la experiencia más apasionante que había vivido jamás. Las rodillas de Will parecieron ceder y éste la bajó lentamente al suelo, hasta dejarla sentada sobre los pantalones que Claire se había quitado minutos antes. Él se sentó a su lado, con la espalda apoyada contra uno de los pilares de piedra, y echó la manta encima de ellos.
– Increíble -dijo Claire, cerrando los ojos y sonriendo-. Jamás había hecho nada parecido.
– Yo tampoco -le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra él.
Claire temblaba por la fuerza del orgasmo y el impacto de lo que habían compartido.
– Deberíamos irnos -sugirió Will-. Podemos continuar esto en mi cama.
– Se supone que hoy deberías ser mi esclavo.
Will se levantó, le dio la mano para ayudarla a levantarse y la sujetó mientras se vestía. Fueron a buscar la chaqueta, el gorro y la bufanda y, de la mano, llegaron hasta la camioneta de Will. Éste la ayudó a entrar, pero antes de ponerla en marcha, se inclinó hacia ella, le enmarcó el rostro entre las manos y volvió a besarla.
– Estabas preciosa bailando entre las hogueras. Jamás había visto a nadie tan adorable.
– Gracias -contestó Claire, sonrojada de placer.
Cuando entraron en la camioneta. Claire estiró las piernas y chocó contra la botella de agua que había rellenado en el manantial del Druida esa misma tarde. Cuando había ido a llevarle las cajas a Sorcha, se había dado cuenta de que estaba vacía, así que, de camino a la posada, había parado en el manantial para rellenarla.
Claire agarró la botella y miró a Will, que estaba concentrado en la carretera.
– ¿Quieres beber? -le preguntó, tendiéndole la botella.
Will la miró y sonrió.
– Claro -tomó la botella-. Gracias.
Bebió un largo trago y se la devolvió. Claire bebió también y cerró la botella con los dedos ligeramente temblorosos. Si el agua funcionaba de verdad, acababa de tomar una decisión muy importante.
Había dejado de lado todas las razones que la habían llevado hasta Trall. Había olvidado todos sus sueños de futuro. Deseaba a Will y en aquel momento, lo de menos era que su deseo durara un día, una semana o toda una vida.
Claire se acurrucó bajo el edredón de Will, escondiendo la cabeza para protegerse de la luz de la mañana. Will se había levantado al amanecer para ayudar a Katie a preparar el desayuno. Había prometido regresar en cuanto hubiera terminado de atender a los huéspedes, pero eran casi las diez de la mañana y todavía no había vuelto.
Claire se sentó en la cama y se apartó el pelo de los ojos. En cuanto habían llegado a la posada la noche anterior, se habían desnudado y se habían metido en la cama. Pero habían pasado la mayor parte de la noche hablando de sus familias, sus amantes, sus trabajos y sus recuerdos de la infancia. Una hora antes de que saliera el sol, habían vuelto a hacer el amor, muy lentamente, como si estuvieran saboreando todas y cada una de las sensaciones. Y habían compartido un orgasmo dulce, cálido y rebosante de anhelo.
Impaciente por ver a Will. Claire se levantó de la cama, se vistió rápidamente y se dirigió a la cocina. Lo encontró en el fregadero, enjuagando platos. Se acercó de puntillas hasta él y le rodeó la cintura con los brazos.
Will se tensó ligeramente.
– Te has despertado.
Claire frunció el ceño ante la frialdad de su voz.
– Si, pensaba que ibas a ir volver a la cama -lo rodeó y se apoyó contra la encimera, para poder mirarle a la cara.
Pero Will no la miraba, sino que continuaba concentrado en su tarea.
– Tenemos un nuevo huésped. He estado preparándole la habitación. Supongo que te interesará saber que es de Chicago. De hecho, hasta le conoces.
Claire tragó saliva.
– ¿Es Eric?
