– Estoy haciéndole las maletas. Se va. Y yo no debería haberme ido contigo. Debería haberme asegurado de que regresara a Nueva York.
– Eso no es justo. No puedes culparte a ti misma.
– ¿A quién debería culpar entonces? ¿A ti?
– Es un hombre adulto. ¡Puede hacer lo que le apetezca!
– Se irá a Nueva York. En esta isla no duraría ni una semana.
– ¿Y tú te vas a ir con él?
– Me temo que es la única forma de conseguir que se suba en ese avión -replicó Claire. Metió una camisa doblada en la bolsa y se volvió hacia Will-. ¿En qué estabas pensando cuando le pediste a Sorcha que se ocupara de él?
– Ya te lo he dicho. Quería que le distrajera.
– Que le sedujera, querrás decir -musitó Claire, mirando con expresión asesina el sujetador de Sorcha.
– ¿Y qué? -replicó Will-. ¿Qué tiene eso de malo? Quería tenerte para mí solo durante unos días y pensé que Sorcha era la persona más adecuada para ocuparse de Eric. Sé que no puedo ofrecerle lo que quieres. Claire. Podría ofrecerte mucho más, pero no sé si eso te haría cambiar de opinión. Dios mío, antes tenía todo lo que cualquier mujer podía desear, pero no quería a ninguna de las mujeres que lo querían. Y ahora no tengo nada que tú puedas querer, pero te quiero a ti.
– Se suponía que lo nuestro no iba a durar. Los dos estuvimos de acuerdo en eso, ¿recuerdas?
– Sí, pero necesitaba prolongarlo todo lo que pudiera, y por eso llamé a Sorcha.
– Quizá haya sido mejor así. Si no hubiera tenido una buena razón para irme, es posible que me hubiera quedado. Pero no quiero ser la responsable de que Eric eche a perder su vida profesional por culpa de esa… bruja.
– ¿Y qué me dices sobre todas las razones que tienes para quedarte?
– Esas son las mismas razones por las que volveré. Esto no quiere decir que todo vaya a terminar entre nosotros. Podemos volver a vernos.
– Sí, claro -dijo Will, asintiendo.
Claire encontró el billete de Eric en el bolsillo interior de su chaqueta y se lo tendió a Will.
– Mi billete está en la repisa de la chimenea de mi habitación. Los dos viajamos con la misma compañía. ¿Puedes llamar para ver si podemos salir mañana a primera hora?
– ¿Vas a volver a Chicago o te vas con Eric a Nueva York?
Claire pensó durante largo rato su respuesta.
– A Nueva York. En realidad, el vuelo llega a Newark, así que bastará con que digas que vamos allí.
Will le quitó el billete, salió y cerró la puerta tras él sin decir palabra. Claire inclinó la cabeza y suspiró. Lo único que le quedaba por hacer era convencerse a sí misma de que había tomado la decisión correcta.
Will se sirvió un vaso de whisky, se inclinó hacia delante y posó los antebrazos en la mesa. Estaba llegando el día que tanto había temido y no podía hacer nada para evitarlo. Había hecho lo que Claire le había pedido y había llamado a la compañía aérea. Claire y Eric tomarían el avión en Shannon a las diez de la mañana del día siguiente. Tendrían que marcharse en el primer ferry, de modo que sólo le quedaban doce horas para estar con ella.
Claire se marcharía al día siguiente y él volvería a la vida de la que disfrutaba antes de que aquella mujer se hubiera presentado en su puerta. Recordó aquella noche, y también la innegable atracción que había experimentado en cuanto había puesto sus ojos en ella. No había hecho nada para resistirse a aquella atracción, y en ese momento estaba pagando el precio de no haberlo hecho.
– ¿Me invitas a una copa?
Will alzó la mirada y descubrió a Sorcha en el marco de la puerta.
– Sírvele tú misma.
Sorcha sacó un vaso del armario y se sirvió unos dedos de whisky.
– Lo siento, no pude resistirme.
– No estoy enfadado. Tú tienes tus propias necesidades y yo no soy nadie para impedir que las satisfagas.
– Es un tipo muy atractivo. Tiene un cuerpo increíble, y, además, es inteligente y divertido. Y piensa que soy una mujer interesante, inteligente y misteriosa.
– Por favor, dime que no te has acostado con él.
– De acuerdo, no me he acostado con él. ¿Eso te hace sentirte mejor?
– No, porque estás mintiendo.
– Soy una mujer adulta, puedo hacer lo que me apetezca, sin necesidad de que tú me animes a ello. Además, tú estabas con la norteamericana, así que no entiendo por qué estás tan enfadado.
