– ¿Sí? -Claire tragó saliva-. Me acuerdo que eras muy bueno jugando a «yo nunca…».
– Tengo un Scrabble. He pensado que podríamos echar una partida antes de la cena.
– ¿Quieres jugar al Scrabble?
Will advirtió la decepción en su mirada.
– Has dicho que te apetecería jugar. O si prefieres, tengo un backgammon.
– No -respondió Claire, forzando una sonrisa-. El Scrabble será divertido.
Will se frotó las manos.
– Genial. Voy a buscarlo.
Fueron juntos hasta el salón. Will había dejado el tablero sobre una mesita de caoba, cerca de la chimenea. Acompañó a Claire hasta una butaca y se sentó frente a ella.
– ¿Sabes? Es una maravilla que podamos pasar una velada tranquila en casa, sin pensar en… ya sabes.
– ¿En qué?
– En el sexo -intentó mantenerse serio-. De hecho, durante la última semana apenas he pensado en el sexo. Tu plan me ha enseñado a reordenar mis prioridades en nuestra relación.
– ¿Ah, sí?
Will sabía que la estaba desconcertando, pero ya era hora de que se diera cuenta de que no podían planificar todos y cada uno de sus movimientos.
– Me encanta el Scrabble -dijo Will-. Deberíamos jugar por lo menos una vez a la semana. ¿Qué te parece los sábados por la noche? Sería un buen plan.
– Bueno, no para todos los sábados. Es posible que a veces queramos hacer otra cosa.
– Quizá, pero si no tenemos nada mejor que hacer, el Scrabble siempre puede ser divertido -sacó el saco con las fichas-. Vamos, el que tenga una letra más próxima a la «a» empieza.
Claire tuvo el honor de iniciar la partida.
– «Pena» -escribió Claire, colocando las fichas en el tablero-. Diez puntos.
– Y yo utilizo la «p» para escribir «pene» -dijo Will-. Ocho puntos, más el doble por la pe, dieciséis.
– No, no puedes multiplicarlo por dos porque ya lo he hecho yo.
– Son las normas irlandesas -se defendió Will.
Claire frunció el ceño.
– De acuerdo. «Sepia». Siete puntos.
Will se quedó mirando fijamente sus fichas y eligió tres.
– «Sexo» -dijo, y colocó las fichas utilizando la «e» de pene-. La «s» y la «x» tienen doble valor, así que diecinueve puntos.
Claire frunció el ceño.
– Está bastante claro en qué estás pensando esta noche.
– En absoluto -la contradijo Will-. Es curioso, pero no estoy pensando en el sexo en absoluto. Son las letras que me han tocado. Te toca.
– ¿Y por qué no estás pensando en el sexo? -preguntó Claire-. Que no estemos teniendo relaciones sexuales no significa que no puedas pensar en el sexo.
– Prefiero sacármelo completamente de la cabeza. De hecho, así es mucho más fácil. No lo echo de menos en absoluto.
Claire volvió a prestar atención a las fichas. Al cabo de unos segundos, colocó una palabra.
– «Agitación». Siete puntos.
– «Orgasmo» -dijo Will, colocando las letras sobre el tablero-. Veinte puntos. Es una pena que no tenga la «i», la «c» y la «o». Habría conseguido cincuenta puntos con «orgásmico».
– ¿Estás haciendo trampa? -preguntó Claire.
– ¿Cómo voy a hacer trampa en este juego? Ah, espera, no he terminado -añadió una «s»-. «Orgasmos», veinte puntos. ¿Cómo vamos? -tomó la libreta en la que Claire iba apuntando-. Tú tienes veinticuatro puntos y yo cincuenta y siete.
Claire le fulminó con la mirada.
– ¿Sabes? Creo que no estoy de humor para jugar al Scrabble.
– ¿Te apetece que juguemos al backgammon? ¿Al ajedrez?
– ¿Y si nos sentamos a hablar? -se levantó, se sentó en el sofá y palmeó a su lado-. Podemos intentar relajarnos.
Will no aceptó la invitación. Se sentó en frente de ella, en una butaca, estirando las piernas.
– Hoy ha hecho un tiempo muy agradable, ¿verdad? No hacía mucho frío. Normalmente, siempre llueve en esta época del año -seguro que hablando del tiempo conseguía desquiciarla.
– Pues la verdad es que no lo sé, puesto que éste es mi primer noviembre en Trall.
– Exacto -dijo Will, asintiendo-. ¿Te has enterado de que Mary va a pintar la panadería? Me ha dicho que le apetece pintarla de azul claro.
