– Me gusta tu pelo.
Continuaron hablando del paisaje mientras conducían hasta Killarney. Después de desayunar, habían dado una vuelta por la ciudad. Will le había dicho que era un lugar excesivamente turístico, pero a ella le había parecido precioso, con sus calles estrechas y las casas de todos los colores. Respondía exactamente a la imagen que se había hecho de Irlanda.
Una vez en Killarney, Will dejó el coche en el aparcamiento de una calle muy transitada y recorrieron andando las dos manzanas que les separaban del restaurante.
– Aquí sirven comida tradicional irlandesa, he pensado que te gustaría probarla.
La camarera los condujo hasta una mesa con vistas al jardín. Claire pidió un té y, cuando se lo sirvieron. Will se levantó.
– ¿Adónde vas?
– No tardaré mucho, te lo prometo.
Claire le observó cruzar el restaurante. Más de una mujer se fijó en él y Claire no pudo evitar una punzada de celos. Le resultaba difícil imaginárselo con otra mujer, pero si ella se marchaba. Will tendría que continuar viviendo y no tardaría en encontrar a alguien que la sustituyera.
Bebió un sorbo de té. ¿Sentiría Will el mismo deseo y la misma pasión que ella?
Sacudió la cabeza, intentando apartar aquellos pensamientos de su cabeza. La camarera le llevó la carta y Claire la estudió. La verdad era que habría preferido regresar a casa y comer lo que había sobrado de la noche anterior a tener que estar sentada en aquel restaurante sin poder tocarle ni besarle.
A los diez minutos. Will regresó a la mesa y colocó una cajita en frente de Claire.
– Ábrela -le dijo.
– No tenías por qué comprarme nada.
– Claro que sí. Adelante, ábrela. Y no te preocupes, no es un anillo de diamantes.
Claire abrió la caja, conmovida por aquel gesto. Will parecía tan satisfecho de sí mismo que Claire no pudo evitar echarse a reír.
– Ahora no saldrá una de esas serpientes de broma de la caja, ¿verdad?
– Claro que no. No tienes nada que temer. No es ninguna broma.
Claire desenvolvió el regalo con mucho cuidado y abrió la caja. En el interior había una cadena de oro con un colgante. Claire la lomó y la sostuvo frente a ella. El colgante tenía en el medio una piedra preciosa.
– Es precioso. Lo he visto en otras ocasiones, pero no sé lo que significa. ¿Es un símbolo religioso?
– No, es un claddagh, un anillo tradicional irlandés, y tiene un sentido más romántico. Es un corazón sostenido por un par de manos sobre una corona. El corazón representa el amor, las manos la amistad y la corona la lealtad. Así te acordarás de mí.
– ¿Crees que podría olvidarte?
– No lo sé, intento no pensar en ello.
– Han sido unos días maravillosos -dijo Claire, fijando la mirada en el colgante-. Creo que jamás volveré a tener unas vacaciones como éstas.
Will le lomó la mano a través de la mesa y comenzó a besarle las yemas de los dedos.
– Vas a marcharte, ¿verdad?
– Sí, mi vida está allí, Will. En Chicago tengo a mis amigos, a mi familia. Si me quedo, no podré encontrar trabajo. Pero eso no significa que no pueda volver de visita. O que no puedas venir tú a Chicago -sugirió.
– Sí, es una posibilidad.
– ¿Y lo harías?
Will negó con la cabeza.
– Dejar que te vayas una vez ya está siendo suficientemente difícil. No quiero pasar dos veces por lo mismo. Es como clavarle una astilla en un ojo. La primera vez puede ser un accidente, pero la segunda ya es masoquismo.
Claire se echó a reír.
– Me alegro de que podamos hablar de esto -dijo-, no quiero marcharme triste y llena de arrepentimientos -se puso la cadena alrededor del cuello-. Gracias.
Will se inclinó sobre la mesa para darle un beso.
– De nada. Y ahora, vámonos de aquí. Ya no tengo hambre y tengo muchas más ganas de besarte de las que están permitidas en este restaurante.
Dejó un billete sobre la mesa para pagar el té, la tomó de la mano y se dirigió con ella hacia la puerta, rodeándole la cintura con el brazo y acercando los labios a su boca.
Una vez fuera, deslizó la mano bajo el jersey, posó la mano sobre su seno y le acarició el pezón con el pulgar.
– Creo que ya no quiero seguir haciendo visitas turísticas.
– Hay muchas más cosas que ver -le advirtió Will.
Claire alargó la mano y comenzó a acariciarle la parte delantera de los pantalones.