– No estoy enfadado.
Sorcha se lo quedó mirando fijamente y entonces gimió.
– Oh. Dios mío, te has enamorado de ella, ¿verdad?
– ¿Y qué si me he enamorado?
– ¿Es que no has aprendido nada de mí, Will? El sexo es maravilloso, pero disfrutar del sexo no significa que tengas que encargar ya el ajuar. Lo que has tenido con Claire es sólo sexo, nada más.
– Eso tú no lo sabes.
– Os separa todo un océano -alzó la mano-, y ahora no me digas que el amor puede con todo. Eso son tonterías sentimentales.
– Antes apreciaba tu cinismo, pero ahora mismo me agota.
Sorcha se apartó el pelo de los ojos y le miró con atención.
– Entonces, ¿de verdad la quieres? ¿No estás confundiendo el amor con el sexo?
– No, creo que la quiero de verdad.
– Pues díselo.
– ¿Pero no te das cuenta de lo ridículo que sonaría? Sólo hace una semana que nos conocemos. No puedes enamorarte de alguien en una semana.
– Claro que puedes. Se llama amor a primera vista. Le pasa a mucha gente.
– Si ella quisiera quedarse, se quedaría. Se lo he pedido más de una vez. Pero, por si no lo has notado, ha aprovechado la primera oportunidad que ha tenido para irse con su ex prometido. Creo que con esa reacción ya tengo mi respuesta. Diablos, si incluso me ha pedido que le hiciera los arreglos del vuelo.
– Entonces, ¿por qué no te vas con ella?
– Nadie me ha invitado.
– Dios mío, eres el hombre más tonto con el que me he cruzado en mi vida. Si de verdad quieres a esa mujer, vete con ella.
– Se supone que, si de verdad tenemos que estar juntos, terminaremos estándolo. Pero no creo que podamos estar seguros de lo que sentimos hasta que no nos separemos.
– Muy bien, echa a perder toda tu vida si quieres. Pero cuando te sientas triste y solo, no vengas a buscarme. Porque no pienso ofrecerte ni una gota de compasión -bebió el último sorbo de whisky y se alisó el vestido-. Y ahora, si no te importa, voy a llevarme a Eric al pub, para que podamos pasar nuestra última noche en un ambiente divertido. Y tú también deberías aprovechar para disfrutar.
Will se despidió con un gesto de Sorcha, dejó su vaso en el fregadero y se dirigió al salón. Se acercó a la chimenea para echar más turba y retrocedió para contemplar el fuego.
Sorcha le había dicho que su vida cambiaría completamente en una semana. Will podría decir que era una locura, pero la verdad era que tenía la sensación de que Sorcha sabía que iba a pasar algo importante la noche de la llegada de Claire. Y quizá también él lo supiera.
Había estado esperando que llegara el momento de dar un paso al frente, y quizá ese momento había llegado. Podía decidir ignorarlo y esperar o aprovechar aquella oportunidad y ver hasta dónde le llevaba.
Se volvió y subió las escaleras. La habitación de Eric estaba vacía, su equipaje descansaba al lado de la cama. Continuó hasta la habitación de Claire: la encontró sentada al borde de la cama, preparando el despertador.
– Tu avión sale a las diez de la mañana -le dijo-. Tendrás que irte en el ferry de las seis. Pediré que vaya un coche a recogeros a Fermoy para llevaros al aeropuerto.
– Sorcha ha dicho que nos llevaría. ¿Se lo has dicho a Eric?
– No, pero he hablado con Sorcha. Eric y ella van a cenar en el pueblo. Si quieres, puedo preparar algo para nosotros.
– No, hemos comido tarde. Sólo quiero dormir un poco -sonrió a modo de disculpa-. Este fin de semana no hemos dormido mucho, ¿verdad?
El significado de sus palabras era evidente: no iban a pasar la noche juntos.
– Bueno, si quieres comer algo, la cocina siempre está abierta.
– Gracias.
Will hundió las manos en los bolsillos, sin saber muy bien qué decir a continuación.
– Se supone que deberíamos despedirnos…
– De acuerdo, entonces…
Claire dio un paso adelante y le tendió los brazos. Will la envolvió vacilante en los suyos, enterró el rostro en su pelo y respiró su dulce fragancia. La echaría de menos, pero quizá llegara un día en el que la imagen de Claire dejara de filtrarse en sus pensamientos a cada minuto. Retrocedió y le dio un beso en la boca.
– Cuídate. Claire.
– Tú también. Y si alguna vez vas a Nueva York, llámame.