Claire se levantó y se pasó las manos por las caderas.
– ¿Sabes? Me duele un poco la cabeza.
– ¿Quieres una aspirina?
– No, no. Probablemente haya sido el vino. Creo que estoy un poco cansada. A lo mejor… debería acostarme.
Aquélla era una evolución interesante de los acontecimientos, pensó Will. ¿Estaría esperando que la invitara a su cama?
– Si quieres, puedo llevarte a casa en coche.
– No -replicó Claire-, he traído el coche de Sorcha.
– Podrías llevarte algo de cena. A lo mejor te entra hambre más tarde.
Claire negó con la cabeza.
– No, ya hablaremos mañana, Will.
Will la observó dirigirse a la cocina para buscar su chaqueta. Unos segundos después, oyó que se cerraba la puerta de atrás y rió para sí.
Quizá no estuviera jugando limpio, pero si no forzaba la situación, podían continuar meses así. Y él no estaba dispuesto a ser solamente el amigo de Claire O’Connor.
Miró el reloj. Estaba seguro de que volvería. Regresaría a casa de Sorcha. empezaría a pensar en la noche que podrían haber pasado juntos y al cabo de un par de horas, decidiría que ya tenía más que suficiente. Y entonces, por fin podrían comenzar a disfrutar de su futura vida de pareja.
Claire puso el coche en marcha y salió a toda velocidad. No estaba segura de si reír o llorar. ¿No era de eso exactamente de lo que se estaba intentando proteger?
Cuando había vuelto a Trall, pretendía averiguar si su relación con Will tenía futuro. Ya se había engañado con Eric en una ocasión y no se le ocurría nada peor que dejarse engañar otra vez por una aventura. Pero, en aquel momento, estaban comenzado a cumplirse sus peores temores: Will estaba perdiendo su interés en ella.
– Deberías alegrarte -se dijo a sí misma-. Lo has averiguado antes de que haya podido romperte el corazón… por completo.
La verdad era que, al final, terminaría con el corazón roto, pero por lo menos se había salvado de una completa humillación.
¿Pero en dónde la dejaba aquella nueva situación? Había abandonado su vida en los Estados Unidos. Seguramente, Eric ya había contratado a otro director artístico. En Chicago sólo le quedaba su familia.
Claire aparcó el coche y subió corriendo al apartamento. Una vez allí, se quitó la chaqueta, se descalzó y se metió en la cama. Había trazado un cuidadoso plan en su relación con Eric y en tres años lo había echado a perder. Y el plan que con tanto cuidado había diseñado para aclarar su relación con Will se había convertido en un fracaso total en menos de un mes. A ese ritmo, su próxima relación duraría cerca de treinta segundos.
Claire se acurrucó bajo las sábanas y cerró los ojos. Las imágenes de Will, desnudo y excitado, se multiplicaban en su mente. Tenía la sensación de que hacía siglos que no hacían el amor, pero la verdad era que apenas habían pasado unas semanas. E, incluso en aquel momento, le bastaba pensar en lo que habían compartido para experimentar un intenso deseo.
A lo mejor debería haberse ido a Nueva York. Debería haber hecho caso de lo que le decía su intuición. En realidad aquello sólo había sido una aventura. Claire gimió para sí y enterró la cabeza en la almohada. A pesar de lo que le decía la lógica, en el fondo sabía que no podía ser cierto. Que lo que había compartido con Will había sido mucho más que sexo.
El sonido del teléfono quebró el silencio de la noche y Claire se levantó rápidamente de la cama. Al principio, no quería contestar. Pero pensó entonces que su abuela solía llamarle a esa hora, así que corrió al teléfono.
– ¿Diga?
– Claire, soy Sorcha.
– Hola. Sorcha.
– Espero no haberte despertado.
– Sólo son las nueve de la noche, ¿qué tal por Nueva York?
– Oh, es todo maravilloso. Ayer nevó y esta semana se celebra el día de Acción de Gracias. Eric me ha dicho que tengo que cocinar un pavo. ¿De dónde viene esa obsesión de los estadounidenses con el pavo? ¿Es una especie de icono sagrado? Es posible que tenga que llamarte para que me digas la receta.
– Estoy a tu disposición. ¿Y qué tal está Eric?
– Estupendamente. Está siendo encantador conmigo. Claire. Me ha llevado a cenar a un restaurante precioso de Greenwich Village, y me está presentando a sus amigos. ¿Y a ti cómo te va con Will? ¿Todavía no os habéis casado? Me enfadaré como no me pidas que sea la madrina. O, mejor todavía, como no me encargue yo de organizar la ceremonia.