– El mismo. Ahora mismo está desayunando y dispuesto a subir a tu habitación. Le he dicho que te habías ido a dar un paseo. Supongo que no te apetecía que te descubriera en mi cama.
– No quiero verle. Dile que te has equivocado, que me he ido en el ferry esta misma mañana.
– Él ha venido en el ferry. Si te hubieras ido esta mañana, os habríais encontrado en el puerto.
– Rompimos con un post it.
– ¿Qué?
– Sí, dejó uno de esos papelitos amarillos en el espejo de mi cuarto de baño.
– Qué cobarde -musitó Will.
– No quiero hablar con él. Nada de lo que diga puede hacerme volver a su lado.
– A lo mejor deberías decírselo a la cara.
– No, si lo ignoro, terminará yéndose.
– Piensa quedarse aquí. Ha pedido una habitación.
– ¿Y se la has dado? -Claire le miró estupefacta-. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa así?
– Porque me la ha pedido. Y no sabía quién demonios era hasta que no se registró y me preguntó por ti -Will se apartó del fregadero y se secó las manos con un trapo-. Ahora tengo que ir al mercado. Volveré dentro de una hora.
– Will, yo no le he pedido que venga. Y no me hace ninguna gracia que esté aquí -le tomó las manos y la miro a los ojos-. Me desharé de él, le lo prometo.
– No tienes por qué prometerme nada, Claire.
Claire se puso de puntillas y le rozó los labios. Al principio, pensó que allí acabaría todo. Pero entonces Will enterró las manos en su pelo y moldeó su boca, capturándola en un beso fiero y frenético. Cuando por fin terminó, sonrió, agarró la chaqueta y se marchó.
Claire cerró los ojos. La última persona del mundo que le apetecía ver en aquel momento era Eric. No tenía nada que decirle. Durante los últimos cuatro días, había conseguido olvidar completamente al hombre con el que había vivido durante tres años.
Se frotó los ojos. ¿Cómo era posible? Eric había sido su vida, su futuro y, de pronto, ni siquiera era capaz de recordar por qué se había enamorado de él. Quizá no fuera mala idea hablar con él, poner punto y final a su relación definitivamente.
De modo que cruzó el pasillo que comunicaba la cocina con el comedor y miró a través de la puerta. Eric estaba leyendo el periódico en una mesa situada junto a la ventana, de espaldas a ella. Claire se acercó silenciosamente hasta su mesa y se sentó frente a él.
– Claire -dijo Eric, bajando el periódico y en el mismo tono que habría empleado si se hubieran visto una hora antes.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Estás muy guapa.
– No intentes engatusarme. Contesta a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?
– He venido para pedirle perdón.
– ¿Has venido hasta Irlanda para pedirme perdón? Podrías haber escrito una carta. O mejor aún, un post it.
– La verdad es… que te necesito.
– Ya es un poco tarde para eso. Si crees que voy a acostarme contigo…
– No en ese sentido, sino profesionalmente. Acabo de empezar a trabajar con una agencia de Manhattan. El director artístico es un incompetente, y si no encuentro a alguien que le sustituya, estoy perdido. Necesito que vengas a Nueva York y trabajes de nuevo para mí.
Claire no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.
– ¿Entonces has venido hasta aquí para…?
– No voy a decirte que no he pensado en ti. Y quizá no haya hecho las cosas de la mejor manera… Fui un miserable, y tienes todo el derecho del mundo a odiarme. Pero quiero arreglar las cosas. La agencia te pagará el traslado a Nueva York, te pagarán el doble de lo que ganabas y te ayudaré a buscar un apartamento. Es un gran paso. Claire. Me juego muchas cosas en este proyecto. Y si hay malas vibraciones entre nosotros, no funcionará.
– ¿Malas vibraciones? Eres un miserable y un cobarde, que no tuviste siquiera la decencia de ser sincero conmigo.
Eric tomó aire y asintió.