– Muy bien, en ese caso, vayamos de compras.
– No, será mejor que volvamos a mi casa.
Corrieron hasta el coche entre risas. Mientras salían de Killarney, Claire continuó acariciándole, pero Will mantenía los ojos fijos en la carretera. Al llegar a la casa, casi salieron del coche antes de haber apagado el motor.
Will marcó con dedos torpes el código de entrada mientras Claire prácticamente le desgarraba la ropa. Entraron abrazados en la casa y Will cerró la puerta con el pie.
– ¿Sabes lo feliz que me haces? -preguntó Claire mordisqueándole el cuello.
– ¿Locamente feliz? ¿Maravillosamente feliz?
– Sí. ¿Y a ti qué te hace feliz?
– ¿Ahora mismo? Estar aquí contigo. Enseñarte una pequeña parte de Irlanda. Pensar que estoy a punto de acostarme contigo.
– ¿El sexo te hace feliz?
– Sí.
– Es curioso que funcione de esa manera -dijo Claire.
Se desasió de sus brazos y salió corriendo las escaleras. Cuando llegó al final, esperó a que Will la alcanzara. Entraron juntos en el dormitorio. Will la agarró entonces por la cintura y se tumbó con ella en la cama.
– ¿Podemos quedarnos aquí para siempre? -preguntó Claire.
– Podemos quedarnos durante todo el tiempo que quieras -contestó Will.
Capítulo 7
El último ferry entre Fermoy y la isla de Trall llegaba al pueblo a las seis de la tarde del lunes. Claire permanecía en cubierta, observando parpadear desde allí las luces del pueblo. El capitán guiaba el barco durante los últimos metros que le separaban del puerto. Al poco rato, el cabrestante comenzó a girar y bajaron la rampa hacia tierra firme.
Claire miró por encima del hombro y descubrió a Will mirándola con atención. Estaba sentado en el capó del Mercedes.
Cada vez que la miraba. Claire no podía evitar pensar en la pasión que habían compartido durante los últimos tres días, en la mirada de Will cuando se deslizaba dentro de ella, o en cómo la miraba a los ojos en el momento del orgasmo. Aunque sólo hacía una semana que lo conocía, tenía la sensación de llevar con él toda una vida.
– Una vida -contestó Claire-. Ésta es tu vida, no la mía, Will. Yo he irrumpido de pronto en tu vida y, créeme, ha sido maravilloso. Pero no podemos continuar viviendo así. La vida no son unas vacaciones.
Will no dijo una sola palabra mientras conducían hasta la posada. Cuando llegó y apagó el motor, se volvió hacia Claire y le preguntó suavemente:
– ¿Y si yo le diera una razón para quedarte?
– Yo… no estoy segura de que ni siquiera así pudiera hacerlo -contestó Claire-. No puedo perder mis raíces, irme a vivir al otro extremo del mundo por… -tragó saliva.
– ¿Por un hombre del que no estás enamorada? -preguntó Will.
– No, por un hombre al que he conocido hace una semana.
Will lomó aire y asintió.
– Lo comprendo. Esta isla no tiene muchas cosas que ofrecerle a una mujer como tú.
Aquello no era cierto, pensó Claire. En Trall había muchas cosas que jamás encontraría en otra parte. Un hombre que la hacía sentirse sexy y atractiva para empezar. Y una gente encantadora que la había aceptado como si llevara viviendo allí toda su vida.
Pero había pasado tres años con Eric, convencida de que tenía un futuro a su lado, y se había equivocado. ¿Cómo podía tomar la decisión de quedarse con Will después de haber pasado una semana con él?
– No tienes que quedarte toda la vida -dijo Will-, sólo una semana más. Y al final de esa semana, podrás decidir si quieres quedarte otra. Es así de sencillo.
– Pensaré en ello -contestó Claire, forzando una sonrisa.
Abrió la puerta y salió, consciente de que bastaría otra palabra de Will para convencerla.
Will agarró el equipaje del asiento de atrás y alcanzó a Claire en la puerta.
– Prométeme que lo harás.
– Te lo prometo.
En el interior de la posada, todo estaba en silencio. Will dejó las bolsas en el suelo y ayudó a Claire a quitarse la chaqueta. Se dirigieron hacia el salón, atraídos por el calor del fuego. Pero en cuanto entraron. Sorcha asomó la cabeza por detrás del respaldo del sofá.
– Vaya, estáis en casa -dijo, pasándose las manos por el pelo.
– Sí, y tú también -replicó Will.
