Claire miró a su alrededor con el ceño fruncido.

– ¿Vamos a quedamos aquí?

– Sí, ésta es mi casa. No es gran cosa, pero es acogedora y tenemos todo lo que necesitamos. En el segundo piso hay un dormitorio amueblado y la cocina está perfectamente equipada.

– ¿Esta casa es tuya? -Claire comenzó a recorrer lentamente las habitaciones, encendiendo luces a lo largo del camino.

Will se había comprado aquella casa cuando había ganado su primer millón. Y había gastado otro millón en restaurarla y amueblarla.

– ¿Vivías aquí? -le preguntó Claire.

– Y todavía vivo aquí de vez en cuando, cuando tengo que trabajar en Killarney. Antes estaba amueblada, pero he ido vendiendo los muebles poco a poco. El director comercial de mi empresa pensó que sería una buena inversión. Ahora alquilo la casa para fiestas, a veces para alguna boda. Los jardines son preciosos, dan directamente al río.

Claire alzó la mirada hacia la ararla de cristal del salón.

– Es muy raro, no te pega mucho. Will se echó a reír.

– Yo pensaba que era esto lo que quería -dijo-. Era como si necesitara demostrarle a todo el mundo el éxito que había tenido, demostrar que tenía dinero suficiente como para permitirme estos lujos. Pero cuando me mudé a esta casa, me pareció enorme, vacía. Era como una metáfora de mi vida.

– Pero habías triunfado.

– Creo que no se debería alcanzar tan pronto el éxito. Sólo tenía veinticinco años y nada me parecía real. Se supone que el dinero y las cosas que el dinero puede comprar deben hacerle a uno feliz. Pero yo estaba decepcionado, y no podía comprender por qué.

– ¿Ganaste todo ese dinero con un programa de ordenador? -Claire sonrió-. Annie Mulroony me lo contó. Decía que no era un cotilleo porque había aparecido en los periódicos.

– Un programa de ordenador, sí. Era un programa de reconocimiento facial capaz de convertir una fotografía en un rostro en tres dimensiones.

Claire continuó su recorrido por la cocina. Will abrió el refrigerador y comenzó a sacar cajas. Tal como había encargado, les habían llevado la cena de uno de los restaurantes favoritos de Will y habían metido en la nevera una de las botellas de champán de la bodega.

Will sacó la botella, buscó un par de copas en un armario y se acercó a la mesa de la cocina.

– La cena es de encargo -le dijo-, pero tenemos muy buen champán -descorchó la botella, llenó una copa para Claire y se la tendió.

– ¿Estamos completamente solos? -le preguntó ella.

– Completamente.

Claire se quitó la chaqueta, la dejó caer al suelo y se quitó también los zapatos. Will sintió la cálida corriente del deseo fluyendo por sus venas. Le gustaba estar con Claire en aquella casa, en su casa.

Él también se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de la silla.

– ¿Brindamos?

Claire asintió y Will alzó su copa y recitó un brindis irlandés.

– Por que se cumplan tus deseos -acercó su copa a la de Claire y bebió un sorbo de champán-. Si no te gusta el champán, puedo prepararle un martini.

Claire gimió.

– No volveré a tomarlo en mi vida. Aunque no fue tanto la bebida como el juego al que estábamos jugando. Siempre me tocaba beber a mí.

– ¿A qué estuvisteis jugando?

– A «yo nunca…». Es curioso, porque no debería haber perdido. Pero no dejaban de decir cosas que yo nunca había hecho, así que tenía que beber.

– En realidad no se juega así. Una persona dice algo que no ha hecho nunca, y si tú lo has hecho, entonces tienes que beber. Así es como se juega. Como cuando dijiste que nunca habías hecho el amor fuera de casa. Si yo lo hubiera hecho, habría tenido que beber.

– ¿Y lo habías hecho alguna vez?

– No. Si dejamos de lado la época de la adolescencia, la de ayer por la noche fue la primera vez.

– Curioso. Sería una buena forma de llegar a conocernos. Creo que deberíamos jugar.

– ¿Quieres que juguemos ahora? No es bueno beber champán con el estómago vacío.

– Es igual. Empecemos -dijo Claire-. Yo nunca me he tirado en paracaídas.

– Yo tampoco, así que no tengo que beber. Yo nunca he subido a una montaña.

Claire frunció el ceno y bebió un sorbo.

– Eric me arrastró una vez hasta una montarla de Colorado. Me pareció insoportable. Yo nunca he estado en Francia.