Will necesitó de toda su fuerza de voluntad para soltarla. Tomó aire, caminó hacia la puerta y se obligó a marcharse sin mirar atrás. Una vez abajo, tomó las llaves de recepción y salió al frío de la noche.
Caminó hasta el coche, se metió y lo puso en marcha. Al salir del pueblo, sintonizó la radio y estuvo buscando en el dial hasta encontrar una canción de U2. Tomó la pista que llevaba al círculo de piedras y cuando llegó al final, se detuvo con la mirada fija en la oscuridad.
Nervioso, salió del coche, dejando el motor y las luces encendidas. La lluvia fría laceraba su piel como si fueran fragmentos de cristal los que caían sobre su rostro. Aun así, continuó avanzando hacia el círculo de piedras, siguiendo aquel camino que tenía grabado en el cerebro desde los años de la adolescencia.
Caminó hasta el altar y alzó la mirada hacia el cielo, un cielo negro, sin luna. Oía en la distancia las olas que rompían contra el acantilado. La lluvia le empapaba la camisa y los vaqueros, pero el frío le ayudaba a entumecer cualquier otro sentimiento.
Cerró los ojos, esperando que la lluvia borrara también sus pensamientos. Pero nada de lo que hiciera podría acabar con sus recuerdos, con el tacto de la piel de Claire, con la esencia de su pelo, con el sonido de su voz y la imagen de su cuerpo desnudo.
Estaba enamorado de Claire y no podía hacer nada para evitarlo.
Cuando Will regresó a la posada horas después, completamente empapado, se quitó los zapatos y cruzó el comedor y la cocina. Sin molestarse en buscar un vaso, agarró la botella de whisky y bebió un largo trago. El whisky caldeó su vientre y poco a poco fue haciendo desaparecer el frío de sus piernas y sus brazos.
Pero no conseguía sacarse a Claire de la cabeza. Sin pensar lo que hacía, se dirigió hacia la entrada y subió las escaleras. Al llegar a su habitación, giró el picaporte y vio que estaba abierta. Sin vacilar un instante, entró en el dormitorio de Claire.
La luz del bailo estaba encendida, iluminando la habitación lo suficiente como para permitirle distinguir el rostro de Claire.
Will permaneció junto a su cama, embebiéndose de su imagen.
Pero era como si de pronto Claire fuera intocable, como si ya se hubiera ido. La distancia que los separaba crecía con cada segundo. Will dejó la botella de whisky en la mesilla, alargó la mano y le apartó el pelo de los ojos con delicadeza. Pero no le bastó con mirarla. Se inclinó hacia delante y posó los labios en su frente, inhalando la esencia de su pelo.
Cuando retrocedió. Claire tenía los ojos abiertos. Se miraron durante largo rato: ninguno de ellos se movía, ninguno hablaba. Claire se incorporó entonces sobre un codo, buscó sus labios y le rodeó el cuello con un brazo para que se acercara. Al hacerlo, tocó la camisa empapada y frunció el ceño.
Se sentó en la cama y rápidamente, comenzó a desabrocharle en la camisa. A Will le castañeaban los dientes, pero no sabía si era por el frío o por la emoción de estar otra vez con ella.
Mientras Claire le desnudaba, permanecía mirándola, con los brazos a ambos lados de su cuerpo, como si temiera que pudiera cambiar de opinión y pedirle que se fuera. Cuando terminó de desnudarle. Claire abrió las sábanas en una silenciosa invitación.
Will se tumbó a su lado mientras ella se quitaba el camisón y lo tiraba al suelo. Permanecieron después tumbados, apoyando la frente el uno contra el otro. Claire comenzó a acariciarle lentamente el brazo, después la espalda.
Suspiró al sentir cómo iba desapareciendo el entumecimiento de sus músculos para ser sustituido por un delicioso calor. Comenzaron a tocarse, al principio vacilantes, pero el deseo no tardó en apoderarse de los dos.
Will capturó su boca en un beso lleno de un deseo agridulce. Sabía que no le pediría nada más que aquella última noche juntos. Se puso sobre ella y colocó las caderas entre sus piernas: le hizo alzar las rodillas y comenzó a mecerse contra ella. Y sentir su piel desnuda contra la suya estuvo a punto de desbordarle.
Aunque quería enterrarse dentro de ella, era completamente consciente de que no tenía preservativo. Ir a buscar uno supondría tener que abandonar la habitación y no sabía lo que podía pasar si lo hacía. Así que prefirió quedarse y buscar otras formas de alcanzar el orgasmo.
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