Claire se interrumpió. La emoción le impedía hablar.
– La verdad es que las cosas no van muy bien. Creo que Will está perdiendo el interés. Probablemente debería haberme ido con vosotros.
– ¿Will? -se echó a reír-. Oh, por favor, pero si está loco por ti.
– Hemos intentado ir un poco más despacio en nuestra relación, para así poder llegar a conocernos como amigos.
– Dios mío, ¿por qué habéis hecho una cosa así? -preguntó Sorcha.
– Pensé que podría ser… -Claire suspiró-. Es una tontería, lo sé. Pero, al principio fue todo tan rápido… Y ahora él ha perdido el interés en el sexo, y en mí.
– No puedes estar tan segura. A lo mejor sólo estaba de mal humor y lo que tienes que hacer es intentar animarle un poco.
– ¿Y cómo voy a hacer eso?
– Vete a la pensión, desnúdate y métete en su cama. Estoy segura de que os arreglaréis antes de que amanezca. Y si no, tengo varias botellas de agua del manantial del Druida encima del fregadero de la cocina. Prepárale un té y volverá a desearte.
– No pienso hacer eso.
– Eres tú la que tiene que decidir. Pero si vosotros dos no estáis hechos el uno para el otro, entonces no sé quién podría estarlo.
– A lo mejor debería hablar con él. Si lo nuestro ha terminado, quiero saberlo cuanto antes para poder continuar con mi vida.
– Vete a verle a la posada. Y cuando hayáis pasado una placentera noche de sexo, ¿podrías buscar mi abrigo azul y mis botas altas y enviármelas por correo? O mejor, dáselas a mi madre.
– Lo haré.
Estuvieron hablando durante unos minutos más hasta que Claire se despidió y colgó el teléfono. Miró después a su alrededor, el que hasta entonces le había parecido un lugar acogedor, le resultó de pronto frío y hostil. Agarró la chaqueta y se dirigió hacia la puerta. Había llegado la hora de aclarar algunas cosas. Si Will había perdido el interés en ella, no tenía ningún motivo para quedarse en Trall.
Tardó cinco minutos en regresar a la posada. Aparcó y corrió hacia la puerta, pero, para su sorpresa. Will había cerrado con llave.
– Maldita puerta -gritó.
Cerró el puño y llamó hasta hacerse darlo en la mano.
Unos segundos después, se encendió la luz de la ventana y Will abrió la puerta. Iba descalzo y sin camisa y era evidente que acababa de ponerse los pantalones.
– Has tardado mucho -musitó, pasándose la mano por el pelo y mirándola con los ojos entrecerrados.
La agarró del codo para hacerle pasar.
– Tenemos que hablar -dijo Claire, intentando controlar la emoción de su voz.
– No, no tenemos que hablar -Will enmarcó su rostro con las manos y la besó.
Deslizó la lengua entre sus labios y prolongó el beso hasta dejar a Claire sin respiración.
– Eso está mucho mejor -Will se volvió y se dirigió hacia el salón-. ¿Vienes?
– ¿Adónde? -preguntó Claire.
– A la cama, para eso has venido, ¿no?
– He venido aquí para hablar contigo.
– No, no vamos a hablar. Vamos a meternos en la cama. Ya hablaremos mañana por la mañana.
– ¡No puedes obligarme a acostarme contigo! -gritó Claire.
– No te estoy obligando a nada -repuso Will-. Te estoy invitando. Claire.
– ¿Pero qué va a pasar con nuestro plan?
– ¿Te refieres a tu plan? Quiero dejarlo ya. Odio tu plan. Tengo montones de amigos. Claire, y de vez en cuando me tomo una pinta con ellos en el pub. Pero cuando pienso en ti, no pienso sólo en una amiga. Tú eres la mujer a la que quiero.
– ¿Me quieres?
– Claro que te quiero. Si no, no habría soportado este estúpido plan durante dos semanas. Quiero que estés conmigo cada día y cada noche. No quiero jugar al Scrabble y no quiero hablar del maldito tiempo. Quiero estar contigo desnudo en la cama y ser completamente feliz. ¿Te parece que eso tiene algo de malo?
– Nada.
– Estupendo. Y en ese caso, creo que ya va siendo hora de que hagamos un nuevo plan; creo que deberíamos planear no tener ningún plan.
Claire consideró su sugerencia. La verdad era que las cosas habían ido mucho mejor entre ellos cuando lo habían dejado todo en manos de la espontaneidad.
– Sí, supongo que podríamos intentarlo -contestó.
Will se la quedó mirando fijamente y sonrió.
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