Aquella vez fue Will el que bebió.

– Yo nunca… he conocido a una mujer tan guapa como tú.

Claire se echó a reír.

– Muy gracioso. Si no bebo, pareceré una creída, y si bebo, parecerá que no me creo guapa.

– Eres muy guapa.

– Pero conozco muchas mujeres que son mucho más guapas que yo. Creo que voy a tener que beber -bebió un largo sorbo y sonrió.

– Yo no -dijo Will, bebiendo también-. No conozco a ninguna mujer más guapa que tú.

Claire le sonrió y Will sintió que algo se transformaba en su interior. A veces tenía la sensación de que era imposible desearla más.

– Eso no era parte del juego, pero me gusta que me lo hayas dicho -Claire se interrumpió un instante para pensar su siguiente frase-. Yo nunca he hecho el amor en la cocina. He estado a punto, pero no he llegado a hacerlo.

– ¿Te refieres a ayer por la mañana? -Will arqueó una ceja y bebió un sorbo-. ¿Y qué tal yo nunca he lamido champán de los senos de una mujer?

Claire se llevó la mano a los labios con expresión de sorpresa.

– Yo tampoco -se agarró la camiseta por el dobladillo y se la subió lentamente-. ¿Por qué no le ponemos remedio ahora?

Cuando se subió a la mesa. Will no pudo evitar una carcajada. Claire se tumbó frente a él y arqueó la espalda. Will se inclinó sobre ella y le desabrochó el sujetador.

Entonces, Claire tomó una copa de champán y la derramó sobre sus senos y su vientre. Gimiendo suavemente. Will se inclino y comenzó a lamerla hasta que el champán desapareció.

– Para no haberlo hecho nunca -susurró Claire-, lo has hecho muy bien.

– Ahora le toca a ti. Y será mejor que sea buena.

Claire se sentó en la mesa.

– Muy bien. Nunca he hecho un striptease para un hombre.

– Yo tampoco. Además, nunca me han hecho un striptease.

– Pues eso también habrá que remediarlo.

Claire se echó a reír, saltó al suelo, se quitó el sujetador y se lo lanzó a Will a la cara mientras tarareaba una canción. Se desabrochó después el botón de los vaqueros y comenzó a bajarse lentamente la cremallera.

– Yo no soy la única que tiene que terminar desnuda -se quejó.

– Pero eres la única a la que merece la pena ver desnudarse -replicó Will.

Claire le agarró el borde de la camisa y comenzó a quitársela por encima de la cabeza.

– Permíteme discrepar. Si trabajaras en uno de esos clubs para mujeres, ahora mismo tendrías ya cientos de dólares colgando de tu ropa interior. Vamos, desnúdate.

Will se quilo los zapatos y los calcetines y comenzó a desprenderse también de los vaqueros. Claire retrocedió, aplaudió y corrió a por su bolso a sacar un billete. Le hizo un gesto con el dedo para que se acercara y cuando estuvo a su lado, le metió el billete en los calzoncillos.

Will la agarró por la cintura, la estrechó contra él y besó la curva de su cuello.

– Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti.

– Renuncio -dijo Claire-. Tú ganas. Juego terminado.

– ¿He ganado yo y tú eres el premio? -preguntó Will.

– No, el premio eres tú.

La boca de Claire estaba tan dulce por el champán… Will lamió su labio inferior hasta hacer desaparecer de él toda gota de champán. Después, buscó su hombro y lamió aquella piel tan suave como la seda. Claire echó la cabeza hacia atrás y suspiró mientras él continuaba besándola.

Cada uno de los rincones del cuerpo de Claire le parecía perfecto, como si estuviera hecho para sus manos. Siempre le había fascinado el cuerpo de las mujeres, pero con Claire, se había convertido en una obsesión conocer cada detalle, cada centímetro de su piel, cada una de sus cunas.

Extendió las manos en su espalda y las deslizó hasta la cintura de los vaqueros. Al encontrar el elástico del tanga, gimió. Era evidente que Claire había elegido cuidadosamente su ropa interior.

Claire se apartó ligeramente de sus brazos, posó la mano en su pecho y presionó hasta hacerla sentarse en el borde de la mesa. Con la mirada fija en sus ojos, continuó el striptease. Después, se colocó de espaldas a él, se inclinó hacia delante y comenzó a quitarse los vaqueros. Will suspiró. No estaba seguro de cuánto tiempo iba a poder aguantar. Los dedos le temblaban de ganas de tocarla.