Un instante después, aparecía Eric al lado de Sorcha, sonriendo avergonzado. También él tenía el pelo revuelto, una clara señal de lo que habían estado haciendo en el sofá. Claire se volvió hacia Will y éste arrugó la nariz.
– Creía que te habrías ido -dijo Claire, concentrándose en su ex prometido.
– Me gusta estar aquí -respondió Eric, sonriendo a Sorcha-. He pensado que necesitaba unas vacaciones.
Claire se aclaró la garganta, estupefacta ante la escena que tenía ante ella.
– Pero… ¿no tienes que volver al trabajo?
– Siempre he estado demasiado obsesionado por el trabajo. Y me gustaría disculparme por ello. Claire. Sé lo difícil que tiene que haber sido para ti vivir conmigo. Pero creo que en esa época no supe ordenar mis prioridades.
– ¿En esa época? -preguntó Claire-. Eric, sólo ha pasado una semana desde entonces. Viniste aquí hace tres días decidido a hacerme volver y ahora, de pronto, eres tu el que no quiere marcharse.
– En la vida hay más cosas que el trabajo, ¿verdad, Will?
– Sí, yo siempre lo he pensado -contestó Will con desgana.
– Ya basta -exclamó Claire-. Eric, esto no es propio de ti. No puedes dejar ese trabajo. No sé lo que está pasando aquí, pero tienes que volver a Nueva York inmediatamente.
– Sorcha cree que debería quedarme.
– Es cierto -intervino Sorcha-. Le gusta estar aquí, y tiene muchas ideas sobre cómo aumentar el turismo en la isla.
Claire gimió, se llevó las manos a la cabeza y se volvió hacia Eric.
– ¿Has dejado que Sorcha te convenza? ¿Te ha dado algo de comer o de beber? Sorcha es una bruja. Eric. No sabe nada sobre el mundo de la publicidad, sobre lo importante que es tomar las decisiones adecuadas para sacar adelante una carrera. No lo estropees todo, Eric.
– Relájate -le aconsejó Eric.
– No, no voy a relajarme. Vas a volver a Nueva York mañana mismo. ¿Dónde tienes el billete? Voy a llamar ahora mismo a tu compañía aérea.
– Pero si me gusta estar aquí. La gente es muy simpática.
– ¡Te gusta estar aquí porque no eres capaz de pensar con claridad! Esto es una isla. Eric, aquí no tienes ni gimnasio, ni Starbucks, ni un lugar en el que comprarte zapatos italianos. No sobrevivirías aquí ni una semana.
– He cambiado.
– ¿Qué le has hecho? -le preguntó Claire a Sorcha.
– A mí no me mires.
– Has sido tú la que le has hechizado.
– Pero sólo porque Will me pidió que lo hiciera.
– ¡Eso no es cierto! -exclamó Will, y miró a Claire-. No es verdad, te lo juro. Le pedí que le mantuviera ocupado. Y hay una gran diferencia entre llevárselo a dar una vuelta por la isla y besuquearlo en mi sofá. ¡Yo sólo quería poder pasar más tiempo contigo!
Eric alzó la mano y se sentó.
– Un momento, ¿vosotros estáis…?
– Eso no es asunto tuyo -le espetó Claire-. Y ahora dime, ¿en qué habitación estás? -se volvió hacia Will-. ¿En qué habitación está?
– En la seis -respondió Will.
Claire se dirigió a recepción a grandes zancadas y tomó la llave de la habitación.
– Voy a subir a hacerte las maletas y después intentaré conseguir un vuelo en el que podamos irnos los dos.
Y sin más, dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras. Para cuando llegó a su habitación, tenía el pleno convencimiento de que había tomado la decisión correcta. Tenía que volver con Eric a Nueva York, aceptar un trabajo en su agencia y comenzar una nueva vida. Y en sólo unos meses, sus vacaciones en Irlanda y aventura con Will Donovan no serían nada más que un recuerdo agradable.
Localizó la habitación de Eric, abrió la puerta y fijó la mirada en las sábanas revueltas. El sujetador de Sorcha colgaba de uno de los postes de la cama. Pensó que debería estar enfadada, o celosa, o sentir algo. El hombre con el que había estado durmiendo hasta hacía una semana había estado en la cama con otra mujer. Pero no sentía nada, más allá de una ligera irritación.
Con un suave juramento, entró en la habitación, agarró una bolsa de viaje y comenzó a guardar cosas.
– ¿Qué estás haciendo?
Claire cerró los ojos al oír la voz de Will.
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