– Muy bien, respeto tu opinión. Pero, dejando los sentimientos a un lado, creo que podríamos trabajar juntos. Y quién sabe, a lo mejor podemos encauzar de nuevo nuestras vidas.
– ¡No! -Claire se levantó de un salto y le dio un puñetazo en el hombro-. Márchate. Eric.
– Piensa en lo que te he dicho. Sería un paso enorme en tu carrera.
Claire retrocedió y repitió:
– Márchate. Eric.
– No lo haré hasta que no pienses en mi oferta. Tómate tu tiempo, tranquilízate y piensa en lo mucho que podría significar para ti.
Claire sacudió la cabeza y frunció el ceno.
– ¿Cómo sabías que estaba aquí?
– Me lo dijo tu abuela. La verdad es que me sorprendió. No entendía qué podías estar haciendo en Irlanda, en una isla que está en medio de la nada. ¿Sabes lo difícil que es llegar hasta aquí?
– Pobrecito. Tantas molestias para nada.
Y, sin más, giró sobre los talones y salió del comedor. Cuando llegó a las escaleras, comenzó a subirlas de dos en dos y, para cuando llegó a su habitación, tenía los ojos llenos de lágrimas.
¿Por qué tenía que haber ido Eric hasta allí? Lo había echado todo a perder. Will y ella apenas estaban empezando a conocerse y después de aquello tendría que explicarle todo. Se sentó al borde de la cama y se cubrió los ojos con las manos.
Aunque Eric no fuera en aquel momento su persona favorita, no podía negar que, gracias a él, había llegado hasta esa isla y había encontrado a Will Donovan. El único hombre al que en aquel momento deseaba.
En secreto, se había permitido imaginarse a sí misma viviendo en la isla con Will. Ayudándole a llevar la posada y pintando durante el tiempo libre. Claire siempre había querido dedicarse a pintar y en Trall había muchos lugares hermosos que la inspiraban. Pero pensar en un futuro junto a Will era absurdo. Sólo hacía cuatro días que se conocían.
Y hasta ese momento, jamás había pensado en irse de Chicago. Tenía allí a toda su familia. Mudarse a Nueva York ya era una decisión difícil, pero ir a vivir a Irlanda sería como trasladarse a la luna. Además, había otros asuntos que considerar. Aunque Will despertara en ella una pasión increíble, la pasión no servía para pagar facturas. El trabajo que Eric le ofrecía era el futuro, la carrera profesional con la que siempre había soñado.
Podría encauzar de nuevo su vida, le había dicho Eric. ¿Pero para llegar a dónde? ¿A una existencia aburrida con un hombre que apenas tenía tiempo para ella? ¿O hacia una existencia llena de emoción, de pasión y felicidad con un hombre que hacía que se le acelerara el corazón cada vez que le veía?
Will abrió la puerta de la tienda de Sorcha violentamente y entró.
– ¡Sorcha! -gritó.
Un segundo después, su amiga salía de detrás de la cortina que separaba la trastienda. Tenía el pelo revuelto y parecía que no se había molestado en peinarse.
– Will, buenos días. Lo siento, ¿pero no ibas a traerme mis cosas esta tarde?
– Exacto, pero lo había olvidado. Bueno, pásale luego por la posada y le dejaré las llaves de la camioneta.
Sorcha le miró con el ceño fruncido.
– ¿Te encuentras bien?
– Sí -musitó-. No, no me encuentro bien. Necesito ayuda.
– ¿Qué clase de ayuda? -Sorcha parpadeó sorprendida.
– Necesito tu magia.
Una lenta sonrisa afloró a los labios de Sorcha.
– Oh, Will, esto si que no me lo esperaba. Pero supongo que no debería sorprenderme. Es evidente que la norteamericana y tú estáis locos el uno por el otro. La besaste delante de todo Trall -Sorcha se sentó en un taburete de detrás del mostrador-. Y tengo que decir que me parece una mujer encantadora. Hacéis muy buena pareja.
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