Cuando Claire se enderezó y se volvió hacia él. Will le tendió las manos, pero ella se limitó a tomarlas y a hacer que las apoyara en el borde de la mesa. Y cuando Claire comenzó a bajarle los calzoncillos, él ni siquiera se movió.

Claire deslizó la mano por su pecho, jugueteando con las uñas sobre los pezones hasta hacerlos erguirse. Will cerró los ojos mientras ella saboreaba sus pezones con los labios. Aquello era una tortura, se dijo él. Le tocara donde le tocara, parecía enviar una corriente de deseo a todo su cuerpo. Era tal su necesidad de liberarse, que resultaba casi dolorosa y temía que, en el instante en el que Claire le acariciara su sexo, todo terminara.

– ¿Por qué me haces esto? -musitó.

– ¿Preferirías que estuviera haciendo otra cosa?

– Oh, no.

– Entonces, deja de quejarte -se incorporó lentamente, restregando su cuerpo contra el de Will, de manera que sus senos frotaran su pecho desnudo y su vientre presionara su firme erección.

Will se inclinó hacia delante y le besó el hombro. Claire tembló y Will advirtió que le castañeteaban los dientes.

– Tienes frío -susurró.

Le tomó la mano y la condujo hasta la chimenea del salón. Una vez allí, echó un tronco al fuego y le frotó después los brazos a Claire.

– ¿Estás mejor?

– Mmm.

Will le dio un beso en la frente.

– Espérame aquí.

Fue al vestíbulo, regresó con su bolsa y sacó una caja de preservativos. Después, tomó una manta del sofá y se la echó a Claire por los hombros.

– Tampoco había estado nunca con una mujer desnuda en esta casa, así que no estoy preparado. Pero en la cama hay un edredón.

– Prefiero quedarme aquí. Nunca he hecho el amor delante de una chimenea.

Se arrodilló en el suelo, tomó su mano y le hizo agacharse junto a ella. Will le acarició la cara mirándole a los ojos y preguntándose cómo habría sido capaz de vivir hasta ese momento sin ella. En solo una semana, aquella mujer le había cautivado por completo.

Will le tomó las manos y la besó, regodeándose en el sabor de su boca. ¿Era eso lo que había estado esperando durante todo aquel tiempo?

Se tumbaron en el suelo, sobre una mullida alfombra. Will enredó las manos en su pelo, un pelo que resplandecía como el oro a la luz del fuego.

– ¿Podrías llegar a amarme, aunque sea sólo durante esta noche? -susurró.

Claire sonrió y deslizó la mano por su barbilla.

– Te amo. Sólo por esta noche.

Y cuando Will se hundió en ella y comenzó a moverse. Will dejó que fueran aquellas palabras las que lo guiaran. Aunque sólo fuera durante aquella noche. Claire lo amaba. Y lo que compartieron en aquella ocasión no fue sólo sexo, sino una conexión emocional mucho más profunda. Por primera vez en toda su vida de adulto, el vacío que sentía en su interior comenzaba a desaparecer. Claire le había cambiado para siempre, y no estaba seguro de que pudiera permitir que eso ocurriera.


Claire había estado de vacaciones en lugares preciosos pero mientras contemplaba el lago Learie, pensó que jamás había visto un lugar más hermoso.

– ¿Alguna vez llega uno a acostumbrarse a tanta belleza? Esto parece un paraíso.

– Estamos en uno de los lugares más bonitos de Irlanda -admitió Will-, pero seguro que en Chicago también hay lugares preciosos.

– Chicago es todo cemento y acero. También tenemos un lago, pero es frío y gris.

Will le tomó la mano.

– Vamos a comer. Quiero llevarte a un restaurante de Killarney. Además, compraremos algunos recuerdos.

Le tomó la mano y la condujo hasta el coche. Una vez dentro. Claire se recostó en el asiento y alargó la mano para tomar la de Will. Éste entrelazó los dedos con los suyos y se llevó su mano a los labios.

– ¿Te estás divirtiendo?

– Todo es maravilloso. ¿Cómo es posible que alguien dejara un lugar como éste?

– Hubo una época en la que no había trabajo. El país ha cambiado mucho en estos últimos diez años. Y el turismo ha llegado a convertirse en una de las industrias más importantes del país.

– No sé por qué, pero siento una conexión especial con este lugar. Es como si formara parte de mí.

– Eres irlandesa.

– Pero mi madre es noruega. Por eso tengo el pelo tan rubio.